viernes, 31 de mayo de 2013

Mi primera comunión,día de botijos rotos y hostias


Mi comunión tuvo algunas cosas que la hicieron diferente a otras, tal vez porque fue mi comunión y, por tanto, el recuerdo es muy diferente. No obstante, tuvo peculiaridades dignas de mención. Aclarar que, aunque inspirada en ella, por exigencias del guion la he trasladado a una pequeña ciudad o a un gran pueblo del sur de Castilla o del norte de la Mancha, al gusto del lector.

Fue en aquellos años de movimientos aperturistas de la Iglesia Católica, iniciados por Juan XXIII y continuados por Pablo VI, y que dieron lugar al Concilio de Vaticano Segundo, mientras España estaba en las postrimerías de la dictadura franquista. Ese año, creo que fue en 1969, el obispo de Cuenca decidió ir a mi pueblo a dar la comunión, poniendo unas condiciones que a las llamadas “fuerzas vivas” no sentaron nada bien, hasta el punto de que las conversaciones que a continuación salen en este relato tienen su parte de verdad, y mis inocentes y castos oídos captaron no solo las palabras sino también el mensaje. Por supuesto que no puedo recordar las palabras exactas, tenía nueve años; pero más o menos ocurrió así:

—¡Qué escándalo, Dios mío, qué escándalo, por Dios y por la Virgen Santísima! —Se lamentaba indignada doña Justa, persignándose, nada más salir de la iglesia de escuchar el rosario.

—¿A dónde vamos a parar, doña Justa, a dónde vamos a parar? —Se lamentaba doña Elvira, dándole la razón.

—Esto ya no tiene arreglo… —cortaba doña Faustina.

—Ni el Caudillo lo soluciona, ya no te puedes fiar ni del obispo. —Tomaba ahora la palabra de nuevo doña Justa.

—Deja a Su Excelencia en paz, es el cabrón del obispo, Dios me perdone; pero qué hago, qué hago…, al final hasta a las más buenas cristianas nos buscan la boca. —Se persignaba ahora doña Elvira.

—¿Qué más le dará que vayan de traje o de calle? ¡Virgen Santísima! Con el dineral que me ha costado… —continuó doña Justa.

—Las comprendo a ustedes bien, que fuimos juntas a Madrid, que no nos hemos conformado con ir a la calle Botero, ni a Carretería, sino a la calle Preciados… —era ahora doña Engracia, que había permanecido callada hasta ese momento, y que también salió indignada con la noticia dada por el sacerdote.

—Más de veinte mil duros me ha costado el vestido que le he comprado a mi nieta, y como se lo han hecho a medida… —Apuntaba mostrando gran indignación doña Elvira de Sotomayor.

Las otras tres mujeres la miraron extrañadas, pues las cuatro fueron juntas a Madrid a comprar el vestido de comunión a sus nietas o el traje de almirante a sus nietos; pero, aunque fue en la tienda más selecta de la calle Preciados de Madrid, a ninguna de las chiquillas ni chiquillos les tomaron las medidas, más allá de probarles el vestido o el traje. Doña Elvira carraspeó al percatarse de que había metido la pata hasta el corvejón.

—Es lo que le dije a mi consuegra —bajando la voz doña Elvira—, que es catalana, a ver si se os va a escapar…

Todas se besaron el pulgar, como jurando guardar silencio, solo doña Engracia se atrevió a decir, mirándonos a nosotros:

—La que tienes que tener cuidado eres tú, no se te vaya a escapar.

Pero los chiquillos que salíamos del rosario, poco o nada habíamos comprendido lo dicho por el cura, al cual, como siempre, no habíamos prestado mucha atención, y mucho menos comprendíamos la conversación de aquellas señoras beatas, o “miseras” como les llamaba mi madre, que no míseras, que todas bien ricas eran, o al menos de tal cosa presumían en aquella pequeña localidad manchega. Digamos que eran lo que solía decirse, gentes de bien, por ser que iban mucho a misa, todos los días a rosarios y novenas, los domingos y fiestas de guardar a misa, y si había procesión allí estaban ellas con el cirio en la mano.

El escándalo al que se refería la buena señora era que el cura, don Constantino, había comunicado que en el mismo día que tomaríamos la comunión tomaríamos también la confirmación y que circunstancialmente vendría el obispo de Cuenca, Monseñor Inocencio Rodríguez Díez, y que antes de ir, según dijo el sacerdote, se había encargado de hacer hincapié en que ningún niño fuese disfrazado de almirante, ni ninguna chiquilla de novia, para alivio de muchos y enfado de unos pocos.

—Mujer, por Dios, que hay ropa tendida. —Insistió doña Engracia señalando con la barbilla al grupo de chiquillos que estábamos pendientes de la conversación, ante los aspavientos de tan beatas señoras.

Inocentes criaturas que miramos para todos lados buscando esa ropa tendida, y no vimos ni tan siquiera un mal paño de cocina puesto al sol. Además, en nuestro pueblo, con tan grandes patios, nadie tendía en la calle.

A pesar de nuestra infantil e inocente ignorancia, no veíamos normal que aquellas mujeres de misa de domingo, fiestas de guardar y todos los días de rosario hablasen así de un obispo, ante algo que supuestamente había dicho el cura:

—Tengo una gran noticia que daros. Nuestro pueblo ha sido elegido por su eminencia el obispo de Cuenca para ser él, en persona, quien imparta la comunión y confirmación a los chiquillos este año…

 Los murmullos fueron de alabanzas al Señor y a la decisión del señor obispo. Si no aplaudieron las catequistas y las señoras “miseras”, fue por no ser el lugar adecuado para ello. El problema fue cuando, calmadas las alabanzas y aleluyas ante tan sabia decisión, don Constantino, el cura, prosiguió satisfecho ante tan buena acogida:

—Y como las buenas noticias no vienen solas, por primera vez en la historia, no tendréis que gastaros un real en el vestido ni el traje de comunión…

—¡Qué! —Se escuchó a una señora.

—Eso no puede ser. —Alzó la voz otra, retirándose el velo de las orejas, por si no había escuchado bien.

—Calma, calma. —Dijo el sacerdote viendo la reacción que había provocado en la bancada de las señoras beatas— Os lo aviso con tiempo. Os vais a ahorrar muy buenos cuartos si no disfrazáis a los chiquillos ni de novias ni de marineros. Así que, y así mucho mejor, pues siempre, no todo el mundo puede permitirse el hacer un gasto tan grande. Ha dicho que es suficiente que vengan con la ropa limpia, y que sea ropa que se puedan poner al día siguiente…

—¿Y quienes ya tengamos el vestido? —Preguntó, sin poder contenerse, doña Elvira.

—No pasa nada, lo devolvéis y ya está. El señor obispo ha sido muy preciso, quien venga disfrazado no tomará la comunión de su mano. Y contra eso yo no puedo alegar nada…

El cura no podía alegar nada, pero las buenas señoras alegaron y bastante, y el sacerdote dio por concluida la ceremonia ante el cariz que tomaba el asunto, y raudo se introdujo en la sacristía no fuese a ser que sustituyese al Cristo en la cruz.

Salieron aquellas recatadas señoras, quitándose el velo y despeinándose los cabellos, de manera metafórica, pues solo con la lengua perdieron las composturas.

Al llegar a mi casa se lo conté a mi madre escandalizado, a pesar de no saber muy bien el motivo. No estaba acostumbrado a escuchar tales palabras, porque en mi casa éramos ateos convencidos, aunque entonces yo no lo sabía, ahora tampoco lo sé a ciencia cierta, torpe que es uno. Lo cierto es que éramos católicos por obligación. A pesar de todo, nunca blasfemábamos ni utilizábamos determinados términos, porque según contaba mi madre, mi padre estuvo a punto de ir a la cárcel por blasfemar en presencia de un terrateniente. Al parecer, estaban descargando piedra del monte y le cayó una en el pie, chafándole el dedo gordo, el cual le quedó deforme para el resto de sus días, y estuvieron a punto de cortárselo. Y al parecer soltó eso tan manchego de “mecaguen en … y la …”. Pues sí, parece que mi padre utilizó esa expresión al recibir el cariñoso golpe de una piedra cuando estaban descargándolas a destajo.  Y es que mi padre tenía unas cosas…

Así que estábamos bien advertidos al efecto y lo más que decíamos era o “chorraaaa o copón” “hostia”, como todo el mundo dice en Cuenca, hasta los más beatos. Y eso, aunque también fuese pecado no estaba penado con cárcel, al menos para los de derechas.

Como siempre tuve la cabeza gorda, y a pesar de ser un despistado total, tenía muy buena memoria, le relaté a mi madre palabra por palabra, gesto por gesto, y visaje por visaje, y si de algo me olvidaba, allí estaba mi sobrina para recordarme mi olvido. Eso sí, como loro que no entiende, pero, si escupe todo lo que escucha.

— ¡Ya está! ¡Ea! Pues mucho mejor, “mía que chorra”. Un jersey limpio y unos calzones nuevos, y nos ahorramos unos buenos cuartos —saltó mi madre muy contenta, para mi sorpresa, que pensaba que también se enojaría como las señoras de velo en la cabeza.

Así que estábamos bien advertidos al efecto y lo más que decíamos era “chorraaaa” o “copón” o “hostia”, como todo el mundo dice en Cuenca, hasta los más beatos. Y eso, aunque también fuese pecado, no estaba penado con cárcel, al menos para los de derechas.

Como siempre tuve la cabeza gorda, y a pesar de ser un despistado total, tenía muy buena memoria, le relaté a mi madre palabra por palabra, gesto por gesto, y visaje por visaje, y si de algo me olvidaba, allí estaba mi sobrina para recordarme mi olvido. Eso sí, como loro que no entiende, pero que escupe todo lo que escucha.

—¡Ya está! ¡Ea! Pues mucho mejor, “mía que chorra”. Un jersey limpio y unos calzones nuevos, y nos ahorramos unos buenos cuartos. —Saltó mi madre muy contenta, para mi sorpresa, que pensaba que también se enojaría como las señoras de velo en la cabeza.

En el pueblo, entonces, no teníamos pantalones, sino calzones. A los pantalones les llamábamos calzones. Mi madre, que no terminaba de creérselo, me lo hizo repetir, y yo de nuevo, le dije que: “el cura había dicho que el obispo había dicho que el Papa había dicho”, y que iba a ir el obispo al pueblo a darnos la comunión y la confirmación a los niños que ese año tomábamos la primera comunión, y que quien fuese disfrazado de marinerito o de novia no la tomaría.

—¡Copón! Qué alegría me das.

Las fuerzas vivas del pueblo se manifestaron, es decir, aquellos que podían manifestarse sin ir a la cárcel, y al final convencieron al cura del perjuicio que representaba tener que devolver disfraces de marinerito y de novia, además de la ilusión que les hacía a las criaturas. El cura tomó la decisión salomónica: quienes fuésemos vestidos de paisano la tomaríamos ese día de mano del obispo, y los vestidos de marineros o novias a la semana siguiente, pero sin la presencia del obispo. “La gente de bien” muy enfadada, y hablando de escribirle una carta a su “caudillo”. Y mi madre, mi hermana y otras madres, muy contentas, por el ahorro, que éramos pobres y, además, éramos ateos convencidos; aunque yo no lo supiese. Ni entonces, ni tampoco ahora, siempre fui de muy dudar.

Por aquel entonces, no había agua potable en las casas, y el agua se llenaba en la fuente de la plaza, o cualquiera de las fuentes repartidas por el pueblo, o de los pozos que tenían muchas casas. En nuestro caso, como no teníamos ni pozo, ni fuente más cercana, era la de la plaza. Cuando mi sobrina y yo, de la misma edad, ya estábamos vestidos para la ceremonia, muy limpios y con ropa de estreno, estábamos listos para salir a la iglesia, a comenzar los ensayos para cuando llegase el obispo saliese todo bordado. Pero en esos instantes, mi hermana se dio cuenta de que no había agua ni para beber, y ella y mi madre, atareadas que habían estado toda la mañana, todavía ni se habían vestido con ropa decente para ir a la iglesia.

—Chiquillos, coger cada uno un botijo y traer agua.

Había tiempo de sobra para ir a la fuente, llenar los botijos e ir con tiempo sobrado a la iglesia. No obstante, como críos que éramos, nos entretuvimos más de la cuenta y lo que hubiese sido diez minutos fue casi una hora en la plaza, con nuestros botijos de agua llenos escuchando lo guapos que estábamos. Cuando nos quisimos dar cuenta, las campanas de la torre daban el segundo aviso para que los chiquillos fuésemos a la iglesia para ensayar, nosotros que ni habíamos escuchado el primero. Corriendo subimos la pedregosa calle de Las Eras, con riesgo de tropezar, caernos y romper los botijos.

—Chiquillos, venga que no llegáis. —Nos animaba la gente ante nuestra desesperada carrera.

En todas las casas manchegas, por entonces, había unos soportes de madera para sostener los cántaros, cantareras, y otro para los botijos, en casa de mi hermana también. Había cuatro huecos libres para los dos botijos que llevábamos, con colocar uno en cada esquina hubiésemos evitado la traged

Quiso la mala fortuna que tanto mi sobrina como yo decidiésemos dejar nuestro respectivo botijo en el mismo hueco, chocando un botijo con otro y dejando a mi hermana sin botijos, hechos añicos, y con el agua repartida por todo el recibidor.

—No os mato porque es el día de vuestra primera comunión, eso os libra, que si no os iba a poner el culo más colorado que un tomate.

Menos mal que era el día de nuestra primera comunión. Ella se quedó sin botijos, sin agua y recogiendo con un trapo de rodillas el agua, entonces no existía el mocho, mientras nosotros íbamos a ensayar cómo ponernos ante el obispo de Cuenca.

Llegó el momento de la verdad, yo era de los más pequeños, pues era bastante canijo, luego pegué el estirón, pero no muy grande, porque con once años ya trabajaba e iba a la escuela y con trece, subía maletas en un hotel de Ibiza, las cuales tiraban para el suelo, pues ya no crecí más. Así que fui de los últimos en tomar la comunión, justo por delante de las chiquillas.

Por tanto, desde mi privilegiado puesto de la cola veía que el obispo, después de darle a cada uno de los “comuniantes” la hostia consagrada, les daba una buena y sonora hostia en la cara. Escuchando cómo sonaban, y lo roja que se les ponía a todos la mejilla; además de lo que imponía aquel obispo con cara de vinagre, pensé que aquellas hostias harían más daño que los capones que propinaba don Constantino, el cura. En fin, que estaba asustado, llegó mi turno, la expresión de mi cara debió conmover al obispo, porque tras la sagrada forma apenas me rozó la mejilla.

Después, no hubo ni regalos de comunión ni hostias en vinagre, comimos un buen cocido manchego, y aquí paz y después gloria.

©Paco Arenas


jueves, 30 de mayo de 2013

Fotografías antiguas de La Mancha ·3ª parte (Chiquillos/Guachos)




   
Eran tiempos en los cuales las consolas se encontraban en los dormitorios de los padres, los videojuegos no existían ni en las novelas de ciencia ficción, ni tampoco eran necesarios. Las pantallas, las pocas que existían solían estar en  los bares o en las casas de las personas más adineradas de los pueblos o en la clase media alta de las ciudades y por supuesto en blanco y negro y máximo 24",  solo una cadena, que ni tan siquiera se llamaba la primera, erá la única. La 2 o UHF, llegaría más tarde, sus emisiones comenzaban con una interminable carta de ajuste y seguían con “El Parte”;  los chiquillos, los guachos, no la veíamos prácticamente, recuerdo que en mi pueblo, en Pinarejo, algunas veces, en el bar de “El Vivo”, ver el Virginiano, Bonanza y la Ponderosa, o ya más tarde en el bar de Paquillo, los tres Mosqueteros, siempre un poco a hurtadillas, con la vista gorda de los taberneros que nos permitían  ver la tele con alguna que otra pequeña regañina, pero  terminaban dejándonos estar siempre que nos estuviésemos callados sin armar jaleo, eso sí, con miedo a que llegasen los guardias de Santa María, si alguien decía que llegaban, pronto salíamos disparados del bar, no sé si hubiese pasado algo, posiblemente se trataba de una estratagema del tabernero, pero a la guardia civil desde pequeños se nos enseñó que debíamos tener precaución o más bien miedo, quienes eramos los hijos de los rojos,  en nuestras casas siempre habíamos escuchado relatar algún que otro abuso por parte de aquella benemérita de la dictadura…

Los chiquillos, cuando no íbamos a la escuela, estábamos en la calle, incluso en el invierno, recuerdo que rompíamos el hielo de los charcos, íbamos con nuestras botas de agua y saltábamos sobre ellos, si había nieve, hacíamos bolas y nos lanzábamos, o cogíamos una cuesta abajo y le íbamos dándole vueltas hasta hacerla cada vez más grande hasta  a la plaza, no recuerdo muñecos de nieve por aquel entonces, luego ya adolescente sí recuerdo alguno, posiblemente por influencia anglosajona. 

 Jugábamos al fútbol en las eras, casi todos del Madrid, yo descolocado siempre, pues nunca me gusto el balompié, me ponían de portero y era un poco del Atleti, supongo que por llevar la contraria, veíamos jugar al frontón o la pelota, en las paredes de la iglesia a los más mayores, el aro era nuestro principal juguete, en ocasiones recorríamos el pueblo de punta a punta, otros días más tranquilos y sosegados o cansados,  jugábamos  al tejo, a las “cajotas” tapas de las botellas de refresco, las conseguíamos en los bares, sobre todo en el corral de Paquillo, recuerdo que había una marca de refresco que se llamaba “Canadá Dry”, había de Mirinda, de Pepsi, no recuerdo que hubiese de Coca-Cola, las de cerveza, todas eran de Mahou;  también jugábamos a “Los santos”, de las cajas de cerillas, todos teníamos nuestro trompo, recuerdo a algunos que eran verdaderos maestros y eran capaces  después de tirarlo cogerlo varias veces en la palma de la mano logrando que continuase dando vueltas, yo nunca.   Saltar  la pídola era uno de esos juegos populares, en el que yo no solo no destacaba, sino todo lo contrario, el clavo, el güa o las canicas, el escondite, a indios y vaqueros, a buenos y malos y sobre todo a hacer la puñeta a las chiquillas, íbamos al paleduzar, al molino a jugar a don Quijote, a la veguilla a arrancar juncos, con los cuales intentábamos hacer pleita, rompiéndose pronto.


 Las chiquillas, eran casi unas desconocidas, ellas saltaban a la comba en sus diversas modalidades, acompañadas de la canción correspondiente:

"Al pasar la barca"
"Al pasar la barca,
me dijo el barquero:
las niñas bonitas,
no pagan dinero.
Yo no soy bonita,
Ni lo quiero ser,
Arriba la barca,
Una, dos y tres".

  Cantaban canciones, jugaban con muñecas,  a los alfileres, la goma,   y a todo aquello que no nos interesaba a los chiquillos, la división por sexos, no solo se daba en la escuela o en la iglesia, también en la calle y en los juegos, pocas veces jugábamos juntos y las veces que ocurría más de una vez terminábamos los juegos a insultos y empujones.

De los pocos juegos que compartíamos chiquillos y chiquillas,  estaba “la Taba”, que se llevaba a cabo, normalmente sentado en alguna acera con escalones, el escondite también solía ser un juego mixto,  en ocasiones “la gallinita ciega” o las tres en raya, o al corro de la patata:

"El corro de la patata"
Al corro de la patata
comeremos ensalada
lo que comen los señores
naranjitas y limones
¡Achupé, achupé
sentadita me quedé!

Distracción en los momentos de aburrimiento, mientras esperábamos a un compinche podía ser comer pipas, sentados al sol o a la sombra.  En época previa a la siega, cuando todavía estaban las espigas verdes, íbamos y nos comíamos algunas espigas, o cogíamos tortas de girasol.  Como no tuvimos muchos juguetes, nos los fabricábamos nosotros mismos, del hueso del albaricoque sacábamos un “sorbito”, pito.   Tirar piedras podía a dar lugar a una apasionante tarde, hacerlas saltar sobre los charcos un acto de destreza. Subir a un carro de varas y hacer que se inclinase para un lado o para otro, una y otra vez, hasta que algún mayor se daba cuenta, un acto emocionante…
Fotografías en:



Sentados en la escalera

Confidencias al fondo el gorrino de San Antón

Aburridos al sol

Comiendo pipas

Época de vendimia

¿Melgues?

Subirse al carro

martes, 28 de mayo de 2013

La perfecta caligrafía de Perfecto Bermejo


Hubo un tiempo que en Pinarejo  los tratos se hacían de palabra, a pesar de que en ocasiones alguien, quien por entonces supiese escribir, que eran muy pocos hacían de notarios, uno de ellos fue Perfecto Bermejo, que era reclamado en todos los acuerdos que se hacían entre las gentes de Pinarejo, tenía una extraordinaria caligrafía, perfecta como su nombre, algo bastante inusual por aquellas épocas, en las que nuestros antepasados sus primeros renglones los realizaban con un arado.   La ortografía, falla, no debe ser tenida en cuenta, pues hasta grandes escritores tenían esos mismos fallos, al no existir o ser conocida por todo el mundo determinadas reglas ortográficas.  
Aquí transcribo  el documento completo tal y conforme está escrito, lo escribo tal y como es el original, con sus comas y sus separaciones reglón por renglón, hay acentos donde no corresponden y faltan donde deben ir ,b en lugar de v, separaciones donde no debería haberlas pero esa persona por la letra debía ser una persona muy, muy culta, algunas cosas sé de él :


Declaro Yo Jesus, Melero vecino de Pinarejo
como soi en mi deber a mi convecino Ciriaco Lopez la
Cantida de Treinta pesetas que me a prestado
para las necesidades de mi casa.
Dicha cantidad como toda las costas y gastos que
se ó casionen hasta hacerlo efectiva me con prometo
a debolver Dicha cantidad en la primera quincena
de Agosto prosimo, Pinarejo 25 de Mayo de 1911
firma a mi ruego cien sepa
Y como arruego Antonio, Melero Perfecto Bermejo




Es un documento en papel de estraza, pero no de envolver, tamaño algo mayor de folio, y con dos marcas de agua, un D invertida, mirando hacia la izquierda y una H, ambas mayúsculas.

viernes, 17 de mayo de 2013

Las tonterías que me da por escribir...Recordando Pinarejo



Al recordar todas estas tonterías que me da por escribir, me doy cuenta que cada día que pasa me encuentro más cerca de Pinarejo, dicen que las personas a medida que envejecemos, no tengo miedo a la palabra viejo, nos acercamos a nuestras raíces, como si una fuerza magnética nos arrastrase sin compasión hacía la tierra que nos vio nacer, entonces nos damos cuenta, de que al irnos, al marcharnos de nuestra tierra, no nos hemos marchado del todo. Como árbol hemos sido trasplantados a otros lugares, donde a fuerza de constancia hemos terminado echando raíces profundas, pero sin darnos cuenta esas raíces han ido buscando la querencia, a esas otras raíces, que como todo árbol que arrancas, quedan enterradas en la tierra y terminan rebrotando, unas y otras terminan encontrándose o al menos lo intentan.

Cuando comencé a participar en el foro de Pinarejo, no creí jamás, que esas raíces que deje en Pinarejo, tuviesen tanta fuerza, en ocasiones mi mente se distrae más de la cuenta pensando en aquellos tiempos, aquellos momentos que pase en Pinarejo, como si de una película se tratase veo a sus gentes, a esos críos de entonces, que ahora son cincuentones como yo, los veo jugar con el aro, al tejo, a indios y vaqueros, veo al cura don Gregorio, me veo besándole la mano, o intentando librarme de uno de sus capones. Veo a doña Maruja, con su pelo corto, escucho su voz, regañándonos o contándonos un cuento. Veo a toda la chiquillería, de entonces, tirándonos bolas de nieve, desde la divina Pastora a la calle Cantarranas. Veo a las mujeres cargadas con sus cantaros yendo a la fuente o a la Veguilla, o lavando a mano. Veo a mi padre, desdentado prematuramente, ofreciéndome las cortezas del tocino. Escucho los campanillos de sus mulas subiendo por las pedregosas o embarradas calles, acercándose a mi casa cuesta arriba.  Me veo corriendo con hacía él, me coge en volandas y me sube de un salto encima de la mula Cordobesa.

Otras veces en invierno, no me deja mi madre salir a la calle, me obliga a esperarle allí, escucho esos mismos campanillos, salto de la silla que está junto a la lumbre, las dos gatas que tenemos se asustan.

-          Es padre ¿Qué me ha traído usted? Le preguntaba antes de que abriese la puerta, a  mi padre le faltaba tiempo para abrir la “merendera” y ofrecerme las crujientes cortezas del tocino que yo devoraba como si fuese el mejor de los manjares, otras veces me traía majueletas, tronchos o moras.
Veo a las mujeres cosiendo a la sombra del bombo, primero y después de la pared que levanto mi padre en el mirador de la Divina Pastora, escuchando al mismo tiempo las interminables novelas de Guillermo Sautier Casaseca y de sintonía “yo soy aquel negrito que cantaba la canción del Cola- Cao…”

Veo la llegada de las primeras cosechadoras y la desconfianza de aquellos curtidos hombres contra las máquinas.
-              Eso lo único que hace es “estrozar” el grano y quitar el trabajo a las personas.

Veo a la dula repartir las cabras, o a los cabreros llegar a la carrera vendiendo cabras, o los muleros vendiendo mulas, mirándoles los dientes, así sabían la edad.

Por hoy ya he añorado bastante, otro día volveré a dar la monserga a quien quiera leerme, no quisiera escribir de penas, ni de política, ni recortes ni quebraderos de cabeza, no me gusta escribir de esas cosas, prefiero recordar, darle libertad a mi mente y a mis dedos, algunos se quejan de que por mi culpa Pinarejo pueda asociarse a determinadas ideas, no es mi intención, Pinarejo es diverso y plural como sus gentes, quiero pensar y sentir y escribir cosas de Pinarejo, sé que no es algo que dependa de mi solamente, pues no controlo mi voluntad y si algo me inquieta, no me queda más remedio que sacarlo, no puedo permanecer ajeno a lo que ocurre a mi alrededor, ni tampoco a mis sueños de más democracia, libertad y justicia para este país que es España, si con eso molesto a alguien, lo siento, no es mi intención.

lunes, 13 de mayo de 2013

Abrir la ventana y ver Pinarejo



¿Cuántos días de nuestras vidas soñamos con volver a aquellas tierras que nos vieron nacer, a coger las espigas verdes de los trigales, cortar una torta de girasoles y comérnosla a la sombra del molino, aquel que estaba en ruinas, aquel que era testigo mudo de nuestras travesuras, aquel viejo molino en que jugábamos a don quijote y Sancho?   Ya no está y sin embargo nos  basta con cerrar un poco los ojos y verlo allí, majestuoso a pesar de estar en ruinas.
Cerramos los ojos y vemos a las muchachas con sus cantaros yendo a por agua a la fuente de la plaza, o los hombres con las caballerías echándoles agua en los pilones a las bestias, mulas, borricos, ovejas o cabras, todo confluía en la plaza.  Los chiquillos acompañando a sus madres con un botijo, con su botijo decorado “Recuerdo de Cuenca”, o aquellos otros de arcilla blanca, que en el verano hacían el agua más fresca, unas gotas de aguardiente para curarlos…y darles sabor.

Aquellas tardes de siesta, que no eran nuestras, recorríamos calles, eras o nos sentábamos en la acera a hacer “sorbitos” con los huesos de los albarillos, frotando una y otra  contra la acera de Adelaido,  vez hasta que “sorbitaban”, porque nosotros no silbábamos, “sorbitabamos”, tampoco comimos nunca sandias, sino melones de agua, no comíamos tajadas de melón, sino rebanas de melón chino, porque nuestros melones o eran de agua o chinos.  Si apretaba el calor nos acercábamos a la tienda del correo, que hacía polos de hielo caseros y estaban también muy buenos.

Teníamos el mejor jamón, curado con sal, pimentón, ajo, aceite, vinagre y otras especies y sin embargo, no comíamos jamón, pero disfrutábamos “muchismo” comiendo tocino magro con tocino gordo entreverado, incluso el tocino gordo estaba muy bueno, se me hace la boca agua recordarlo, o aquellos brazuelos, con poco más de un mes de curación, se deshacían en la boca, y la boca se me encharca de recordarlo.
Cenar a la luz de los candiles, o los carburos, porque esa era otra, no hacía falta una tormenta para que se fuese la luz cualquier noche, la ventaja es que eso no era motivo para que se estropease lo que teníamos en la nevera, porque no teníamos nevera, lo que había que guardar se guardaban en las cámaras, que no eran frigoríficas, sino la parte alta de nuestras casas manchegas, allí se colgaban los perniles, los brazuelos y los chorizos, eso sí, los chorizos en Pinarejo siempre se han colgado, por eso nunca se corrompían y estaban tan buenos, cuando se oreaban se freían, con eso se terminaba el peligro de corrupción.  Saborear aquellos chorizos, aquellas morcillas, costillas… Y si no la traca, porque nosotros no comíamos güeña como en el resto de La Mancha, comíamos traca y bien picante, sudábamos hasta con cinco bajo cero.

Cuanto echamos de menos nuestro pueblo, dónde muchos sabemos que somos unos extraños, aunque llevemos con orgullo eso de ser Pinarejeros.  Lo que daríamos por abrir la ventana y ver Pinarejo…



sábado, 11 de mayo de 2013

Cromos franceses del Quijote (Colección "Au Bon Marché")

Una interesante visión francesa de nuestro Don Quijote de La Mancha,la colección "Au Bon Marche"

Colección "Au Bon Marché"








Atacando Gigantes


Rompiendo tinajas


Don Quijote armado caballero por el mesonero
Atacando ejército de ovejas



"Echando un bocao"

Cuando las posadas se convierten en Castillos





Don Quichotte, 9 viñetas

Don Quichotte, 9 viñetas

Colección "Au Bon Marché"


Colección de seis cromos realizados entre 1880-1889 por la Litografía J ,Minot de París para los Grandes Almacenes Au Bon Marché de Paris.

Los Almacenes Au Bon Marché fueron fundados por el comerciante francés Aristide Boucicaut, que definió en buena medida los principios básicos de todo Gran Almacén: marcar precio fijo en todos los objetos, permitir la anulación de la venta devolviendo el dinero, y el pago de los empleados, casi en totalidad, por una comisión sobre las ventas. El protagonismo de A. Boucicaut en la economía y sociedad francesa del Segundo Imperio nos lo demuestra su elección como modelo para la novela Au bonheur des dames , 1883, del naturalista Emile Zola, se narra la extraordinaria historia de una pequeña tienda que se convierte en el más importante de los Grandes Almacenes de París.

Zola señalaba que Boucicaut tuvo el genio comercial de saberse ganar a las madres por medio de los niños, para ello a partir de 1867 realizó la entrega de la “imagen de la semana” con las que se configuraban las diferentes colecciones, con lo que se lograba así la fidelización de la clientela. Se desarrollaron un buen número de colecciones en los cuales las acciones eran realizadas por niños, una práctica nuevamente que demuestra el claro sentido mercantilista del personaje.

Los cromos de unas dimensiones de 9 x 12 cm. no tienen ningún dato que nos permita conocer al ilustrador, son de una gran calidad en la cromolitográfica. Fueron litografiados por J. Minot que también utilizó las mismas imágenes para otras empresas comerciales: con inclusión de algún elemento nuevo para La Chicorée Arlatte & Cie., o con otras gamas cromáticas y reducción de tamaño para la Compagnie française des chocolats & des thés L. Schaal & Cie.

En el reverso aparece la imagen del edificio principal de la cadena flanqueado por las señas de las diferentes tiendas junto a la explicación del sistema de venta desarrollado por la empresa en francés e inglés.

Las escenas del Quijote aparecen en los seis cromos de la colección llevadas a cabo por niños que portan los elementos identificativos correspondientes. Los episodios ilustrados se refuerzan por la inclusión de una frase que sitúa la acción. Aparecen lo siguientes episodios: Don Quijote llega a la venta que equivoca con un castillo (I parte, cap.II), Don Quijote es armado caballero (I parte, cap. III), Combate con los molinos de viento (I parte, cap. IV), La comida de don Quijote y Sancho en el bosque (I parte, cap. X), Ataque a un rebaño de ovejas (I parte, cap. XVIII), La aventura de los odres de vino (I parte, cap. XXXV).

Los Almacenes Au Bon Marché dedicaron a la novela otras dos series: una de 6 cromos, presenta nuevamente una gran calidad en la ilustración e impresión pero con un formato mayor de 6 x 11,5 cm., la segunda de las series se trata de un cromo de 16 x 12 cm. en forma de historieta con 9 viñetas con texto al pie en una serie dedicada a fábulas y novelas famosas. El fondo del Centro de Estudios tiene una variante de esta ilustración con publicidad de Grand Bazar igualmente impresa en J. Minot de París.

De la presente serie exísten, al igual que en otras iconografías, diversas variantes con publicidad de distintas marcas comerciales.
Fuente:

Colección "Au Bon Marché"


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