Ocurrió en Bolivia contra Evo Morales, en Brasil contra Lula, ha ocurrido más reciemente en Perú contra Pedro Castillo. En España los jueces junto con la policía "patriótica" y el gobierno de Rajoy, actuaron como golpistas contra personas y organizaciones de izquierdas, logrando sus objetivos: Podemos, Pablo Iglesias, Ada Colau, Juan Carlos Monedero, Mónica Oltra... La historia se repite cada cada dos por tres, ahora el objetivo es acabar con el gobierno de Pedro Sánchez...
En una sala oscura y opresiva, la atmósfera estaba cargada
de incertidumbre y temor. El juez Juan Carlos Despeinado se encontraba en el
centro de la sala, rodeado por figuras sombrías que parecían emerger de las
sombras mismas. Era un despacho extraño, sin ventanas ni relojes, donde el
tiempo y la justicia parecían suspendidos en un limbo impenetrable, algo que
dejaba claro un crucifijo con un retrato de Francisco Franco a un lado y de
José Antonio Primo de Rivera al otro.
Al fondo de la sala, detrás de un enorme escritorio de
madera carcomida por el tiempo, estaba el juez. Aunque su presencia era
omnipotente, nunca se dejaba ver. Sin embargo, la llegada de una mujer de edad
indeterminada lo hizo salir de su escondite. Su figura emergió tras una pesada
cortina de terciopelo negro, y su voz resonó profunda y distante, como si
proviniera de las profundidades de un abismo insondable. Casi nadie había visto
jamás su rostro, pero todos sentían su autoridad incuestionable.
La mujer, de ojos erráticos, lo miró con severidad,
señalando varios archivos que estaban sobre la mesa, todos numerados
extrañamente con el mismo número: «7291».
—¿Todavía no los has quemado? —preguntó la mujer con voz
sombría.
A su lado aparecieron dos hombres, uno sosteniendo su cabeza
en las manos y otro con gafas, que llevaba las manos encadenadas con un candado
en el que se leía una extraña leyenda en latín: "Non son presidente porque
non quero" (No soy presidente porque no quiero).
El candado, en lugar de llave, llevaba la misma numeración
que los archivos. Los dos hombres, escoltas de la mujer, tenían el rostro
inexpresivo, aunque, si se los miraba fijamente, se podía adivinar el terror en
sus ojos, en los que se reflejaba la figura de la mujer.
—No se puede quemar, estamos en un estado de derecho. No me
puedo jubilar hasta que los resuelva y tengo setenta años…
—Hay cosas más importantes que hacer —señaló la mujer al
hombre con la cabeza en las manos—. Esos papeles hay que anularlos, su señoría
debe anunciar un proceso contra el gobierno, de lo contrario se verá peor que
ese —señaló la aterrorizada cabeza sobre las manos del guardián Pablo—. Él se
atrevió a desafiarme.
—Y yo no soy presidente porque no quiero…—dijo el otro
guardaespaldas.
—¡Cállate, Marcial! Que si no eres presidente es porque a mí
no me da la gana, que ya ha dicho el alcalde de Camuñas que eres un payaso…
—A ver, señor Despeinado, tiene que procesar al presidente…
—No puedo, está aforado —contestó temeroso el juez, sin
atreverse a mirar a la mujer.
—Pues, vamos a ver. ¿A su mujer? Por ejemplo, ella no está
aforada…
—¿Con qué pruebas? La UCO ha dicho que no hay nada…
—Señor Despeinado, ¿no querrá que me suelte la melena?
—amenazó la mujer señalando de nuevo a la cabeza que no estaba sobre sus
hombros.
—Necesitaré algún tipo de pruebas…—titubeó el juez, buscando
refugio detrás de las cortinas.
—Eso está fácil, le digo a mi amigo Eduardo y algún vocero a
sueldo que se invente algo, o insinúe cualquier cosa y adelante.
—¿Cualquier cosa, qué? —volvió a cuestionar el juez.
—¿Qué importa? No hace falta ni pruebas ni nada, solo
moverlo en el juzgado, y sobre todo en los periódicos y televisiones. Ya se
encargarán Ana Conda Quintana, Gusana Grisó, Pablo Amotos y otros de darles
bombo. ¡Ah!, y citas también al presidente.
—No puedo…
—No puedo, no puedo. Me da lo mismo lo que puedas o no, eres
el juez y dictas las leyes o te las inventas, pero es de esto de lo que se debe
hablar y no de esos viejos que de todas maneras se iban a morir igual, y menos
de mi novio… ¿Entendido? —señaló de nuevo la cabeza sobre las manos de su
antiguo amigo.
—Como ordene, su funesta majestad. Así se hará…
Comenzó el proceso, sin pruebas ni información a las partes
de las razones por las que serían acusados y condenados. Silenciosos y
sigilosos, se movían como sombras furtivas periodistas a sueldo y funcionarios
judiciales. Sus rostros estaban cubiertos por capuchas negras, y solo se
vislumbraban sus ojos fríos y calculadores. Eran los encargados de llevar a
cabo las condenas, de materializar la justicia abstracta y distante del
tribunal. Lo importante era que todo el mundo supiera que se había iniciado un
proceso judicial contra la mujer del presidente.
En las televisiones, radios y periódicos no se hablaba de
otra cosa, ni siquiera de los millones que se habían llevado de comisiones,
tampoco de aquel extraño número que aparecía en los expedientes numerados con
el 7291, que terminarían desapareciendo. Por supuesto, nada del novio de su
terrorífica majestad…
La audiencia transcurría en un silencio sepulcral, roto
únicamente por los murmullos inaudibles del juez. Los procesados se sentían
atrapados en un juego cruel y absurdo, donde las reglas les eran desconocidas y
las esperanzas de justicia, inexistentes. Sus argumentos se desvanecían en el
aire espeso de la sala, y cada palabra suya parecía hundirlos más en el abismo,
pasando de testigos a imputados sin llegar a saber las razones del juez.
El gallego, que llevaba la leyenda: "Non son presidente
porque non quero", hablaba de escándalo, de un insulto a la democracia,
una vergüenza para la sociedad, y de la necesidad de convocar elecciones; pero
todo eso mirando a la siniestra mujer que llevaba tatuado en su brazo el mismo
número del expediente: 7291.
—Acuérdate, que la presidenta seré yo. Que tú no serás
presidente porque yo no voy a querer…
©Paco Arenas a 30 de julio de 2024