martes, 4 de mayo de 2021

Las blasfemias del cura Pedro Pérez (relato dedicado a quienes no podrán votar)

 

Relato  dedicado a todos los ancianos que murieron en las residencias porque alguien decidió que no tenían derecho a asistencia hospitalaria y que por tanto no podrán votar en estas elecciones.

1º Capítulo- La muerte de Miguel Quijano

 

El 23 de abril de 2021, al sur de Castilla, en un lugar de la Mancha, como todos los años desde hace 405, se celebra una misa de réquiem en honor a Miguel de Cervantes Saavedra. Es preciso decir, que a dicha misa, hasta el mismo finado acudía, puesto que tanto Alonso, don Quijote, Sancho, el cura, Pedro Pérez, el barbero Nicolás, el bachiller Carrasco y su autor, llevan desde entonces de generación en generación se reencarnaban adaptándose a los tiempos.

 

Al principio, el autor iba de un lado a otro, como hizo siempre, y el resto, se acomodaron en su lugar de la Mancha, cada uno con sus quehaceres, hasta la última generación, nacida alrededor de los años sesenta del pasado siglo, en que, por culpa del abandono y cruel dejadez de los sucesivos gobiernos españoles, el mundo rural se fue deshabitando, transformando prácticamente toda Castilla en desolado territorio sin futuro.  La despoblación de las zonas rurales resulta dramática, nadie se acuerda del campo, nada más que en vísperas de elecciones. Tanto es así, que ya ni siquiera don Quijote y Sancho viven en ese lugar de la Mancha; aunque, todos tienen casa en su pueblo, al cual regresan siempre que pueden.

 

A esa misa, al principio acudían todos los protagonistas. Por culpa de la pandemia, en el 2020 no se celebró. Sancho, lleva unos años que no pisa la iglesia, como tampoco lo hacía mucho cuando recorría junto a don Quijote, a lomos de sus cabalgaduras las tierras de la Mancha. El antiguo escudero nunca fue muy de iglesia, pero iba.  Ahora, harto de aquel nuevo cura que oficiaba las misas como si estuviera dando un mitin político, hasta en bodas y bautizos se quedaba en la taberna.

 

Tras su última reencarnación, a don Quijote, ahora Alonso Quijano, tampoco le gusta asistir, también por culpa del nuevo cura del lugar de la Mancha; pero, como en la misa de réquiem quien la oficia es su buen amigo Pedro Pérez, siempre acude. No obstante, este año Alonso ha faltado, está muy afectado por cierta noticia que escuchó en el debate electoral. Cierto dato que él no conocía: su padre, Miguel de Cervantes, reencarnado como Miguel Quijano en la persona que estaba en una residencia madrileña, fue encerrado con otros enfermos de Coronavirus en la misma. Dándose tal atrocidad, porque la presidencia de la Comunidad de Madrid ordenó a las residencias, mediante una carta, que no derivaran los pacientes enfermos a los hospitales, y, por tanto, se les dejara morir en los centros geriátricos sin asistencia hospitalaria.

 

 Él pensaba que por su padre se había hecho todo lo humanamente posible, lo engañaron y se siente muy dolido e indignado. Tras el debate recordó que tenía el teléfono de una sobrina del barbero Nicolás, la cual trabajaba en la residencia donde murió su padre.  La llamó y tras los saludos protocolarios, le preguntó:

 

—Lola, quiero que me digas la verdad, ¿es cierto lo que dijeron en el debate de que se mandó una carta para que no fuera trasladado al hospital mi padre?

 

—A ver, Alonso, así como lo dices, no. Nadie nombró a tu padre, nadie dijo que Miguel Quijano no fuese trasladado al hospital, además tu padre estaba bien cuando llego la carta…

 

—O sea, que cuando llegó la carta, ¿mi padre estaba bien?   

 

—Sí, estaba bien, a tu padre nadie lo nombró, ya te lo he dicho. La orden de la presidencia de Madrid fue que no se derivara ningún paciente a los hospitales, que los dejásemos en sus habitaciones encerrados…

 

—¿Y cuando llamé para traerlo a mi casa?

 

—Entonces tu padre ya estaba contagiado, por eso te dijo la directora que no…

 

—¿Pero, tampoco lo llevasteis al hospital?

 

—Cumplimos las órdenes de la Consejería de Salud. A mí no me eches la culpa, que yo solo cobro 800 euros al mes por romperme los riñones, y a pesar de ello, siempre trato a los ancianitos con cariño.  

 

—A ti no te echo la culpa, pobrecita. De la vejez los buitres han hecho un gran negocio, pero lo que más me duele es que encima se rían, se ría esa cuando le preguntaron por el número de los muertos, no lo puedo evitar…

 

La sangre comenzó a hervirle al caballero y las maldiciones que salieron por la boca del buen Alonso, nunca antes se escucharon en sus más de cuatrocientos años de existencia. Solo él sabía quién era aquel anciano que murió en una residencia de Madrid sin atención médica, la reencarnación de Miguel de Cervantes, su padre literario y a su vez, biológico. Posiblemente, ya se habría reencarnado en otro niño, a saber dónde, pues en aquella aldea hacía años que no nacía ninguno. Lo peor de todo, era los sentimientos que aquella noticia le había provocado, el deseo de que aquellos que se reían cuando se hablaba de los muertos, no les pillase más de cerca el dolor.  Y eso le causaba profundo dolor, nunca había deseado el mal a nadie, ni siquiera a ese tipo de personas mezquinas.

 

 

2º Capítulo- El nacimiento de Miguel Cortina

 

Sancho, ya había advertido que no iría a la misa de Réquiem, y en Alonso Quijano después de la conversación con la sobrina del barbero, no tenía el cuerpo para misas, eso a pesar de haber recuperado el humor, porque, el día anterior, la sobrina del barbero lo llamó:

 

—Hola, don Alonso, tengo algo que decirle, que no le dije el otro día…

 

—No me llames así, sabes que don sin din…

 

—Ya. Cojones en latín —lo interrumpió la muchacha riendo —, pero tengo que decirte una cosa. A tu padre lo visitaba dos o tres veces al día, que lo sepas Tu padre, me dijo algo, de esas cosas que decía, que no supe interpretar, sobre la vida y la muerte, y creo que tengo que decirte sus últimas palabras, porque además me dijo que te las dijera.

 

—Lola, ¿qué fue lo que te dijo?

 

— La muerte pelea en mí y me vencerá, pero te digo, Dolores de mi corazón, que yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser para salir de la muerte a buscar la primavera a mitad del mes de abril…

 

— ¡Albricias! —Exclamó Alonso, loco de contento —¿Cuánto hace de eso?

 

—Un año justamente. El mismo día de su muerte…

 

—¿Entonces…? —Dudó Alonso Quijano —A tenido que nacer ya…

—No entiendo, ¿te refieres a mi hijo?

—¿Has tenido un hijo? ¿Pero tú no estabas soltera?

—Y soltera estoy —comenzó titubeando —, bueno, vivo con mi novio, con Miguel Cortina…

—¿Ese no es el hijo de Indalecio, el maestro, que creo que ya fue tu novio?  —Preguntó Alonso.

 

—El mismo que viste y calza, y sí es maestro, como su padre, aunque con los recortes en educación de la Comunidad de Madrid, lo han despedido. Y contra lo que diga la prescindible de Madrid, eso de que puedes cambiar de pareja y no volver a encontrártelo nunca más, yo me lo encontré...


Si esa mujer leyera más, no diría tantas tonterías, para mí que se le suben las cañas a la cabeza y detrás de una tontería, dice otra… —la cortó Alonso Quijano.

 

—Y tanto, eso debe ser. Pues mira que te cuente. Hace tres años que dejamos de ser novios, nos encontrábamos de vez en cuando en las presentaciones literarias del Ateneo.  Retomamos la relación y nos pilló el confinamiento viviendo juntos, y el día 14, nació Miguel en Alcalá de Henares…

 

—O sea, que… ¿ya ha nacido? ¡Extraordinario! —De nuevo se notó la alegría en la voz de Alonso Quijano.

 

—No sé qué tiene eso de extraordinario, es lo que suele suceder cuando no se toman las debidas precauciones…

 

—Piensa un poco, ¿qué te dijo mi padre?

 

—Bien que lo recuerdo: La muerte pelea en mí y me vencerá, pero te digo, Dolores de mi corazón, que yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser para salir de la muerte a buscar la primavera a mitad del mes de abril. Pero, entonces no teníamos pensado tener hijos…

 

—Ya, pero mi padre era un genio, y tu hijo será un genio, ya lo verás…

 

—Y mi novio —le cortó la muchacha —por cierto, le hemos puesto Miguel, como tu padre, y como mi novio.

 

Esta conversación alegro mucho al antiguo caballero don Quijote. Miguel de Cervantes ya se había reencarnado en el hijo de Miguel. 

****

Alonso Llegó antes de hora a casa de Sancho, dispuesto a esperar a Pedro Pérez, el sacerdote. Los tres viven desde hace años el barrio de Vallecas. Mientras que Nicolás, el barbero, ahora es médico cirujano en el Hospital de la Paz. Y Sansón Carrasco, el bachiller, era profesor de la universidad, ahora está preso en Soto del Real, por firmar el máster en la Universidad por presiones de un político corrupto, el cual se ha ido de rositas. Alguien tenía que pagar, y el juez le echó la culpa estaba a sueldo de los políticos en cuestión. no es preciso decir, que los políticos corruptos, después, en la fiesta de la Comunidad ha sido condecorado.

 

Sancho llenó la copa de quien fue el Caballero de la Triste Figura, don Quijote de la Mancha, ahora Alonso, Alonso a secas, ni siquiera el «don» permite el caballero y agradece que su antiguo escudero lo tutee.  El viejo hidalgo aparta la copa, se arrepiente y mira a través del rojo vino con gesto grave. Sancho sonríe y le pregunta:

 

—¿Qué te pasa Alonso, acaso te sentó mal la vacuna, que tan serio estás?

 

—Escucha, si yo te contara —musitó dudando Alonso Quijano, si contarle lo de su padre y lo del nacimiento reencarnado de Miguel Cortina.

 

 Dio un ligero sorbo de vino, percatándose que Sancho no se había servido otra copa, y decidió no contarle nada de momento.

 

 —¿No me acompañas?

 

—Con agua que hace la vista clara, tengo acidez de estómago, uno ya no puede con ciertas cosas; pero, cuenta, amigo mío —, animó Sancho a Alonso, acercándose hasta el alféizar de la ventana donde se encontraba el botijo de arcilla blanca.    

 

—¿No será por el entierro de don Miguel? —Preguntó Alonso, ignorando el apremio de Sancho, animándolo a que contara sus penas. 

—Alonso —echando Sancho un largo trago de agua —¿Qué tonterías dices, después de cuatrocientos cinco años? Lo raro es que no haya venido contigo el cura, le mandé un «guassap» diciéndole que ibas a venir y como es tu vecino. Pero bueno, ¿qué es lo que querías decirme?

 

—¿Y Nicolás? —Preguntó Alonso, extrañado de que no estuviera el barbero.

 

—Ahora vendrá, es quien va a traer el apaño para hacer la caldereta, como su consuegro es pastor. ¿Y el buen cura Pedro Pérez?

 

—¡Uy! Noto cierto retintín. Pedro es buena persona.

 

—Ya lo sé, es del estilo del padre Llanos y del padre Ángel, pero tuve un pequeño tropiezo con él, y ya sabes que me pongo en guardia, pero quiero que venga, tal vez así arreglemos el asunto o dejamos de hablarnos para la eternidad.       

 

 

—Pedro está todavía de misa, yo tampoco he querido ir. Escucha estas breves razones, o tal vez debiera decir sinrazones, y tal vez tenga que ver con tu acidez de estómago, si es que sabes lo que voy a contarte. Conociéndote, que tú bebas agua, habiendo tan buen vino…

 

—Mal me sabe no beber vino, pero visto lo visto, aparte de la acidez, tengo revuelto el estómago, siento náuseas, ya veremos si como. Y sí, me parece que lo que sé lo que me vas a decir, querido Alonso, y es una cosa más de las muchas. Estoy muy resentido, pero mucho…

 

—¿Con Pedro Pérez?

 

—¿Con él? No. Estoy, más que resentido, cabreado, a mi nadie me llama mantenido subvencionado alguien que lleva desde los 27 años viviendo de la sopa boba, y nunca mejor dicho…

 

—¡Acabáramos! —Le cortó Alonso, al ver entrar al cura Pedro Pérez.

 

 

3º Capítulo- El presupuesto del tejado de Sancho

 

En estas entro el cura Pedro Pérez, traía la cara descompuesta. Se quitó la mascarilla y sin llegar a saludar no espero a que Sancho le ofreciera un vaso de vino, directamente cogió la botella y le dio la vuelta a uno de los vasos que se encontraban boca abajo sobre la mesa.  Lo lleno hasta la mitad y, ante los ojos perplejos de Alonso y Sancho, se lo tomó de un trago, llenándolo una segunda vez y repitiendo el acto.

 

—La madre que los parió, luego se darán golpes de pecho esos malnacidos, hijos de Satanás, vergüenza les debería dar decir que son cristianos…, me muerdo la lengua por no blasfemar. Buenos días nos dé Dios —dijo visiblemente alterado, dando un golpe en la mesa con el vaso.

 

—¡Válgame Dios! —Exclamaron a dúo el antiguo escudero y el caballero.

 

—Pues las caras de vosotros están más para un responso que para una boda —contestó el cura observando el rostro de ambos —. Cambiando de tema, este año tampoco habéis acudido misa de réquiem por don Miguel, ni siquiera tú Alonso, que de Sancho no lo espero.

 

—Amigo Pedro, prefiero tu conversación a tus sermones, te repites más que el ajoaceite con salmonelosis —se burló Alonso, echándole la mano sobre el hombro al cura para que se sentará.

 

—Y yo, señor cura —dijo, con maledicencia Sancho, acercándose a la mesa con el botijo, y sentándose en una silla, ya sabe que soy hombre de un solo padre, además no quiero cargas, que usted tiene ya muchos hijos…

 

—Cual ebanista hacedor de ataúdes fabricas el tuyo propio, con esas maldades, sabiendo que mientes —replicó con sarcasmo el cura dando la vuelta al vaso de Sancho, bendiciéndolo —. Sancho amigo, bebe vino que yo te lo bendigo, que el agua te hace decir tonterías.

 

—Ya me está bueno sin bendecir, tengo ardores y prefiero agua. Además, le he echado una pizca de aguardiente; pero sí, mejor vino. En cuanto a lo otro, con caja de madera de pino seco que arda bien, me conformo. Quiero arder y que mis cenizas se esparzan por las viñas, sin recomendaciones ni bendiciones. Pero, aquí no estamos para eso. Nos ha convocado nuestro amigo don Alonso y dudo que sea para que volvamos a deshacer entuertos de los muchos que hay por estos andurriales.

 

—En realidad ha sido nuestro amigo Pedro, el cura aquí presente quien nos ha convocado —señaló don Quijote al sacerdote —. Era de lo que te había comenzado a contar sobre las sinrazones, que a buen seguro te han provocado esa acidez de estómago…

 

—¿De verdad? Agradezco que me des la razón, no sabía que lo supieras, la verdad, y menos don Pedro —se extrañó Sancho, que al sacerdote continuaba tratándolo de usted.

 

—Sancho, amigo, ¿a qué se debe tu acidez de estómago? —Preguntó el cura a Sancho —. Pues me parece que yo no estoy al tanto de lo que te sucede. Pero hablando de todo un poco, el vino está muy bueno, pero con un poco jamón y queso, entraría mejor…

 

—Ahora traigo unas aceitunas, que quien da lo que tiene, no está obligado a más —contestó Sancho levantándose de la mesa y encaminándose a la alhacena con gestos exagerados, riéndose Alonso —.  Con la pandemia la vida en se ha puesto muy complicada para los pobres y encima...

 

Don Quijote le hizo un gesto al sacerdote, moviendo la cabeza de un lado a otro, como diciéndole, «ahora te cuento». Al instante regresó Sancho con un plato de aceitunas. Lo dejó en la mesa y se acercó al aparador, cogiendo un plato vacío y un cucharon.

 

—Ahora bajo unos chorizos, que todavía nos quedan —masculló Sancho de mala gana —. De todos modos, Nicolás está a punto de llegar con el avío.

 

—Pues entonces, no hace falta, no pensaba que estabas tan mal, no te he visto en las colas de la «onege» —musitó el cura, cogiéndolo de la mano.

 

—Pues sí voy a las colas del hambre, aunque más a participar y «Somos Tribu», porque solo el pueblo salva al pueblo —contestó Sancho con aspereza, recalcando lo de las colas del hambre.

 

—No te ofendas, sabes que las puertas de la iglesia las tienes abiertas —le replicó el cura conciliador.

 

—Lo sé, pero usted sabe que no soy de muchas salves, ni tampoco muy de pedir. Vergüenza me da ponerme en la cola del hambre, pero no queda otro remedio ir, y además arrimar el hombro, porque yo voy a arrimar el hombro. Nadie de quienes vamos, ya sea a su «onege» o a «Somos Tribu», nos gusta ni quisiéramos ir. Y me cago en la …

 

—¡Sancho! —Lo amonestó Alonso, señalando al sacerdote.

 

—Sí, mejor me callo. Pero hay que ser muy ser mezquino y miserable para decir que los pobres somos unos mantenidos subvencionados —subió el tono claramente molesto Sancho.  

 

—Llevas razón, querido Sancho, pero no te alteres, nuestro amigo el cura, está tan molesto como tú con ese tema —intervino don Quijote, sin que se aplacará Sancho:

 

—Si somos tan pobres, es porque nos llevan muchos años robando por encima de nuestras posibilidades, ¿o cree usted señor cura que el hospital Zendal ha costado 135 millones?

 

—Ni por asomo, amigo Sancho, es más, dudo de que haya costado ni siquiera 35 o 40 millones, el resto ha ido a los bolsillos de los de siempre —contestó con rotundidad el sacerdote, ante el asombro de Sancho.

 

—¿No me diga eso señor cura? Usted es de derechas… —se burló Sancho —¿en qué se basa?

 

—Muy sencillo. ¿Si tú pides el presupuesto para que te arreglen el tejado de esta casa, que según me dijo Alonso, le has puesto uralita porque no tienes para arreglarlo, creo que antes de la pandemia pediste presupuesto…

 

—Antes de la pandemia tenía para hacer la obra, ahora no es lo prioritario, prefiero pagar la universidad de mis hijos, que bien cara que la pagamos en Madrid, y eso que es la pública, entre Sancho y Teresa, se llevan más de tres mil, y eso que con la pandemia solo van dos horas a la semana…

 

—Es lo que tiene pagar pocos impuestos los que más tienen, que se recorta en sanidad y educación —lo cortó Alonso Quijano.

 

—Pues eso —prosiguió Sancho, ahora en tono burlón —. Pero tenemos la gran libertad de irnos a tomar cañas y emborracharnos hasta las doce de la noche… ¡ah, no! Los pobres no, que somos ciudadanos de segunda y no nos llega ni para pagar las carísimas matriculas universitarias madrileñas ¡manda huevos! Así que agua, que hace la vista clara —terminó suspirando fuerte, con rabia.

 

—No te alteres, que bastante estoy yo —dijo poniéndole la mano en el hombro el sacerdote a Sancho —. Volviendo al tema. Pediste presupuesto, ¿cuánto te pidieron?

 

—Pedí varios, el más barato cinco mil novecientos euros, vamos casi un millón de pesetas, el más caro ocho mil euros —respondió Sancho.

 

—¿Y si no hubiera venido la pandemia habrías pagado más de lo presupuestado? —Le preguntó el sacerdote.

 

—Por supuesto que no. Los presupuestos son cerrados, para eso están los presupuestos, ¿no?

 

—Pues eso, ahí están mis dudas —continuó el sacerdote —. Si el presupuesto eran 45 millones por hacer una nave de polígono, cara nave, ¿dónde fueron los casi cien millones que dicen que pagaron más de lo presupuestado?

 

—Visto los antecedentes, es fácil imaginarlo, ¿no?

 

—Amigo Pedro, eres hombre de poca fe, muy poca fe, para ser un cura ¿cómo dudas? —le recriminó mordaz don Quijote —¿Acaso dudas de tu presidenta?

 

—¿Dudar es poco? Es preciso tener mucha fe para poder a llegar a creer en una persona así o en su capacidad…

 

—Mirar, aquí está Nicolás con el avío para hacer la caldereta —los interrumpió Sancho, señalando para la puerta, por donde entraba Nicolás, el barbero…

 

 

 

4º Capítulo las blasfemias de Pedro Pérez

 

—¡Viva la libertad! ¡Saludos amigos! —Entró casi gritando alegremente Nicolás, el barbero, cargado de bolsas de la compra. Las dejó en el suelo y de inmediato las cogió Sancho para comenzar a preparar la caldereta.

 

—Mira, aquí viene alguien que está contento. Bienvenido amigo Nicolás. ¿Qué buenas nuevas traes? —Saludo preguntando Alonso Quijano, seguido del resto.

 

 —¿Acaso no hay motivos para la alegría? Estamos vivos, aquí en este lugar de la Mancha, sin problemas, con tres quilos de cordero listos para preparar una exquisita caldereta de cordero. Ayuso casi seguro que gana las elecciones. Demos gracias a Dios por ello, ¿no padre?

 

—¿Motivos para la alegría?¡Copón! —Exclamó el cura —Han muerto miles de personas. A Alonso se le ha muerto el padre abandonado en la residencia, Sancho lleva desde 2015 desempleado, trampeando para comer y poder pagar la carrera de sus hijos, y a pesar de ello, ayudando a los demás, Sansón Carrasco haciendo de cabeza de turco para que un delincuente no vaya a la cárcel, esa que me nombra ha recortado en educación y lo que es peor, en Sanidad, en plena pandemia, se han dejado morir a miles de ancianos en residencias por orden de esa persona, y me dice que hay motivos para la alegría, ¿y eso lo dice usted que es médico?

 

—Pero don Pedro, que usted y yo…—dudó el barbero —. Al menos hasta ahora, habíamos pensando lo mismo…

 

—¿Pensado lo mismo? —Preguntó, cada vez más alterado el cura Pedro Pérez.

 

—Claro, los dos somos cristianos y de derechas…, tome usted, padre —dijo Nicolás sacando un sobre electoral de un partido del bolsillo y entregándoselo al sacerdote.

 

El sacerdote cogió el sobre, lo abrió cuidadosamente, como si temiera romperlo, desplegó el papel con gesto grave, meditabundo lo colocó junto al sobre, enseñó el folio a los presentes, por un lado, una palabra y la foto de la candidata, nada más, por la parte trasera totalmente en blanco. Rasgó el papel hasta dejarlo como si fuese confetis, se acercó al fuego, que ya tenía Sancho encendido para preparar la caldereta de cordero.

 

—Yo sí, soy cristiano, tú si vas a votar a lo que te propone este papel en blanco, no lo eres…—dijo absorto el cura Pedro Pérez, mirando a Nicolás.

 

—Padre, ¿cómo puede decir eso? Soy desde hace cuatrocientos años su más fiel feligrés. No hay misa o rosario, que si puedo no acuda a escucharlo, el único que no le ha perdido el respeto…

 

—¿Cuatrocientos años escuchando mis sermones y no has entendido nada? Hasta Sancho que no pisa la Iglesia entiende mejor lo que es ser cristiano que tú, si me das esto. Esto es un cheque en blanco, los políticos hacen propuestas, aquí…  —enojado sacó del bolsillo de su sotana un sobre idéntico al que había quemado —. Aquí no hay nada, nada de nada, ni siquiera calamares de bolsa de supermercado para dar harina en lugar de pescado…

 

—A mí no me meta usted en sus líos —protestó Sancho, interrumpiendo al sacerdote —. Mejor, vamos a ir preparando la caldereta antes de que se quemen los ajos.

 

—¿Eso es lo que te importa tragaldabas? —le increpó Nicolás.

 

—Él por lo menos se pone del lado de las personas decentes, aunque sea una oveja descarriada —defendió y atacó a la vez a Sancho el sacerdote.

 

—¿Querrá decir borrego? —Se burló el barbero, metido a cirujano.

 

Sancho y el sacerdote fueron a protestar, pero, de repente, Alonso comenzó a reír a carcajadas, sin que nadie supiera el motivo, salvo Nicolás, que terminó riendo a carcajadas junto con él, ante la incredulidad del sacerdote y Sancho.

 

—Amigos míos. Haya paz. Nicolás ha querido provocar a Pedro. ¡Cuidado que se queman ajos!  sin saber que él es menos complaciente que ninguno de nosotros con lo que está sucediendo en Madrid. Todos tenemos motivos para desear que cambien las cosas. Pedro es un cura comprometido. Es él quien nos ha convocado —intentó aclarar Alonso Quijano.

 

—O sea, que no va votar a Ayuso, con lo de derechas que es usted —dijo con tono irónico Nicolás.

 

—Mira Nicolasete —comenzó mordaz el cura  —. Te voy a perdonar por el cordero que has traído, pero te diré que yo que nunca blasfemo, hay ocasiones, en este último año, en que siento ganas de blasfemar, de gritar, de maldecir, de echar fuera el veneno que llevo dentro. Cuando escucho, a los mantenidos y no son quienes están en las colas del hambre, sino quienes nunca han dado un palo al agua, que son tan malvados como ineptos, mediocres y corruptos, políticos útiles para nada, hablar de «mantenidos», refiriéndose a los pobres que hacen cola para poder comer, que pasan hambre por culpa de ellos, porque, les han robado por encima de sus posibilidades. Malditos sean esos que roban al pueblo y se llevan el dinero a paraísos fiscales. Cuando veo a los golfos burlándose de los pobres, entonces, yo que nunca blasfemo, siento ganas de blasfemar, de gritar, de maldecir, de desear que el cielo y el infierno existan, para que cambien las tornas, y los mantenidos, quienes viven a costa del pueblo, vivan el infierno que hacen sufrir a los pobres que por culpa de sus saqueos, hacen colas a cambio de una bolsa de comida.  Yo que nunca blasfemo, siendo coherente con mi pensamiento cristiano, siento unas irresistibles ganas de blasfemar, cuando veo pancartas que criminalizan a los niños, por el hecho de ser extranjeros, de otra raza o religión.  Y siento unas irresistibles ganas de blasfemar, y hasta de rezar, no sé a quién, para que el cielo y el infierno exista, y todos los malvados vayan a donde se merecen. Cuando veo la sumisión de los periodistas ante los poderosos, ante reyes eméritos y presuntos preparados, siento ganas de blasfemar. Porque, amigos míos. si Dios existe, y yo presumo de que existe y es realmente bueno, dudo que pueda tener misericordia, por mucho que recen, quienes roban a los pobres, quienes señalan a los niños…

 

—Tranquilice usted y respire —aconsejó Sancho, que ya estaba echando el cordero a la sartén.

 

—Aquí he traído también queso y jamón para ir haciendo boca, comamos y bebamos y el martes todos a votar, por la libertad, por la libertad de verdad, no por la libertad de robar o emborracharse hasta reventar con acento francés —dijo Nicolás sacando unos platos de jamón en tacos y queso manchego.

 

—Llenemos nuestros vasos, tú también Sancho, deja el agua de lado y brindemos por la Libertad, la de verdad —Añadió Alonso, llenando cuatro vasos con vino y llevando uno a Sancho que se encontraba preparando la caldereta.

 

—Pues brindemos por la libertad y la justicia social —aceptó Sancho el vaso de vino que le tendía Alonso.

 

—Sí, mejor, comamos y regresemos a Madrid, para votar por la dignidad de las personas, por todos aquellos que no podrán votar, porque alguien decidió que no tenían derecho a asistencia hospitalaria —se serenó, por fin, el sacerdote.

 

—Votemos por mi padre y nuestro creador, don Miguel. Y no nos olvidemos de nuestro amigo Sansón Carrasco, preso por culpa de los corruptos. Porque es importante levantar las alfombras —dijo Alonso.

 

Alrededor de don Quijote, alzaron todos las los vasos y brindaron por la libertad con la esperanza de recobrar la dignidad de las personas que viven en Madrid y luchan por un mundo mejor.

©Paco Arenas- autor de Magdalenas sin azúcar

 

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