¿Y si volvemos?
—¿Y si volvemos, amigo Sancho, a esa aldea sin nombre?
Me agobia el sonido de los gritos,
las mentiras que ocultan la razón
como la piel de una granada agria.
No hay vencedores en estas batallas
ni refugio en estas calles asfaltadas
de negro alquitrán,
solo gritos y odios tras cada palabra pronunciada,
con una trinchera en cada esquina.
No quiero enarbolar ninguna bandera,
si he de disparar un fusil.
—¿Volver a dónde, amigo Alonso?
No hay escapatoria,
mira esa gente
que arrastra cadenas,
lanzan piedras
sin esperar razones.
¿No ves los duros olivos secos?
¿De dónde arrancará la paloma la rama,
si la lluvia no la hace crecer?
¿Acaso crece la vida en el alquitrán
o bajo los adoquines ensangrentados?
—No me digas eso, Sancho, amigo.
No te rindas, que eres mi sostén.
Si lo haces,
¿quién romperá las cadenas de esta prisión?
Miénteme,
dime que en España habrá paz,
que Caín y Abel,
no andan a garrotazos,
sin esperanza
de escapar de las garras
de esas dos Españas
que han de helarnos el corazón...
—Olvídate, Alonso,
Esta tierra se ha olvidado la dirección,
queriendo ir a la catedral,
llegó al camposanto.
Esta España se olvidó de que cada palabra
trabaja más que el cañón que dispara la bala.
Se arrodillan a rezar,
y no saben lo que es perdonar.
No, amigo Alonso,
No te voy a engañar.
Si quieres volvemos a nuestro lugar,
pero no allí encontrarás la paz,
ni aunque te marches a la cara oculta de la luna,
lo has de lograr.
—Dame tu bota de vino acedo,
Lo beberé con ansia,
que no me he de emborrachar,
y si lo hago,
me olvidaré de esta tierra
que tanto me ha desilusionado.
Necesito huir,
para no sentir este dolor
que me parte el corazón
desde que amanece,
hasta después de esconderse el sol,
desde que la luna sale,
hasta que el arrebol de la madrugada
tiñe de rojo la esperanza.
—¡Vámonos!
Aunque, Alonso, no esperes escapar,
esto se llama España,
y ni en la más recóndita aldea,
hay refugio ni escapatoria.
Resulta inútil huir,
somos unos cafres
de bocas desaforadas,
cerebros que se olvidaron de pensar
y corazones que se olvidaron de sentir.
Esto, querido amigo,
no lo remedia ni el bálsamo de Fierabrás.
—Tal vez, amigo Sancho,
la huida no nos traiga la paz,
ni en la cara oculta de la luna,
pero lo que tengo seguro
es que nunca serán las balas,
los gritos,
las mentiras
o las peleas,
las que nos den tranquilidad.
—Sin saber rezar,
no teniendo nada que añadir,
ni reconociendo otro dios
que el sentido del poco conocimiento que tengo,
no siendo objetivo,
como no lo son quienes se cargan de razón,
por quijotear algo,
siendo Sancho,
solo puedo decir, y digo, amigo Alonso:
¡Amén!
—Y yo,
para tener la última palabra,
no por ser tú escudero
y yo caballero,
sin tener vocación
de predicador de ningún dios,
te digo amigo Sancho:
Amen, amen...
Así, sin tilde ni peros…
O mejor,
como dicen que dijo un tal Jesús:
Amaos los unos a los otros…
Porque sólo el amor nos traerá la paz.
¡Amén!
©Paco Arenas a 9 de noviembre de 2023