Durante los próximos días publicaré completa la segunda parte del Lazarillo (Edición de Amberes de 1555)
Continuó colgando capítulos de este libro desconocido por la inmensa mayoría de las personas, incluidos profesores y lingüistas: la Segunda parte del Lazarillo:
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Capítulo IXº
Siempre se ha dicho que las débiles ovejas si se ven asediadas suelen hacer frente a los carniceros lobos. Así ocurrió y así lo cuento. El miedo ata y nos hace débiles pero si somos capaces de unirnos podremos vencer a los lobos.
Y yendo con el furor y velocidad que he
dicho, llegamos a una gran plaza donde se encontraba la torre de la prisión.
Nunca el socorro llegó tan a tiempo, ni siquiera aquel buen Escipión, El
Africano, socorrió a su patria, ocupada por el gran Aníbal, como nosotros
socorrimos al buen Licio. Finalmente el mensajero al cual encomendó el traidor
la misión, supo tan bien negociar, y los señores jueces, así mismo quisieron
contentar aquel malvado gran señor y favorito del rey, para que después le
dijese al rey que tenía muy buena justicia y quienes la ejecutaban eran muy
eficientes a la hora de adminístrala, y así subir escalones en el escalafón. ¡Así les ayude Dios! Cuando llegamos tenían
al nuestro buen capitán Licio sobre el cadalso, y su hermosa su mujer con él
dándole los últimos besos, que con grandes ruegos dejaron acercarse a ella y
Melo, ya sin esperanza de volverle a ver vivo.
Se habían congregado en
torno de la plaza y las calles aledañas más de cincuenta mil atunes de la
compañía del capitán general, a los cuales les habían encargado la guardia del
buen Licio. El verdugo metía mucha prisa a la señora capitana para que se apartase
de allí y le dejase hacer su trabajo, el cual tenía en su boca una muy gruesa y
aguda espina de ballena, del largo de un brazo para meterle por las agallas a
nuestro buen capitán, que así mueren quienes son hidalgos. Y la triste hembra, muy a su pesar, dejando
paso al cruel verdugo, con grandes lloros y gemidos, que ella y su compañía
daban, el buen Licio se tendía para esperar la muerte cerrando para siempre sus
ojos por no verla, ya que el verdugo, como es costumbre, le había pedido
perdón. A continuación comienza el
verdugo a tocarle el punto más propicio para que la muerte fuese más rápida y
menos dolorosa. Fue entonces cuando
llegamos y Lázaro atún con su toledana espada comenzó el ataque hiriendo y
matando a cuantos le salían al paso. Llegué tan a tiempo, que es licito creer
que me guio Dios de su mano, que siempre quiere socorrer a los buenos cuando
tienen más necesidad. Llegando al lugar que digo, y visto peligro en que el
amigo estaba, di una gran voz, como la que solía dar en Zocodover, antes que
llegase el verdugo a hacer su trabajo. Le dije:
—Vil villano, detén tu
mazo, si no morirás por ello.
Fue mi voz tan espantosa y e infundió tal
temor, que no sólo al verdugo, sino a todos los demás que allí estaban dio
espanto, y no es de maravillar, porque, de verdad, a la boca del infierno sonó
mi voz, fue tal que espantaría a los aterradores demonios, hasta el punto me
entregarían las atormentadas ánimas. El verdugo, atónito al oírme,
aterrado, y al ver de ver el velocísimo
ejército que me seguía, esgrimiendo mi
espada a una y a otra parte para así infundir
más miedo, me esperó. Como yo llegué antes de que pudiese
reaccionar, me pareció mejor asegurar el campo, y di al pecador una estocada en
la cabeza, por lo que cayó muerto al lado del que nada de esto veía. Aunque
animoso y esforzado, la tristeza y pesar de verse de tan injusta y de mala
manera morir, esperaba la muerte y había perdido el sentido. Cuando así le vi, pensé si para nuestra
desdicha mía, había sucedido antes de que yo llegase o por miedo hubiese
muerto, y con esto apresuradamente me acerqué a él llamándole por su nombre; a
las voces que le di levantó un poco la cabeza y abrió los ojos. Y como me vio y
reconoció, como si de la muerte resucitara, se levantó, y sin mirar nada de lo
que pasaba se vino a mí, y yo le recibí con el mayor gozo y alegría que jamás
ni antes ni después tuve, diciéndole:
—Mi buen señor, quien en
tal situación os puso, no os debe amar como yo.
— ¡Ay, mi buen amigo! —Me
respondió —que bien me habéis pagado lo poco que me debías. ¡Ruego a Dios me dé
lugar para poder pagar lo mucho que hoy me habéis hecho!
—No es tiempo, mi señor —le
respondí —de hacer estas ofertas donde tanta voluntad de todas partes sobra.
Mas centrémonos en lo que conviene, pues ya veis lo que pasa.
Metí mi espada entre el cuello y corte un
cabo de cuerda con la que estaba atado. Cuando estuvo libre, tomó una espada de
uno de nuestra compañía, y fuimos a donde estaba su hembra y Melo y quienes con
ellos se encontraban, que estaban atónitos y fuera de sí de alegría y de ver lo
que veían, todos dándome las gracias por mi valor.
—Señores — dije —habéis
luchado como buenos soldados. Yo, de aquí adelante y mientras tenga vida, haré
lo que pueda para estar a vuestro servicio y de Licio, mi señor; no hay tiempo
de hablar, pero sí de hacer algo, no os apartéis de nosotros, quienes venís
desarmados, y así no recibiréis daño. Y vos, señor Melo, coge un arma y cien
atunes de vuestra escuadra con sus espadas y no hagas ninguna otra cosa que
seguirnos. Mira por tu hermana y esas
otras hembras, porque nosotros debemos resolver otros negocios y lograr la
victoria. Estamos obligados a tomar venganza de quien tanta tristeza y
sufrimiento nos ha provocado.
Melo hizo lo que le ordené, aunque me di
cuenta de que él hubiese preferido acompañarnos y estar más expuesto al
peligro. Junto con Licio, nos metimos entre los nuestros, que andaban tan
bravos y ejecutores que pienso, que ya habrían matado más de treinta mil
atunes. Cuando nos vieron entre ellos y reconocieron a su capitán, nadie se
puede imaginar la alegría que sintieron. Allí el buen Licio, haciendo
maravillas con su espada y su persona, mostraba a los enemigos la mala voluntad
que en ellos había conocido, matando y derribando a diestro y siniestro cuantos
ante sí hallaba; mas a esta hora ellos iban tan maltrechos y desbaratados, que
ninguno de ellos hacía otra cosa sino en huir, esconderse y meterse por entre
aquellas casas sin ofrecer resistencia de ningún tipo. Siempre se ha dicho que las débiles ovejas si se ven asediadas suelen hacer frente a los carniceros lobos. Así ocurrió y así lo cuento. El miedo ata y nos hace débiles pero si somos capaces de unirnos podremos vencer a los lobos.
©Paco Arenas