viernes, 7 de octubre de 2016

Hoy, por fin, Benicalap. Ni más ni menos que Benicalap


El primer lugar en el que pensé llevar a cabo la presentación de mi novela fue en la Biblioteca de Benicalap, en mi barrio de toda la vida. Fue imposible, Valencia es muy grande y las esperas para las presentaciones en la Biblioteca suelen demorarse meses.  La hice en Burjassot, a donde acudieron gentes de Benicalap y más de cien personas abarrotaron la inmensa sala de exposiciones, de 92 sillas, quedó una vacía en honor a mi hija que ese día cumplía veintidós años y estaba realizando un examen en Madrid, decir que a pesar de esas 92 sillas, había más de una docena de personas de pie.

Después he llevado a cabo otras cuatro: dos en La Mancha, en la Trova Manriqueña de Santa María y en Pinarejo, mi pueblo, dónde además fui pregonero de las fiestas, estando previstas dos más en San Clemente y Villarrobledo, otra en Cuenca, y que al final por motivos familiares me resultó imposible realizar. En Valencia realicé otra en Godella y la última en Oropesa del Mar. Hoy toca la más esperada, la de Benicalap. Además muy bien acompañado, ni más ni menos que por la escritora e investigadora histórica Maria Nieves Michavila Gómez, autora de Voces desde el más allá de la historia, el cual, posiblemente, sentará las bases para un estudio en profundidad de algunos enigmas que gracias a ella se podrán llegar a resolver.
Ahora, por fin, en Benicalap.


Sin lugar a dudas hacer la presentación en Benicalap me produce miedo escénico, ver una sala tan inmensa, me gustaría que llena de gente que me conoce y que yo conozco, hace temblar al más pintado. En ningún lugar me como en mi antiguo barrio me conocen tanto. En él he pasado más de la mitad de mi vida; de los cuales casi dieciocho años regentando el Bar Arenas.


Fue en Benicalap donde me planteé seriamente ser escritor, sueños de adolescente y joven que un buen día, cuando creía estar a punto de lograrlo, tras un desengaño, decidió dejar de escribir y dedicarse a servir cervezas, bocadillos, raciones de sepia, bravas calamares, montaditos , morteruelo, salpicón, por supuesto zarajos de Cuenca y un sin fin de comidas. En tantos años los clientes del Bar Arenas se transformaron en mis amigos. Fui el amigo y confidente de muchos de ellos. Podrían salir de esas confidencias mil historias, que como buen sacerdote, jamás he revelado ni revelaré, lo cual no quiere decir que se puedan trasladar al mundo de la ficción.

Lo mejor, esa cantidad de personajes entrañables que pasaron por el Bar Arenas, esos ancianos o no tan ancianos que ya no están con nosotros:


José, aquel muchacho que corría el barrio, algunas veces desnudo y que muchos días pasaba por la mañana a que lo invitásemos al desayuno, o una vez terminadas las comidas a comer un plato de caliente. Otro José, muy joven y lleno de alegría, “La Pelos”, junto con su hermano Federico tenían una fábrica de brochas en la calle Los plátanos (de ahí lo de (La Pelos”), un amigo de él, Santiago. También el Tío Luis, mi paisano de Vara de Rey ¿Cuántas tardes pasamos cascando sin parar? El Maño, siempre con algún chascarrillo en la boca. Mi vecino Emilio, un hombre culto donde los haya, hablábamos de política, de cultura, de un sinfín de cosas, porque tenía tema de conversación y bastante. No me olvido de Juan Cocoví, que llegaba siempre contando algo como si fuese un secreto y normalmente era una broma…


Tampoco quiero olvidarme de personas a las que admiré y no llegaron a pasar nunca por el Bar Arenas: Uixera o Teodoro, compañeros de lucha y de sueños colectivos por un futuro mejor para nuestro barrio y para la sociedad. Porque nuestro barrio fue uno de los barrios más activos social y cultural durante décadas. Fueron los vecinos de Benicalap quienes consiguieron nuestro parque de Benicalap, semáforos, asfaltados…


Sí, Benicalap es mi barrio, será siempre mi barrio, del mismo modo que Pinarejo siempre será mi pueblo, y Sant Antoni de Eivissa, el lugar donde siempre soñé regresar.

Decir, que en Benicalap presentaré la tercera edición de Los manuscritos de Teresa Panza, que no serían lo mismo, de no ser por la inestimable ayuda del profesor don Jaime Flores Flores, catedrático de la Universidad de Puerto Rico-Río Piedras, que ha llevado a cabo una labor impagable, por la cual le estaré eternamente agradecido. Estando convencido de que si don Quijote se reencarnarse sería en la figura de don Jaime Flores Flores.


Fue en Benicalap donde realmente llegué a creer que sería escritor, allá por el, ya lejano año de 1986, cuando participé en el Premio Nadal y mi novela Réquiem por una noche de amor, llegó a estar seleccionada. Nunca llegó a publicarse siquiera, algún día me enfrentaré a ella y la volveré a reescribir, con todo lo que he aprendido y me ha enseñado y está enseñando el profesor Jaime Flores Flores. Tiene miga que a alguien que apenas pisó la escuela, ahora, cuando peina canas, le de clases todo un catedrático de la Universidad de Puerto Rico. 

Gracias, o pese,  a ese fracaso monté el Bar arenas y conocí gente maravillosa, que de otro modo jamás habría conocido.

Hoy, por fin, Benicalap.

¡¡Muchas gracias!!

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