sábado, 5 de julio de 2025

No te confundas

 


No te confundas, ni confundas al explotador con un campesino

Pinarejo, mi pueblo, tiene la décima parte de habitantes que hace cuarenta años.

Cuando en Pinarejo se pisaban los charcos y las botas de agua eran más una necesidad que un juguete, cuando esos charcos se helaban y jugábamos, en nuestra inconsciencia, a romper el hielo.

Cuando ver un coche en la plaza o en la Carrera podía llegar a ser un acontecimiento digno de verse.

Cuando las mujeres iban a la fuente a por agua y los hombres al pozo de la plaza a dar de beber agua salobre a las mulas y borricos.

 Cuando a los novios forasteros de las mozas del pueblo se llevaban al pilón, terminando en fiesta alrededor de un lebrillo de cuerva...

Cuando la dula era real y no una palabra en peligro de extinción que nadie igual que ahora la vida joven en los pueblos...

Cuando las gallinas comían en el corral y nosotros, cuando hacíamos de vientre en el mismo, no dejábamos ni rastro, porque las gallinas se habían comido nuestras heces, y luego, qué buenos estaban aquellos huevos de corral.

Cuando el cura de los capones nos pegaba cada uno que encendía lumbre y amenazaba a nuestros padres si no íbamos a misa...

Cuando Paquillo, que nos dejaba ver los tres mosqueteros en su bar, nos decía: «Chiquillos, que vienen los guardias, cada uno a vuestra casa» y era verdad, les teníamos miedo a los guardias y los chiquillos corríamos a escondernos a nuestras casas. Les teníamos aún más miedo que al cura de los capones….

Cuando los guardias robaban a la gente, los denunciaban y, si abrían la boca, les pegaban una paliza...

Cuando obligaban a cambiar el trigo por vales de harina y quien más ganaba, tampoco entonces era el campesino, que diempre perdía, pero si protestaba o se quejaba, estaban los guardias para repartir más hostias que el cura de los capones.

Cuando el pan se cocía en el horno del callejón de la calle Nueva, amasado por las mujeres, y se guardaba en escriños durante más de quince días... y era lol que más se comía "me gusta mucho el queso, me como un pan con una uña de queso"...y siendo verdad, el pan era lo que llevaba.

Cuando nos bañábamos en una artesa de madera puesta al sol para que se calentase, o con unas cuantas ollas de agua caliente y fría, de todos modos. Porque no entonces no salía el agua del grifo, porque no había ni grifo…

Cuando comíamos los potajes hechos a fuego lento en la lumbre, y muchas mañanas, por no decir la mayoría, sobre todo en el invierno, gachas de harina de guijas o almortas, no como un manjar exquisito ocasional, sino como algo necesario, por no haber otra cosa..., a pesar de producir latirismo...

Cuando solo se comía pollo en las grandes ocasiones...

Cuando nuestros padres escuchaban la radio en silencio y con miedo, al sintonizar emisoras como Radio España Independiente, pero era la única oportunidad de tener algo de esperanza...

Cuando los más ladrones y se llamaban a sí mismos, españoles de bien y patriotas… Igual que ahora se autodenominan constitucionalistas.

Cuando la palabra Libertad estaba tan solo en el escudo, y era la gran ausente entre quienes vivían del sudor de su frente y no del sudor del de enfrente…

Cuando la leche en polvo americana era la única leche que tomábamos, y el chocolate Josefillo era nuestro preferido, porque no teníamos para comprar Nieto y lo comprobamos por onzas sueltas…

Cuando íbamos con dos reales a comprar sardinas en escabeche para el mojete, porque no teníamos cuartos para comprar la lata entera...

Cuando Pablo el Correo necesitaba descifrar las cartas que llegaban desde Ibiza, porque ni sabía escribir bien el remitente ni leer el destinatario...

Cuando jugábamos en la calle y ya teníamos callos en las manos de trabajar en el campo...

Cuando quienes peinamos canas o tenemos la frente despejada éramos jóvenes...

Cuando el terrateniente con contactos en el Ministerio plantaba manzanos en un secarral y cobraba más subvenciones que si hubiesen echado manzanas…

 

Cuando el Ministerio obligaba a los campesinos a sembrar remolacha azucarera y no sabían el precio al que les pagarían la remolacha hasta un mes o dos después, les pagaban lo que les daba la gana a porque las subvenciones estaban para quienes plantaban manzanos que nunca daban manzanas…

Entonces como ahora, nada tenían que ver los campesinos con los terratenientes, los primeros trabajaban, los segundos parasitaban… Como ahora…

Cuando en Pinarejo había gente y los de siempre, los que se llevaban las ayudas y robaban la harina repartiendo leña, nos fueron tirando de nuestra tierra…


©Paco Arenas, sus libros y relatos...

©Paco Arenas

 

Foto de la plaza de Pinarejo, años sesenta, posiblemente el Domingo de Ramos

sábado, 10 de mayo de 2025

El brazo perdido de Ramón del Valle Inclán

 



 

No fue enterrado en caja noble ni junto a los mártires del estilo, porque tú nunca fue ni mártir ni elegante. Solo colgabas del maestro como un adorno obediente, sin chispa, sin verbo, como la media de una beata: útil, sí… pero estéticamente dudoso. Fue a la caja de desechos de un hospital, porque a los perros no se lo iban a dar.

El día en que se fue, no lo hizo por heroísmo ni por salvar a una doncella de un carruaje desbocado, sino por un bastonazo en un café lleno de mediocres. Qué ridículo final para el brazo de un genio, que jamás empuñó la espada ni pluma alguna. Se fue por la puerta pequeña de una pelea de taberna.

Fue en Madrid, esa Babilonia castiza de humo, atascos y opiniones mal hervidas, donde el vino causa menos estragos que los protocolos sobre las residencias de ancianos.
Ocurrió en el Café de la Montaña, aquel lupanar de ideas rancias y tertulias desdentadas, donde las palabras se derramaban con más prisa que el vino peleón. Allí se reunían los intelectuales como quien se reúne en una trinchera: con café amargo, humo espeso de puros y cigarrillos mal liados, y el insulto elegante siempre preparado en los labios.

Valle-Inclán, ya célebre por su lengua larga y su aspecto de profeta en ayunas, discutía con el periodista Manuel Bueno Bengoechea, quien tampoco era flor de convento: joven, afilado, y tan amante del verbo como enemigo de que le contradijeran.


El origen del enfrentamiento varía según el cuentista. Unos dicen que fue por política, otros que Valle se burló de algo escrito por Bueno. También se murmura que el gallego —con esa socarronería que ya traía de serie— soltó alguna frase despectiva y, como era costumbre suya, no pidió disculpas. Más elegante que su imitador también gallego, Camilo José Cela, pero no menos punzante.

El momento clave llegó cuando Bueno, plumífero de diario —hombre sin metáfora ni espina dorsal, pero con bastón largo y lengua corta— pasó de las letras al bastonazo.
El golpe alcanzó el brazo izquierdo de Valle, ese que antes escribía cartas de amor y ahora servía solo de carne para los insectos.
Llevaba una pulsera de plata ajustada —como los poetas que se disfrazan de santos con detalles de bandolero—, y esa joya, al parecer, agravó la herida. La infección hizo el resto. La gangrena se instaló con toda su ceremonia. La herida fue poca. El veneno vino después. Gangrena. La palabra suena como un ladrido en la noche.
Los médicos —maestros del bisturí y del espanto— dictaminaron cortar por lo sano. Ramón, artista de alma barroca, aceptó el designio con la serenidad de quien sabe que a los elegidos no se les permite tenerlo todo.

Perdió el brazo, sí. Pero ganó una silueta. Desde entonces fue menos hombre, pero más leyenda. Como Cervantes, que perdió la mano en Lepanto, él la perdió en Madrid: la batalla fue menos gloriosa, pero el mito… El mito se alimenta mejor del escándalo que del honor.

Y así quedó: con una manga vacía que ondeaba al viento como bandera de una estética superior. Su cuerpo, mutilado, se volvió emblema. Su sombra, más larga. Y su bastón, más sonoro al golpear el empedrado.
Porque si debía ir manco, iría como un caballero de otros tiempos: con verbo encendido y lengua más afilada que la hoja del cirujano que lo cercenó.

 

Sobre su brazo perdido, Valle, maestro del esperpento, dejó algunas frases dignas de altar y taberna:

Faltando carne para el estofado, pidió un cuchillo afilado y ordenó:« ¡Corta un buen trozo de esto! En esta casa nunca va a faltar la comida.»


«No tengo el brazo izquierdo, pero me queda el derecho... que es con el que escribo.» (A un periodista que creyó que le estaba preguntando por la salud.)


«¿Venganza? Le he perdonado el brazo… porque gracias a él soy inmortal.»


«Los demás escriben con las dos manos. Yo escribo con una… y aún así me sobran dedos para dejarles atrás.»

 

©Paco Arenas 10 de mayo de 2025

miércoles, 18 de diciembre de 2024

La noche que hablé con don Juan Tenorio


Era una noche fría
en las puertas de un monasterio
de la castellana Guadalajara.
Sentí miedo, no lo niego,
mis palabras parecían flores muertas,
salidas de mi temblorosa boca
desde lo más profundo de mi sueño.
—¿Buscas a Inés entre los muertos?
Sentí la sed de los desiertos,
quise huir del azogue del espejo
atrapado sobre sábanas revueltas.
—No huyas, que ella te espera
sin prisas en la castellana Guadalajara
para besarte los labios
en la noche de los muertos.
—Tengo prisa,
muchas cosas que hacer,
labios que besar,
para, para, no tan deprisa.
No quiero pararme escuchar
palabras de Dios o del Diablo.
—Dios o diablo,
¿qué más da,
si ninguno de los dos te ha de escuchar.
Ella te espera,
y no podrás escapar.
—Me voy lejos,
Pongo tierra de por medio.
No he de besar labios
que no amé ni amo.
Que espere sentada
en los salones de los palacios
que nunca he de pisar.
—Corre, corre,
que ella te está esperando
con sus hábitos desgarrados
y sus labios de muerta,
su matriz huera
y su risa silenciosa,
paciente tu llegada
en la Castellana Guadalajara.
Paco Arenas en Guadalajara-Castilla 2 de noviembre de 2019

sábado, 28 de septiembre de 2024

«Aroma a flaó», (que transcurre en Sant Antoni de Portmany) premiado en la Revista Zenda


 Después de ocho años sin participar en ningún concurso, volví a participar y he sido premiado.

Ganador y finalistas del concurso de relatos Días inolvidables El ganador del concurso de relatos #díasinolvidables, organizado por Zenda y patrocinado por Iberdrola, es Antonio Iniesta Ortuño, autor del relato ‘El pasadizo’, premiado con 1.000 euros. Los dos finalistas del certamen, en el que han participado un total de 491 historias, son Jesús Gella Yago —autor de ‘Los veranos sin Lope’— y Francisco Martínez López (Paco Arenas—autor de ‘Aroma a flaó’—, que recibirán por su parte 500 euros cada una. El jurado ha valorado la calidad literaria y la originalidad de los textos presentados.

 El jurado es  de lujo, ha estado formado por Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Paula Izquierdo y Miguel Munárriz.
El relato se puede leer en el enlace de ZENDA



viernes, 2 de agosto de 2024

Los jueces, los golpistas del siglo XXI (inspirado en «El proceso de Kafka»)

 

Ocurrió en Bolivia contra Evo Morales, en  Brasil contra Lula, ha ocurrido más reciemente en Perú contra Pedro Castillo. En España los jueces junto con la policía "patriótica" y el gobierno de Rajoy, actuaron como golpistas contra personas y organizaciones de izquierdas, logrando sus objetivos: Podemos, Pablo Iglesias, Ada Colau, Juan Carlos Monedero, Mónica Oltra...  La historia se repite cada cada dos por tres, ahora el objetivo es acabar con el gobierno de Pedro Sánchez...  



En una sala oscura y opresiva, la atmósfera estaba cargada de incertidumbre y temor. El juez Juan Carlos Despeinado se encontraba en el centro de la sala, rodeado por figuras sombrías que parecían emerger de las sombras mismas. Era un despacho extraño, sin ventanas ni relojes, donde el tiempo y la justicia parecían suspendidos en un limbo impenetrable, algo que dejaba claro un crucifijo con un retrato de Francisco Franco a un lado y de José Antonio Primo de Rivera al otro.

 

Al fondo de la sala, detrás de un enorme escritorio de madera carcomida por el tiempo, estaba el juez. Aunque su presencia era omnipotente, nunca se dejaba ver. Sin embargo, la llegada de una mujer de edad indeterminada lo hizo salir de su escondite. Su figura emergió tras una pesada cortina de terciopelo negro, y su voz resonó profunda y distante, como si proviniera de las profundidades de un abismo insondable. Casi nadie había visto jamás su rostro, pero todos sentían su autoridad incuestionable.

 

La mujer, de ojos erráticos, lo miró con severidad, señalando varios archivos que estaban sobre la mesa, todos numerados extrañamente con el mismo número: «7291».

 

—¿Todavía no los has quemado? —preguntó la mujer con voz sombría.

 

A su lado aparecieron dos hombres, uno sosteniendo su cabeza en las manos y otro con gafas, que llevaba las manos encadenadas con un candado en el que se leía una extraña leyenda en latín: "Non son presidente porque non quero" (No soy presidente porque no quiero).

 

El candado, en lugar de llave, llevaba la misma numeración que los archivos. Los dos hombres, escoltas de la mujer, tenían el rostro inexpresivo, aunque, si se los miraba fijamente, se podía adivinar el terror en sus ojos, en los que se reflejaba la figura de la mujer.

 

—No se puede quemar, estamos en un estado de derecho. No me puedo jubilar hasta que los resuelva y tengo setenta años…

 

—Hay cosas más importantes que hacer —señaló la mujer al hombre con la cabeza en las manos—. Esos papeles hay que anularlos, su señoría debe anunciar un proceso contra el gobierno, de lo contrario se verá peor que ese —señaló la aterrorizada cabeza sobre las manos del guardián Pablo—. Él se atrevió a desafiarme.

 

—Y yo no soy presidente porque no quiero…—dijo el otro guardaespaldas.

 

—¡Cállate, Marcial! Que si no eres presidente es porque a mí no me da la gana, que ya ha dicho el alcalde de Camuñas que eres un payaso…

 

—A ver, señor Despeinado, tiene que procesar al presidente…

 

—No puedo, está aforado —contestó temeroso el juez, sin atreverse a mirar a la mujer.

 

—Pues, vamos a ver. ¿A su mujer? Por ejemplo, ella no está aforada…

 

—¿Con qué pruebas? La UCO ha dicho que no hay nada…

 

—Señor Despeinado, ¿no querrá que me suelte la melena? —amenazó la mujer señalando de nuevo a la cabeza que no estaba sobre sus hombros.

 

—Necesitaré algún tipo de pruebas…—titubeó el juez, buscando refugio detrás de las cortinas.

 

—Eso está fácil, le digo a mi amigo Eduardo y algún vocero a sueldo que se invente algo, o insinúe cualquier cosa y adelante.

 

—¿Cualquier cosa, qué? —volvió a cuestionar el juez.

 

—¿Qué importa? No hace falta ni pruebas ni nada, solo moverlo en el juzgado, y sobre todo en los periódicos y televisiones. Ya se encargarán Ana Conda Quintana, Gusana Grisó, Pablo Amotos y otros de darles bombo. ¡Ah!, y citas también al presidente.

 

—No puedo…

 

—No puedo, no puedo. Me da lo mismo lo que puedas o no, eres el juez y dictas las leyes o te las inventas, pero es de esto de lo que se debe hablar y no de esos viejos que de todas maneras se iban a morir igual, y menos de mi novio… ¿Entendido? —señaló de nuevo la cabeza sobre las manos de su antiguo amigo.

 

—Como ordene, su funesta majestad. Así se hará…

 

Comenzó el proceso, sin pruebas ni información a las partes de las razones por las que serían acusados y condenados. Silenciosos y sigilosos, se movían como sombras furtivas periodistas a sueldo y funcionarios judiciales. Sus rostros estaban cubiertos por capuchas negras, y solo se vislumbraban sus ojos fríos y calculadores. Eran los encargados de llevar a cabo las condenas, de materializar la justicia abstracta y distante del tribunal. Lo importante era que todo el mundo supiera que se había iniciado un proceso judicial contra la mujer del presidente.

 

En las televisiones, radios y periódicos no se hablaba de otra cosa, ni siquiera de los millones que se habían llevado de comisiones, tampoco de aquel extraño número que aparecía en los expedientes numerados con el 7291, que terminarían desapareciendo. Por supuesto, nada del novio de su terrorífica majestad…

 

La audiencia transcurría en un silencio sepulcral, roto únicamente por los murmullos inaudibles del juez. Los procesados se sentían atrapados en un juego cruel y absurdo, donde las reglas les eran desconocidas y las esperanzas de justicia, inexistentes. Sus argumentos se desvanecían en el aire espeso de la sala, y cada palabra suya parecía hundirlos más en el abismo, pasando de testigos a imputados sin llegar a saber las razones del juez.

 

El gallego, que llevaba la leyenda: "Non son presidente porque non quero", hablaba de escándalo, de un insulto a la democracia, una vergüenza para la sociedad, y de la necesidad de convocar elecciones; pero todo eso mirando a la siniestra mujer que llevaba tatuado en su brazo el mismo número del expediente: 7291.

 

—Acuérdate, que la presidenta seré yo. Que tú no serás presidente porque yo no voy a querer…

 

©Paco Arenas a 30 de julio de 2024

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