domingo, 31 de enero de 2016

El Lazarillo de Tormes - La segunda parte (Amberes 1555) Capítulo IXº

Durante los próximos días publicaré completa la segunda parte del Lazarillo (Edición de Amberes de 1555)
Continuó colgando capítulos de este libro desconocido por la inmensa mayoría de las personas, incluidos profesores y lingüistas: la Segunda parte del Lazarillo:

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Capítulo IXº

Siempre se ha dicho que las débiles ovejas si se ven asediadas suelen hacer frente a los carniceros lobos. Así ocurrió y así lo cuento. El miedo ata y nos hace débiles pero si somos capaces de unirnos podremos vencer a los lobos.

     Y yendo con el furor y velocidad que he dicho, llegamos a una gran plaza donde se encontraba la torre de la prisión. Nunca el socorro llegó tan a tiempo, ni siquiera aquel buen Escipión, El Africano, socorrió a su patria, ocupada por el gran Aníbal, como nosotros socorrimos al buen Licio. Finalmente el mensajero al cual encomendó el traidor la misión, supo tan bien negociar, y los señores jueces, así mismo quisieron contentar aquel malvado gran señor y favorito del rey, para que después le dijese al rey que tenía muy buena justicia y quienes la ejecutaban eran muy eficientes a la hora de adminístrala, y así subir escalones en el escalafón.  ¡Así les ayude Dios! Cuando llegamos tenían al nuestro buen capitán Licio sobre el cadalso, y su hermosa su mujer con él dándole los últimos besos, que con grandes ruegos dejaron acercarse a ella y Melo, ya sin esperanza de volverle a ver vivo.

Se habían congregado en torno de la plaza y las calles aledañas más de cincuenta mil atunes de la compañía del capitán general, a los cuales les habían encargado la guardia del buen Licio. El verdugo metía mucha prisa a la señora capitana para que se apartase de allí y le dejase hacer su trabajo, el cual tenía en su boca una muy gruesa y aguda espina de ballena, del largo de un brazo para meterle por las agallas a nuestro buen capitán, que así mueren quienes son hidalgos.  Y la triste hembra, muy a su pesar, dejando paso al cruel verdugo, con grandes lloros y gemidos, que ella y su compañía daban, el buen Licio se tendía para esperar la muerte cerrando para siempre sus ojos por no verla, ya que el verdugo, como es costumbre, le había pedido perdón.  A continuación comienza el verdugo a tocarle el punto más propicio para que la muerte fuese más rápida y menos dolorosa.  Fue entonces cuando llegamos y Lázaro atún con su toledana espada comenzó el ataque hiriendo y matando a cuantos le salían al paso. Llegué tan a tiempo, que es licito creer que me guio Dios de su mano, que siempre quiere socorrer a los buenos cuando tienen más necesidad. Llegando al lugar que digo, y visto peligro en que el amigo estaba, di una gran voz, como la que solía dar en Zocodover, antes que llegase el verdugo a hacer su trabajo. Le dije:
—Vil villano, detén tu mazo, si no morirás por ello.

     Fue mi voz tan espantosa y e infundió tal temor, que no sólo al verdugo, sino a todos los demás que allí estaban dio espanto, y no es de maravillar, porque, de verdad, a la boca del infierno sonó mi voz, fue tal que espantaría a los aterradores demonios, hasta el punto me entregarían las atormentadas ánimas. El verdugo, atónito al oírme, aterrado,  y al ver de ver el velocísimo ejército que me  seguía, esgrimiendo mi espada a una y a otra parte para así infundir  más miedo,  me esperó.  Como yo llegué antes de que pudiese reaccionar, me pareció mejor asegurar el campo, y di al pecador una estocada en la cabeza, por lo que cayó muerto al lado del que nada de esto veía. Aunque animoso y esforzado, la tristeza y pesar de verse de tan injusta y de mala manera morir, esperaba la muerte y había perdido el sentido.   Cuando así le vi, pensé si para nuestra desdicha mía, había sucedido antes de que yo llegase o por miedo hubiese muerto, y con esto apresuradamente me acerqué a él llamándole por su nombre; a las voces que le di levantó un poco la cabeza y abrió los ojos. Y como me vio y reconoció, como si de la muerte resucitara, se levantó, y sin mirar nada de lo que pasaba se vino a mí, y yo le recibí con el mayor gozo y alegría que jamás ni antes ni después tuve, diciéndole:

—Mi buen señor, quien en tal situación os puso, no os debe amar como yo.

— ¡Ay, mi buen amigo! —Me respondió —que bien me habéis pagado lo poco que me debías. ¡Ruego a Dios me dé lugar para poder pagar lo mucho que hoy me habéis hecho!

—No es tiempo, mi señor —le respondí —de hacer estas ofertas donde tanta voluntad de todas partes sobra. Mas centrémonos en lo que conviene, pues ya veis lo que pasa.

     Metí mi espada entre el cuello y corte un cabo de cuerda con la que estaba atado. Cuando estuvo libre, tomó una espada de uno de nuestra compañía, y fuimos a donde estaba su hembra y Melo y quienes con ellos se encontraban, que estaban atónitos y fuera de sí de alegría y de ver lo que veían, todos dándome las gracias por mi valor.
—Señores — dije —habéis luchado como buenos soldados. Yo, de aquí adelante y mientras tenga vida, haré lo que pueda para estar a vuestro servicio y de Licio, mi señor; no hay tiempo de hablar, pero sí de hacer algo, no os apartéis de nosotros, quienes venís desarmados, y así no recibiréis daño. Y vos, señor Melo, coge un arma y cien atunes de vuestra escuadra con sus espadas y no hagas ninguna otra cosa que seguirnos.  Mira por tu hermana y esas otras hembras, porque nosotros debemos resolver otros negocios y lograr la victoria. Estamos obligados a tomar venganza de quien tanta tristeza y sufrimiento nos ha provocado.

     Melo hizo lo que le ordené, aunque me di cuenta de que él hubiese preferido acompañarnos y estar más expuesto al peligro. Junto con Licio, nos metimos entre los nuestros, que andaban tan bravos y ejecutores que pienso, que ya habrían matado más de treinta mil atunes. Cuando nos vieron entre ellos y reconocieron a su capitán, nadie se puede imaginar la alegría que sintieron. Allí el buen Licio, haciendo maravillas con su espada y su persona, mostraba a los enemigos la mala voluntad que en ellos había conocido, matando y derribando a diestro y siniestro cuantos ante sí hallaba; mas a esta hora ellos iban tan maltrechos y desbaratados, que ninguno de ellos hacía otra cosa sino en huir, esconderse y meterse por entre aquellas casas sin ofrecer resistencia de ningún tipo. Siempre se ha dicho que las débiles ovejas si se ven asediadas suelen hacer frente a los carniceros lobos. Así ocurrió y así lo cuento. El miedo ata y nos hace débiles pero si somos capaces de unirnos podremos vencer a los lobos.

©Paco Arenas

 



sábado, 30 de enero de 2016

La Celestina - Tragicomedia de Calisto y Melibea (Mi última adaptación)




Leer los clásicos es encontrarse con nuestro orígenes más fascinantes de nuestra literatura. Pero cuando con doce, trece o quince años, o incluso siendo adultos, nos enfrentamos a una clásico como La Celestina, El Lazarillo de Tormes, El Conde Lucanor, e incluso el Quijote, nos resulta muy difícil hacerlo, y, en no pocas ocasiones desistimos, a pesar de ser autenticas joyas.

Con la Celestina he querido continuar con la tarea comenzada con mis "lazarillos"; pero dando un paso más. No me he conformado con hacer una adaptación para leer la obra sin necesidad de leer los pies de página. He añadido  pies de página, que no buscan aclarar el significado de las palabras, porque eso ya está hecho con la adaptación, sino aclarar cuestiones e interpretaciones de la obra. He procurado buscar el equilibrio entre las formas originales y el castellano actual, ser fiel a las formas y a la vez utilizar el castellano actual en la medida de lo posible.

 Además al libro he añadido dos anexos, de lo que me apasiona tanto como la literatura, la historia, por tanto el libro queda formado con tres apartados:

La Celestina -Tragicomedia de Calisto y Melibea (Fernando de Rojas):

La obra adaptada con más de 160 anotaciones para facilitar el estudio o aclarar conceptos, siendo totalmente prescindibles para realizar la lectura con fluidez.


Relaciones sociales, matrimonio, sexualidad y mancebía en tiempos de La Celestina:

La sociedad del siglo XV, centrada principalmente en el mundo en que se desarrolla la acción:
1)      Relaciones sociales.
2)      Matrimonio.
3)      virginidad y reparación de virgos.
4)      Sobre mancebos, mancebas, amantes, mujeres entretenidas, sobrinas, criadas y consentidores y el por qué a las prostitutas se les llama rameras.
5)      Métodos anti conceptivos

Principales aspectos de La Celestina:

 Apuntes sobre la obra y los personajes.


La Celestina es una obra de obligada lectura, que como todos los clásicos se ve dificultada por el lenguaje en que está escrita. Por tanto es preciso adaptarla al castellano actual, manteniendo la estructura original, para que así sea posible leerla de manera fácil y sin ningún tipo de traba lingüística, no obstante siendo respetuoso al máximo con la obra. La obra está totalmente adaptada al castellano actual salvo los versos acrósticos[1] iniciales, por razones obvias. No se trata de una adaptación libre, sino de eso, de una adaptación escrita al modo y formas actuales, siempre que con ello no se altere la esencia.  Al adaptar “La Celestina — Tragicomedia de Calisto y Melibea” he seguido parecidos criterios a cuando adapté “El lazarillo de Tormes”, número uno en ventas en Amazon en su categoría en alguna ocasión, dentro de su categoría “Ficción clásica”.   Sin embargo con esta obra de Fernando de Rojas he querido ir un paso más adelante: hacerla útil para los estudiantes, incluyendo dos anexos e innumerables anotaciones en pies de página, que no buscan aclarar el significado de las palabras, porque eso ya está hecho con la adaptación, sino aclarar cuestiones e interpretaciones de la obra.
Paco Arenas.



[1] Versos acrósticos: Composición poética en la que las letras iniciales, medias o finales de cada verso u oración, leídas en sentido vertical, forman un vocablo o una locución.

Gachas manchegas de harina de almortas con gambas


Siempre se ha hecho con panceta o hígado, pero el año pasado un primo mío las hizo con gambas, y hoy, me he atrevido yo, y la verdad es que he quedado satisfecho y aunque más caro, resulta más ligera la digestión.







Ingredientes para 4 personas, que son los que estábamos:

4 cucharadas soperas de Harina de Almortas (una por persona)
8 Gambones grandes o más.
200 grs. De gambas peladas.
1 cabeza de ajos, si son de Pinarejo, mejor.
Medio vaso de aceite oliva  
1/2 litro de caldo de pescado
1 cucharada de pimentón dulce.
Sal




Preparación:

 Calentar aceite en una sartén y freír los dientes de ajo, sofreírlos, junto con los gambones y las gambas, cuando estén las gambas, retirar las tres cosas y resérvalas. (Si se quiere, se les quita la cabeza a las gambas (sin chuparlas, por grande que sea la tentación) y se trituran y se pasan por un chino para añadir al caldo de pescado.


Añadir el pimentón en la sartén y sofreír a fuego muy lento y de inmediato añadir la harina de guijas, titos o Almortas, (en Pinarejo guijas) también a fuego lento.

Mezclar bien con el pimentón y sofreírlo todo durante 2 minutos aproximadamente.

Añadir el caldo de pescado sin dejar de remover, hasta que la mezcla sea espesa, añadir poco a poco la sal necesaria y los ajos que freímos al principio y las gambas peladas (yo he triturado los ajos).

Sin dejar de remover, esperar que el aceite y la grasa suban a la superficie (15 – 20 minutos)

Dejar reposar 5 minutos y servir en la sartén.

Los gambones para el final.

En Pinarejo se acompaña con pimiento en salmuera amarillo, guindilla o cebolla.



domingo, 24 de enero de 2016

El Lazarillo de Tormes - La segunda parte (Amberes 1555) Capítulo VIIIº

Durante los próximos días publicaré completa la segunda parte del Lazarillo (Edición de Amberes de 1555)Continuó colgando capítulos de este libro desconocido por la inmensa mayoría de las personas, incluidos profesores y lingüistas: la Segunda parte del Lazarillo:


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CAPÍTULO VIIIº

 La traición del general

     Muy de mañana emprendimos el camino con mucha prisa por llegar, encargando de la pesca a quienes vimos más capacitados para abastecer la compañía. Como no era intención detenernos en la caza, les informé donde se encontraba preso nuestro amigo y capitán, así como el lugar donde pensábamos montar nuestro campamento.   Al cabo de tres días llegamos a tres millas de la Corte, y para no se supiese de nuestra llegada y se pusiesen en alerta, acordamos avanzar solo de noche.  Mandamos unos cuantos atunes como espías a la ciudad, los mismos que habían traído la noticia, para que se enterasen bien de cuál era la situación, y así saber lo que nos encontraríamos al llegar,  cuando regresaron fue para darnos casi  la peor noticia que hubiésemos deseado.
     Llegada la noche, acordamos que la señora capitana con sus hembras, acompañadas de Melo, junto con quinientos atunes sin armas, de los más sabios y viejos, fuesen a hablar con el rey y le suplicasen que tuviese a bien examinar con  justicia el expediente de su marido y hermano; mientras que yo con todos los demás me introdujese en una montaña muy espesa de frondosas arboledas y grandes rocas que se encontraba a dos millas de la ciudad, donde el rey algunas veces iba a cazar, por ser bastante común esta afición en los reyes tanto de la tierra como de la mar, que aunque cobardes en la batalla, siempre buscan el cobijo en la retaguardia, a la hora de matar a indefensos animales, si no hay peligro para ellos, suelen ser muy aficionados al gatillo  —en la tierra —en el mar no hay posibilidad de escopetas o arcabuces, pero si buenos y afilados dientes.  Allí estaríamos hasta que nos avisasen, y actuaríamos de acuerdo como marchasen las negociaciones.
     Cuando llegamos al bosque y vimos que estaba bien proveído de pescados monteses, no es de extrañar que el rey lo tuviese como coto particular, nos cebamos o, por mejor decir, nos hartamos a nuestro placer. Yo apercibí a toda la compañía que estuviese con la lanza dispuesta ante cualquier eventualidad. 
La hermosa y buena atuna llegó a la ciudad al alba marchando directamente para palacio con toda su compañía, esperando durante bastante tiempo en la puerta hasta que el rey se levantase, al cual informaron de la llegada de la esposa de Licio y de lo mucho que a los guardianes importunaba para que le dejasen entrar.   El rey sabía de buena tinta a lo que venía, le envió a decir se marchase en hora buena, que no podía ni quería escucharla. Visto que su palabra no quería oír, lo hizo por escrito, y allí se hizo una petición bien ordenada por dos letrados que por Licio abogaban, en la cual se le suplicó quisiese admitir a los mismos para asistirle en aquel juicio, pues Licio había apelado ante su majestad, por estar condenado a muerte y habían decidido esta sentencia el día de antes, cuando nosotros lo supimos hicimos siguiente petición:
—Besando la cola de su real majestad, le suplicamos que tenga a bien leer esta carta: Queremos informar a su majestad que mi marido el muy leal capitán Licio, ha sido acusado con falsedad y muy injustamente sentenciado, y por tanto solicitamos a su majestad obligue a repetir el juicio, para así hacer justicia, y que mientras tanto sobreseyese la acción de la justicia y la ejecución de la sentencia…
     Estas y otras cosas muy bien dichas fueron escritas en la petición, la cual fue entregada a uno de los guardias de palacio; y al tiempo que se la dio, la buena capitana se quitó una cadena de oro que traía al cuello y se la dio al mismo, metiéndosela en la boca para que no se notase el soborno, y rogándole que tuviese compasión de ella y su pena, y no mirase los galones y si la honradez. Esta suplica la hizo con muchas lágrimas y tristeza. El guardia cogió la petición de buena gana, y mucho mejor la cadena, prometiendo hacer lo posible, cumpliendo su promesa entregándosela en mano al rey, siendo leída por el mismo, tantas y tales cosas se atrevió a decir con su boca llena de oro a su majestad, al tiempo que le narraba los llantos y angustias que la señora capitana sufría por su marido en la puerta del palacio, que al mal aconsejado rey le hizo sentir alguna piedad, y dijo:
—Ve con esa esposa a los jueces y diles que sobresean la ejecución de la sentencia, porque quiero ser informado de ciertas cosas convenientes al asunto del capitán Licio.
     Y con esta embajada llego muy alegre el guardia a la triste esposa, pidiéndole que le felicitase por su buen negociar, la cual de buena gana le felicito. Después, sin detenerse, fueron al palacio de Justicia, y para su desgracia  quiso la casualidad que yendo por la calle toparon con don Paver, que así se llamaba el forjador de nuestros problemas, el cual iba acompañado  a palacio de muchos atunes; como vio la esposa del capitán Licio  y su compañía, supo quién eran y conoció al guardia, como astuto y sagaz que era,  sospechó lo que podía ser, y con gran disimulo llamó al guardia, interrogándole a dónde iba con aquella compañía, el cual se lo dijo; y él fingió que le alegraba, siendo al revés.
—Que gran noticia, una sabia decisión de su real majestad, el capitán Licio es uno de los más valientes capitanes de este reino.  No sería justo cometer contra tan gran atún una injusticia irreparable.   En mi casa están los jueces que vinieron a pedir mi consejo en este asunto, y yo iba a hablar al rey sobre ello en estos momentos, están allí esperando. Puesto que traéis despacho real, volvamos a decirles lo que el rey nuestro señor ordena.
Nunca es bueno fiarse de la gente traicionera, y entre los altos linajes es donde más gente de este tipo ahí, cuanto más noble se presume ser, más ruin se es y de esto no se salva ni el rey, como después se podrá ver.  Llamo aparte a uno de sus pajes y riendo le dijo que fuese al palacio de justicia y solicitase hablar con los jueces en su nombre y les dijese que en una hora cumpliesen la sentencia que estaba prevista, porque así era el deseo del rey, debiendo ser la sentencia ejecutada en la cárcel, o en la puerta de ella sin pasearlo por las calles, como era costumbre también en el mar, aunque no se les colgase el sambenito, entre tanto él  entretenía al guardia.
El criado lo hizo así yendo hasta el palacio de Justicia.  El traidor mientras tanto marchó con el guardia hasta su casa y dijo a Melo y a su cuñada que esperasen mientras entraba a hablar a los jueces, y que desde allí todos irían a prisión para darle la enhorabuena por su libertad, que él quería ser el primero en hacerlo.   Afortunadamente la desventurada capitana fue avisada de la gran traición y mayor crueldad del capitán general. Pues, aunque tuviese el capitán general la peor voluntad contra el buen Licio, solo con mirar la angustia y lágrimas de la buena capitana se sentiría cualquier persona con corazón, obligado a consolarla. Y cuando el malaventurado y traidor llamó al paje para que fuese ordenar la muerte de él buen Licio, quiso Dios que uno de sus criados le escuchase y lo dijese a la buena capitana, la cual, cuando esto escuchó, cayó sin sentido casi muerta en los brazos de su cuñado.
     Melo, nada más escucharlo me mando aviso con treinta atunes, para que con la mayor rapidez que pudiesen me diesen aviso del peligro en que se encontraba nuestro capitán, los cuales, como fieles y diligentes amigos, se dieron tanta prisa que en unos instantes fuimos sabedores de las tristes nuevas que nos llegaron, dando grandes voces puse a todo nuestro ejército en marcha:
— ¡A las armas, a las armas, valientes atunes, que nuestro capitán puede morir por la traición y astucia del traidor don Paver, contra la voluntad y mandato del rey nuestro señor!
Y en breves palabras nos contaron todo lo que yo he numerado. Mandé tocar las trompetas, y mis atunes formaron con sus bocas armadas, a los cuales les di una bravísima charla informándoles de todo.  Para qué como buenos y esforzados guerreros mostrasen su bravura al enemigo socorriendo a su señor en tan extrema necesidad. A una voz respondieron todos que estaban dispuestos a seguirme y cumplir con su deber.
     Emprendimos la marcha. ¿Quién viera a esta hora a Lázaro atún delante de ellos, haciendo el oficio de valiente capitán, animándolos, sin haberlo hecho jamás ? Pregonaba órdenes del mismo modo que hubiese pregonando los vinos, que casi es lo mismo, incitando los bebedores, diciendo:
— ¡Aquí, aquí, señores, que aquí se vende lo bueno!

 No hay mejor maestro que la necesidad.  Pues de esta manera, a mi parecer, en menos de un cuarto de hora entramos en la ciudad, y andando por las calles con tal ímpetu y furor, que aquel impulso lo quisiera tener contra el rey de Francia los soldados españoles; y puse a mi lado los que mejor conocían la ciudad, para que nos guiasen por el camino más corto a donde el inocente de nuestro capitán se encontraba. 

©Paco Arenas

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sábado, 16 de enero de 2016

El Lazarillo de Tormes - La segunda parte (Amberes 1555) Capítulo VIIº


Durante los próximos días publicaré completa la segunda parte del Lazarillo (Edición de Amberes de 1555)
Continuó colgando capítulos de este libro desconocido por la inmensa mayoría de las personas, incluidos profesores y lingüistas: la Segunda parte del Lazarillo:


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CAPÍTULO VIIº


El rey condena a Licio por las mentiras de general corrupto.

     Estas tristes y dolorosas noticias nos las trajeron algunos de los que con él habían marchado, dándonos relación a todos y cómo le habían apresado y condenado sin dadle la opción de mostrar su inocencia, sin ni siquiera ser escuchado ni ajustarse con él a derecho.  Todos los jueces implicados fueron sobornados por el capitán general, según pensaban, iba tan mal el asunto que no podría escapar en breve de la muerte.
     A esta hora me acordé y dije entre mí aquel dicho antiguo del  [1]Conde Claros, que dice:
Ya que estaba don Reinaldo
fuertemente aprisionado
para haberle de sacar
a luego ser ahorcado,
porque el gran emperador
ansi lo había mandado.

El Lazarillo de Tormes - La segunda parte (Amberes 1555) Capítulo VIº


Durante los próximos días publicaré completa la segunda parte del Lazarillo (Edición de Amberes de 1555)
Continuó colgando capítulos de este libro desconocido por la inmensa mayoría de las personas, incluidos profesores y lingüistas: la Segunda parte del Lazarillo:

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CAPÍTULO VIº

 La traición del mal general y el rey de los atunes

A los ocho días de la partida de mi amigo, nos llegó la noticia, comprendimos entonces el motivo de su preocupación y su tristeza al partir, que nos convertía en los peces más tristes del mar.  Cuando el capitán general estuvo conmigo tan ásperamente como he narrado, pretendía que abandonase el ejército y que aquellos que se sentían ofendidos me escarnecieran y diesen muerte. Después se supo que él había dado órdenes a ciertos atunes para que me matasen a traición y así nunca se supiese que había sido él quien me había dado la orden de matar a todos aquellos atunes que sucumbieron en el interior de la cueva al filo de mi espada; yo era el principal, por no decir el único testigo de su cobardía, para ocultar su deshonrosa actitud buscaba mi deshonra y muerte, demostrándose así que era aún más vil de lo que en realidad parecía.  Otra causa no hallaba, siendo que me prometió grandes presentes, quería ahora quedar como salvador y justiciero de los atunes muertos y comidos como el más sabroso manjar.  Dios no dio lugar a esta maldad, teniendo conocimiento Licio, me ayudo de corazón, haciéndome el favor que me hizo.  Enterado el capitán general, considero a Licio su enemigo, descargando todo su odio contra él, afirmando y jurando que lo que Licio hizo por mí fue una traición contra su persona; y sospechando que él era testigo, por estar junto a mí cuando el general entró en la cueva diciendo:

—Paz, paz.

miércoles, 6 de enero de 2016

El Lazarillo de Tormes - La segunda parte (Amberes 1555) Capítulo IIº

Durante los próximos días publicaré completa la segunda parte del Lazarillo (Edición de Amberes de 1555) 


Para todos los amantes de la literatura clásica, el libro más prohibido de la historia de España La segunda parte del Lazarillo de Tormes (Edición de Amberes de 1555) Un auténtico desconocido incluso para muchos profesores. 
Sabía que existía, hace referencia Don Juan de Luna en su edición de 1620, pero no lograba encontrarlo. Cuando lo encontré me resulto casi imposible leerlo, tras una ardua tarea conseguí "traducirlo", adaptarlo al castellano actual. 

Es un libro bastante interesante que todos los aficionados a la literatura clásica deberían conocer, no solo por ser un gran clásico de nuestra literatura, sino porque quienes quisieron que esta segunda parte desapareciese de la historia para siempre, estuvieron a punto de conseguirlo, el único modo de que no lo consigan, es difundirlo.

CAPÍTULO IIº


     Sepa Vuestra Merced que a pesar de estar triste por no tener a mis amigos, mi vida muchos la desearían y estarían muy contentos y pagados de tenerla para ellos. Estando a gusto con mi mujer y alegre con mi hija, sobreponiendo cada día en mi casa alhaja sobre alhaja y mi persona muy bien tratada, con dos pares de vestidos, unos para las fiestas y otros para los días de ordinario, y mi mujer lo mismo, con mis dos docenas de reales en el arca. Llegaron a esta ciudad de regreso mis amigos, presumiendo de ricos botines y deseando regresar pronto a embarcar para Argel.  Escuchándoles, parecía tan fácil que todo el vecindario comenzó a alterarse, viendo doblones en lugar de blancas, oro en lugar de faldriqueras apolilladas.  No sé cuántos vecinos míos se alistaron para ir a luchar contra el infiel, pero fueron bastantes.

—Vamos allá, que vendremos cargados de oro —decían como si fuese más fácil al levantar una piedra encontrar un tesoro que a un alacrán.

Debo reconocer que me sentí intrigado, sabiendo que era conocido por haber sido el bastón de un ciego astuto, por mordisquear el pan de un tacaño sacerdote, o peor aún por servir a un escudero sin dinero al que tuve que mantener yo.  Quería, lleno de razón, sacar a los moros de su error y arrogancia, y me veía como un capitán hundiendo barcos turcos, lleno de oro y joyas para mí y mi adorable esposa e hija. Comenzando con estos pensamientos a sentir codicia; se lo dije a mi mujer, y ella, tal vez con gana de volver con el señor el Arcipreste, me dijo:

—Haz lo que quieras, mas si te marchas y la suerte te acompaña, quisiera que a la primera oportunidad me trajeses una esclava para que me sirviese, que estoy harta de servir toda la vida. Y también para casar a nuestra hija no serían malas aquellas  [1]zahenas, de las que tan proveídos dicen que están aquellos perros moros.
     Con esto y con la codicia que yo tenía, determiné (que no debiera) ir a este viaje. Y bien me lo decía mi señor el Arcipreste, mas yo no lo quería creer. Así que puse a mi esposa e hija bajo su custodia, prometiéndome que a ambas las trataría como propias, y estoy seguro de que no me mentía.  Y así, me marche con un caballero de aquí, de la Orden de San Juan, con quien tenía amistad. Acordé acompañarle y servirle en este trabajo a cambio de que  él me pagase la  [2]costa, con tal que lo que allá ganase fuese para mí. Y así fue que gané, y fue para mí mucha malaventura, de la cual, aunque se repartió entre muchos, yo traje una buena parte.

El Lazarillo de Tormes - La segunda parte (Amberes 1555) COMPLETO -ÍNDICE

Para todos los amantes de la literatura clásica, el libro más prohibido de la historia de España La segunda parte del Lazarillo de Tormes (Edición de Amberes de 1555) Un auténtico desconocido incluso para muchos profesores. Sabía que existía, hace referencia Don Juan de Luna en su edición de 1620, pero no lograba encontrarlo. Cuando lo encontré me resulto casi imposible leerlo, tras una ardua tarea conseguí "traducirlo", adaptarlo al castellano actual. 

Es un libro bastante interesante que todos los aficionados a la literatura clásica deberían conocer, no solo por ser un gran clásico de nuestra literatura, sino porque quienes quisieron que esta segunda parte desapareciese de la historia para siempre, estuvieron a punto de conseguirlo, el único modo de que no lo consigan, es difundirlo.


ÍNDICE














El Lazarillo de Tormes - La segunda parte (Amberes 1555) Capítulo Vº

Durante los próximos días publicaré completa la segunda parte del Lazarillo (Edición de Amberes de 1555) 

Para todos los amantes de la literatura clásica, el libro más prohibido de la historia de España La segunda parte del Lazarillo de Tormes (Edición de Amberes de 1555) Un auténtico desconocido incluso para muchos profesores. Sabía que existía, hace referencia Don Juan de Luna en su edición de 1620, pero no lograba encontrarlo. Cuando lo encontré me resulto casi imposible leerlo, tras una ardua tarea conseguí "traducirlo", adaptarlo al castellano actual. 

Es un libro bastante interesante que todos los aficionados a la literatura clásica deberían conocer, no solo por ser un gran clásico de nuestra literatura, sino porque quienes quisieron que esta segunda parte desapareciese de la historia para siempre, estuvieron a punto de conseguirlo, el único modo de que no lo consigan, es difundirlo.


CAPÍTULO Vº


Regresando a la historia pocos días después, en general me mandó llamar y me dijo:
—Valeroso y hábil atún extranjero, he acordado te sean recompensados tan buenos servicios y consejos, porque si quienes como tú sirven no son galardonados, no se hallarían en los ejércitos quien a los peligros se aventurase.  Me parece, que en pago de ello ganes nuestra gracia, y te sean perdonadas las muertes causadas en la cueva. Y como recuerdo por el servicio prestado al librarme de la muerte, tengas por tuya esa espada de quien tanto daño nos hizo, pues tan bien de ella supiste sacar provecho. Pero te debo de advertir que si la utilizaseis contra nuestros súbditos de nuestro señor, el rey, morirás por ello. Y con esto me parece no vas mal pagado, y a partir de hoy puedes volver a donde naciste.
Estas palabras me los dijo de muy mal semblante. Sin darme tiempo a replicar me dio la espalda y me dejo con la boca abierta, quedé tan atónito cuando oí lo que dijo, que casi perdí el sentido, porque pensaba por lo menos me habría de otorgar los parabienes que se le dan a un gran hombre, digo atún, por lo que había hecho, dándome cargo perpetuo en un gran señorío en el mar, según me había ofrecido cuando pensaba que iba a morir.
— ¡Oh Alejandro Magno—dije entre mí —Repartíais las ganancias ganadas con vuestro ejército y caballeros! O lo que había escuchado de Cayo Fabricio, capitán romano, el modo que galardonaba y guardaba la corona de laurel para coronar a los primeros que se aventuraban a entrar las empalizadas. Y tú, Gonzalo Hernández, gran capitán español, otras mercedes hiciste a los que semejantes cosas en servicio de tu rey y en aumento de tu honra se señalasen. Todos los que sirvieron y siguieron a cuantos del polvo de la tierra le levantaste, y valerosos y ricos hiciste, como este mal mirado atún conmigo lo hizo, haciéndome merced de la espada  que en  Zocodover me había costado mis tres reales y medio. Escuchando esto, consuélense los que en la tierra se quejan de sus señores, pues hasta en el fondo del mar se consiguen generosos agradecimientos de los mismos.
     Estando yo así pensativo y triste, sabiéndolo el capitán Licio, se acercó a mí y me dijo:
—Quienes se fía de señores y capitanes les pasa lo que a ti. Cuando te precisan te prometen el oro y el moro, cuando ya no te necesitan, no se acuerdan de lo prometido. Yo soy buen testigo de todo tu esfuerzo y de todo lo que valerosamente has hecho porque era yo quien a tu lado se encontraba y se encuentra, y veo el mal pago que de tus proezas tienes y el gran peligro en que estás, porque quiero que sepas que muchos de estos que a tu lado tienes han concertado tu muerte; por tanto no te apartes de mí compañía, que te aseguro como hidalgo, que te he de ayudar  con todas mis fuerzas y con las de mis amigos en todo cuanto pueda, pues sería muy gran pérdida perder un atún tan valiente como tú.
     Le di las gracias muy agradecido por la voluntad que me mostraba, y ofreciéndome a servirle mientras viviese. Y con esto él se puso muy contento, y llamó hasta quinientos atunes de su compañía ordenándoles que desde ese momento en adelante tuviesen como misión principal, acompañarme y mirar por mí como por él mismo. Y así fue, jamás, ni de día ni de noche de mí se apartaban.
     De esta manera trabamos amistad el capitán Licio y yo, la cual nos mostramos como adelante diré.  Él me enseño muchas cosas y costumbres de los habitantes del mar, los nombres de ellos y los de las muchas provincias, reinos y señoríos del mismo, también de los señores que los poseían, sus costumbres y vicios. De tal manera que en pocos días, me hice tan experto como los nacidos en él, por ser mucho mayor mi memoria.  Al no haber amenazas ni botín que repartir nuestro campamento se deshizo, y el general mandó que cada capitanía y compañía se fuese a su territorio, y dos lunas después fuesen todos los capitanes a la corte, porque el rey así lo había ordenado.  Nos marchamos mi amigo y yo con los atunes de su compañía, que serían, a mi parecer, hasta diez mil, entre los cuales había poco más que diez hembras, y estas eran atunas del mundo, que entre la gente de guerra suelen andar para ganarse la vida. Aquí vi el arte y ardid que para buscar comida tienen estos pescados, y es que se esparcen a una parte y a otra, hacen un cerco grande de más de una legua alrededor, y desde que los unos de una parte se han juntado con los de la otra, vuelven los rostros unos para otros y se vuelven a juntar, y todo el pescado que en medio está muere entre sus dientes. Y así cazan una o dos veces al día. De esta suerte nos hartábamos de muchos y sabrosos pescados, como era pajeles, bonitos, agujas y otros infinitos géneros de peces. Y haciendo verdadero el proverbio que dicen que:
—El pez grande se come al más pequeño, porque, si sucedía que en la redada caían algunos mayores que nosotros, les dábamos carta de libertad y les dejábamos salir sin ponernos con ellos a discutir, excepto si querían estar con nosotros y ayudarnos a matar y comer conforme al dicho: quien no trabaja, que no coma, con lo cual muchos de esos que comen como un marqués no tendrían nada que llevarse a la boca.
     Tomamos una vez, entre otros pescados,  algunos pulpos, al mayor de los cuales yo perdoné la vida, y tomé por esclavo, haciéndole mi paje de espada, y así no traía la boca ocupada, porque mi paje, revuelto por los anillos, en una de sus muchas colas la traía muy a su placer. De esta manera caminamos ocho soles, que llaman en el mar a los días, al cabo de los cuales llegamos a donde mi amigo y los de su compañía tenían sus hijos y hembras, por las cuales fuimos recibidos con mucha alegría, y cada cual con su familia se fue a su albergue, dejándome a mí y al capitán en el suyo.
     Entramos en la Casa del señor Licio, y entonces dijo a su hembra:
—Señora, lo que de este viaje traigo ha sido gracias a este gentil atún que aquí veis, amistad que aprecio mucho; por tanto te ruego sea agasajado y le hagáis aquel tratamiento que a mi hermano solías hacer, porque ello me llenará de alegría.
          Esta era una muy hermosa atuna y con mucha autoridad; respondió:
—Señor, eso se hará tal y como mandáis, y si algo hago mal no será contra mi voluntad.
     Me incliné ante ella suplicándole me diese las manos para poderlas besar, eso le dije, y no se dio por enterada o no oyeron mi necedad. Dije entre mí:
—Maldito sea mi descuido, que pido para besar las manos a quien no tiene sino cola.
La atuna me dio una hocicada amorosa, rogándome me levantase, y así fui recibido por ella.  Ofreciéndome a estar a su servicio, fui por ella muy bien respondido como una muy honrada mujer. Y de esta manera estuvimos allí algunos días, yo muy bien tratado por este cordial matrimonio.  En este tiempo enseñé al capitán a manejar la espada, haciéndose muy diestro en su manejo, lo cual apreciaba mucho, así mismo adiestré a un hermano suyo llamado Melo.
     Muchas noches las pasaba pensando en la gran amistad que con este pez tenía, deseando ofrecerle algo en pago a lo mucho que le debía. Me vino al pensamiento un gran favor que le podía hacer y por la mañana se lo comuniqué.  Viéndole tan aficionado a las armas, le dije que debía enviar allí donde  fue el naufragio una compañía de atunes, donde hallarían muchas espadas, lanzas, puñales y otro tipo de armas, para que trajesen todas las que pudiesen, ya que era mi intención enseñarles el manejo  a nuestra  compañía y hacerles diestros; y, si aquella idea funcionaba, sería la compañía más pujante y valerosa y de más prestigio tendría ante el rey y en todo el mar, porque ella sola valdría más que todas las demás juntas, y esto le traería a mi amigo mucha honra y beneficios. Supo agradecer el consejo como el de buen amigo que era.
El capitán Licio envió a su hermano Melo con seis mil atunes, los cuales con toda brevedad y buena diligencia regresaron trayendo infinitas espadas y otras armas, muchas de las cuales estaban bastante oxidadas, debían ser de cuando el poco venturoso  [1]don Hugo de Moncada pasó otra tormenta en aquel lugar.  Las armas traídas fueron repartidas entre aquellos atunes que más hábiles nos parecieron. El capitán Licio por un lado, su hermano Melo por otro, se encargaron del adiestramiento, mientras que yo me encargaba de resolver las posibles dudas y de supervisar que el entrenamiento fuese el correcto.  No perdíamos en tiempo en otra cosa, sino en el adiestramiento y enseñarles a luchar con aquellas armas. A quienes no vimos aptos, decidimos que se encargasen de cazar y traer comida.
     A las hembras les enseñamos limpiar las armas con una gentil invención que se me ocurrió, y fue que las sacasen y metiesen en los lugares que tuviesen arena hasta que quedasen relucientes. De manera que puesto todo a punto, quien viera aquel lugar del mar le parecería una gran batalla. Al cabo de algunos días eran muy pocos los atunes armados que no se tuviese por otro Aguirre “El Diestro”.  Viendo los resultados acordamos hacer con los pulpos una alianza perpetua de amistad para que se viniesen a vivir con nosotros y así nos sirviesen con sus largas faldas de brazos. Los pulpos recibieron con alegría el ofrecimiento y que les tuviésemos por amigos y al tiempo los mantuviésemos.
A pesar del mucho trabajo realizado, apenas habían pasado dos meses, al cabo de los cuales el capitán general mandó que fuesen todos los capitanes a la Corte.  Licio comenzó a ponerse a punto para la partida, hablamos si sería bueno marcharme con él y besar las manos al rey, para que así tuviese noticias mías. Sabíamos que no le parecía bien al capitán general, y que por tanto pondría inconvenientes por haberme expresamente ordenado me fuese a mi tierra, después de hablado serenamente,  estando presentes en la plática Melo y la hermosa y no menos sabia atuna, su hembra, fue del parecer de todos que de momento me quedase allí en su casa.  Él acordó marcharse rápido y llevar algunos de los suyos, para después cuando llegase informar al rey sobre mi persona y mi gran valor, y de acuerdo a lo que el rey le respondiese, así actuaríamos.
     Con este acuerdo el buen Licio partió con mil atunes, quedamos su hermano Melo y yo con los demás en el lugar; al despedirse de mí, me llevo aparte y me dijo:
—Amigo, os hago saber que me voy muy triste por el sueño que tuve esta noche. ¡Quiera Dios no sea verdad! Si por desventura se cumpliese, os ruego que no queráis de mí saber nada, porque ni a vos ni a mí nos conviene.
     Le rogué mucho se aclarase cómo, y como no quiso y ya se había despedido tanto de su hembra como de su hermano, dándome con el hocico se marchó triste, dejándome muy afligido y confuso. Realicé muchas reflexiones sobre aquel caso, sacando alguna conclusión:
—Por ventura éste, a quien tanto debo, debe pensar que la hermosura de su atuna me cegará para que no vea lo que debiera ver. Lo que es de buena ley, a día de hoy en la tierra, donde está corrupta la sociedad, en el mar debe de ser lo mismo y pensará que puedo traicionarle.
   Me vino a la memoria muchas cosas en este caso y me pareció encontrar el remedio para que él por mi lealtad no sufriese. Me presente ante la capitana atuna acompañado de su cuñado, después de haberla consolado del pesar que la marcha de su marido le causaba, mayormente al ver la tristeza que Licio llevaba, aunque al igual que a mí y a ella también se lo encubrió al despedirse.
     Le dije a Melo que deseaba ser su huésped, si él estaba de acuerdo, porque para estar en compañía de hembras no me encontraría a gusto sin la presencia de mi amigo, por ser yo muy voluble, y le podría causar tristeza a su hermano, sin que de ningún modo fuese ese mi deseo.
 Ella me dijo que si algo le consolaba era el estar yo a su lado y en su casa, sabiendo el amor que su marido me tenía, y que así se lo dijo al despedirse de  ella, no consideraba por tanto ni carga ni quebranto tenerme en su casa. Aunque yo no pensé que distaban mucho nuestros pensamientos, y que el hombre es fuego y la mujer estopa hasta debajo del agua.  Como yo había sufrido los negros celos por desgracia con mi Elvira y mi amo el arcipreste, no quise quedarme y me fui con el cuñado, y cuando iba a visitarla siempre le rogaba que me acompañase.





[1]   Hay dos sucesos que tienen como protagonista a Hugo de Moncada: El primero de ellos tiene lugar en 1617, cuando se produce el hundimiento de la flota que con 7.500 soldados bajo su mando y que fracasa debido a las inclemencias del tiempo.  Pero también el 28 de mayo de 1528, Hugo de Moncada es bloqueado por las flotas genovesas y francesas. Sale a hacerles frente y muere en combate en aguas del Golfo de Salerno. Casi todos sus barcos fueron hundidos o apresados, este es uno de los datos que deberían ser estudiados por los historiadores para dilucidar el periodo de la novela y la autoría de “El Lazarillo”. En mi opinión se refiere al primer suceso, ya que se produce frente a las costas argelinas y son esas las espadas que cogen los atunes, no obstante mantengo mi opinión de que el desastre que relata el autor del Lazarillo, como sufrido por Lázaro de Tormes es el producido en 1941, por la expresión: “el poco venturoso y otros detalles históricos.

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