viernes, 31 de julio de 2020

La parte estrecha del embudo y fotos de Letur (Albacete)


2020 el año en el cual nos estamos conociendo más a nosotros mismos, y no siempre para bien.

 

2020 será el año en que pasaremos por la parte estrecha del embudo donde la inmensa mayoría de la humanidad está o estamos, de manera permanente desde los albores de los tiempos. Posiblemente algunos nos quedaremos atascados, y no quedé más remedio que buscar salida, no por la parte angosta del embudo, sí por la ancha, por las grandes avenidas de la Libertad, ahora vetadas para la mayoría de la humanidad. Manga o parte ancha ocupada por los amigos de lo ajeno, o mejor dicho del sudor ajeno. Los mayores saqueos y atracos se realizan con traje y corbata y con la ley de parte de los ladrones. Estos ladrones se suelen autodenominar así mismos: gente de bien o de orden; sin embargo, utilizan leyes y represión para mantener su privilegio a seguir robando y viviendo de lo ajeno.

 

2020, será o es, ese año en el cual nos harán y están haciendo comulgar con ruedas de molino que no caben por la parte angosta del embudo. A pesar de que sabemos todos que de molinero cambiarás, pero de ladrón no escaparás. El viejo molinero es un ladrón, y el nuevo no lo es menos, que de casta le viene al galgo y por mucho que se vista de honrada, merma en el costal habrá.

 

2020, será un año en el cual puede que aprendamos la lección, de que el mundo es de las personas, y no de los ladrones y especuladores, que la justicia debiera ser igual para todos y no un recurso lo publicitario para engañar y someter al pueblo, que si al rey le gusta la buena vida, al campesino que planta las patatas que se come, también, y tiene más derecho que él, porque las riega con su sudor.


Con mascarilla podemos conocer mejor a quienes llevan siempre la máscara puesta o el bozal, y si ellos tienen la sartén por el mango, nosotros tenemos la cerilla para provocar la chispa.

 

En este 2020, desde un Letur, deseo a todas las personas honradas, a todos quienes luchan por un mundo mejor y más solidario, a quienes hablan de personas y no de extranjeros y españoles, a quienes aman a sus prójimos sin mirarles el color de sus ojos, a quienes viven del sudor de su frente y, y, y.…


Mucha salud, que el embudo puede ser angosto y agosto un sofocó, pero con voluntad y ganas...


Paco Arenas

 

Fotos de Letur (Albacete)


























domingo, 26 de julio de 2020

Sancho, don Quijote y la herencia de la Casa Caída (Relato y fotos de casas en ruinas)



 Sancho, don Quijote y la herencia de la Casa Caída y fotos de casas en ruina

 Llegó don Quijote al corral donde Sancho se encontraba preparando el estiércol para echar en el majuelo. Sus movimientos lentos, hasta podrían decirse que contemplativos, pusieron en guardia al caballero. Tal era la abstracción de Sancho que ni tan siquiera se percató de la presencia de su amo.

—Buenos días nos dé Dios amigo Sancho…

—Buenos días tenga usted, ¿ha almorzado vuestra merced?

—La verdad es que no, pero aquí en el corral no es el mejor lugar…

—Pues vamos al patio, debajo de la parra, que bien fresco que se está, y tomamos una gótica de vinillo fresco y unas rebanadas de melón de mi bancal, que con esta calina no entra nada.

—Vamos pues.

—¿De dónde viene vuestra merced? ¿Ha hablado con el señor bachiller?

—Con él me crucé, pero antes estuve en tu casa y hablé con Teresa, y algo me preocupó la cuestión, y que tú te quieras conformar con una rebanada de melón para almorzar con los buenos chorizos que tienes en la orza, de mayor preocupación es…

—El vino, lo vendimio con mis manos, lo piso con mis pies, y una parte, sin hacer nada, se la lleva el marqués y otra el convento, los chorizos, crío los gorrinos, los doy al matarife, junto con mi ama y mis hijas, los pico y meto en las tripas, los cuelgo al humo a secar, y los meto en las orzas, y después sin que el marqués haga nada, de cada diez, al menos una orza le tengo que llevar, y la mejor y con mayor esmero preparada, y otra de diezmo al convento, a ellos les sobra vino y chorizos, sin dar un palo al agua, en mi casa, siempre falta…

—Es la vida, así fue desde el principio de los tiempos, pero eso es algo que forma parte de nuestra condición de siervos, y de vuestra condición de pecheros, yo como soy caballero…

—¡Acabáramos!, mas vamos a almorzar que con vino se digiere mejor los duelos y quebrantos —dijo Sancho clavando la horca en el montón de estiércol y dirigiéndose al pozo.  

Colocó un corcho con un trapo en uno de los pilones, echando la soga con el cubo al pozo, dándole un tirón del revés para que cayera boca abajo el pozal, comenzando a subirlo con presteza. Se quitó la camisa y se lavo concienzudamente de cintura para arriba.

—Vamos a almorzar don Alonso.

Ya sentados, con un buen porrón de vino, unas tajadas de tocino, pan, y una navaja cada uno, tras el primer trago de vino comenzó Sancho:

—Don Quijote, a ver mi amo si me aclara la cuestión...

—Dime, Sancho, amigo mío, ¿qué trajín traes en las alforjas de tu sesera que, según me dijo tu ama, no has pegado ojo en toda la noche y, según el bachiller Carrasco, andas como borrica en celo sin serón que la proteja ni pollino que la monte?

—Mi ama sabe que yo duermo como un lirón, sobre todo después del ayuntamiento, que, aunque no viene al caso, soy fiel cumplidor de amar a mi mujer siempre que tenga ocasión…

—No es preciso que entres en detalles, amigo mío. Creo que algo tiene que ver la cuestión con lo dicho por el bachiller Carrasco, que no dando su brazo as torcer, me ha dicho que algo de razón debías de tener, siendo el bachiller y tú un iletrado…

—¿Eso le ha dicho?

—Bueno, no lo va a reconocer, pero la mosca detrás de la oreja le va zumbando, pero claro, él aspira a trabajar para el señor marqués…

—Claro, por eso no da su brazo a torcer…

—Eso debe ser. ¡Beba vuestra merced!

—Dime pues qué te pasa, amigo mío. Bueno este vino.

—De la última arroba que me queda, que, siendo agosto, no comenzó la vendimia, y como el viejo marqués exigió dos en lugar de una, y el nuevo, habiendo dado dos, me obligó a una más, entre los dos, dos arrobas me faltan en mi tinaja, las que me faltan para beber vino hasta que el mosto fermente…

—Di que fueron tres…, pero, dime, vamos al asunto.

— Es cuestión delicada, con el bachiller me atrevo, vos me merecéis más respeto —dijo Sancho mirando a don Quijote, buscando la aprobación con la mirada —. Siendo, que es sabido, que vos decíais ser leal al antiguo marqués de la Casa Caída. Temo ofender su susceptibilidad...

—Cierto, era, fui ser fiel vasallo del viejo marqués, hasta que supe que era un ladrón que robaba al pueblo, en provecho propio... Para mí, ese bribón, ya no me merece ningún respeto. Pregunta sin miedo, Sancho, amigo mío.

—Por si acaso lo digo, que era ladrón todos los sabíamos, y desde el cura al bachiller, pasando por el barbero y vuestra propia merced, lo defendían a capa y espada, como si fuera honrado...

—La presunción de inocencia, Sancho, amigo...

—¡Copón en Dios!  —Protestó Sancho —. Si todos los sabíamos sobradamente, no me fastidie vuestra merced.

—La verdad es que todos sabemos que tanto el marqués viejo era un ladrón, y que el nuevo no era ajeno, ni es a sus tejemanejes —reconoció don Quijote.

—Y cuando los pecheros lo decíamos, ¿qué ocurría? Hasta que no les ha tocado los cuartos a los caballeros…

—¡Hombre!  Anda bebe que no se te atragante la corteza del tocino —dijo riendo y empujando el porrón a Sancho, don Quijote.

—Por culpable me tuvo el barbero, que con la navaja casi me rebana el pescuezo, cuando hace diez años le comenté lo que en el Tomelloso escuché. Eso que ya le dije a vuestra merced, que era y fue un ladrón, como su padre y su abuelo. No eran sospechas, sino realidades. ¿Se acuerda? Vuestra merced, no me atravesó con la lanza, pero me dio con la adarga, que buenos chichones me hizo en la cabeza, que de haber sido torta de manteca no le habrían faltado chicharrones...

—Ya te digo, que de ese bellaco me puedes preguntar qué sin enojo te he de responder y te pido disculpas, no por haber defendido a un ladrón, sino a dos.

—Con estos oídos escuché al nuevo marqués de la Casa Caída, que renunciaba a la herencia de su padre, pero se quedaba con mi dos arrobas de vino entregadas al mismo, y exigía una tercera para su consumo propio, además de dos fanegas de trigo más, por eso de borrón y cuenta nueva, pero pagando como siempre «poca ropa»

—Sancho, así lo dijo, que yo también lo escuché...

—Pero se queda con su título, lo cual implica quedarse con sus pertenencias, sus palacios, además de lo robado por el padre…

—Tonto no es, pero nos toma por tontos. En la Casa Caída se rigen por la presunta legitimidad de la sangre. El nuevo marqués quiere toda la herencia, pero dice abominar de ella de cara a la galería, mintiendo, para engañar a sus vasallos, los cuales, los más cobardes o serviles, quieren ser engañados por miedo a lo desconocido, aunque lo conocido peor no pueda ser, y lo mejor que puede ocurrir en estas tierras es que desaparezca el marquesado…

—¿Entonces?

—El nuevo marqués tiene la pretensión de poner una frontera imaginaria entre el ladrón de su padre y el que es él, pero quedándose con lo robado y heredado, mediante venta falsa, con complicidades varias, escríbanos a sueldo, bachilleres ciegos, fariseos de medio pelo, nobles de palanca y borrachera, barones de vasallaje incierto…

—¿Entonces? Mi amo, ¿Qué ocurrirá?  Si el nuevo marqués es tan ladrón como el viejo, si ningún juez puede investigar ni al nuevo ni al viejo, si al final nos seguirán robando, nosotros pasándolas canutas y ellos viviendo a cuerpo de rey…¿Qué pasará?

—Lo de siempre. harán el paripé. Fingirá como que renuncia, sin renunciar, como que echa a su padre de su casa, aparentará desprecios, pero todo seguirá igual, y como al señor marqués, tanto al nuevo como al viejo, no se le puede investigar, porque así lo dicen las leyes del reino. El marqués y sus descendientes, seguirán robando, los sumisos vasallos seguirán pagando son rechistar y, puede que algunos como a ti, te dé por pensar y a mí por darte la razón y eso, eso será peligroso para nosotros, porque el bachiller, por querer entrar defenderá los ladrones, el barbero, por afeitar las barbas del marqués y recibir prebendas por ello, estará dispuesto a rebanarte el cuello, si pones en duda la honorabilidad de los ladrones que a él le pagan, y otros, por tener contentos a sus amos, también callarán, y a quien piense o hable a galeras a remar…

—Mi amo, don Quijote, no me diga vuestra merced que por decir la verdad y pensar en justicia nos mandarán a remar a galeras...

— Depende del número de Sanchos y Quijotes que les dé por pensar y actuar, si somos muchos, al señor marqués y al ladrón de su padre, será a quien mandemos a galeras a remar…

—¿Y si somos pocos? Porque todos somos quienes sabemos que el Solar de la Casa Caída, siempre ha sido una casa de ladrones.

—¿Si somos pocos? Nosotros seremos los condenados y los ladrones, como todos sus ancestros, seguirán robando hasta con la bendición papal...

Y mientras estas conversaciones tenían don Quijote y Sancho:

Los marqueses de la Casa Caída, viejo y nuevo, se daban un gran banquete, riéndose de la estupidez de sus vasallos. Los cuales en las fachadas de sus casas pintaban banderas o colocaban pendones en honor a sus señores, mientras se les hundían los tejados de sus casas haciendo honor a sus amos con sus casas caídas.


©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar. Novela recomendada por catedráticos de literatura e historia. 


A continuación casas en ruina de distintos lugares de las provincias de Cuenca y Albacete:






















Casa en Aýna
  

Y por último, aunque restaurado, la mayor ruina de España ¿Cuál?

domingo, 5 de julio de 2020

Quien la busca, la encuentra y no escapa...




17 de septiembre de 2017



Llegó con el más hermoso nombre para destruir los sueños, para dar el golpe de gracia a la más hermosas y olvidadas islas del Caribe. La Isla olvidada, la isla del encanto. Ahora, como diría Julia de Burgos, «con la voz suspendida de mariposas muertas».

Olvidada a su suerte por quienes exprimen el jugo de sus entrañas, quien le roba el fruto de su vientre, llevándose sus mejores hijos a la metrópoli, no quiere saber nada de ellos. Para Estados Unidos, si desaparecieran los boricuas, toda la esencia de ese pueblo de raíces tan hispanas, sería una bendición. Trump, racista, solo quiere el territorio, que sería el más hermoso de los Estados Unidos de América si no hubiese boricuas celosos de su libertad e independencia.

Olvidada a su suerte por su antigua metrópoli, ahora que está «del viento más triste y devastada»[1]. Que «camina en ríos agotados y turbios, rota y despedazándose.»

Sin luz, ni agua, ahogándose, ante los ojos del mundo, los pueblos y ciudades de la joya del Caribe reducidos a escombros, pilla tan distante para los mandamases del mundo, para los grandes medios de comunicación en manos de mafias financieras, que ni siquiera necesitan desviar la vista para no ver, ni taparse los oídos para no escuchar los lamentos de los hijos de Boriquén, porque tampoco miraban, ni escuchaban antes, sino era con el permiso de sus dueños.


Dos días antes 15 de septiembre de 2017


Aquella noche el negro Marcial deambulaba por las finas arenas de Playa Sucia[2]  buscando un sentido a su vida que creía perdida para siempre. Sus pies bordeaban la playa mojándose hasta las rodillas, después de astillar dos costillas a Mónica, su amor.  Deseaba la muerte con ciega intensidad. No es que se sintiese culpable por haber zurrado el pandero a la bella mulata con la que había compartido los dos últimos años de su vida.

Él la amaba intensamente, pero ella era tan bella, tal el cimbreo de sus caderas al caminar, la fiesta en sus ojos y labios al reír a ningún hombre dejaba indiferente y fuesen muchos quienes la miraban con ojos golosos imaginándola desnuda balanceándose en un chinchorro[3]. Sí sentía celos, ¿para qué negarlo?, y hubiese querido saber de ella cada instante de su vida. Se imaginaba de manera enfermiza las groserías o lindezas que otros hombres le dedican en el trabajo y con mayor motivo, creía él, las réplicas a esas groserías. Ella trabajaba con hombres elegantes, mientras que él era un perdulario[4] que necesitaba alquilarse[5] para poder fumar el peor boliche[6].

¿Cómo no ser celoso ante tanto amujerado[7] bien vestido que trabaja con ella? Por tanto, a nadie debiera de extrañarle que él quisiera controlar su vida, no es que se dedicase a esculcar[8] el celular de ella buscando infidelidades; sin embargo, hacía tiempo que tenía el pálpito de que no era el único que compartía cobija[9] con ella. A él nadie lo tomaba por zonzo[10] ignorante, menos una mujer.

El faro de Cabo Rojo emitía fantasmagóricas luces sobre las aguas del Caribe, si bien la intensidad de sus impresionantes y bellos destellos no llegaban a ser tan intensos como las ráfagas de los celos enfermizos que le hacían ansiar la muerte en aquel paraíso al bravo[11] y bien formado Marcial.

—¡Ojalá el viento sea huracán! —Maldijo, ante lo molesto del viento.

Era noche de luna llena y las estrellas rutilantes producían una sensación de bóveda iluminada translúcida diseñada por el mejor de los arquitectos. La luminosidad de aquella noche de plenilunio, unido a al fresco, húmedo y muy agitado viento. El negro Marcial estaba sufriendo mucho en uno de los lugares más bellos del Caribe y del mundo, invitaba a cualquier cosa diferente a la que había llevado desde Ponce. Nada sabía de la proximidad de «María», porque el negro Marcial, hablaba, oía, pero nunca escuchaba otras voces que las que salían de sus propios labios.

—Hermosa noche para morir —dijo en voz alta mientras su mirada se perdía en la inmensidad del mar, deteniéndose en aquel puente en forma de manatí o elefante donde rompían las olas formando espuma blanca.

Caminaba lentamente reconcentrado en sí mismo, casi rezando para no encontrarse con nadie.

—Si alguien me mira mal…—y hacía un gesto como de cortarle la yugular.

Como una diversión miraba abstraído el volar de los mosquitos que a esa hora de la noche buscaban sustento en su oscuro cuerpo. No quería tropezarse con nadie, no fuese que la cosa terminase en gresca, era tal su ofuscación que hubiera sido capaz de pelearse, y hasta matar al más dócil de los humanos, aun hombre no le podían hacer eso, y él era un hombre muy hombre. Sin embargo, muy a su pesar necesitaba hablar, desvestir su alma, botar[12] toda la rabia que como candela ardiente le producía tal desazón en el alma. Así caminó contra viento hasta pasadas las seis de la mañana, hora hasta la que había postergado su decisión de tirarse desde el punto más escarpado del acantilado, con ese aire tan intenso, no habría vuelta atrás. Antes de morir quería ver amanecer y cumplir su venganza.

Tras caminar toda la noche por la playa, empapado por las grandes olas que comenzaban a formarse, hasta tuvo miedo de que alguna de ellas lo arrastrase, era fuerte, y sería capaz a los elementos.

—Soy invencible, como la armada invencible —gritó con fuerza, olvidando que la armada invencible, fue derrotada por los elementos.[13] Quería rondar los bellos manglares, donde a buen seguro algunas parejas de enamorados desatarían sus acalenturadas[14] pasiones, como él hizo muchas noches, no solo con Mónica, sino con otras muchas, porque él era muy macho y daba abasto a muchas hembras si era preciso, no era cuestión de conformarse con una sola pudiendo contentar a varias, él era mucho mejor conquistador que don Juan Tenorio y Luis Mejía juntos, sin necesidad de salir de Puerto Rico. A Mónica la quería solo para él, era suya, su más preciada posesión, al igual que su reloj, su celular o su carro, suya era y de nadie más. Antes muerta que, de otro, la quería tanto, a pesar de sus muchas infidelidades, suyas, no de ella, que cual Inés, más fiel no podría llegar a ser.

Decidió subir antes del amanecer a los acantilados, al lugar elegido, frente al faro. Refunfuñó por lo pesado del ascenso y porque su muerte no sería tan bella como había planeado. Ya durante la noche, nubes grises fueron ocultando las estrellas, y a aquella hora de la alborada cubrían la que durante la noche fuera estrellada cúpula radiante. Ya no contemplaría el más bello amanecer de la Isla del Encanto[15].

16 de septiembre de 2017

Pronto comenzaría a llover, él que tanto ansiaba la lluvia cuando era campesino, maldecía la impresionante tormenta, que de un momento a otro caería. A bastantes yardas[16] del faro un torbellino fue el inició de la tormenta. A continuación, un viento huracanado comenzó a empujarlo en dirección a los escarpados acantilados. Viéndose perdido y arrastrado, fue consciente que tenía miedo a morir, mucho miedo. Se precipitó contra el suelo, buscando un lugar donde agarrarse, seguro de que jamás andando erguido lograría llegar a pedir socorro al faro. Más próximas se encontraban las ruinas de una antigua torre vigía española, las cuales serían su salvación, pensó. Hasta allí se arrastró reptando como una culebra muerto de pánico. Sin embargo, el recio viento amenazaba con arrastrarlo, a pesar de todo, hacia el mar. Logró parapetarse en el interior de las ruinas, respirando aliviado.

Las ruinas no eran murallas inexpugnables, el viento no siempre soplaba en dirección al mar. La tarde anterior, él fue allí decidido a morir al alba como los fusilados, marcando el instante preciso frente a la inmensidad del horizonte marino, cuando despuntase el sol en el horizonte. Por supuesto, después de haberle mandado el último «WhatsApp» despidiéndose de ella, con la más hermosa alborada del mar Caribe como fondo. Quería que ella se sintiera culpable de su muerte después de la gresca del día anterior, la cual terminó con ella en el hospital de San Juan. Fue Mónica la culpable, él la quería, pero ella le confesó que estaba enamorada de otro hombre que ya no lo quería, y eso no se le puede decir a un hombre que es hombre.

Ahora, cuando veía que la muerte le amenazaba, no quería acoquinarse[17], tenía el pálpito de que ella le pediría perdón y regresaría a su lado, que el contrincante que le disputaba su amor era un amujerado, un capricho obsceno e indecente. Sin duda se trataba de un amago para ponerlo celoso. ¿Quién era ella para jugar con sus sentimientos? Él era muy hombre para dejarse arrebatar lo que le pertenecía en exclusiva, y Mónica era de su propiedad, su hembra, por eso casi la mató por su traición, por decir que se había enamorado de otro.

No, no podía morir, antes de morir, ya averiguaría quién era el chivo[18] manganzón[19]que le disputaba a su hembra y ensartaría al perencejo[20]mal nacido, que bien muerto estaría.
Las ruinas de la torre que habían resistido las embestidas de huracanes y ciclones aquel gris amanecer, la fuerza de «María» provocaron que cayeran, sobre él, abatiendo su cuerpo de cintura para abajo, mas no lo mataron ni le produjeron heridas de muerte, siempre que recibiese pronta ayuda.

Gritó de desesperación consciente de que nadie lo escucharía, a pesar de que todos los días del año eran muchos quienes se acercaban a ver aquellos fantásticos paisajes de la Isla del Encanto, nadie tan loco como para acercarse en una mañana como aquella, a no ser que como él, unas horas antes, buscase la muerte. Solo una muñeca de trapo, arrebatada a una niña por el viento, llegó a su lado.

De improviso sonó el celular[21] que milagrosamente se había salvado a pesar del agua y las piedras que le aprisionaban sus extremidades. Peleó bravamente con las escasas fuerzas que le quedaban hasta lograr liberar esa parte de su pantalón donde guardaba el celular. Pensó que era una llamada de ella; sin embargo, era la alarma que ponía todas las mañanas para ir a trabajar.  Decepcionado pensó llamarla él, tenía poca batería. Le escribió un WhatsApp:
— I love you baby. Te perdono. Estoy a veinte yardas de los acantilados de Cabo Rojo…
La respuesta llegó de inmediato, no por WhatsApp, sino como llamada, lo cual Marcial agradeció, pensando que ella estaba esperando esa llamada y que ella aceptaría ese perdón que él le ofrecía, pero el tono era ofuscado:

—¿Qué me perdonas tú a mí? ¡Mal nacido! ¿Tú a mí, que casi me matas? Que María te lleve con ella…

—¿María? Fue solo un desliz. Vine a matarme yo, mi amor, vine a matarme por tu traición. Pero te quiero tanto, y sé que tú me quieres a mí. Pide una ambulancia y salvaremos nuestro amor, te lo juro —decía angustiado llorando desconsolado como niño de pecho sin teta en la que succionar.

—Camina veintiuna yardas que te separan del acantilado y haz un favor a la humanidad. Tírate o déjate llevar por María, ella te abrazará con todo su amor.

—¡Dale con María! Eso es tiempo del pasado —dijo, nada sabía del huracán que comenzaba a hacer estragos, él nunca escuchaba los noticiarios —. Tengo atrapadas las piernas, me muero…Sí no viene una ambulancia rápida me muero… —rogó él.

—Adelante, a mí como si te ahogas en las salinas para que te lleven los espíritus de los taínos muertos[22], haciendo lo que tú nunca has sabido hacer, trabajar. Las ambulancias están para la gente decente, no para los malnacidos maltratadores, como tú.

—Me muero, no puedo pedir ayuda a nadie, me muero. I love you baby —quiso enfatizar más sus palabras después en español —cariño te quiero, mi amor…

—No se quiere a quien se hiere, no se astillan a golpes las costillas de una mujer por cariño... ¿Tienes tabaco? –sorprendentemente preguntó con frialdad ella.

—Sí, pero no es eso lo que necesito. Además, es imposible encender un pitillo con este viento. Necesito volver a besarte, salir de aquí, me muero.

—¿Besarme? Antes muero que volver a rozar tus labios. ¡Maldito seas por siempre! Anda tírate por los acantilados y que el diablo te lleve.

—Condenada, pide ayuda, muero de verdad, no me condenes a muerte, te lo pido como último deseo.

—Fúmate el último cigarrillo, que ya no me incumbe. ¡Chao! —se despidió Mónica apagando el celular, sin posibilidad de volverla a llamar, el suyo se quedó sin batería y él sin ni siquiera fuerza para apretar el teclado táctil del celular.

Abrazo a la pequeña muñeca de trapo, y aturdido recordó unos versos, de Julia de Burgos, de cuando se enamoró por primera vez, de cuando era capaz de amar a una mujer con amor verdadero, y todavía no era un enfermo psicópata:

«Tengo el desesperante silencio de la angustia
y el trino verde herido...
¿Por qué persiste el aire en no darme el sepulcro?
¿Por qué todas las músicas no se rompen a
un tiempo a recibir mi nombre?
—¡Ah, sí, mi nombre, que me vistió de niña
y que sabe el sollozo que me enamora el
alma!»

El viento, al negro Marcial, le dio sepulcro.

Cuando la tormenta, varios días después, cesó y el sol de nuevo brilló sobre las cristalinas aguas de Cabo Rojo, cuando nadie recordaba que alguien con el pelo de estropajo naranja tiró caramelos a los puertorriqueños, como si fueran…, parejas de enamorados comenzaron pasear por Playa Sucia, viendo los desastres producidos por «María». Algunos se acercaron a las ruinas al vislumbrar los nuevos derrumbes, y encontraron allí a Marcial. Su único consuelo, una muñeca de trapo, a la que estaba abrazado. Tenía el color cenizo de los cadáveres y las cuencas de los ojos desiertas; pero, fijas en un celular apagado. Nadie supo que fue a buscar la muerte y cuando quiso escapar, la muere lo atrapó.

© Paco Arenas

Este relato forma parte del libro  Esperando la lluvia-Cuentos al calor de la Lumbre





[1] Las frases entrecomilladas, son de poemas de Julia de Burgos, poeta puertorriqueña.
[2] A pesar del nombre, Playa Sucia, está considerada una de las cincuenta mejores playas del mundo.
[3] Hamaca tejida en forma de red.
[4] Persona sin oficio ni beneficio, perdido, vagabundo.
[5] Trabajar para otra persona.
[6] Tabaco de mala calidad. Palabra ya en desuso, pero que me ha gustado rescatarla por ser habitual en los relatos clásicos boricuas, por ejemplo, en el cuento de Abelardo Díaz Alfaro «El boliche», que termina así: Boliche, tabaco malo, tabaco bueno para «la fuma». Boliche, tabaco que no llega a ser «pie», ni «medio», ni «corona». Boliche: esa es la vida del tabacalero.
[7] Afeminado.
[8] Registrar, indagar.
[9] Ropa de cama.
[10] Tonto.
[11] Enojado.
[12] Arrojar, tirar algo.
[13] La conocida como «La armada invencible», mandada por Felipe III a Inglaterra, para destronar a Isabel I e invadir Inglaterra, para fue derrotada en dos ocasiones, la primera contra Inglaterra, de 122 barcos, fueron arrasados por las olas 35, los 87 restantes regresaron a España, siendo reparados y mandados a sofocar a los independentistas portugueses, que se habían levantado en armas contra el imperio español, también fracasó en sus objetivos y Portugal paso a ser independiente de la corona española. 
[14] Febriles o acaloradas.
[15] Nombre con el que conocen los puertorriqueños a su bella isla.
[16] Yarda, medida anglosajona adoptada en Puerto Rico, equivale algo menos de un metro.
[17]Amilanarse, sentir miedo
[18] Macho cabrío, cabrón.
[19]  Vago, holgazán.
[20]  Amilanarse, sentir miedo.
[21] Teléfono móvil.
[22] Cerca se encuentran unas salinas en las cuales trabajaban como esclavos los indios taínos para los españoles.

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