La adaptación de El Lazarillo y guía de repaso |
jueves, 27 de octubre de 2016
¿Puede convertirse un clásico en súper-ventas o best-seller en Amazon? El milagro de La Celestina-Lectura fácil
domingo, 23 de octubre de 2016
El ¿Milagro? O el secreto de tener cuatro libros en el TOP 100 de Amazon
Hacer click para agrandar la imagen. |
La Celestina el preferido por los lectores de Amazon en todas las categorías |
Hacer click sobre la imagen para agrandar |
Llegando oscilar entre el puesto 17 y el 100, estando la media en el número 22 durante durante más de dos semanas. Con dos excelentes opiniones de cinco estrellas.
Llegar a estar en el nº 22 de ficción clásica una novela escrita en el siglo XXI no había ocurrido nunca |
No es fácil que una novela escrita en el siglo XXI esté entre los clásicos de ficción. Está claro el motivo: se trata de una novela escrita en el siglo XXI, no en el XVI o XVII, aunque sean muchas las personas que me solicitan poder ver los manuscritos originales, incluso profesores e investigadores. Los manuscritos de Teresa Panza, es una obra artesanal. Una profesora de filosofía y letras me dijo que en las 244 páginas de mi novela había más vocabulario en muchas de 1000, y más filosofía que en algunos manuales de la materia. Es una obra artesanal escrita a la antigua usanza de los siglos XVI y XVII, con lenguaje actual, pero manteniendo la estructura y un rico vocabulario de la época, que imita el castellano del Siglo de Oro español. Espero y deseo que a pesar de no ser un best seller, tampoco lo pretende, se haya escrito para prolongarse en el tiempo, (al menos ese es mi sueño) no en vano, son profesores, e incluso catedráticos, como don Jaime Flores de la Universidad de Puerto Rico-Río Piedras, quienes mejor la están valorando.
Los manuscritos de Teresa Panza, con excelentes valoraciones de los lectores. |
Hacer click para agrandar la imagen |
Día Internacional contra la violencia machista, se trata de comprometida contra la violencia machista, en muy poco tiempo ha conseguido excelentes reseñas de lectores en AMAZON.ES, Amazon.com (EE.UU), Google books y la página de Página de Faceook de Caricias rotas .
El gran fracaso: Mi libro de poemas, Las abarcas del campesino que soñó ser poeta.
No obstante voy a seguir escribiendo poesía, me gusta y disfruto escribiendo, poesía, novela, historia y opinión. Lo hago por placer y compromiso con la sociedad y sobre todo, egoístamente conmigo mismo. Porque soy un desempleado que no cobra ningún tipo de prestación, pero no estoy parado(faltaba más) Así, que a seguiré dando la tabarra con mis malos poemas y mi narrativa, ya sea de humor, actual, clásica o social.
sábado, 22 de octubre de 2016
Mi primer libro pirateado (Las abarcas del campesino que soñó ser poeta)
Mis padres, esos campesinos que me quisieron tanto.
lunes, 10 de octubre de 2016
La Ceramo de Benicalap, por donde pasaron emperatrices de película
Pisando barro, soñando palabras (Poesía)
La primera reseña de Los manuscritos de Teresa Panza (Hace un año)
domingo, 9 de octubre de 2016
Caricias Rotas, mi segunda novela, ve la luz
viernes, 7 de octubre de 2016
Hoy, por fin, Benicalap. Ni más ni menos que Benicalap
Gracias, o pese, a ese fracaso monté el Bar arenas y conocí gente maravillosa, que de otro modo jamás habría conocido.
jueves, 6 de octubre de 2016
Dodotis para el dolor de muelas (Cosas de Benicalap)
martes, 4 de octubre de 2016
Chupito a chupito, los bomberos en el balcón
Para quien no lo sepa,
más de la mitad de mi vida laboral la dediqué a la hostelería y casi dieciocho
fui tabernero de mi propio bar en el barrio de Benicalap, el Bar Arenas. Los taberneros (me gusta ese término tradicional)
de barrio suelen ser receptores y emisores de noticias de lo que ocurre a su
alrededor, pero sobre todo son una
especie de confesores laicos, dispuestos a escuchar y a guardar el secreto de
por vida. En su defecto, si lo cuenta, lo lógico es que se atenga a la premisa
de:
«Se dice el pecado,
pero no el pecador»
Esta es una de esas muchas historias que me
contaron en el Bar Arenas de Benicalap. Una historia para recordar.
Chupito
a chupito, los bomberos en el balcón
La crema de güisqui
Baileys se puso de moda en España a principios de los años 90 del pasado siglo.
Creo recordar que en al Bar Arenas llegó en la primavera del 91 y fue a raíz de
este suceso. Pronto causó furor, sobre todo entre las mujeres.
Nuestra protagonista,
vecina de Benicalap, tuvo la suerte de que en su caja navideña, la empresa en
la que trabajaba tuvo a bien regalar junto con los típicos turrones,
polvorones, cavas y demás, una botella de Baileys. Hasta ahí todo
normal, esa botella la recibieron muchas otras personas sin que a ninguna de
ellas le sucediese nada de destacar. Esta mujer era y, supongo que
seguirá siendo, muy jovial que no precisaba de beber para estar de un humor
excelente. Además, no bebía nada de
alcohol salvo alguna cerveza con gaseosa, cuando salía a comer fuera, que en su
casa solo bebía agua.
La curiosidad, dicen
que mató al gato, y eso ocurrió, abrió la caja navideña en el trabajo y se
encontró con aquella botella de color marrón que no conocía.
—Esto de Baileys, ¿qué
es?
— ¿No lo has probado
nunca? —le preguntó una compañera asombrada.
—Pues no. No bebo
alcohol —contestó ella con la natural seguridad de quien dice la verdad.
—Mujer, si esto no es alcohol.
Esto es como el café con leche, pero mucho más bueno, dónde va a parar. Tú
lo metes en la nevera, y después de comer lo pruebas. Verás que cosa tan rica.
—Es como el café con
leche, pero con magia — apuntó otra, relamiéndose. Si no te gusta, aquí estoy
yo.
La mujer llegó a su
casa a las tres de la tarde harta de trabajar, sin ganas de nada, ocho horas de
pie en la cadena, resultaban agotadores; más, después de haberse levantado a
las cinco de la mañana. No obstante, metió la botella de Baileys en el
congelador para probar ese «café con leche» con magia después de comer
algo.
Comió sin ganas, sin
calentar siquiera, la comida preparada la noche anterior. Al terminar fue al frigorífico
y sacó la botella, llenando medio vaso. Fresquito como estaba, entraba de
maravilla.
—Sí que está bueno de
verdad. Pero que muy bueno.
Llenó otro medio vaso
y se recostó el sofá a descansar un rato, con la intención de ponerse después a
realizar las tareas de la casa. Tuvo la mala idea de dejar la botella allí, a
su lado. Puso el televisor para ver la telenovela venezolana que por
entonces triunfaba en toda España, «Cristal» y antes de escuchar:
«Señor... Aquí estoy frente a
ti, de rodillas, con este secreto tan grande que solo tú conoces»
Llenaba el vaso por tercera
vez.
Aquel día «Cristal»
estaba más interesante que nunca y nuestra protagonista, no se durmió. Aquello
estaba tan bueno, y sí, era como el café con leche, le vendría bien para
despejarse y realizar las labores hogareñas después de la telenovela. Tareas
domésticas que ni el marido ni los hijos participaban mucho en ellas, y no es
que ella trabajase menos que él, o que los hijos fuesen mancos. La botella,
chupito a chupito fue menguando hasta, como suele decirse, verle el culo y
besarlo. Después de ver «Cristal», tenía mucho más sueño que al llegar del
trabajo, y se terminó de tumbarse en el sofá con un poco modorra.
Sus hijos llegaron del
Instituto San Roque casi a las seis de la tarde, con ganas de merendar,
acompañados de sus novias. No llevaban llaves, tampoco las necesitaban, su
madre siempre estaba en casa dispuesta para cuando ellos llegasen. Al medio día
comían en casa de los abuelos. Llamaron desde el portero electrónico y
nadie respondió.
—Mamá, habrá ido a
comprar —pensaron o dijeron.
Esperaron un poco y al ver que no llegaba, lo
intentaron de nuevo. Con la despreocupación,
propia de la edad, se fueron con sus novias al Bar Arenas a comerse unas
patatas bravas. Su marido llegaba a las siete de la tarde. Solía
llevar llaves, pero tampoco ponía mucho cuidado, y ese día se olvidó de
cogerlas. Tampoco se preocupaba mucho, porque ella siempre lo esperaba en casa.
Llamó dos o tres veces, pero su querida esposa no contestó.
—Habrá ido a comprar.
Pues nada, aprovecho para ir a tomarme una cerveza al Bar Arenas…
Y en el Bar Arenas se
presentó, donde se encontraba sus dos hijos con sus respectivas novias.
— ¿Qué hacéis aquí? —preguntó
extrañado.
—Mamá que se ha ido a
comprar…—contestó uno de ellos
— ¿Cuándo? Saléis del
San Roque a las cinco, son las siete y cuarto y, no está todavía. Un poco
raro, ¿no?
—Falta poco para
Navidad, habrá ido a por algo…—la justificó una de las novias.
—Paco, ponme una
cerveza y una de morro…—me pidió, y los cinco se sentaron tan tranquilamente.
Tras unas cuantas cervezas,
unos zarajos y una ración de sepia a la plancha regresaron para ver si ya
estaba la mujer en su casa. Allí no contestaba nadie, por mucho que insistían
con sus timbrazos. Regresaron al bar y desde allí llamaron a la madre de la
mujer, que por entonces andaba un poco delicada. Entonces no existían los
móviles o celulares y en los bares había teléfono público.
—¡Copón! A mí que se
vaya a cuidar a la suegra, no me parece mal; pero, sabiendo que ni los
chiquillos ni yo tenemos llaves…—protestó mientras marcaba los números de
teléfono de la suegra.
Sin embargo, desde el
otro lado del hilo telefónico obtuvo la inesperada negativa.
—No, mi hija no ha
venido. Ayer me dijo que vendría cuando llegasen los chiquillos del instituto.
Pero por aquí no ha venido ni Dios. Habrá ido a comprar —dedujo la buena mujer.
—Pues nada, Paco, pon
unas cervezas, unas bravas y una sepia a la plancha, mientras esperamos—pidió
el marido encogiéndose de hombros «resignado».
—Pon también otros
zarajos y unos pinchos—añadió uno de los hijos.
A las ocho y media,
satisfechos que estaban, el padre mandó al hijo más pequeño a ver si su querida
esposa estaba ya en casa. Cuando regreso con la negativa, dijo:
—Copón, se habrá
puesto de «charreta» con las amigas y se ha olvidado que tiene hijos y
marido. En fin, ponnos otras cervezas y una de salpicón, también unos
montaditos, y ya cenamos.
A las nueve y media,
siendo que era invierno, ya no podía estar comprando. Mandó ahora al otro hijo.
Regresó sin resultados.
—Casi fundo el timbre…
Entonces el padre, sacó las conclusiones que
debería haber sacado antes.
—A esta mujer le ha
pasado algo.
Regresaron todos,
dando voces. Un vecino les abrió la puerta del portal y subieron por las escaleras
sin esperar al ascensor. Aporrearon la puerta, poniendo el oído y escuchando el
sonsonete del televisor en marcha. Hasta podían escuchar los goles de «Estudio
Estadio» y hasta el gato maullar en la puerta, pero ella sin contestar.
Entonces, alarmados, pensaron lo peor y llamaron a los bomberos.
Marieta, que ese
nombre le daremos, despertó a las once de la noche, cuando unas parpadeantes
luces entraban desde la calle y un golpe seco rompió el cristal del balcón.
Se levantó adormilada sin saber bien dónde estaba ni en qué lugar
esconderse. Vio a aquel hombre con escafandra de bombero y un hacha en la mano.
Gritó pensando ser víctima de una película de terror y corrió huyendo en
dirección contraria al balcón, abriendo la puerta y chocando frente a frente
con su marido, que la cogió con los brazos abiertos.
—Una y no más —comentaría
días después.
Faltó a su palabra, se
aficionó al Baileys, pero solo una gotilla en el café con leche. Eso sí, desde aquel
día, todos los habitantes de la casa, menos el gato, salían por la puerta con
las llaves en el bolsillo.
Así pasó y así lo
cuento.
©Bar Arenas C.B.
©