Chimeneas de blancos humos llenan el horizonte de mis
recuerdos.
Silencio roto por las campanadas del reloj en la noche
callada, y los gallos de madrugada que cantan sin pedirle permiso a la alborada.
Campesinos como leones de azabache, poseídos por el ansia de
la vida no esperan que el sol les pille en la cama y que cuando el gallo canta,
ya están en la besana.
Chiquillos que se desperezan esperando que suene la última
campanada para abandonar las sábanas. Y al levantarse, miran por la ventana,
por si Dios quisiera que la nieve impidiera tener que ir a la escuela, mala
suerte la de ellos, que sólo llueve en domingo.
La escuela espera:
—Tómate el tazón de leche de cabra, sin derramar una gota,
que no hay más.
—Si va a llover.
—Si no cantas, no.
—Pues canto y si llueve no voy.
—Date prisa y no te olvides el tronco para el maestro, que, si
no lo llevas, no pasas a la escuela y tienes que volver.
—¡Bueno, pues pierdo escuela!
—Si pierdes la escuela no vas a necesitar ceporro para
calentarte, que la zapatilla tengo bien dispuesta.
—Si hoy es fiesta de guardar.
—¿Fiesta? ¿Cuál, que no me he enterao?
—Santo Tomás de Aquino.
—Pues eso, de aquí no.
Pescozón, tronco y
“pa” la escuela cabezón, que además me he enterao que es el cumpleaños
de la maestra y os va invitar a almorzar.
El chiquillo con el pescuezo caliente y la cabeza gacha, corre
con el tronco en la mano fría, sin entretenerse ni una mieja.
Alrededor de la sartén, de gachas, se sientan chiquillos y
mayores, un poco de pimiento en vinagre, si pica mejor, que quita el frío.
Veloz con la mano, rápido con la boca.
—¡Me quemao la lengua!
—Eso por espabilao y ansias, ¡so zoquete!
—Un zoquete de pan, no vendría mal, que aunque esté duro,
tengo buenos dientes...
—Anda toma un trago de vino y calla, que no se te quite la
gana y se enfríen los quemaos.
Paco Arenas, sus libros y relatos...
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