miércoles, 28 de febrero de 2018

Magdalenas sin azúcar, mi tercera novela (Vídeo)


Magdalenas sin azúcar pronto comenzará su andadura, a esta novela le he dedicado mucho tiempo.  Magdalenas sin azúcar, una novela colectiva, puesto que, aunque, la he escrito yo, en los personajes de la novela están condensadas historias reales que me regalaron sus protagonistas a lo largo de mi vida. Ellos me dieron a conocer sus recuerdos, me contaron sus amores y temores, sus dudas y anhelos, me regalaron su memoria, yo he derramado sus vivencias para que hablen ellos a través de cada una de las palabras, de los renglones, de los capítulos de esta novela. A todos ellos va dedicada con todo mi cariño y compromiso, con ellos y su memoria.

Agradecido a mi admirado profesor don Jaime Flores Flores, los muchos regalos que me ha hecho a lo largo de estos años en forma de enseñanzas y consejos, siendo el mejor su amistad.
Agradecido a Galina, que no dudo en cederme su fotografía para la portada.
También a mi hija Rocío, que le ha dado los toques mágicos para hacerla especial.
Y por supuesto a cada uno de los lectores de mis anteriores novelas y de esta nueva, que espero que sea semilla de nuevos sueños.


martes, 27 de febrero de 2018

La antigua cárcel de Cuenca (fotografías antiguas)


Antigua cárcel de Cuenca, sus mejillas están mojadas por dos ríos que lloran al borde del precipicio entre la oquedad grisácea plagadas de verdes de infinitas tonalidades. Mientras la corriente fluye con calma, invitando, tal vez, a la paz, mientras algunos entre las piedras de la vieja cárcel buscan la verdad entre archivos ordenados por computadoras sin sentimientos.  Todo está oculto entre legajos que precisan de lentes y lupas para ser leídos, pueden parecer tan fríos los papeles, que el aleteo de una paloma es semejante a un incendio a finales de verano. 
No importa el color de los ojos que miren, no importa la lectura en silencio, silabeando las palabras, o gritándolas a viva voz, más importante que todos esos papeles, es lo que hay escrito en cada una de esas piedras, el sufrimiento del primer preso que pasó bajo el arco de Bezudo.
Tal vez, ahora, se escuchen risas, donde antaño se silenciaron, se ahogaron lágrimas y fenecieron tantos últimos suspiros; todavía hoy, hay quien dice que escucha los lamentos de los presos.  La cárcel de Cuenca, donde las raspas de peces sin pescado nadaban en agua sucia como único sustento de los presos, donde los más hermosos sentimientos de libertad fueron amordazados, como dijo fray Luis de León, que estuvo preso entre otras paredes carcelarias:

   «Aquí la envidia y mentira
       me tuvieron encerrado»

Es tan hermosa la libertad, tan bella la vida, cuando la luz entra por la ventana y puedes salir a recibirla a dejar que el sol acaricie tu cara y te abrace como abrazan los amantes más ardientes, o tal vez, salir desnudo para que la lluvia empape cada parte de tu epidermis, cual gotas de pasión de los amantes después de haber disfrutado de la libertad de haberse amado, ardiendo entre las sábanas, o sobre la hierba mojada. Es tan hermosa la libertad…


Fotografías cedidas por Ana Martínez












domingo, 25 de febrero de 2018

El país de las lentejas

Giudici, Reinaldo (1853-1921)  La sopa de los pobres, 1884  Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires


Ya estoy aquí, en el país de las lentejas rancias, quemadas y con gorgojo, y a pesar de todo, degustadas, engullidas, masticadas... sin protestar.

Estoy de nuevo aquí, en el país donde nunca pasa nada, en el país de los sordos de moda que oyen lo que les acomoda y los ciegos que tropiezan con las farolas apagadas a pesar de que llevan iluminada la cara con una pantalla idiotizante, por la cual solo ven lo que quienes les están robando la cartera desean o les dejan.

Estoy aquí, en el país de la furia balompédica ante el diferente o extraño y la inclinada cerviz ante el poderoso y el ladrón.

Estoy aquí, me temo que nunca me había marchado, en el país en el cual el tirano después de haber saqueado la hucha de las pensiones, desmantelado la educación pública y haber reducido el sueldo de los trabajadores a una boñiga de borrego capado, tiene el descaro de dirigirse a sus víctimas para aconsejarles que ahorren para tener una vejez digna y para que sus hijos puedan estudiar. Y a pesar de todo, no pasa nada, y se toma todo como una gracieta, no de un tirano, sino de un inepto, al que en las próximas elecciones se le volverá a votar.

Estoy aquí, ignorante de mí, creyendo que este campesino trasplantando al asfalto es capaz de mover conciencias, cuando los padres ven como a sus hijos les quitan la comida de la boca y miran para otro lado.

Estoy aquí, camino del mercado en busca de dos libras de lentejas, a las que no necesito echarles chorizos, me basta con encender el televisor para que salgan por la pantalla los chorizos, que se pudren antes de llegar a la olla porque no se han colgado antes. 

Me temo que en este país no son los ciegos quienes menos ven, ni los sordos los que menos oyen...

Sí, ya estoy aquí, y no sé por qué he vuelto...


sábado, 24 de febrero de 2018

Entrevista de trabajo(un caso real)

La verdad sale del pozo (1898), Édouard debat-Ponsan


Este relato real como la vida misma, tuvo lugar en un país de nombre Cleptolandia,[1] donde el latrocinio por parte de los gobernantes es generalizado y donde la verdad se oculta tras burdos eufemismos.  Afortunadamente en España estas cosas no suceden, tenemos una ley laboral justa y avanzada, nuestros gobernantes y todas las instituciones del Estado, y las empresas, son un ejemplo de eficacia, honradez y dedicación a los ciudadanos, y, sobre todo, España es una país socialmente avanzado y muy democrático, no hay peligro de que estos abusos se lleven a cabo.


A continuación, el relato:

Mientras corta una cebolla Marta llora, y no es por la cebolla. Una carrera, dos masters y un sinfín de cursos y cursillos para enfrentarse a la desolación.  Le queman las palabras, la vida cotidiana, el a sus veinticuatro años sentir que tanto sacrificio no ha servido de nada. Quisiera huir de este país al que un día quiso o creyó sentirse orgullosa de pertenecer. Le sonaba como algo lejano eso que decían que los gobernantes habían robado por encima de las posibilidades del pueblo, aunque ellos dijesen que había sido el pueblo quien había vivido por encima de sus posibilidades.

Marta, echa la cebolla al aceite, está cabreada consigo misma, unas gotas de aceite caliente la saltan sobre el envés de la mano, cierra los ojos de dolor, y de inmediato pone la mano sobre el frío manar del grifo. No le duelen las quemaduras, no siente el frescor del agua, todavía tiene en mente la última entrevista de trabajo.

Tanto estudiar, tantos trabajos de becaria, ¿para qué? ¿para coger formación? Ahora comprende a su padre cuando le decía que la reforma laboral era una reforma criminal contra la gente honrada.  Estando todavía en la Universidad estuvo de becaria seis meses, trabajando como una más. Contenta, estaba aprendiendo, trabajando ocho, nueve horas y días de diez horas, no por un mísero jornal, gratis, por la comida, que hasta el transporte se tenía que pagar.

Después realizó dos masters, y multitud de cursillos.

Pago por un master, seis meses de becaria, pagar por trabajar…

—Así cojo experiencia.

Así comenzó a caminar por la calle de la frustración, de trabajo en trabajo, tampoco muchos, porque al terminar de trabajar, gratis, otro becario o becaria ocupaba su lugar. En las entrevistas de trabajo pronto decían:

—Estás sobre cualificada, ¿querrás cobrar?  Lo siento, queremos personas con las que podamos firmar convenio con la universidad…

Así una y otra vez. Se había transformado en una viajera ausente de sí misma, camino de un exilio en otros países: Inglaterra, Alemania…, cualquier sitio menos en España, donde la esperanza estaba secuestrada.

Se secó las manos, untó pomada contra las quemaduras.

—Las quemaduras es lo que menos escuecen —murmuro con rabia recordando la última entrevista:

—¿Cuántos años tienes?

—Veinticuatro.

—Pareces más joven. No sé —le dijo el  entrevistador mirándola con descaro.

—Tengo veinticuatro —insistió molesta.

—No, sí ya lo veo, ya lo veo. Eres muy guapa, supongo que tendrás pareja, novio…

—Vengo por el trabajo —cortó al entrevistador.


—Ya, ya. Pero es importante para la empresa saber esas cosas, por si te piensas quedar embarazada y tener hijos…es que, sabes, ya tienes una edad. No sé si te interesa este trabajo…—respondió altanero el entrevistador, dándose cuenta de que aquella muchacha tenía las cosas claras y no iba a entrar en su juego.

—Dígame las condiciones y ya le diré si me interesa o no el trabajo.

—No te interesan, ya te digo que no te interesan. Carrera, dos masters, inglés fluido…experiencia en el sector…

—Es lo que piden ¿no? En la convocatoria decían eso, persona cualificada…

—Sí, sí claro, pero vamos a ver, tienes casi veinticinco años, ¿querrás cobrar más de trescientos euros?

—¿Trescientos?

—Sí. Aquí lo hacemos de la siguiente manera. Seis meses de becaria o becario, a trescientos euros, si no tienes convenio con la Universidad, te podemos ofrecer un master por el que pagarías setecientos euros al mes, tendrías que pagar solo cuatrocientos. Eso sí, a los seis meses, te haríamos un contrato en prácticas de un año, cobrando setecientos euros al mes…

Marta dudo, quiso saber hasta dónde estaba dispuesto a llegar aquel malnacido.
—Bien. ¿Cuántas horas tendría que trabajar?

—¿Te interesa?

—Dígame más.

—Serían seis horas de jornada laboral, más tres o cuatro horas del master, total trabajarías unas diez horas diarias, solo pagando cuatrocientos euros al mes…

—Y luego, cobraría setecientos euros al mes durante un año. ¿Y después del año?

—Después del año, ya veríamos, si nos interesases cobrarías como una persona normal…
—¿Sí les interesase?  En año y medio podrían comprobar bien si les intereso o no ¿no?

—Debes pensar que no somos una ONG, sino una empresa. Si por el mismo trabajo podemos pagar setecientos no vamos a pagar mil cuatrocientos…sería estúpido por nuestra parte… ¿Te interesa?

Marta dudó si mandarlo a la mierda o no. Se levantó y recordó una frase que alguien escribió:

«Cuando los ladrones gobiernan, ser honrado es un delito»

Salió y miró a dos docenas de chicos y chicas esperando para ser entrevistados.

Al llegar a su casa, mientras preparaba los espaguetis con cebolla y tomate, una política que nunca había dado un palo al agua y que cobraba siete mil euros al mes por jugar al Candy Crash, vaguear y dormir la siesta en el Congreso de los diputados aconsejaba a los jóvenes que ahorrasen dos eurillos al mes para su jubilación…

La cebolla no es lo que le hizo llorar, las quemaduras no fue lo que más le escoció, fue pensar que:
«Cuando los ladrones gobiernan, ser honrado es un delito»

©Paco Arenas
©Lágrimas secas

Pintura La verdad sale del pozo (1898), Édouard debat-Ponsan

martes, 20 de febrero de 2018

El accidente de sa Talaia de San Josep (Eivissa) 7 de enero de 1972




A ellos y su recuerdo. 

El viernes 7 de enero quedará para siempre en mi memoria, ese día tuvo lugar mi segundo nacimiento fruto de mi cabezonería y la trágica muerte de 104 personas, que podrían haber sido 108, si yo hubiese sido menos cabezón y tres hinchas ibicencos forofos del F.C. Barcelona no se hubieran emborrachado por la victoria de su equipo contra el Real Madrid, y ebrios perdiesen el avión, tras hacer escala en Valencia, quedándose en tierra,  en el aeropuerto de Valencia donde el avión  Caravelle EC-ATV de Iberia había realizado una escala procedente de Madrid.

Como todos los años, durante las vacaciones de Navidad, regresábamos a mi pequeño pueblo castellano del norte de la Mancha, Pinarejo. Allí pasábamos las vacaciones escolares de Navidad, disfrutando de la fiesta, el frío y la nieve, también de la rica gastronomía manchega. Vacaciones que para mi madre no eran tal, puesto que aprovechaba para coger la aceituna y hacer la matanza del cerdo y así llevar brazuelos(paletillas), perniles (jamones), chorizos, morcillas, traca (güeña) y el magnífico aceite de oliva de dos grados de mi pueblo para la isla.

Mi madre se quedaba hasta San Antón para terminar todos esos quehaceres. Yo, normalmente, volvía antes de que comenzase la escuela, que era entre el siete y el diez de enero, según cayese la semana, es decir, el primer día hábil después de reyes, en aquel año el diez de enero por ser lunes.

Tenía doce años recién cumplidos. Recuerdo que subimos al taxi de Antonio, el taxista de Pinarejo, muy de madrugada. Como siempre con exceso de pasajeros y también de equipaje. Se trataba de un Mercedes amplio, en el que nos amontonábamos a ocho personas y un sinfín de maletas y bultos, generalmente con jamones y embutidos, entre el maletero, la baca y entre los viajeros.

—Los chiquillos en el medio por si nos paran los guardias —como siempre advertía Antonio —. Y en el momento que lo diga, os agacháis para que no os vean.

En aquellos tiempos no existía ni el cinturón de seguridad, tampoco nadie creía que fuera necesario. Nunca, que yo recuerde, nos paró la Guardia Civil, de haberlo hecho, ya estaban los bultos preparados para ocultarnos. En aquel viaje yo era el único chiquillo que iba en ese viaje. A mi lado iba Olegario Cifuentes, «Serrucho» y Constante Jiménez, hermano de mi sobrino Jesús y primo hermano de mi sobrina Luisa, que a su vez es hermana de mi sobrino Jesús; pero, eso es otra historia.

Pronto comenzamos un largo trayecto de más de cuatro horas, que era lo que duraba entonces desde Pinarejo a Valencia, ahora en poco más de hora y media por la autovía se realiza ese mismo recorrido. Entonces era por la N-III, debiendo pasar por las cuestas de Contreras y por el Portillo de Buñol. Eran frecuentes los accidentes de camiones, tanto en las cuestas de Contreras como en Portillo de Buñol. Aquel día de enero, los astros se las ingeniaron para que llegásemos más tarde de lo que habría sido lo habitual. Como quiera que había niebla y había nevado un poco, al llegar a las cuestas de Contreras la Guardia Civil estaba retirando inodoros procedentes de un camión que había derrapado, y que estaban esparcidos por las curvas. Por suerte, los guardias bastante tenían con los inodoros como para fijarse en el taxi sobrecargado. No suficiente con eso, al llegar al Portillo de Buñol, quien había derrapado era un camión lleno de cerdos, de cuatro patas. Los pobres animales andaban desorientados por el asfalto.

Las casi cinco horas se convirtieron es más de seis y llegamos tarde a coger el barco, que era donde tenía previsto viajar hasta la isla de Ibiza. Mis paisanos pinarejeros esperaron en las atarazanas del puerto para pasar allí dos noches, puesto que llevaban mucho «avío» y equipaje y con tanto equipaje no podían irse en avión. Yo no llevaba ningún equipaje, por lo tanto, Fermín, mi hermano mayor, que ya vivía en Valencia, me llevó a la calle la Paz, donde se encontraban las oficinas de Iberia para sacarme el pasaje de avión. Cuando yo me enteré de su intención me negué en redondo. Me producía pánico la idea de subir en avión, negándome en redondo, haciendo gala de mi tozudez. No obstante, él no es menos cabezón que yo, y no paró hasta que llegamos a las oficinas de Iberia de la calle La Paz.

Casi arrastras y sobre todo a regañadientes, me bajé de su Renault 8.

—En una hora estás en Ibiza —dijo mi hermano.

—Yo no me voy en avión, me da miedo —repliqué con rotundidad  haciendo fuerza en el marco de la puerta para no entrar en las oficinas de Iberia.

—¿Cómo te va a dar miedo? Los hombres no tienen miedo —insistió mi hermano queriendo convencerme con ese chantaje emocional.

—Pues a mí me da miedo. Yo me voy en barco.

—¡Cabezón! ¿No te das cuenta de que hasta la semana que viene no hay barco?

Era cierto, entonces, en invierno el barco salía una vez en semana, creo recordar; aunque no lo sé, lo cierto es que el viernes sí salía.

Yo no admitía razones, y solo dejé de patalear y protestar al entrar en las oficinas de Iberia. Allí se encontraba una familia, un joven matrimonio con una niña muy guapa de mi edad, doce o trece años, algo mayor que yo era, y que también tuvieron la desgracia de perder el barco. la chiquilla, desde luego, era más madura que yo (que todavía sigo siendo más infantil que una peseta de cromos).

Entre las azafatas, mi hermano y los padres de la niña intentaron convencerme primero; pero, mi tozudez era mayor que la de una docena de mulas romas. Entonces, viendo que amenazaba con comenzar mi pataleo, fue la niña quien lo intentó, haciendo un poco de hermana mayor.

—Mira, seguro que te dejan que te pongas en la ventanilla, podemos ir jugando...

Tal vez, si en lugar de tener doce años, yo hubiese tenido uno o dos más, aquella bella niña me habría convencido, por su risa, su rostro, gracia, y sobre todo por aquellos ojos negros como el azabache, por entonces las chiquillas no me seducían ni poco ni mucho ni nada, mis hormonas estaban dormidas en la inocencia más absoluta, y mi timidez comenzaba a ser enfermiza en mi relación con el sexo femenino, y sus palabras y gestos amables, me hicieron encerrarme todavía más en mí. Los ojos oscuros de aquella niña morena de dulce acento andaluz se me quedaron en la memoria para siempre, todavía, algunas noches sueño con ella, posiblemente su rostro ya en nada se parece al real. Llegaron a decirme que eran casi vecinos míos de San Antoni de Portmany, entonces San Antonio Abad. Ya estaba escribiendo la azafata de la ventanilla mi nombre en el billete, cuando dije, más tozudo todavía que no subiría en el avión. Apenas unas horas después sabía que jamás volvería a ver a aquella chiquilla de dulce mirada.

Mi hermano, no podía ser de otra forma, se enfadó muchísimo conmigo, por su boca salieron todos los sinónimos de cabezón; pero al final, accedió a que me saliera con la mía. Vivía en el barrio de Benicalap. Como mi hermano estaba muy enfadado, busqué alguna excusa para librarme de su regañina, accediendo él, me llevó a casa de mi primo Mateo Romero, desde su teléfono quiso llamar a mi madre a través de mi tía Puri para darle cuenta de mi gran cabezonería. Puri, en realidad era prima de mi madre, y era quien regentaba la centralita telefónica de Pinarejo; pero, la centralita no funcionaba por culpa de la nieve, que a lo largo del día se había acrecentado.

Viendo el enfado de mi hermano, mi primo Mateo me invitó a comer un sabroso y delicioso arroz caldoso que estaba preparando Carmen, su mujer, mientras tanto, intento razonar conmigo, por supuesto que dándole la razón a mi hermano.

Hablando miró el reloj de la pared, la radio estaba puesta, entonces no todas las casas disponían de televisor. Era la una y pico de la tarde y en el momento que terminó de decir mi primo:

—Si llegas a irte, a esta hora ya estarías en Ibiza.

En ese mismo instante se escuchó a través del aparato:

«Un avión ha desaparecido a la altura de la isla de la Conejera»

Los dos palidecimos, cuando llegó Carmen, con el arroz bien caliente. Fuimos incapaces de articular palabra, lo escuchado en la radio quemaba más que el arroz.

No había pasado ni cinco minutos, y ya estaba allí mi hermano, que también lo había escuchado en la radio. Recuerdo que nos abrazamos y poco más. No volvimos a hablar de ese tema hasta muchos años después, si se me ocurría referirlo, él pronto intentaba cambiar de conversación.

A mi pueblo también había llegado la noticia a través de la radio, como la centralita de Pinarejo estaba averiada, mi madre hubo de buscar a alguien que la llevase al Castillo de Garcimuñoz para intentar llamar por teléfono, pues ya tenía noticia por medio del taxista que yo no había subido en el barco y que seguramente me había ido en el avión, que eso le había dicho mi hermano.  El taxista había emprendido un segundo viaje, por aquellos tiempos casi nadie tenía coche, al final a mi madre la llevo un paisano al Castillo de Garcimuñoz, y lo primero que hizo fue llamar a mi hermana Mariana a Ibiza, la cual andaba también muy preocupada, porque mi cuñado, Antonio, en teoría, había subido también a ese avión con destino a Valencia.  Durante las primeras horas no se sabía si el avión era Valencia/Ibiza o Ibiza/Valencia.

Conclusión para todos, que uno de los dos estábamos muertos. Afortunadamente, ninguno, él paso varias horas en el aeropuerto de Ibiza esperando la llegada de un nuevo avión y voló sin saber que se había estrellado en S’ Atalaia de Sant Josep el avión con el que debía volar hasta Valencia.

Antes de las tres de la tarde ya estaba resuelto el entuerto, y dos días más tarde, el domingo 9 de enero, cogía el avión en dirección a Ibiza acompañado por mi cuñado Antonio.

Durante todo el viaje sentí un pánico atroz, casi paranoico. Al día siguiente, el lunes diez de enero, mis compañeros de clase acudieron a saludarme como si fuese un héroe, en Sant Antoni, las noticias en invierno corren como la pólvora. Por supuesto, negué todo temor, y de boquilla fui el más valiente del mundo, pero la realidad fue todo lo contrario.

Cuando dos o tres años después trabajé cerca de donde se estrelló el avión, todavía quedaban restos de ropas colgados de los pinos. Murieron 104 personas, de las cuales 9 fueron niños, yo hubiese sido el décimo junto con aquella niña morena de ojos oscuros y dulce acento andaluz.

No volví a subir a un avión hasta pasados más de quince años y casi con el mismo temor, todavía hoy, cada vez que subo al avión siento auténtico pánico.

©Paco Arenas


jueves, 15 de febrero de 2018

Los sueños...¿Quién es el dueño de su destino?




Durante los sueños soñamos cosas absurdas, y despiertos seguimos soñando y creemos o pensamos, que podemos cambiar nuestra suerte.
Sí, nuestra suerte, porque lo jugamos todo a esa carta, a la del azar. No pensamos que nuestra vida no puede ser una constante esperanza sin cimientos. Que son muchas las cosas que podemos lograr, no jugando a la lotería, ni lanzando una moneda al aire con la esperanza de que caiga de canto. No hay nada que apostar, nada, nuestra vida es mucho más importante que todo eso.
Casi todo es posible, no porque lo soñemos, no porque seamos más listos que nadie, ni por guapos o feos, sino porque seamos capaces de marcarnos objetivos, no individuales y egoístas, esos quedan para unos pocos privilegiados. La inmensa mayoría tenemos las puertas cerradas a esos sueños, a la suerte. No existe el sueño americano de las películas, tampoco el sueño español. Esos sueños, esas posibilidades las tienen reservadas para ellos los ricos, los poderosos, antes de manera descarada, ahora tan miserable como entonces, pero más disimulada. Siempre se dijo, y no es mentira, que quien no tiene padrinos no se casa, es verdad. Los pobres, o pensamos como colectivo o jamás lograremos nada, o casi nada.
Si logramos saltar la valla que nos separa de nuestros anhelados sueños, nos estará esperando el perro con sus colmillos y nos morderá en donde más nos duela. Lo vemos todos los días como devoran a dentelladas a raperos, tuiteros, gente de a pie, como les roban el trabajo, la casa, con total impunidad, y si protestan van a la cárcel sin que nadie sepa nada de ellos.  Cuando un rico atropella a una muchacha, siendo reincidente, habiendo perdido los puntos dos veces por ir drogado y borracho, le han dado de nuevo el carné y el juez lo ha dejado en la calle sin cargos, por eso, por ser hijo de papá.  Ellos, los terroristas que saquean al pueblo impunemente quitan y ponen a los jueces a su capricho, cambian las versiones, se ríen de nosotros, nos roban la hucha de las pensiones y nos dicen que ahorremos, que nos morimos muy tarde, que vivir desear tener una vejez digna es un acto insolidario y egoísta.
Somos estrellas del oscuro firmamento, motas de arena de la playa desierta, una mirada desde el otro lado del Huécar en la noche estrellada, capaz de ver en la oscuridad quiméricos sueños utópicos. No somos grano de arena disuelto por el agua en la playa, somos trozo de roca que ha resistido la erosión, somos vida y realidad que avanza lentamente, pero con seguridad a echar de su guarida al tirano, capaz de reducir a polvo su palacio, de nadar contra corriente hasta la victoria final, unidos, solo unidos...
Somos sueños, anhelos e ilusiones, unámonos y transformemos en dulces realidades esos sueños, anhelos e ilusiones, caminando sin olvidar en ningún momento quienes somos, que queremos, y, sobre todo, quienes son los miserables que viven a nuestra costa sin pegar un palo al agua.
Tal vez, estas palabras sean frases inconexas sin motivo ni razón, divagaciones libres de mis dedos sobre el teclado, sin otra pretensión que escribir a su ritmo sin ni siquiera pensar lo que a través de la pantalla se plasmaba.

En fin...

Paco Arenas

miércoles, 14 de febrero de 2018

‹‹Todo paraíso lleva implícito su propio infierno›› Orlando Cuéllar Castaño -Reseña


A finales de la primavera me llegó  de manos de su autor, mi amigo, Orlando Cuéllar Castaño, una novela inquietante ‹‹Todo paraíso lleva implícito su propio infierno››, escrita hace muchos años y que pensaba reeditar de nuevo.   Junto con la novela venía un difícil encargo de que escribiese el prólogo de la misma. De Orlando son muchas las cosas que he leído, sabía que no me iba a dejar indiferente la lectura de ‹‹Todo paraíso lleva implícito su propio infierno››, como realmente así fue:

‹‹Todo paraíso lleva implícito su propio infierno››, es una novela muy diferente a todas cuantas he leído, que desde luego no me ha dejado en absoluto indiferente. Su primer capítulo ‹‹Todo final tiene su principio››, nos traslada desde el infierno personal del protagonista en el inicio de la novela al mismo paraíso infantil de selvas vírgenes que son penetradas por el hacha y las máquinas buscando arrebatar a la jungla tierras vírgenes para las labores agrícolas o las industrias madereras. En ese idílico paraíso tropical, sus moradores se adaptan a sus duras condiciones con alegría, y a pesar de la pobreza casi extrema, logran gozar de grandes dosis de felicidad. Es precisamente la felicidad la emoción que busca el protagonista a lo largo de toda la novela. Son muchas las ocasiones en las cuales cree encontrarla; sin embargo, cada vez que sube un nuevo escalón, no es hacia la dicha sino al infierno, que termina por atraparlo, no siendo consciente en ningún instante de ello.

Tiene momentos de ternura, en los cuales, la felicidad más intensa puede lograrse en algo tan simple como una mirada furtiva, un paseo con la mano de la niña amada cogida, un casto beso, con la niñera/carabina fingiendo no ver esos besos a escondidas. Trazos donde la apoteosis final orgásmica se consigue leyendo una carta plagada de deseos imposibles y castos, mientras alguien viola la inocencia con realidades nada castas.

Lo que en principio produce espanto, termina convirtiéndose en un medio de vida. No resulta fácil escribir, y menos en primera persona, sobre cuestiones de índole sexual, ¿dónde termina el erotismo? ¿Cuál es su límite? Cuéllar bordea sutilmente, con gran maestría, los límites del erotismo hasta el extremo, evitando caer en lo pornográfico. Con su peculiar estilo y cuidado lenguaje, no hiere a la vista ni a los sentidos, lo que sin su maestría molestaría, sabe jugar con gran maestría con las palabras y los tiempos, provocando tensión en los sentidos sin herir sensibilidades.

Al leer ‹‹Todo paraíso lleva implícito su propio infierno››, con ese lenguaje, tan directo y natural, Cuéllar nos hace creer, sin permitirnos dudarlo, que en realidad está narrando sus propias vivencias, trasmitiéndonos sus sensaciones, las buenas y las malas, nos mete en la mente del protagonista. Conociendo a Orlando Cuellar y su exquisita sensibilidad adorable desde el punto de vista literario y personal, a pesar de sin quererlo identificar o más bien confundir al narrador con el protagonista, este último, nos provoca un rechazo natural hacia su mezquindad frívola, y a la vez una pena infinita, porque en el fondo, no deja de ser un desgraciado que jamás alcanzará la felicidad, y que cuando realmente le encuentra sentido a su vida, ya es demasiado tarde. Podría decirse que Orlando Cuellar Castaño escribe como los ángeles traviesos y picarones que juegan al escondite con los diablillos cojuelos que animan la fiesta y que tanta falta hacen en el cielo de las letras.

Para terminar, decir que me ha impresionado gratamente, a la vez que me ha descubierto nuevos campos narrativos desconocidos para mí.



Orlando se presenta:



Mis ojos se abrieron al mundo, un cálido día a mediados del mes de agosto de 1966, en un pequeño pueblito llamado “El Dovio”, perdido entre las montañas del norte del Valle del Cauca. Mis primeros recuerdos están poblados de imágenes de selvas y ríos casi vírgenes, de animales fabulosos, de duendes, hadas, brujas y seres míticos, gracias a mi abuelo, quien como todo buen paisa era, además de colono, un gran contador de historias (por no decir un mentiroso de miedo; o sea, que inventaba cuentos de terror). Aprendí mis primeras letras en el Colegio Nacional “La Frontera”, de Saravena (Arauca), donde un día descubrí y me adentré en el mundo de la literatura y me perdí embelesado en sus múltiples caminos llenos de magia y fantasía, en los que aún hoy continuo, más perdido que nunca. Estudié diez semestres de Filosofía y Letras en la universidad Santo Tomás de Aquino. Resido hace muchos años en la hermosa Villa de San José de Cúcuta, la ciudad de los árboles, como ha sido llamada por los poetas, ciudad que me ha cobijado como su hijo adoptivo.

Paco Arenas

viernes, 2 de febrero de 2018

Manual del buen truhán, de María Nieves Michavila (Reseña)



En este mundo en que los truhanes andan disfrazados de personas decentes, con traje y corbata, con finos modales, que suelen ocupar altos cargos en las administraciones del Estado, en este país de pícaros y sinvergüenzas, faltaba un buen "Manual del buen truhán".     
El "Manual del buen truhán", como bien dice el crítico literario, Ginés J. Vera, es un excelente libro de humor que salvando las distancias nos lleva hasta al  Buscón de Quevedo, e incluso El Lazarillo de Tormes.  Me pregunto después de haberlo leído, de en caso de haber sido escrito en el siglo XXI, hubiese sido en el Siglo de Oro. Posiblemente habría caído en el olvido como tantos otros muy buenos libros; no obstante, no me cabe la menor duda, de que hoy seguirán vigentes tanto El Romancero Villano como El refranero Truhanero, y formarían parte de la cultura popular española, repito no me cabe la menor duda.
Es un buen libro de humor, que como todo manual se debe de consultar de vez en cuando para así lograr los objetivos de ser un buen truhán (con tilde, puesto que se escribió antes de que a la RAE se le ocurriese quitarla.   
         
De la calidad y el ingenio e la autora de este libro, basta con decir dos o tres cosillas “sin importancia”, ha escrito el mejor libro de investigación histórica Voces desde el más allá de la historia, y acaba de ganar el PREMIO HISPANIA DE NOVELA, con su novela Alfonso XII y la corona maldita, la tercera que este libro también ha sido premiado, fue FINALISTA DEL PREMIO CAFÉ MON.

Es tal el ingenio derramado por la autora en este libro que, hasta a mí, que soy un enamorado de los clásicos logró engañarme, y pronto me puse a buscar por bibliotecas e internet, ese "El romancero villano" y ese otro "El refranero truhanero", no lo encontré, por una sencilla razón, todos esos romances y refranes, habían surgido del genio de María Nieves Michavila Gómez.

Gracias por este libro, que he terminado de leer en la Agrupación Musical Los Silos,

El próximo día 2 de febrero a las 7 de la tarde, tendrá lugar la presentación y representación del "Manual del buen truhán". Habrá risas para merendar y un vino de honor de colofón.

Acompañaremos a María Nieves Michavila Gómez, el escritor Antonio Andújar Castro y yo, Paco Arenas 

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