Carta a Fermín Arenas, mi
padre
Me costado mucho recordar aquellos
momentos de tristeza, aquellos días, de crío triste preocupado por su madre, decían
que se había quedado como muerta. Qué
lejos estábamos de pensar que quien estaba a punto de morir era mi padre, viéndole
descargar los costales de trigo de la galera subiéndolos a la cámara como si
nada. Aquellos días la tristeza tendió
su negro manto, se le volvió la sangre agua, nos dijeron. El comentario de hace unos días provocó en mí
que intentase recordar aquellos días, sin sentir dolor, pero sin poder evitar emocionarme
al recordarle. Hoy quiero escribirle una
carta, sabiendo que nunca la leerá, que todos los días de mi vida le recordaré.
Hablándole de tú, cuando siempre le llame de usted.
Querido padre:
Amo la lluvia porque tú la amabas. Recuerdo cuando desde la cama escuchaba el
chirriar de la llave en la cerradura, te acercabas al candil y metías la llave
en el aceite para de nuevo introducirla en orificio, podía ver la llama del
cigarrillo en tu boca brillando en la oscuridad. Entonces el resplandor
alargado del alba se colaba hasta llegar a la cama, y entre dientes te
escuchaba maldecir a un Dios ciego y sordo:
—Me “cagüen” en el copón bendito, está raso…
Tu figura se recortaba en la
puerta esperando la llegada de Manolo, nuestro perro, que sin ladrar acudía alegre para que le
acariciases, después te acompañaba al corral a por leña, y encendías la lumbre. Para entonces Manolo y las dos gatas ya estaban esperando el primer resplandor
de la primera llama.
Te escucho cantar entre dientes, una canción que no puedes cantar en voz alta, mientras preparas la malta, porque aunque te gusta el café y no los sucedáneos no hay "cuartos" para café. Entonces con el mismo cigarrillo que te quema los labios
enciendes un segundo que terminas de liar.
Veo a madre levantándose, me tapa, como solo saben hacerlo las
madres. Va directa a la alhacena, saca
un plato con tocino blanco envuelto en pringue y lo coloca en la sartén.
—No llueve, no llueve Vicenta,
está todo más seco que la paja. Se han secado hasta las esperanzas de que un día llueva y entre el cielo y la tierra no quepa un papelillo de fumar.
— ¿Y qué quieres que hagamos?
—Irnos, irnos a Ibiza con los
chiquillos, o a Argentina…, a la República Argentina, a la República...
Y esa palabra me sonaba a mágica,
porque tú la hacías mágica, se te iluminaban los ojos cuando lo decías, y a mí
en tus labios me sonaba como a paraíso desconocido, un país extraño y lejano que en mi mente infantil lo asociaba al edén. No sabía lo que quería decir "república" pero escucharla en tus labios, o en los labios de madre, me hacía soñar con un largo viaje a un
lugar fantástico e imaginario. “República”,
esa palabra te la escuchaba decir en muchas ocasiones, siempre en voz baja,
siempre con un tono diferente al resto de la frase. En tus labios de ateo tenía
un significado religioso casi rozando lo místico. Todavía hoy la escucho y la rememoro tu voz, todavía después de tanto tiempo espero la llegada de la lluvia, la llegada de la República que tú, padre mío, soñaste. Siempre hablabas de lluvia, siempre decías lluvia, cuando quería decir libertad, nunca lo hubiese adivinado de no habérmelo dicho madre.
Esta
tarde no sé por qué motivo he recordado tu último viaje, mejor dicho el penúltimo,
tal vez lo he soñado y mis recuerdos sean producto del café que no me he tomado.
He despertado casi angustiado, con
lágrimas en los ojos, incluso llegando a mis labios esas pequeñas partículas saladas,
llegando a mis labios aquel sabor a campo, a tierra y tabaco. Ya despierto he recordado a tu hija, a mi
hermana Felipa, embarazada, resulta increíble nunca hasta hoy la había
recordado embarazada, como si tu nieto hubiese nacido de manera espontánea sin
un embarazo previo.
—No se lleven ustedes hoy al chiquillo,
que se venga a mi casa. —Parece que la escucho decir.
No recuerdo nada más de aquel
día, después el ver a madre en la cama, que decían que estaba muy mala, a ti preparando
la comida, al médico llegar a visitarla, a ti mimándola. ¿Quién nos iba a decir
que dieciséis días después emprenderías un largo viaje? Mucho más lejos de la
República Argentina,; pero no para olvidar esta tierra seca, sino para abonarla,
para fundirte con ella.
Y el dios ciego y sordo, ese día
te escuchó y todo el trayecto desde la Divina Pastora hasta el cementerio
llovió torrencialmente, con acompañamiento de rayos y truenos, la lluvia que
tanto ansiaste todos los días de tu vida caía ahora con ganas, la libertad
soñada te llevaba a la República lejana de los hombres libres.
Lo poco que te conocí, lo mucho
que me transmitiste, sigo tu costumbre de mirar al cielo buscando la la lluvia, soñando con la República.
Tu hijo que no te olvida y lleva
tu mote con orgullo:
Paco Arenas