viernes, 28 de marzo de 2014

El exquisito café de la señora marquesa (Relato)


Tomando café


Hace tiempo me contaron una divertida historia basada en hechos reales, y que yo voy añadiendo historias a través de dos o tres generaciones, según se tercie, como decimos en Cuenca, está es mi adaptación:


Abril de 1931, Azucena entra como criada en la casa de los señores marqueses


Las tertulias de la señora Marquesa de Bastardía eran de lo más concurridas en la capital del Reino, no solo por sus partidas de parchís, o por sus pastas de té y pastelitos, llegados todas las tardes de la mejor pastelería madrileña, sino por su exquisito café, un café sin igual, con un sabor exquisito inigualable, al cual nadie era capaz a resistirse ni por prescripción facultativa.  Era el secreto mejor guardado de María, la cocinera de la señora Marquesa de Bastardía.  Su café era elogiado por toda la Corte como un trago de delicatesen inigualable, dicen que hasta la misma reina le pidió referencias sobre el tipo de café y realizo una buena oferta a la cocinera para llevársela a Palacio, sin que esta aceptase sin que nadie sea capaz de saber el motivo.
Un día María, que había estado al servicio de la señora marquesa desde que era una niña, por primera vez en 30 años cayó enferma, lo suficientemente enferma como para no quedarle otro remedio que quedarse en cama, naturalmente descontándole el sueldo la marquesa, por considerar intolerable e impropio de una sirvienta fiel el permitirse incumplir con sus obligaciones por una enfermedad t más con los compromisos que tenía pendientes.  Muy enfadada quedaba la señora marquesa por la tozudez de María a revelar el secreto de su magnífico café a nadie, ni siquiera a sus compañeras. Resultaba intolerable, siendo estaba prevista una visita de sus majestades al palacio de los señores marqueses, a los cuales había invitado precisamente para que probasen ese café.  María encontró la solución, tenía una hija apenas una niña a la cual le había transmitido todo su saber gastronómico, con una excepción, la preparación del café y que por estar enferma se le paso por alto, a pesar no ser cuestión baladí. 
Ese viernes, Azucena, que así era el nombre de la muchacha, se puso al frente de la cocina de la señora marquesa, con tan solo 14 años, heredera exclusiva del buen hacer de su madre, preparó manjares que fueron la admiración de todos los comensales, incluso el señor marqués se permitió por primera vez en su vida pasar a felicitar a María, por lo exquisita que había sido la comida, encontrándose con aquella bella chiquilla que ignoraba su existencia y sobre la que elaboró en un instante secretas y pecaminosas fantasías que jamás se cumplieron por los acontecimientos que ocurrirían días después.  Sin embargo a la hora de servir el café algo fallo. Ese café nada o poco tenía que ver con el servido durante treinta años por María y otros tantos por la abuela de Azucena, se podía apreciar la calidad del café, el mejor traído de ultramar, pero le faltaba ese toque especial que transformaba un excelente café en exquisito.   La señora marquesa se enojó mucho y si no entró en la cocina como una energúmena fue porque el señor marqués se lo impidió, haciéndoselo saber a la muchacha, como parte de un secreto y lujurioso plan.  No obstante la cosa no podía tolerarse, el domingo iría como invitado hasta el mismo rey, convencido por la reina de que solo él sería capaz de convencer a la señora marquesa que le cediese los servicios de la cocinera, al tiempo que la marquesa deseaba un nuevo título para su hijo menor, que se quedaba un poco desnudo con respecto a títulos nobiliarios y tal vez podría forzar un cambio de cromos.


La señora marquesa de Bastardía se presentó en el humilde hogar de María,  chantajeándola de que sí o sí el domingo  debía estar en su palacio sirviendo el café, por la visita de sus majestades, las amenazas pese a ser muy graves no lograron que la pobre mujer tuviese fuerzas para levantarse, lo único que logró la infame marquesa fue la promesa de que el café iba a ser el mejor que jamás se hubiese probado en el palacio de los marqueses de Bastardía.   Una vez se marchó la señora marquesa María llamó a su hija para contarle su secreto mejor guardado.


Nadie sospechó de Azucena cuando se metió en la alacena y salió con una botella blanca con gesto de repugnancia y comenzó a preparar el café, aprovechando, según indicaciones de su madre, que no hubiese nadie presente.   Lleno la cafetera con el líquido, que tenía un fuerte olor a orín y añadió dos escupitajos verdes a la mezcla.  Ella no probó el café, ni ganas, pero aquel día, hasta el mismo rey, pasó a la cocina a dar la enhorabuena por la comida, que nada tenía que envidiar a la de palacio, pero sobre todo por el exquisito café que se había servido a los postres.  Naturalmente la señora marquesa no pudo negarse a ceder la joven cocinera a su majestad, más cuando la madre quedaba reservada para ella, esperando una compensación, el señor marqués vio como sus lujuriosas fantasías se desvanecían y los ojos del rey, aficionado al porno y a las prostitutas de todo tipo, comenzaban a acariciar el deseo sobre la joven cocinera.

Esto ocurrió el domingo fue 5 de abril, nueve días más tarde el rey se marchaba de España a través de Cartagena, seguido por el Marqués y su familia, el primero no regresaría, el segundo diez años después.
María se recuperó, pero jamás volvió a hacer un café como aquel, ni transmitió a nadie su secreto aparte de a su hija que durante muchos años tampoco volvió a hacer ese café.  Azucena termino estudiando y fue una de esas miles de maestras de la República que depurada por la dictadura regreso a casa de la señora marquesa  a servir un exquisito café con esos ingredientes secretos que solo ella y su madre conocían. Que poco a poco fue añadiendo a comidas y repostería para placer de los marqueses y las autoridades civiles, militares y eclesiásticas que frecuentaban el palacio. También dicen que cuando los marqueses querían obsequiar al enano del Pardo, le llevaban un buen surtido de pasteles y pastas elaborados por Azucena  con mucho esmero, aumentando la proporción de ingredientes secretos.   Al marqués, no fue necesario ponerle a raya, la vejez se le llevo toda su virilidad.


Azucena muchos años después entre risas contaba la historia sobre el exquisito café que servía en el palacio  de la señora marquesa de Bastardía.

©El Exquisito café de la señora marquesa /Paco Arenas

martes, 4 de marzo de 2014

Folio en blanco


Enfrentarse a un folio en blanco, después de varios días sin escribir siempre es un reto difícil de superar.  Durante estos días  se me han ocurrido diversas historias de todo tipo.  Ideas que en el momento de concebirlas me han parecido  geniales. Algo imposible, cuando no soy un genio, ni tan siquiera un aprendiz de genio. 

 He visto claro las contradicciones de los tiranos que nos gobiernan, tan claras que pensé que sería capaz de hacer ver a mis semejantes esa misma claridad. Algo absurdo por otra parte cuando ni yo mismo me aclaro.


Esa acción cotidiana de ponerse frente al inmaculado folio, que ensuciamos sin contemplación,
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