En estos días recuerdo todos los años a
mi padre, no porque sea el día de los difuntos, sino por su pasión por el
teatro. Al teatro y a la poesía. A pesar de no saber leer ni escribir se
aficionó mientras luchaba defendiendo la República. Era tal el empeño del
gobierno legítimo por instruir a la tropa, tanto en la enseñanza de la lectura
como en el desarrollo intelectual y cultural, que los principales intelectuales,
al contrario de lo que ocurre ahora, se implicaron en ello, ofreciendo
obras teatrales diversas y recitales de poesía.
Recordemos
la labor de la compañía de Federico García Lorca, “La Barraca”,
enmarcada dentro de las Misiones pedagógicas de la República, para potenciar en
las zonas rurales la instrucción y la cultura, que sembraron de palabras los
lugares más apartados de aquella ilusionada e ilusionante república. Tras
el golpe del militar de los enemigos de la libertad, la legitimidad republicana
no tiro la toalla y extendió el manto de la cultura hasta las mismas
trincheras, donde al igual que en las misiones pedagógicas, se hacían
representaciones teatrales y se ofrecían a la tropa recitales de poesía, con la
participación entre otros de Miguel Hernández, Rafael Alberti, Antonio Machado,
Gabriel Celaya, León Felipe, Luis Cernuda, entre otros.
Decir
que mi padre era capaz de recitar poesías de aquellos poetas del pueblo, a
pesar de no saber leer. No solo poesía y refranes manchegos, también pasajes
enteros de alguna obra teatral.
Terminada
la guerra desaparecieron las Misiones Pedagógicas, así como la potenciación de
la cultura en general, para los golpistas la cultura no era un bien a
potenciar, sino todo lo contrario. No es necesario decir que
en Pinarejo no existía teatro. Con el tiempo llegó a existir un cine, el
de Manuel Illán, donde de uvas a peras se proyectaba alguna película.
La llegada de la televisión supuso
que en cierto modo, de nuevo regresase el teatro a los pueblos, “Estudio
Uno” fue una gran iniciativa que nos acercó al teatro clásico, obras
como “El Burlador De Sevilla”, “Don Gil de las calzas verdes”, “La Vida Es sueño”, hacía que mi padre de
nuevo renovase su afición por el teatro, pero su obra favorita sin duda alguna
era “Don Juan Tenorio”, de Zorrilla. Solo
existía un pequeño inconveniente y no era que hubiese de verlo en una
televisión en blanco y negro, sino que debía verla en el bar. En aquellos años tan solo las gentes adineradas o los
bares disponían de aquel novedoso aparato, que más tarde se llamó la caja
tonta, y que ahora, junto con internet, es un sorbe sesos, que deja a la gente
atontada e impasible a merced de cualquier gobernante corrupto.
Nosotros éramos campesinos pobres, por tanto, la elección no podía ser otra que
ir al bar, o como decía mi madre, a la taberna, para poder verla.
Aquellos locales, donde solo acudían hombres, se abarrotaban cuando
jugaba el Madrid, el Atlético entre ellos o contra el Barcelona, también cuando
retransmitían alguna corrida de toros. Tengo muchos recuerdos de tardes de
verano en el Bar de "El Vivo" hasta los topes viendo una corrida de
toros, eso sí, solo hombres y algún crío, para que cogiese afición…; aunque, yo pronto
me pusé en la piel del toro contra esa salvaje afición.
No
ocurría lo mismo cuando en la noche del 31 de octubre TVE - que no era la 1ª,
sino la única, no existía ni tan siquiera la UHF, que luego sería la 2ª -
emitía la obra de “Don JuanTenorio”, desde el primer momento mi
padre junto a otros cuatro o cinco amigos acudía todos los años a ver la obra
teatral de Zorrilla al bar de Francisco, “El Torcio”, bar que al igual
que el del “Vivo” se encontraba en la plaza.
El
último año de vida de mi padre, se empeñó en que yo le acompañase, ante el
disgusto de mi madre que no le parecía muy correcto que un crío de siete años
pisase un bar, o una taberna - como decía ella - llena de borrachos y
viejos. Pero mi padre al final se salió con la suya, me abrigaron bien,
con bufanda y gorro incluido y nos presentamos en el bar, donde aquella fría
noche apenas había diez o doce hombres, que, al comenzar “Estudio Uno” no llegarían a los diez, para al final quedarnos cinco o seis.
Al comenzar la obra, los pocos que estábamos, hicimos silencio más
interesados en ver a Don Juan Tenorio que de beber o “cascar”, nos sentamos
todos juntos en la misma mesa, yo medio acurrucado junto a mi padre, de cara al
televisor, esperando ver algo extraordinario. - Debieron pasar muchos
años para llegar a apreciarlo - En la mesa una botella de vino, una de gaseosa
y un “Cholet” de vainilla, unos "alcahuetes" cacahuetes y aceitunas[1]. Muchos
años después he sabido que aquella noche estaba allí otro chiquillo, algo más
joven que yo, tampoco podía ser mucho, Nicolás Haro, que también estuvo con su
padre).
De
aquel día recuerdo que estaban con mi padre y conmigo a Germán Jiménez
“Trequetales, hermano de mi cuñado Isidro, a Joaquín “El Tuerto”, padre
de Herminia y abuelo de Miguel, un gran fisioterapeuta que trabaja en el
hospital La Fe de Valencia, a Raimundo un viejo y sabio anarquista con mil sentencias
que hacían pensar a quienes le escuchábamos, a Julián Romero “El
Rojo de Soplaeras”, consuegro de mis padres y padre de mi cuñado
Victorio, de Julián “El Motosierra” y de Angelina, Francisco “El Torcio”, dueño
del bar, posiblemente, quiero recordar que había otro hombre más, pero no
recuerdo quien era[2] (Quien les conociese, en
esa mesa estaban representadas todas las tendencias políticas, buenas personas
todas. Aquella noche tenían algo en común aparte de la amistad o paisanaje. La afición
al teatro, no sé si circunstancial y puntual o porque realmente tenían esa
afición. Teatro que solo podían ver en una pequeña pantalla en blanco y
negro.
Vimos en silencio la obra teatral, de la cual guardo este recuerdo que me marco
para siempre, tal vez porque ya nunca pude volver a verla junto con mi
padre. Al año siguiente esa noche la pase en casa de mi hermana Dolores,
recuerdo que Joaquín “El Tuerto”, vecino de ella en la calle Las Eras, aquella
noche pasamos miedo gracias a él, contó historias fantásticas de
terror, un montón de cuentos e historias que tenían que ver con la noche
de las animas, relatos orales que se habían ido transmitiendo de generación en
generación y que desgraciadamente al ser orales en la mayoría de los
casos se han perdido para siempre.
Entre
quienes estaban aquella noche en el bar de “El Torció”, viendo a Don Juan
Tenorio, al menos tres de ellos eran muy buenos narradores, cada uno en su
estilo, el mencionado Joaquín ”El Tuerto”, Julián Romero, “El Rojo de
Soplaeras”, que fue guardia de asalto con la República, debido a su
carácter extremadamente jovial, contaba las historias siempre dándole una
chispa de humor, entre ambos estaba mi padre, en ocasiones, más cercano a “El
Rojo”, lo mismo contaba historias o cuentos trágicos a los cuales en muchas
ocasiones les daba un toque cómicos. Poco o casi nada recuerdo de esas
historias, mi hermana Felipa sabía muchas de ellas, pronto decía, “como
decía padre”. Algunas de esas historias todavía se podrán
recuperar, recuerdo que, aunque contadas de manera diferente por nuestros
abuelos y mayores, eran las mismas, en muchas ocasiones surgía: "eso ya lo
ha contado fulano o zutano…"
Puede
ser un desafío para ese gran investigador que tenemos en el pueblo, José
Vicente Navarro, podría salir un estupendo libro con esas historias de las
gentes de Pinarejo, historias como la del clavo en la puerta del cementerio que
por estas fechas ha escrito de manera magistral mi amigo José Vicente.
[1] Me
enteré durante la presentación de mi novela “Los manuscritos de Teresa Panza en
Pinarejo”
[2] Ahora ya
sé quién era Nicolás, que también había llevado a su hijo Nicolás y que fue el
primero en comprar mi novela en toda España. Me ha costado mucho, pero al final
gracias a él, he recordado quien su padre, sabía que había un hombre más que no
recordaba.
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