Tras
mucho meditarlo, tengo casi el convencimiento que yo fui engendrado el día del
cumpleaños de mi padre. Soy muy malo en matemáticas; pero las cuentas salen: Mi
padre nació el 13 de marzo de 1908.
Cumplía los años, por tanto, el 13 de marzo, que es el día 72 desde el
inicio del año. Yo nací el 16 de diciembre, que es el día 350 desde el inicio
del año, un embarazo dura en torno a 280 días, días arriba, días abajo...
Por
tanto: 72+280=352. Mucha casualidad ¿no?
No creas
que no tiene bemoles, a estas alturas estar averiguando la vida sexual de mis
padres, que dicen, que era muy intensa...
Llegué al
mundo en una casa llena de seres vivos, una autentica multitud. Solo de
personas ya eran nueve. Nueve meses antes a mis padres, Fermín Martínez (Fermín
Arenas) y Vicenta López (La Ciriaca) no se les pasaba por la cabeza tener más
chiquillos, justo nueve meses antes, el 13 de marzo, cumplió 51 años, y mi
madre estaba a punto de cumplir 48 años el 30 de abril. Una auténtica locura
tener a esa edad otro chiquillo, más cuando ya habían tenido siete antes,
además, dicen que cuando se tienen los chiquillos de esa edad, salen tontos (la
verdad que muy listo no salí). Yo, por tanto, sería el octavo de una larga
lista de hijos que habían nacido del matrimonio, y el cuarto que nació en
aquella casa del Mirador de la Divina Pastora. Algunos diréis que no salen las
cuentas, y es verdad, soy muy malo en matemáticas, pero en este caso falta
Magdalena, una hermana a la cual yo no conocí, y que murió por culpa de una
guerra, veinte años antes de yo nacer.
La casa
donde nacieron mis primeros hermanos, fue en la casa de la cual todavía
conservamos el solar, en la calle Cantarranas, al igual que la de la Divina
Pastora, con cueva.
En aquel
último año de los cincuenta, al menos dos de mis hermanas tenían novio formal,
Dolores, a punto de cumplir los 26 años, tenía, incluso, fecha prevista para la
boda, con su novio de toda la vida, Victorio Navarro. Felipa tres años menor,
entremedias hubiese estado Magdalena, también tenía novio desde la
adolescencia, José Melero. Inocenta, todavía no se había ennoviado, pero poco
faltaba para hacerlo con Patricio López.
Mi hermano Fermín andaría todavía con enfado
por el encuentro que tuvieron mi padre y él con la Guardia Civil de Santa María
del Campo Rus:
Mi padre tenía parte de un monte, que todavía
conservamos, La Montesina, y, aparte de las labores agrícolas, se dedicaba a
vender leña en Santa María del Campo Rus y otros pueblos. Aquel otoño, cuando llevaban leña al boticario
de Santa María, la Guardia Civil les dio el alto, multándoles con diez duros y
condenándoles a llevar la leña al cuartelillo. La razón esgrimida por los
guardias, fue tan absurda como falsa. Les dijeron que para ir por la carretera
con la galera era preciso ir andando con las riendas cogidas delante de las
mulas, para que no se espantasen. La razón real, que aquellos guardias eran
unos ladrones y algunas cosas más, como más adelante veremos. Llevaron la leña
al cuartelillo y pagaron lo diez duros de multa, que les prestó el boticario,
más que valía la carga de leña. Mal si la cosa hubiese quedado ahí. Tenían que
llevar la leña al boticario, al que además le debían los diez duros prestados,
y eso pretendieron hacer. Unos días después, cargaron la leña en la galera, y
mi padre, el pobre hombre, desde Pinarejo hasta Santa María andando delante de
las mulas con las riendas bien cogidas.
Antes de llegar a Santa María, de nuevo les dio el alto la Guardia
Civil, y de nuevo los volvieron a multar, la razón esgrimida, ahora, que iba
andando delante de las mulas, cuando en realidad debería ir subido en el
pescante, que para eso estaba. Justo lo
contrario que la vez anterior. Mi
hermano protestó, y además de tener que pagar el doble de la multa, cien
pesetas, o veinte duros, por protestar, él cobro. Además de la multa, también,
tuvieron que dejar la leña en el cuartelillo de balde, o gratis. Así, que
aquellos ladrones, le robaron a mi padre treinta duros, más el importe de las
cargas de leña. Eso, mi hermano lo tuvo
siempre muy presente, y novelado aparece en “Magdalenas sin azúcar”.
Del resto
de mis hermanos, Mariana era todavía una chiquilla de trece años y Julián
cumpliría poco antes de nacer yo los diez años. Lo dicho, lo que menos
esperaban y deseaban mis padres y hermanos era tener otro hijo o hermano. Además, llevaban años sin preocuparse por
tomar medidas anticonceptivas, pienso que nunca las tomaron, y diez años de
sequía les hizo creer que el río de la fertilidad estaba seco. Alguno pensará que, con tanta gente en la
casa, tampoco tendrían mucha ocasión; sin embargo, no debemos olvidar que la
casa de Cantarranas, seguían teniéndola en propiedad, y a ella, como furtivos,
iban a la menor oportunidad, con cualquier excusa o razón. Y posiblemente,
aquel 13 de marzo de 1959, fueron a celebrar el cumpleaños de mi padre en la
intimidad.
El
problema estuvo cuando debieron comunicar a mis hermanos que mi madre estaba
embarazada.
—Pues
como sea otra chiquilla no la voy a querer —dijo mi hermana Felipa, que siendo
la que mejor carácter tenía, no le hacía mucha gracia, que estando en edad de
casarse, su madre, o sea, la mía, estuviera embarazada.
—Entonces…
¿Qué hacemos con la boda? Que voy a cumplir veintiséis años y ya tenemos todo
listo… —protestó Dolores.
—Rece
usted porque tenga colilla, sino no lo vamos a querer —dijo mi hermana
Inocenta, sin tener en cuenta que mi madre no sabía rezar.
—Yo
quiero que sea chiquillo —agregó mi hermana Mariana.
Mi madre,
lidió con las hijas, mientras que mi padre, se sentía el hombre más dichoso del
mundo, ante tantas enhorabuenas que recibía.
Una boca más que alimentar, pero a él le encantaban los chiquillos,
disfrutaba lo indecible jugando con ellos, así que cuando llegué yo fue todo
alegría, porque además nací con colilla. Fue a las ocho de la mañana de un día
impreciso del mes de diciembre, unos dicen que el 16 y otros que el 17, pero
también podría haber sido el 15, hacía mucho frío y no tenían almanaque. En el Ayuntamiento me inscribieron como que
nací el 16 y en la Iglesia que nací el 17.
Fui bautizado el veintiocho de diciembre de 1959, un cuarto de hora
antes de la boda de mi hermana Dolores, y mi madrina fue mi hermana Inocenta,
que aquel día cumplía dieciocho años y celebraba su onomástica. Me llamaron Paco, que no Francisco, en honor
a mi tía Francisca, fallecida pocos meses antes. No fui nunca Francisco, por
deseo expreso de mi madre, no podía llamarme como el dictador; aunque algo de
polémica hubo al respecto.
—¿Cómo se
va a llamar el chiquillo? —Preguntó el cura.
—Paco —contestó
mi madre con decisión.
—Francisco,
yo te bautizo en el nombre del padre, del hijo… —comenzó el cura.
Y aquel
chiquillo comenzó a llorar como un descosido. Mi hermana Dolores estaba
impaciente y veía que se retrasaba la boda.
—¡Ea!,
ahora le da por llorar.
Al final
me consolaron con la sal que le daban entonces a los recién nacidos a la hora
de bautizarlos, lo raro es que yo haya salido tan soso, porque la sal me la
comí. Y solo fui Francisco en boca del cura y para los papeles oficiales, y
todavía hoy, cuando preguntan por Francisco, dudo si se dirigen a mí, porque
como me dijo mi hermana Dolores:
—Tú eres
Paco de nacimiento.
Y,
además, fui el único que heredó el apodo de mi padre, de lo cual me siento muy orgulloso,
tanto como de mi madre, y de mis orígenes campesinos, manchegos y castellanos.
No sé, si
fui un regalo de mi madre a mi padre por ser el día de su cumpleaños, pero…,
hasta a mí, que soy muy malo en matemáticas, las cuentas me salen.
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