Durante los próximos días publicaré completa la segunda parte del Lazarillo (Edición de Amberes de 1555)
Continuó colgando capítulos de este libro desconocido por la inmensa mayoría de las personas, incluidos profesores y lingüistas: la Segunda parte del Lazarillo:
VOLVER AL ÍNDICE
CAPÍTULO VIIº
El rey condena a Licio por las mentiras de general corrupto.
Estas tristes y dolorosas noticias nos las
trajeron algunos de los que con él habían marchado, dándonos relación a todos y
cómo le habían apresado y condenado sin dadle la opción de mostrar su
inocencia, sin ni siquiera ser escuchado ni ajustarse con él a derecho. Todos los jueces implicados fueron sobornados
por el capitán general, según pensaban, iba tan mal el asunto que no podría
escapar en breve de la muerte.
A esta hora me acordé y dije entre mí
aquel dicho antiguo del [1]Conde
Claros, que dice:
Ya que estaba don Reinaldo
fuertemente aprisionado
para haberle de sacar
a luego ser ahorcado,
porque el gran emperador
ansi lo había mandado.
—Así me lamentaba: — ¿Cuándo
acabarás, por ventura? ¿Cuándo? En la tierra mil desastres, y en las mares mucho
más.
La noticia provoco en nosotros llantos y
alaridos como nadie se puede imaginar, yo con mayor motivo lloraba al amigo y
gemía por mí, que faltando él no esperaba vivir, quedando a merced del mar y de mis enemigos, solo y desamparado. Su
compañía se quejaba contra mí, con justa causa y razón, pues era yo el causante
que perdiesen al que tanto querían. No sin razón decía su atuna:
—Tú, mi señor, tan triste
te marchaste, sin quererme dar a conocer tu tristeza; bien pronosticabas mi
gran pérdida.
—Sin duda —decía yo —este
era el sueño que tú, mi buen amigo, soñaste; esta es la tristeza de la que tú
quisiste alejarme.
Y así, cada cual decía y se
lamentaba.
Como el hombre por
naturaleza dispone de más sesos que los peces me dio por cavilar y dije delante
de todos:
—Señora, señores y amigos,
con estas tristes noticias cada uno de nosotros muestra lo que siente; mas, ya
que este primer movimiento nos ha pillado desprevenidos, justo será, mis
señores, que con llorar y lamentar nuestra pérdida no se recupera ni se
consigue nada, debemos llegar a un acuerdo con la mayor brevedad para buscar el remedio que más nos convenga
a nosotros y a nuestro amado capitán.
Y pensando y visto esto, debíamos ponerlo en
ejecución, según dicen estos señores, la prisa no es buena consejera. La hermosa y casta atuna, que se encontraba
derramando muchas lágrimas de sus graciosos ojos, me respondió:
—Todos vemos, esforzado
señor, que es una gran verdad lo que decís, y así mismo la necesidad que
tenemos; por lo cual, si estos señores y amigos son de mi parecer, debemos
todos de remitirnos a vuestra decisión, como a quien Dios le ha dado el saber y
señalado para llevar a cabo lo necesario.
Licio, mi señor, siendo tan cuerdo y sabio, sus espinosos y fastidiosos
negocios en vos confiaba y en vuestro parecer.
No creo equivocarme, aunque soy una débil hembra, en suplicaros que
toméis el encargo de preparar y ordenar lo que convenga para la salvación del
que con verdadero amor os quiere, y así encuentre consuelo esta triste hembra
que os estará eternamente agradecida.
Dicho, estalló en un gran llanto, y todos
hicimos lo mismo. Melo y otros atunes estaban con la señora capitana de
acuerdo, los cuales me ofrecieron tomar el mando de esta empresa, ofreciéndose
a seguirme y hacer todo lo que yo les mandase. Viendo que yo estaba obligado a
hacerlo, me puse manos a la obra con todo cuidado, modestamente lo acepté
haciéndoles ver que cualquiera de ellos lo podrían hacer mejor; mas, si ellos
decidían que yo lo hiciese, a mí me halagaba. Me dieron las gracias, y allí
acordamos se hiciese saber a todo el ejército que había estado comandado por
Licio que en tres días estuviesen todos preparados. Yo escogí para mi consejo
doce de ellos, a los más ricos, y no tuve respeto por los más sabios si eran
pobres, porque así lo había visto hacer cuando era hombre en los ayuntamientos
donde se trataban negocios de calidad, que no eran elegidos los consejeros
entre los más sabios, sino entre los más ricos, aunque fuesen necios. Y así me paso, reconozco que me equivoqué, lo
que no comprendo es que si yo fui capaz de darme cuenta en tres días, como los
gobiernos de la tierra no se percatan de ello y escogen a sus consejeros no
entre los más sabios y capaces sino los más ricos, aunque sean necios. Debí cambiar
mi forma de gobierno, pidiendo consejo a Melo, porque los atunes ricos,
acostumbrados a comer y no trabajar, atrasaban más que adelantaban y dábamos un
paso hacia adelante y dos para atrás, porque los vestidos de seda, no dan el
saber y mucho menos ganas de hacer faena.
Entre los escogidos, fue
Melo el principal y la señora capitana la segunda, la cual era una muy sesuda
hembra, rodeada de otras atunas, que ganaban en sesos a muchos atunes, cosa por
cierto muy clara tanto en tierra como en mar; fueron algunos de los principales
quienes protestaron por mis cambios en el gobierno, hube de conformarles
aceptando que estuviesen también ellos como oyentes. Una vez estuvimos listos mandamos a toda la
compañía para que se fuesen a comer y viniesen después preparados para la
guerra: los armados con sus armas, los otros con sus cuerpos.
Cuando regresaron todos, mande forma al
estilo de la tierra, para mejor contarlos, y éramos un número de diez mil
ciento nueve atunes, todos estos de pelea, sin contar hembras, ni pequeños ni
viejos; cinco mil de ellos armados, ya fuese con espada, puñal, lanza o
cuchillo. Todos juraron besándome cola, que sobre su cabeza pusieron a usanza
del mar —no pude evitar reírme, en cuanto que pensaba y pienso como hombre, por
la graciosa ceremonia —que harían lo que yo les mandase, y ponían sus armas, y
los que no las tuviesen, sus dientes, en quien yo les ordenase, procurando con
todas sus fuerzas librar a su capitán, guardando la debida lealtad a su rey.
Acordamos en el consejo de guerra que la
señora capitana fuese con nosotros, muy bien acompañada de otras cien atunas,
entre las cuales llevó una hermana suya, doncella muy hermosa y apuesta.
Hicimos tres escuadrones: uno con todos los atunes desarmados y los dos con los
que llevaban armas. En la vanguardia iba yo con dos mil y quinientos armados, y
en la retaguardia iba Melo con otros tantos. Los desarmados y carruaje iban en
medio, y llevando asimismo con nosotros nuestros escuderos, los pulpos, que nos
llevaban las espadas.
VOLVER AL ÍNDICE
No hay comentarios:
Publicar un comentario