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Sancho sobre los reyes: «pájaro más inútil que un rey, en ningún barbecho crecerá» |
Encontrándose
Sancho sentado en el poyo de la puerta de su casa cerca de la hora sexta, movía
la cabeza al mismo ritmo que sus dedos el esparto haciendo pleita. El caballero don Quijote se acercó junto con
su delgado galgo mirándolo con fijeza. Tan abstraído estaba el antiguo escudero
en sus pensamientos que no se percató de la presencia de su antiguo amo hasta
que este le tapó la luz del sol, que momentos antes daba sobre el esparto, ya
que más ancha no era la delgada figura de don Alonso Quijano.
—Malo,
malo —murmuró Sancho, terminando esbozando una media sonrisa, levantando los
ojos sin alzar la cabeza —¡Socorro! Se hace de noche a la hora del Ángelus sin
ir a misa.
—¿Qué te
altera amigo Sancho, que hasta la sombra de una lombriz te tapa el sol? —Pregunto
Alonso siguiendo la broma de Sancho.
—¿No
escuchó vuestra merced las malas nuevas? Dicen, don Alonso, a mí no me haga
caso, que el rey se ausenta, con los dineros de todos y sin rendir cuentas…
—Ya lo
dijo el buen Rodrigo Díaz de Vivar, aquel caballero castellano de sin par
bravura: «Muchos daños han venido por los reyes que se ausentan».
—Vuestra
merced sabe que a mi no me importa que huya o que no. Vino desnudo, pues que se
vaya desnudo. Al menos que se quedara con lo que se lleva, y si no es suyo,
rinda cuentas y devuelva lo que no le pertenezca, que para ladrones en estas
tierras ya tuvimos bastantes con los «correas» y los «cocinas».
—¿Querrás
decir la Gürtel y Kitchen?
—Digo lo
que he dicho, no dicen que tenemos que hablar castellano y «res mes». Pues no voy a hablar en alemán, que no
llegué aprenderlo. Vuestra merced, me entiende bien… ¿no? Quien roba debe devolver
lo robado y todo aquel que saquea las arcas públicas o se lleva el dinero al extranjero
para no pagar a Hacienda, son delincuentes y como tal deben rendir cuentas,
devolver lo robado y después ser juzgados y condenados de acuerdo a sus faltas.
Se llamen Pepe, Juan o María Santísima…
—La
Justicia y la Fiscalía sabrán lo que tienen que hacer…
—No diga
vuestra merced tonterías, que lo tengo por sabio —dijo soltando la pleita y haciéndole
un gesto a don Alonso para que se sentase a su lado.
—Estaríamos
mejor a la sombra. Se te está calentando la sesera más de la cuenta y llevas más
lío en la cabeza que esparto en un escriño de pan. Es cierto, lo que dices y
piensas. Los jueces, fiscales y hasta la mayoría de los diputados callan y
agachan la cerviz como perros asustados hartos de latigazos…
—Nadie
les pega. Son babosas por voluntad propia…
—Ya, pero
piensan que si se mueve las cosas del rey y le da a la gente por pensar,
peligra su estatus…
—Así que
prefieren «bacinear» antes que ajustar la cuenta a
los ladrones, porque ya lo dijo otro ladrón, muy amigo del rey huido y del
señor X : «Si se siega una rama del
árbol, caen las demás» o «Si se
sega una branca de l'arbre, cauen les altres.»
— Ara
parles català?
—¡Copón!
—Exclamó SanchoY lo que haga falta, con tal de que a vuestra merced le entre en
la cabeza. Si el rey ha regalado a su amante sesenta y cinco millones, es
porque se ha metido en la bolsa muchos más. Y eso malo, peor es que con el
dinero de todos le paguemos una paga vitalicia a otra de sus amantes, y se diga
que eso no se puede investigar…
—¡Oh! ¡Por
Dios! Sancho, son cosas privadas, cosas del pasado…
—Don
Alonso, si yo ahora le robo a Rocinante, ese cuero de vino que tanto en estima
tiene o mejor, voy a la era que tiene la mies puesta al sol y la cargo en mi
caro. Cuando vuestra merced me lo reclame, ya será cosas del pasado, y el cuero,
el caballo y la mies, si están en mi casa, según esa razón, serán míos, porque
serán cosas del pasado… Que sabe que digo
la verdad.
—Grandes
verdades dices, amigo Sancho, pero los reyes son inviolables ante la ley, no
pueden ser juzgados salvo por Dios y su corte celestial…
—No me
toque vuestra merced los bemoles, que me cuelgan ya más de la cuenta y la lanza
no mira para arriba desde que soy abuelo. Siempre me dijo vuestra merced, que
quien la hace la debe pagar, y quien rompe virgo debe asumir la preñez de sus
actos.
—No te
alteres y presta más atención a la pleita, que te está saliendo mal la espiguilla.
Llevas razón, ¿pero no querrás que seáis
los gañanes habitéis palacios en lugar de los reyes?
—Ahora sí
que sí, querido don Alonso, bien sabe vuestra merced, que no es cierto que los
pobres ocupemos palacios, ni aspiremos a ello. Mas tendrá que estar de acuerdo
vuestra merced, que los gañanes somos mucho más sustanciales que los reyes,
porque esos sí que no sirven para nada. Pájaro más inútil que un rey en ningún
barbecho crecerá, hasta la grama tiene más provecho que ellos, al menos sirve
de alimento para los borregos. Eso, y disculpe vuestra merced, que los reyes,
jueces, fiscales y diputados, bien pagados sí que están, para que encima se
apropien de lo que no deben.
—Y tanto,
amigo Sancho, están muy bien pagados y además mantenidos a cuerpo de rey, sin
dar un palo al agua, eso es verdad…
—Y a
pesar de ello, nos roban a quienes les damos de comer.
—Gran
verdad es. No te lo voy a negar. Es lo que tiene ser inviolable ante la ley,
que pueden robar, abusar de doncellas, o matar, con total impunidad, ya te
dicho que ellos, responden solo ante la Corte Celestial.
—Entonces…,
si nos roban, ¿esperamos a que se mueran para que los juzgue Dios, que siempre
anda ausente?
—Deberían
pagar sus culpas ante sus vasallos, porque el rey que oculta la verdad o miente
a su pueblo, no merece ser ni rey ni otorgarle el mérito que no tiene. Y desde
luego, desde que tengo conocimiento todos los reyes de España han pecado de lo
mismo…
—Pues eso
digo yo, que a todos nos gusta la jodienda y comer lechal en lugar de ovejo
viejo. Y quienes sudamos el pan que comemos, quienes trabajamos, no nos llega el
jornal y si como
vuestra
merced y yo, ya estamos jubilados, por mucho que estiremos, no saltamos la
comba…
—Buena
panza si tienes…—se burló Alonso.
—Por eso.
No tengo los cuartos que vuestra merced. No me llega la paga de la jubilación para
comer jamón, tengo que comer tocino gordo y gachas con mucho pan…
—¿Ya
estamos con las indirectas?
—No, me
lo tome en cuenta. Estoy con esto de los ladrones y sus rimas, que me cabreo…
—Pero, Sancho,
hombre, que te va a dar un «parraque». Reyes va a ver siempre…
—Pues ya
lo decía mi padre, el mejor rey, el que no existe. Además, no contentos, don
Alonso, nos llaman plebeyos y gañanes. No se ofenda, si le digo que mejor
darles una patada en sus inútiles posaderas y echarlos de los palacios...
—¿Vas a meter a gañanes y piratas?
—No, en su
lugar, meter a los sabios, para que enseñen a los hijos de los gañanes a ser
hombres de provecho, ya que quienes los habitan, no dan ni provecho ni
beneficio, ni a España, ni a quienes los mantenemos.
—Grandes
verdades dices, amigo Sancho, el comportamiento de los reyes y sus secuaces,
hasta las piedras hacen enojar.
—Yo, que
soy un humilde labrador, no quito ni pongo rey, pero cavilo — tocándose la sien,
Sancho —. Quienes mantenemos sean reyes, diputados, jueces o fiscales, somos
los gañanes y plebeyos, como ellos nos llaman. Ellos son nuestros mantenidos y
quienes pagamos sus queridas, por tanto, deberíamos decidir si queremos o no
queremos rey... ¿Vale?
—¡Vale! ¡Vale!
Amigo Sancho —intentando tranquilizar don Quijote a Sancho —. Llevas razón quien
paga o mantiene, es quien debe decidir.
—Por eso.
La monarquía, de haberla, debe ser electiva…
—A eso se
le llama República —le cortó don Quijote.
—Me toma
vuestra merced por ignorante, ¿no recuerda lo que me explico de los reyes godos?
Pues eso. Pero sí, mejor la República, que es de personas civilizadas…
—Más
vale, porque mal andaríamos con la monarquía electiva visigoda. Anda a mi casa,
que tengo un pernil de gorrino negro sin empezar…
—A mí
también me gusta más el rey Baltasar, buenos y los otros dos, porque como todos
los reyes, trabajan solo un día al año y encima es mentira, pero al menos no
existen y no nos cuestan los cuartos…
Y de esto no echéis la culpa a Cervantes, que lo ha escrito
alguien con menos genialidad, un tal Paco Arenas ¿Vale?
©Paco Arenas, autor de "Magdalenas sin azúcar" y "Águeda y el secreto de su mano zurda". Novelas recomendadas por catedráticos de literatura e historia.