El último año de vida de mi padre, se empeñó en que yo le
acompañase, ante el disgusto de mi madre que no le parecía muy correcto que un
crío de siete años pisase un bar, o una taberna - como decía ella - llena de
borrachos y viejos. Pero mi padre al final
se salió con la suya, me abrigaron bien, con bufanda y gorro incluido y nos
presentamos en el bar, donde aquella fría noche apenas había diez o doce
hombres que al comenzar “Estudio Uno” no quedarían no llegarían a los diez,
para al final quedarnos cinco o seis. Al
comenzar la obra, los pocos que estábamos, hicimos silencio más interesados en ver a Don Juan Tenorio que
de beber o “cascar”, nos sentamos todos juntos en la misma mesa, yo medio
acurrucado junto a mi padre, de cara al televisor, esperando ver algo
extraordinario. - Debieron pasar muchos
años para llegar a apreciarlo - En la mesa una botella de vino, una de gaseosa
y un “Cholet” de vainilla, unos "alcahuetes" cacahuetes y aceitunas.(
Muchos años después he sabido que aquella noche estaba allí otro chiquillo,
algo más joven que yo, tampoco podía ser mucho, Nicolás Haro, que también
estuvo con su padre).
De aquel día recuerdo
que estaban con mi padre y conmigo a Germán Jiménez “Trequetales, hermano de mi
cuñado Isidro, a Joaquín “El Tuerto”,
padre de Herminia y abuelo de Miguel, un gran fisioterapeuta que trabaja en el
hospital La Fe de Valencia, a Raimundo un viejo y sabio anarquista con mil
sentencias que hacían pensar a quienes le escuchábamos, a Julián Romero “El Rojo de Soplaeras”, consuegro de mis padres y
padre de mi cuñado Victorio, de Julián “El Motosierra” y de Angelina, Francisco
“El Torcio”, dueño del bar, posiblemente, quiero recordar que había otro hombre
más, pero no recuerdo quien era (
. Quien les conociese, en esa mesa estaban
representadas todas las tendencias políticas, buenas personas todas. Aquella
noche tenían algo en común aparte de la amistad o paisanaje. La afición al teatro, no sé si circunstancial y
puntual o porque realmente tenían esa afición.
Teatro que solo podían ver en una pequeña pantalla en blanco y negro.
Vimos en silencio la
obra teatral, de la cual guardo este recuerdo que me marco para siempre, tal
vez porque ya nunca pude volver a verla junto con mi padre. Al año siguiente esa noche la pase en casa de
mi hermana Dolores, recuerdo que Joaquín “El Tuerto”, vecino de ella en la
calle Las Eras, aquella noche pasamos miedo gracias a él, contó historias fantásticas de terror, un montón de cuentos e historias que tenían
que ver con la noche de las animas, relatos orales que se habían ido
transmitiendo de generación en generación y
que desgraciadamente al ser orales en la mayoría de los casos se han
perdido para siempre.
Entre quienes estaban aquella noche en el bar de “El
Torció”, viendo a Don Juan Tenorio, al menos tres de ellos eran muy buenos
narradores, cada uno en su estilo, el mencionado Joaquín”El Tuerto”, Julián
Romero, “El Rojo de Soplaeras”, que fue guardia de asalto con la
República, debido a su carácter
extremadamente jovial, contaba las historias siempre dándole una chispa de
humor, entre ambos estaba mi padre, en ocasiones, más cercano a “El Rojo”, lo
mismo contaba historias o cuentos trágicos a los cuales en muchas ocasiones les
daba un toque cómicos. Poco o casi nada
recuerdo de esas historias, mi hermana Felipa sabía muchas de ellas, pronto
decía, “como decía padre”. Algunas de esas historias todavía se podrán
recuperar, recuerdo que, aunque contadas de manera diferente por nuestros
abuelos y mayores, eran las mismas, en muchas ocasiones surgía: "eso ya lo
ha contado fulano o zutano…"
Puede ser un desafío para ese gran investigador que tenemos
en el pueblo, José Vicente Navarro, podría salir un estupendo libro con esas
historias de las gentes de Pinarejo, historias como la del clavo en la puerta
del cementerio que por estas fechas ha escrito de manera magistral mi amigo
José Vicente.