domingo, 23 de junio de 2013

Viendo Don Juan Tenorio en blanco y negro (Aquel Pinarejo del recuerdo)

sábado, 3 de noviembre de 2012


 En estos días recuerdo todos los años a mi padre, no porque sea el día de los difuntos, sino por su pasión por el teatro. Al teatro y a la poesía, a pesar de no saber leer ni escribir, se aficionó mientras luchaba defendiendo la República. Era tal el empeño del gobierno legítimo por instruir a la tropa, tanto en la enseñanza de la lectura como en el desarrollo intelectual y cultural, que los principales intelectuales, al contrario de lo que ocurre ahora,  se implicaron en ello, ofreciendo obras de teatrales diversas y recitales de poesía.

Recordemos la labor de la compañía de Federico García Lorca, “La Barraca”, enmarcada dentro de las Misiones pedagógicas de la República, para potenciar en las zonas rurales la instrucción y la cultura, que sembraron de palabras los lugares más apartados de aquella ilusionada e ilusionante república.  Tras el golpe del militar de los enemigos de la libertad, la legitimidad republicana no tiro la toalla y extendió el manto de la cultura hasta las mismas trincheras, donde al igual que en las misiones pedagógicas, se hacían representaciones teatrales y se ofrecían a la tropa recitales de poesía, con la participación entre otros de Miguel Hernández, Rafael Alberti, Antonio Machado, Gabriel Celaya, León Felipe, Luis Cernuda, entre otros.

Decir que mi padre era capaz de recitar poesías de aquellos poetas del pueblo, a pesar de no saber leer. No solo poesía y refranes manchegos, también pasajes enteros de alguna obra teatral.

Terminada la guerra desaparecieron las Misiones Pedagógicas, así como la potenciación de la cultura en general, para los golpistas la cultura no era un bien a potenciar, sino todo lo contrario.    No es necesario decir que en Pinarejo no existía teatro.  Con el tiempo llegó a existir un cine, el de Manuel Illán, donde de uvas a peras se proyectaba alguna película.

 La llegada de la televisión supuso que en cierto modo, de nuevo regresase el teatro a los pueblos,  “Estudio Uno” fue una gran iniciativa que nos acercó al teatro clásico, obras como “El Burlador De Sevilla”, “Don Gil de las calzas verdes”, “La Vida Es sueño”, hacía que mi padre de nuevo renovase su afición por el teatro, pero su obra favorita sin duda alguna era “Don Juan Tenorio”, de Zorrilla.   Solo existía un pequeño inconveniente y no era que hubiese de verlo en una televisión en blanco y negro, sino que debía verla en el bar.   En aquellos años tan solo las gentes adineradas o los bares disponían de aquel novedoso aparato, que más tarde se llamó la caja tonta, y que ahora, junto con internet, es un sorbe sesos, que deja a la gente atontada e impasible a merced de cualquier gobernante corrupto.

  Nosotros éramos campesinos pobres, por tanto, la elección no podía ser otra que ir al bar, o como decía mi madre, a la taberna, para poder verla.   Aquellos locales, donde solo acudían hombres, se abarrotaban cuando jugaba el Madrid, el Atlético entre ellos o contra el Barcelona, también cuando retransmitían alguna corrida de toros. Tengo muchos recuerdos de tardes de verano con el Bar de "El Vivo" hasta los topes viendo una corrida de toros, eso sí, solo hombres y algún crío, para que cogiese afición…, yo pronto me puse en la piel del toro contra esa salvaje afición.

No ocurría lo mismo cuando en la noche del 31 de octubre TVE - que no era la 1, sino la única, no existía ni  tan siquiera la UHF, que luego sería la 2 - emitía la obra de “Don JuanTenorio”, desde el primer momento mi padre junto a otros cuatro o cinco amigos acudía todos los años a ver la obra teatral de Zorrilla al bar de Francisco, “El Torcio”, bar que  al igual que el del “Vivo” se encontraba en la plaza.

El último año de vida de mi padre, se empeñó en que yo le acompañase, ante el disgusto de mi madre que no le parecía muy correcto que un crío de siete años pisase un bar, o una taberna - como decía ella - llena de borrachos y viejos.  Pero mi padre al final se salió con la suya, me abrigaron bien, con bufanda y gorro incluido y nos presentamos en el bar, donde aquella fría noche apenas había diez o doce hombres que al comenzar “Estudio Uno” no quedarían no llegarían a los diez, para al final quedarnos cinco o seis.  Al comenzar la obra, los pocos que estábamos, hicimos silencio  más interesados en ver a Don Juan Tenorio que de beber o “cascar”, nos sentamos todos juntos en la misma mesa, yo medio acurrucado junto a mi padre, de cara al televisor, esperando ver algo extraordinario.  - Debieron pasar muchos años para llegar a apreciarlo - En la mesa una botella de vino, una de gaseosa y un “Cholet” de vainilla, unos "alcahuetes" cacahuetes y aceitunas.([1] Muchos años después he sabido que aquella noche estaba allí otro chiquillo, algo más joven que yo, tampoco podía ser mucho, Nicolás Haro, que también estuvo con su padre).


 De aquel día recuerdo que estaban con mi padre y conmigo a Germán Jiménez “Trequetales, hermano de mi cuñado Isidro,  a Joaquín “El Tuerto”, padre de Herminia y abuelo de Miguel, un gran fisioterapeuta que trabaja en el hospital La Fe de Valencia, a Raimundo un viejo y sabio anarquista con mil sentencias que hacían pensar a quienes le escuchábamos,  a Julián Romero “El Rojo  de Soplaeras”, consuegro de mis padres y padre de mi cuñado Victorio, de Julián “El Motosierra” y de Angelina, Francisco “El Torcio”, dueño del bar, posiblemente, quiero recordar que había otro hombre más, pero no recuerdo quien era [2]( .   Quien les conociese, en esa mesa estaban representadas todas las tendencias políticas, buenas personas todas. Aquella noche tenían algo en común aparte de la amistad o paisanaje. La  afición al teatro, no sé si circunstancial y puntual o porque realmente tenían esa afición.  Teatro que solo podían ver en una pequeña pantalla en blanco y negro.

  Vimos en silencio la obra teatral, de la cual guardo este recuerdo que me marco para siempre, tal vez porque ya nunca pude volver a verla junto con mi padre.  Al año siguiente esa noche la pase en casa de mi hermana Dolores, recuerdo que Joaquín “El Tuerto”, vecino de ella en la calle Las Eras, aquella noche pasamos miedo gracias a él, contó  historias fantásticas de terror,  un montón de cuentos e historias que tenían que ver con la noche de las animas, relatos orales que se habían ido transmitiendo de generación en generación y  que desgraciadamente al ser orales en la mayoría de los casos se han perdido para siempre.


Entre quienes estaban aquella noche en el bar de “El Torció”, viendo a Don Juan Tenorio, al menos tres de ellos eran muy buenos narradores, cada uno en su estilo, el mencionado Joaquín”El Tuerto”, Julián Romero, “El Rojo de Soplaeras”, que fue guardia de asalto con la República,  debido a su carácter extremadamente jovial, contaba las historias siempre dándole una chispa de humor, entre ambos estaba mi padre, en ocasiones, más cercano a “El Rojo”, lo mismo contaba historias o cuentos trágicos a los cuales en muchas ocasiones les daba un toque cómicos.  Poco o casi nada recuerdo de esas historias, mi hermana Felipa sabía muchas de ellas, pronto decía, “como decía padre”.   Algunas de esas historias todavía se podrán recuperar, recuerdo que, aunque contadas de manera diferente por nuestros abuelos y mayores, eran las mismas, en muchas ocasiones surgía: "eso ya lo ha contado fulano o zutano…"

Puede ser un desafío para ese gran investigador que tenemos en el pueblo, José Vicente Navarro, podría salir un estupendo libro con esas historias de las gentes de Pinarejo, historias como la del clavo en la puerta del cementerio que por estas fechas ha escrito de manera magistral mi amigo José Vicente.






[1] Me enteré durante la presentación de mi novela “Los manuscritos de Teresa Panza en Pinarejo”
[2] Ahora ya sé quién era Nicolás, que también había llevado a su hijo Nicolás y que fue el primero en comprar mi novela en toda España. Me ha costado mucho, pero al final gracias a él, he recordado quien  su padre, sabía que había un hombre más que no recordaba.

    Don Juan Tenorio de José Zorrilla (obra completa)



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