jueves, 30 de abril de 2015

Los manuscritos de Teresa Panza - Pisando barro, soñando las palabras




De los palos de la vida, de los coscorrones, de esas zancadillas que te ponen, si no te caes avanzas. No sé si a mi me llegará a ocurrir eso.  que te despidan el mismo día que cumples 53 años siempre es un mazazo, más en estos tiempos de crisis, pero tal vez ese mazazo me sirva para crecer, por muy mal que lo pasase en su momento.No me he rendido.



Este último año me he transformado en un viejo adolescente, sí, he recobrado como los adolescentes la ilusión por los sueños. Claro que los adolescentes se les llama así porque adolecen de madurez, yo ya peino canas, pero tal vez con los sueños me haya pasado de maduro y adolezca de sensatez, quiero soñar, quiero creer que es posible conquistar el cielo, no por asalto, sino por la palabra y el deseo de levantarte cuando te han puesto la zancadilla y te han intentado aplastar. Poco a poco he ido rejuveneciendo en ilusión, en vida y ganas de vivir, ganas de luchar, como inconsciente adolescente el perdido el miedo,como si tuviese toda la vida por delante, como si realmente querer fuese poder. 


viernes, 10 de abril de 2015

Carta (sueño) a Fermín Arenas, mi padre


Carta a Fermín Arenas, mi padre

Me costado mucho recordar aquellos momentos de tristeza, aquellos días, de crío triste preocupado por su madre, decían que se había quedado como muerta.  Qué lejos estábamos de pensar que quien estaba a punto de morir era mi padre, viéndole descargar los costales de trigo de la galera subiéndolos a la cámara como si nada.  Aquellos días la tristeza tendió su negro manto, se le volvió la sangre agua, nos dijeron.  El comentario de hace unos días provocó en mí que intentase recordar aquellos días, sin sentir dolor, pero sin poder evitar emocionarme al recordarle.  Hoy quiero escribirle una carta, sabiendo que nunca la leerá, que todos los días de mi vida le recordaré. Hablándole de tú, cuando siempre le llame de usted.

Querido padre:

Amo la lluvia porque tú la amabas.   Recuerdo cuando desde la cama escuchaba el chirriar de la llave en la cerradura, te acercabas al candil y metías la llave en el aceite para de nuevo introducirla en orificio, podía ver la llama del cigarrillo en tu boca brillando en la oscuridad. Entonces el resplandor alargado del alba se colaba hasta llegar a la cama, y entre dientes te escuchaba maldecir a un Dios ciego y sordo:

—Me “cagüen” en el copón bendito, está raso…

Tu figura se recortaba en la puerta esperando la llegada de Manolo, nuestro perro, que sin ladrar acudía alegre para que le acariciases, después te acompañaba al corral a por leña, y encendías la lumbre. Para entonces Manolo y las dos gatas ya estaban esperando el primer resplandor de la primera llama.

Te escucho cantar entre dientes, una canción que no puedes cantar en voz alta,  mientras preparas la malta, porque aunque te gusta el café y no los sucedáneos no hay "cuartos" para café. Entonces  con el mismo cigarrillo que te quema los labios enciendes un segundo que terminas de liar.  Veo a madre levantándose, me tapa, como solo saben hacerlo las madres.  Va directa a la alhacena, saca un plato con tocino blanco envuelto en pringue y lo coloca en la sartén.

—No llueve, no llueve Vicenta, está todo más seco que la paja. Se han secado hasta las esperanzas de que un día llueva y entre el cielo y la tierra no quepa un papelillo de fumar.

— ¿Y qué quieres que hagamos?

—Irnos, irnos a Ibiza con los chiquillos, o a Argentina…, a la República Argentina, a la República...


Y esa palabra me sonaba a mágica, porque tú la hacías mágica, se te iluminaban los ojos cuando lo decías, y a mí en tus labios me sonaba como a paraíso desconocido, un país extraño y lejano que en mi mente infantil lo asociaba al edén.  No sabía lo que quería decir "república" pero escucharla en tus labios, o en los labios de madre, me hacía soñar con un largo viaje a un lugar fantástico e imaginario. “República”, esa palabra te la escuchaba decir en muchas ocasiones, siempre en voz baja, siempre con un tono diferente al resto de la frase.  En tus labios de ateo tenía un significado religioso casi rozando lo místico. Todavía hoy la escucho y la rememoro  tu voz, todavía después de tanto tiempo espero la llegada de la lluvia, la llegada de la República que tú, padre mío, soñaste. Siempre hablabas de lluvia, siempre decías lluvia, cuando quería decir libertad, nunca lo hubiese adivinado de no habérmelo dicho madre.

  Esta tarde no sé por qué motivo he recordado tu último viaje, mejor dicho el penúltimo, tal vez lo he soñado y mis recuerdos sean producto del café que no me he tomado.  He despertado casi angustiado, con lágrimas en los ojos, incluso llegando a mis labios esas pequeñas partículas saladas, llegando a mis labios aquel sabor a campo, a tierra y tabaco.  Ya despierto he recordado a tu hija, a mi hermana Felipa, embarazada, resulta increíble nunca hasta hoy la había recordado embarazada, como si tu nieto hubiese nacido de manera espontánea sin un embarazo previo.

—No se lleven ustedes hoy al chiquillo, que se venga a mi casa. —Parece que la escucho decir.
No recuerdo nada más de aquel día, después el ver a madre en la cama, que decían que estaba muy mala, a ti preparando la comida, al médico llegar a visitarla, a ti mimándola. ¿Quién nos iba a decir que dieciséis días después emprenderías un largo viaje? Mucho más lejos de la República Argentina,; pero no para olvidar esta tierra seca, sino para abonarla, para fundirte con ella.

Y el dios ciego y sordo, ese día te escuchó y todo el trayecto desde la Divina Pastora hasta el cementerio llovió torrencialmente, con acompañamiento de rayos y truenos, la lluvia que tanto ansiaste todos los días de tu vida caía ahora con ganas, la libertad soñada te llevaba a la República lejana de los hombres libres.

Lo poco que te conocí, lo mucho que me transmitiste, sigo tu costumbre de mirar al cielo buscando la la lluvia, soñando con la República.

Tu hijo que no te olvida y lleva tu mote con orgullo:

Paco Arenas

lunes, 6 de abril de 2015

( Añoranzas de Pinarejo) AQUEL PINAREJO DEL RECUERDO

¿Quien recuerda a Perfecto?


Hace un ya tres años abrí una conversación en Foro-Ciudad de Pinarejo con el objetivo de recuperar la memoria histórica de Pinarejo, en él participamos solo tres  personas : Sepeño y José Vicente Navarro Rubio y yo. 

José Vicente es quien mejor y  mayor información recopilada sobre Pinarejo desde el comienzo de todos  los tiempos, gran investigador, poeta, ecologista, comprometido con los más débiles, con una conciencia social extraordinaria y sobre todo lo más importante una gran persona, al cual tengo como amigo.
 El tercer participante Sepeño, Jubilado, autor del "MegaSepe"(el sudoku relacionado de letras y númeres más grande del mundo,115 cuadrados de 9x9 celdas en un rectángulo de 100x250 centímetros). Un auténtico sabio y,  al igual que los anteriores es un gran poeta,  de Santa María del Campo Rus, y aunque no le conozco personalmente también lo tengo como amigo, seguro que se enoja, por decir lo que realmente pienso de él, pero es así y no falto a la verdad, reúne las mismas cualidades que José Vicente, pero además sus argumentos son de una contundencia extraordinaria, habla con claridad y precisión, sus comentarios contra el ATC de Villar de Cañas, a mi entender han sido los mejores de todos los publicados en los últimos tiempos.  También tiene un blog donde derrama generosamente parte de su saber, la mayor parte de esa sabiduría la reparte generosamente entre los “foro ciudad” de Santa María, su pueblo, el de Pinarejo y el de Villar de Cañas.
Pero vamos al aquello que se dijo en el foro y que tanta añoranza desperto en los participantes.


Pinarejo no siempre fue un pueblo con una media de edad de más de cincuenta años, cuando yo era crio, éramos muchos, los quintos todos los años había como mínimo diez, era un pueblo lleno de vitalidad. Había tres o cuatro tiendas, que yo recuerde, la de Adelaido, la del Correo y el estanco Olegario, una central telefónica, que regentaba Puri, familiar mía, dos o tres herrerías, la de Martin el herrero, en la calle Cantarranas, la de Cándido, “Candiletas”, y una tercera donde se herraban las mulas en el callejón de las calles las Cruces, había una tahona, un horno y me suena que se vendía pan o se cambiaban los vales del pan en ese mismo callejón de la calles las Cruces, había una carpintería, la de Dimas, que luego se transformó en la casa del muy apreciado por mí, taxista de Pinarejo Antonio, fallecido si no recuerdo mal un 11 de septiembre en Requena, cuando realizaba el último de sus miles de viajes, había modistas y peluqueras y una barbería, una posada, donde recuerdo que en época de caza, los cazadores llegados de todas partes excibian sus trofeos sobre el suelo.  También el recuerdo de personas que de un modo u otro influyeron en nosotros, nos enseñaron las primeras letras, como doña Maruja, de la que guardo muchos recuerdos cuando era la maestra de párvulos, nacida si mal no recuerdo en un pueblo de la serranía, llamado Mariana, Don José, del cual apenas recuerdo su nombre, sé que fui algún mes con él y algo recuerdo, pero poco, de su esposa, doña Pía, , de don Gregorio, el cura, metido después a relojero, creo que en La Roda, del cual tengo una anécdota que le honra y que ya contare, pero como me recuerda mi amigo Nabucodosor, el final de su carrera sacerdotal fue propio de una película de Berlanga. De Gregorio, ese hombre sabio y bueno que perdió la guerra y que enseño a leer, escribir y hacer las “cuatro reglas”, además de impulsar el cultivo del champiñón en el pueblo y la cooperativa del champiñón, que hizo prosperar a muchos proporcionando un medio de vida y que lleno Pinarejo de cuevas, similares a las catacumbas romanas, excavada a pico y pala. De Raimundo, aquel viejo anarquista que nunca lo oculto y que le dijo a mi padre una frase en mi presencia que se me quedo grabada para los restos, tendría unos siete años, no había cumplido los ocho cuando murió mi padre, “Fermín, ni que mande el fascio, ni que mande el comunismo, quienes sacaremos la basura seremos siempre los mismos”.
Nabucodosor continúa el relato:
“Continuando con tu relato de personajes famosos, por aquella época recuerdo, aparte de otros muchos, a Lunares y Celedonio que vivían en la calle de las Cruces; Honorio que se vino a vivir a Valencia en compañía de la Segunda y de su marido Federico; y de los que tu comentabas estaban, tal y como dices, Don José Olivares Martínez y su mujer Dña Pía;el cura: el de los capones, D. Gregorio Haro Delgado. También recuerdo dos tiendas más en el pueblo. Una de ellas era de un matrimonio que no tenía hijos, Adelaida, estaba en el cruce de la calle Nueva con la Plaza y había otra de telas, cerca de la calle Torrenteras que pertenecía a Manuel Illán López, hermano de Francisco, "El Torcido", quien regentaba un bar en la Plaza, justo al lado de donde vivía Emiliano y la Llanos. Otros bares eran el de Florentino, luego de Paquillo en la Calle Tercia; el de Pedro Navarro, luego de la Rubia, en la Plaza y el de Joaquín en la Carrera.
De D. Gregorio creo que no se escapó nadie en el pueblo sin ningún buen capón. Yo durante un cierto tiempo cuando veía en el pueblo a alguien con una calva en el pelo bien plantada y redonda lo primero que pensaba era que le había salido como consecuencia de un buen capón del cura. Como era tan corpulento sus capones se convertían casi en proyectiles. De verdad que muy mala sombra la suya y su salida del pueblo fue de película de Berlanga.

A Antonio, el taxista, lo recuerdo también con mucho cariño. Hizo una gran labor llevando y trayendo paisanos y paisanas de unos lugares a otros de la geografía peninsular. En su taxis se transportaba de todo, jamones, chorizos, quesos, conejos, perdices y lo que hiciera falta.
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