Allá por junio del año 1977,
doña Clotilde (nombre supuesto) nos reunió a todos los trabajadores del hotel,
para hablarnos de la Libertad y de los peligros que entrañaban los nuevos
tiempos que se avecinaban. Esperó a que estuviéramos todos los empleados del
hotel. Sobre la mesa varios sobres
blancos y de color salmón, parecidos a esos otros que utilizaba a fin de mes
para pagarnos el salario. En aquellos tiempos se pagaba con dinero en efectivo.
—¿Sabéis que el miércoles hay
elecciones? —Preguntó.
Todos asentimos con la cabeza,
tal vez, alguno llegó a musitar un sí, apenas audible.
—Esto de votar —comenzó —, en
realidad es una tontería, y a la vez puede traer grandes males a España, a
vosotros y a vuestras familias, nos jugamos la libertad de nuestra patria. En
España hemos disfrutado de cuarenta años de paz y prosperidad gracias a nuestro
Caudillo, sin necesidad de elecciones…
Posiblemente, ninguno de los
presentes estábamos de acuerdo con sus palabras, pero nadie dijo nada. Ninguno
teníamos esa prosperidad de la que nos hablaba doña Clotilde, a pesar de que,
por entonces, nuestras jornadas laborales eran de once a catorce horas diarias,
de lunes a domingo, a cambio de un sueldo de miseria. En mi caso, andaba ya con
escarceos clandestinos contra la dictadura. No tenía edad para votar, pero la
charla era para todos:
—Mirar esta foto —nos dijo,
enseñándonos una foto de Mao Zedong con un grupo de sus generales—. ¿Veis
estos? Son chinos. Todos visten igual. Imaginar por un momento que os obligan a
vestir a todos igual, que no podéis ir al Corte Inglés o Galerías Preciados a
compraros la ropa que os dé la gana, horroroso, ¿verdad?
Supongo, que todos asentimos,
por no llevar la contraria, aunque, curiosamente todos, salvo ella, vestíamos
uniforme, las camareras un horroroso uniforme azul marino, si lo tenían de su
talla, era porque se lo habían ajustado ellas. Los camareros con pantalón negro
y camisa blanca, con pajarita, los ayudantes de camareros y los cocineros, con
una chaquetilla blanca, curiosamente a lo «mao», el botones con un traje gris,
con corbata sujeta con goma y gorro, mientras que yo, que era el ayudante de
recepción, (ella era la dueña y la recepcionista) vestía un pantalón gris a
rayas y camisa blanca, acompañada de una horrorosa corbata a juego con el
pantalón. Ninguno de los presentes, comprábamos en el Corte Inglés, ni en
Galería Preciados, no porque no nos gustará la ropa de esos grandes almacenes,
sino porque el dinero no nos llegaba para poder comprar en ellos. Digamos que
teníamos libertad de comprar, pero nos faltaba el dinero para ello, y nuestras
ropas de diario, tenían muchos años, algunas con remiendos y a veces a plazos,
de segunda mano, (iban pasando del hijo mayor al mediano, y del mediano al
pequeño).
—Pues si ganan los comunistas o
los socialistas, nos obligaran a vestir a todos igual, como si fuésemos chinos.
Olvidaos de comer jamón o queso. Solo podréis comer arroz hervido. No quiero ni pensarlo. Y estudiar, nuestros
hijos, tampoco podrán estudiar lo que quieran, sino que les obligarán a
estudiar lo que ellos quieran, los adoctrinaran...
Yo, por aquel entonces, era un
rebelde con causa. La rabia me corría por las venas por no haber podido
estudiar. Pedrito, el hijo de doña Clotilde, era un crío bastante torpón, un
año más joven que yo, caprichoso y todo lo que le apeteciera antes de abrir la
boca lo tenía, y sin trabajar. En la escuela, a pesar de tener maestros
particulares en todas las asignaturas, apenas rozaba el aprobado, yo tampoco
iba muy sobrado, de los 8 a los 9, no tuve plaza en la escuela, y desde los
once a los trece, alterné escuela con trabajo; a pesar de lo cual me saqué el
equivalente al Graduado Escolar. Sin embargo, él al terminar la EGB, fue al
Instituto, y yo, sin terminar la EGB, estaba subiendo maletas por las escaleras
del hotel de sus padres. Sí, es cierto, yo tenía la libertad de estudiar lo que
me diera la gana, como Pepito, el cual terminó de director de hotel; sin
embargo, no tenía dinero para poder pagar esos estudios, ni mi madre se podía
permitir ese lujo, ella trabajaba desde las ocho de la mañana hasta las doce de
la noche en un restaurante, también por un sueldo de miseria, que apenas nos
daba para vivir de alquiler en una habitación con derecho a cocina y baño
compartido. Por tanto, ni se me pasaba por la cabeza, la posibilidad de dejar
de trabajar para estudiar; además, ¿Cuándo? Si mi jornada duraba de once a
catorce horas diarias, y a la media hora de coger un libro, con lo que me
gustaba, me quedaba dormido.
—Y como esto de las elecciones
es algo nuevo, para que nos os equivoquéis, os he traído los sobres para votar.
No hace falta que los abráis ni nada. No tenéis que hacer nada, solo ir a las
escuelas el miércoles y entregar el sobre a quienes están en la urna, eso sí,
no os olvidéis el carné, porque de lo contrario no podréis votar. Y esto es muy
importante, votar para que España continué siendo un país que viva en paz y
libertad…
Y nos entregó a cada uno varios
sobres blancos y de color sepia, para nosotros y nuestros familiares, y antes
de retirarnos, nos enseñó un billete de cinco mil pesetas.
—¡Ah!, muy importante. Si sale
don Abel de diputado, a cada uno, os daré mil duros para que os lo podáis
gastar como os dé la gana en total libertad. Nuestro futuro, la libertad de
España está en vuestras manos. ¡Viva España! Y ¡Viva el Rey! —Terminó gritando.
Poco entusiasmo pusimos en
corear sus gritos, por mucho que quisiéramos lo mejor para España. A la mayoría
no nos importaba un pimiento el rey y mucho menos esa libertad de la que ella
hablaba. Debió adivinarlo, porque, aunque salió sí de diputado Abel Matutes
Torres, el cacique de Ibiza, no nos dio las cinco mil pesetas prometidas. Sin
embargo, a muchos payeses los subieron en autobuses y con los sobres cerrados,
los llevaron a votar a cambio de cinco mil pesetas o por la promesa de favores
que nunca recibieron. Y es que los
enemigos de la libertad, no son gentes de fiar, y como se ha demostrado a lo
largo de la historia, tampoco honrados.
Puedo asegurar que ninguno de
los presentes introdujo ese sobre en la urna, sabíamos que esa libertad de la
que nos hablaba doña Clotilde eran las cadenas que sufríamos desde hacía
cuarenta años, que esa prosperidad de aquella España, era la prosperidad de los
ricos y la miseria de los pobres.
La libertad es otra cosa, es
poder con tu trabajo, tener derecho a un techo, a unos estudios para tus hijos,
a una asistencia sanitaria, a poder comer todos los días. A trabajar por un
sueldo digno que te permita la libertad de cambiar de trabajo sin miedo, a
decir lo que quieras o consideres injusto, por miedo al despido….
La libertad, de doña Clotilde, y
la libertad de quienes profanan, todavía ahora, su sagrado nombre, no es
nuestra libertad, sino, muy al contrario, nuestras cadenas.
Escribió el gran Federico García
Lorca:
«En la bandera de la Libertad
bordé el amor más grande de mi vida.»
Ojalá, llegue el día en el cual
la bandera la Libertad ondee en todos los balcones, como aquel 14 de abril de
1931, y la LIBERTAD sea algo más que una palabra, en los labios de sus
enemigos.
©Paco Arenas, 11 de abril de
2021, a un día del 90 aniversario de la proclamación de la II ª República
Española.
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