domingo, 16 de agosto de 2020

Ondeando la bandera de la Libertad, te esperamos Federico.



El calor abrasaba aquel 16 de agosto, no fue preciso encender la chimenea, no esperaba invitados el poeta mientras escribía nuevos versos frente a un vaso de agua fresca tarareando, un poema aún sin escribir, con la premoción de los que podría ocurrir.

 No llegaron invitados a tomar café, sino unos matones dispuestos a profanar la poesía, a matar al poeta.

«¡Café!». Gritó un asesino, y el aroma no era a café, sino a sangre, a tierra regada con la sangre de los mártires de la libertad, a miedo a la luz del alba y al influjo de la luna sobre las mentes obtusas de los criminales.

Dos días después, sin esperar las primeras luces del alba, los pájaros, los gorriones y los ruiseñores, dejaron de cantar, el agua del río Genil, cesó su discurrir, sobre el lecho dormido teñido de rojo.


Ligero se marchó, sin un beso ni despedida de esos padres a los que fue a ver a su Granada querida.  Lo llamó su madre, como cada mañana:

 ——¡Vamos despierta Federico!, que los trinos de los jilgueros no sonarán igual esta mañana si le faltan tus versos. Sin ti, Federico, nada será igual, ni la poesía, ni el amor, ni tampoco la Libertad. Sin ti, Federico ni el sol saldrá.

 

Y las lágrimas todavía hacen crecer al río que transcurre, siempre, con sabor a sangre y a esperanza, entre el Albayzín y la Alhambra.

 

Ondeando la bandera de la Libertad, te esperamos Federico.

©Paco Arenas, autor de Caricias rotas y de Magdalenas sin azúcar

 

 

 

 

viernes, 14 de agosto de 2020

Apuntándonos con metralletas frente a la puerta del palacio de Marivent(cuando la realidad supera la ficción)


Tal día como hoy, el 13 de agosto de 1992 (cuando la realidad supera la ficción)

Fue en el verano de 1992 fuimos de vacaciones con mis cuñados, a Mallorca.

El 13 de agosto de 1992, llegamos a la isla de Mallorca en barco, al igual que los protagonistas de la novela Caricias Rotas. Al contrario que ellos, no perdimos autobús, ni teníamos hotel en Magaluf, sino un apartamento en Palma, muy cerca del Castillo de Bellver.

Tras pasear por la ciudad, después de cenar decidimos ir con mi pequeño y viejo Peugeot 205 a Magaluf, la «Sodoma y Gomorra» británica de Mallorca, al menos entonces no era para tanto; aunque, ya tenía bastante fama, y como jóvenes que éramos, quisimos echar un vistazo.

Tras pasar unas horas de pub en pub y sin dormir desde la llegada a Palma a primera hora de la mañana, estábamos muy cansados y decidimos regresar al apartamento, sobre las tres de la madrugada. Conducía yo, y la verdad tenía motivos para estar tener sueño.

De Magaluf a Palma hay autovía, entonces también; pero, entre que no conocía la isla, no existía el GPS, era de noche, tenía mucho sueño y, al menos, llevaba un par de cubatas demás dentro del cuerpo —entonces no existía límite de alcohol en la sangre, ni conciencia cívica sobre el tema —, me equivoqué de camino.

Todos se quedaron durmiendo, mi mujer que iba a mi lado, mi cuñada embarazada de seis meses, y mi cuñado. Me perdí, con tan mala suerte que me metí, por lo que ahora es una avenida y entonces era una carretera más bien estrecha, sin ningún tipo de farolas, estarían apagadas o yo iba tan alumbrado que no las veía.

Nada más meterme me di cuenta de que me había equivocado, buscando la salida, llegué a un punto que no sabía ni por dónde tirar, así que me aparté a una orilla de la vía con intención de para consultar el mapa de carreteras, a ver si era capaz de aclararme, y si no procurar que me diese el aire y despejarme un poco.

Apenas paré, al lado derecho de la carretera se abrió una puerta, saliendo por ella un coche deportivo, miré deslumbrado por los faros, y entonces lo vi, quien conducía en persona, era ni más ni menos que el rey demérito, «el huido». El rey de los españoles de arriba.

Todavía sorprendido, al instante, una avalancha de guardias civiles y policías, con linternas y metralletas se abalanzaron sobre nuestro pequeño coche, apuntándonos a los cuatro, también a mi cuñada embarazada de seis meses. Mi mujer despertó, mis cuñados siguieron durmiendo. Al vernos los guardias civiles se dieron cuenta de que no éramos peligrosos terroristas, y ni tan siquiera preguntaron. Dieron paso al coche del «huido» Juan Carlos de Borbón, y al rato, sin decirnos nada a nosotros, nos apremiaron a continuar, eso sí, sin dejar de apuntarnos con las metralletas y las linternas.

—Circulen, circulen.

Nervioso perdido y con el miedo en el cuerpo, comencé a repetir casi gritando histérico, nada más dejar a los guardias atrás:

—El Tortas, el Tortas, el Tortas…—repetía yo, casi gritando, como si me hubiese quedado estado de shock.

Despertaron mis cuñados alterados por mis gritos, y mi mujer que también estaba nerviosa, se me quedó mirando…

—Era el rey, ¿verdad?

—Era el Tortas, el Tortas…—repetía yo, intentando tranquilizarme.

—A mí me ha parecido que era el rey…—insistía ella, sin saber qué quería decir yo con eso de «El Tortas».

—Sí, era el Tortas, el Tortas…

—Era el rey, Paco, que lo he visto con mis propios ojos.

—Claro, El Tortas.

—El rey…

—El Tortas…

Y mis cuñados que no se habían enterado de nada, nos miraban alternativamente sin saber de qué iba la película.

Cuando les contamos lo ocurrido, y que les habían apuntado con metralletas, también a mi cuñada, un poco más y se le adelanta el parto a mi cuñada. Ya no volvimos a Magaluf, ni a pasar por aquella maldita carretera. No recuerdo si me entro diarrea del susto, lo cierto es que entonces no me hizo ni pizca de gracia.

«El Tortas» era el apodo que le puso mi madre al rey al heredero de Franco. Mi madre para referirse al rey demérito de los españoles de arriba, siempre lo nombraba como «El Tortas».

—Dicen que es tan listo y no es capaz de pronunciar un discurso sin levantar la vista del papel, y a pesar de leer lo que otros han escrito, se equivoca. Tan listo, tan listo, y es un «tortas» harto de pan —decía mi madre, y se refería a él siempre con ese apodo.

A buen seguro que aquella noche, a pesar del mucho sueño, no habría pegado ojo de no ser por el mejor sedante natural que existe, viendo el castillo de Bellver desde la cama, éramos tan jóvenes, nueve meses después nació mi hija.

Gracias a una revista italiana, supimos, a los pocos días, que al demérito le atribuían una hija italiana y una amante en Mallorca. Lo cual deja claro, que ya entonces, hace casi treinta años, la prensa internacional ya se hacía eco de las andanzas del personaje, a pesar de que la servil prensa española ya era cómplice, con sus silencios, de sus andanzas, por supuesto con el acatamiento de sus, aún más serviles cortesanos o políticos de cerviz inclinada.

Posiblemente, de haber sabido mi madre todo lo que se ha llevado a paraísos fecales, donde se lo llevan los «patriotas de trapo», no le habría llamado «El Tortas», sino «El Espabilao».

Los tortas, los tontos, éramos y somos, todos los españoles por permitir que en nuestras tierras se expandan tan malas hierbas.

Quienes habéis leído Caricias Rotas, habréis observado que cambia un poco o bastante la versión; pero una cosa es la ficción y otra la realidad, en este caso, la realidad supera la ficción.

Paco Arenas de Caricias rotas y de Magdalenas sin azúcar

sábado, 8 de agosto de 2020

Sancho sobre los reyes: «pájaro más inútil que un rey en ningún barbecho crecerá»

 

Sancho sobre los reyes: «pájaro más inútil que un rey, en ningún barbecho crecerá»

Sancho sobre los reyes:    «pájaro más inútil que un rey, en ningún barbecho crecerá»

 

Encontrándose Sancho sentado en el poyo de la puerta de su casa cerca de la hora sexta, movía la cabeza al mismo ritmo que sus dedos el esparto haciendo pleita.  El caballero don Quijote se acercó junto con su delgado galgo mirándolo con fijeza. Tan abstraído estaba el antiguo escudero en sus pensamientos que no se percató de la presencia de su antiguo amo hasta que este le tapó la luz del sol, que momentos antes daba sobre el esparto, ya que más ancha no era la delgada figura de don Alonso Quijano.

—Malo, malo —murmuró Sancho, terminando esbozando una media sonrisa, levantando los ojos sin alzar la cabeza —¡Socorro! Se hace de noche a la hora del Ángelus sin ir a misa.

—¿Qué te altera amigo Sancho, que hasta la sombra de una lombriz te tapa el sol? —Pregunto Alonso siguiendo la broma de Sancho.

—¿No escuchó vuestra merced las malas nuevas? Dicen, don Alonso, a mí no me haga caso, que el rey se ausenta, con los dineros de todos y sin rendir cuentas…

—Ya lo dijo el buen Rodrigo Díaz de Vivar, aquel caballero castellano de sin par bravura: «Muchos daños han venido por los reyes que se ausentan».

—Vuestra merced sabe que a mi no me importa que huya o que no. Vino desnudo, pues que se vaya desnudo. Al menos que se quedara con lo que se lleva, y si no es suyo, rinda cuentas y devuelva lo que no le pertenezca, que para ladrones en estas tierras ya tuvimos bastantes con los «correas» y los «cocinas».

—¿Querrás decir la Gürtel y Kitchen?

—Digo lo que he dicho, no dicen que tenemos que hablar castellano y «res mes». Pues no voy a hablar en alemán, que no llegué aprenderlo. Vuestra merced, me entiende bien… ¿no? Quien roba debe devolver lo robado y todo aquel que saquea las arcas públicas o se lleva el dinero al extranjero para no pagar a Hacienda, son delincuentes y como tal deben rendir cuentas, devolver lo robado y después ser juzgados y condenados de acuerdo a sus faltas. Se llamen Pepe, Juan o María Santísima…

—La Justicia y la Fiscalía sabrán lo que tienen que hacer…

—No diga vuestra merced tonterías, que lo tengo por sabio —dijo soltando la pleita y haciéndole un gesto a don Alonso para que se sentase a su lado.

—Estaríamos mejor a la sombra. Se te está calentando la sesera más de la cuenta y llevas más lío en la cabeza que esparto en un escriño de pan. Es cierto, lo que dices y piensas. Los jueces, fiscales y hasta la mayoría de los diputados callan y agachan la cerviz como perros asustados hartos de latigazos…

—Nadie les pega. Son babosas por voluntad propia…

—Ya, pero piensan que si se mueve las cosas del rey y le da a la gente por pensar, peligra su estatus…

—Así que prefieren «bacinear» antes que ajustar la cuenta a los ladrones, porque ya lo dijo otro ladrón, muy amigo del rey huido y del señor X : «Si se siega una rama del árbol, caen las demás» o «Si se sega una branca de l'arbre, cauen les altres.»

— Ara parles català?

—¡Copón! —Exclamó SanchoY lo que haga falta, con tal de que a vuestra merced le entre en la cabeza. Si el rey ha regalado a su amante sesenta y cinco millones, es porque se ha metido en la bolsa muchos más. Y eso malo, peor es que con el dinero de todos le paguemos una paga vitalicia a otra de sus amantes, y se diga que eso no se puede investigar…

—¡Oh! ¡Por Dios! Sancho, son cosas privadas, cosas del pasado…

—Don Alonso, si yo ahora le robo a Rocinante, ese cuero de vino que tanto en estima tiene o mejor, voy a la era que tiene la mies puesta al sol y la cargo en mi caro. Cuando vuestra merced me lo reclame, ya será cosas del pasado, y el cuero, el caballo y la mies, si están en mi casa, según esa razón, serán míos, porque serán cosas del pasado…  Que sabe que digo la verdad.

—Grandes verdades dices, amigo Sancho, pero los reyes son inviolables ante la ley, no pueden ser juzgados salvo por Dios y su corte celestial… 

—No me toque vuestra merced los bemoles, que me cuelgan ya más de la cuenta y la lanza no mira para arriba desde que soy abuelo. Siempre me dijo vuestra merced, que quien la hace la debe pagar, y quien rompe virgo debe asumir la preñez de sus actos.

—No te alteres y presta más atención a la pleita, que te está saliendo mal la espiguilla.  Llevas razón, ¿pero no querrás que seáis los gañanes habitéis palacios en lugar de los reyes?

—Ahora sí que sí, querido don Alonso, bien sabe vuestra merced, que no es cierto que los pobres ocupemos palacios, ni aspiremos a ello. Mas tendrá que estar de acuerdo vuestra merced, que los gañanes somos mucho más sustanciales que los reyes, porque esos sí que no sirven para nada. Pájaro más inútil que un rey en ningún barbecho crecerá, hasta la grama tiene más provecho que ellos, al menos sirve de alimento para los borregos. Eso, y disculpe vuestra merced, que los reyes, jueces, fiscales y diputados, bien pagados sí que están, para que encima se apropien de lo que no deben.

—Y tanto, amigo Sancho, están muy bien pagados y además mantenidos a cuerpo de rey, sin dar un palo al agua, eso es verdad…

—Y a pesar de ello, nos roban a quienes les damos de comer.

—Gran verdad es. No te lo voy a negar. Es lo que tiene ser inviolable ante la ley, que pueden robar, abusar de doncellas, o matar, con total impunidad, ya te dicho que ellos, responden solo ante la Corte Celestial.

—Entonces…, si nos roban, ¿esperamos a que se mueran para que los juzgue Dios, que siempre anda ausente?

—Deberían pagar sus culpas ante sus vasallos, porque el rey que oculta la verdad o miente a su pueblo, no merece ser ni rey ni otorgarle el mérito que no tiene. Y desde luego, desde que tengo conocimiento todos los reyes de España han pecado de lo mismo…

—Pues eso digo yo, que a todos nos gusta la jodienda y comer lechal en lugar de ovejo viejo. Y quienes sudamos el pan que comemos, quienes trabajamos, no nos llega el jornal y si como

vuestra merced y yo, ya estamos jubilados, por mucho que estiremos, no saltamos la comba…

—Buena panza si tienes…—se burló Alonso.

—Por eso. No tengo los cuartos que vuestra merced. No me llega la paga de la jubilación para comer jamón, tengo que comer tocino gordo y gachas con mucho pan…

—¿Ya estamos con las indirectas?

—No, me lo tome en cuenta. Estoy con esto de los ladrones y sus rimas, que me cabreo…

—Pero, Sancho, hombre, que te va a dar un «parraque». Reyes va a ver siempre…

—Pues ya lo decía mi padre, el mejor rey, el que no existe. Además, no contentos, don Alonso, nos llaman plebeyos y gañanes. No se ofenda, si le digo que mejor darles una patada en sus inútiles posaderas y echarlos de los palacios...

—¿Vas a meter a gañanes y piratas?

—No, en su lugar, meter a los sabios, para que enseñen a los hijos de los gañanes a ser hombres de provecho, ya que quienes los habitan, no dan ni provecho ni beneficio, ni a España, ni a quienes los mantenemos.

—Grandes verdades dices, amigo Sancho, el comportamiento de los reyes y sus secuaces, hasta las piedras hacen enojar.

—Yo, que soy un humilde labrador, no quito ni pongo rey, pero cavilo — tocándose la sien, Sancho —. Quienes mantenemos sean reyes, diputados, jueces o fiscales, somos los gañanes y plebeyos, como ellos nos llaman. Ellos son nuestros mantenidos y quienes pagamos sus queridas, por tanto, deberíamos decidir si queremos o no queremos rey...   ¿Vale?

—¡Vale! ¡Vale! Amigo Sancho —intentando tranquilizar don Quijote a Sancho —. Llevas razón quien paga o mantiene, es quien debe decidir.

—Por eso. La monarquía, de haberla, debe ser electiva…

—A eso se le llama República —le cortó don Quijote.

—Me toma vuestra merced por ignorante, ¿no recuerda lo que me explico de los reyes godos? Pues eso. Pero sí, mejor la República, que es de personas civilizadas…

—Más vale, porque mal andaríamos con la monarquía electiva visigoda. Anda a mi casa, que tengo un pernil de gorrino negro sin empezar…

—A mí también me gusta más el rey Baltasar, buenos y los otros dos, porque como todos los reyes, trabajan solo un día al año y encima es mentira, pero al menos no existen y no nos cuestan los cuartos…

Y de esto no echéis la culpa a Cervantes, que lo ha escrito alguien con menos genialidad, un tal Paco Arenas ¿Vale?

©Paco Arenas, autor de "Magdalenas sin azúcar" y "Águeda y el secreto de su mano zurda". Novelas recomendadas por catedráticos de literatura e historia. 

domingo, 2 de agosto de 2020

El hombre más importante de España y fotos de Molinicos.



No os dejéis llevar por sus humildes ropas, su cinturón mal ajustado o zapatos llenos de barro de su humilde bancal. Nunca tuvo, ni tendrá, prostitutas de lujo, ni cuentas en Suiza o las Bahamas. Es tan importante que nunca le regalaron nada, ni tampoco robó nada; porque, al contrario que quienes se consideran importantes, él es un hombre honrado, o como diría el poeta, un hombre bueno en el buen sentido de la palabra. No durmió en hoteles de lujo de muchas estrellas, pero sí, muchas veces al relente de todas las estrellas del firmamento.

Sí, es un campesino, un hombre humilde; a pesar de lo cual, no nos equivoquemos, ni nos sintamos ofendidos por no estar a su nivel, él es el hombre más importante de España, y con él y como él, los campesinos, pastores, jornaleros o pequeños propietarios, que siembran con sus manos las semillas y riegan con su sudor las espigas con el que se cuece el pan nuestro de cada día.

Tiene setenta años, cualquiera le echaría diez más, y que me perdone si lo ofendo. En su mano grande, un pepino, y en el bolsillo de su camisa de franela, otro pepino.

Sus encías desiertas dientes, nos dicen con claridad que no le sobró nunca un real, o, mejor dicho, que siempre sudó hasta la última migaja del pan que se comió y que; a pesar de ello, trabajando de sol a sol toda su vida, no le llegó el jornal, ni su esfuerzo, para una prótesis dental.

Gracias a este gran hombre, campesino y pastor, come el alguacil del ayuntamiento, la joven amable de la oficina de turismo de Molinicos, el cabo de la guardia civil y sus compañeros, los concejales y el alcalde de Molinicos, también; aunque, él ni se lo planteé, le da de comer a la esteticien de Molinicos, al gobernador civil de Albacete, al cura de Molinicos y al obispo de Albacete, al difuso y dudoso Emiliano García Page, que no se sabe si es de izquierdas o de derechas, presidente de esta parte del sur de Castilla. Sí, también al vicepresidente Iglesias, y al primer ministro Sánchez, también a Casado "el holandés errante" que lidera el principal partido de la oposición en España y contra España en Europa, sin olvidar al vocinglero iraní Al-Bascal.

No es preciso de decir que es mucho más importante que todos los mencionados, e infinitamente más que al demérito  o que su hijo Felipe Uve Palito. De no ser por este hombre y otros campesinos como él, , sin tener culpa de nada, ni un pepino se podría comer, ni vivir a cuerpo de rey y de sus riñones, como viven.

Lo conocí en Molinicos, me llamó de inmediato la atención, caminaba alegre, rebosante de humildad, con aspecto bonachón.

—Buen pepino lleva en el bolsillo de la camisa.

—Sí que es bueno, tengo otro, si lo quiere usted, se lo regalo, y verá que bueno.

Le di las gracias, y lo rechace, no por nada, sino porque cuando yo me lo pudiera comer, estaría de aquella manera. Busqué charlar con él, y le pedí una foto, accediendo gustoso, sin saber quién era yo. Hablamos un rato y me dijo que hasta los 65 años estuvo con el espinazo doblado, con dolores de riñones desde diez años antes, de tanto trabajar, todo para que le quedará una miserable pensión, que mal le da para sobrevivir. Siendo que es el hombre más importante e imprescindible de la cadena productiva y alimentaria nunca disfrutó de fastuosos banquetes ni conoció esos manjares que quienes no lo merecen gozan.

Tiene poco capital, su vieja casa y un bancal, con pepinos y tomates, pimientos y cebollas, patatas y judías verdes, que este año, por culpa de la pandemia no le dejaron sembrar cuando correspondía. Le duelen todos los huesos, pero a quienes alimenta, ni les importa.

Me enamoré de él y sus palabras. Alabé el pepino que llevaba en el bolsillo de la camisa y me ofreció el que llevaba en la mano. Hasta en eso es generoso el campesino, que, teniendo poco, da la mitad de lo que tiene a un extraño que pasaba por allí.

Me quedo con parte de la conversación que me regalo:

«Pa cinco años que cobró la pensión, que hasta los 65 no me dejaron jubilarme, y lo hice, porque mis huesos no aguantaban más, que mucho lo sentí por mis ovejas, que, como yo, nadie las querrá».

Generoso, al despedirnos, todavía me volvió a preguntar si de verdad no quería un pepino, con esa sencillez con la que sólo las personas de verdad saben mostrar.

Y ahora, que vengan los parásitos que nunca supieron lo que es trabajar, como González o Aznar, a decir que las personas más importantes, las que trabajan de verdad , tienen que esperar para jubilarse a los 70 años, para que así se mueran sin cobrar la pensión y queden más dineros para los parásitos que se creen importantes, y no llegan ni al barro de las abarcas que calza este hombre.

Este hombre es mucho más importante que aquellos, a los cuales, con sus ajadas manos y quebrados huesos, dio y da de comer. Si no fuese por él, ni el rey comería.

Con todo mis respetos y admiración hacia él, hacia ellos y ellas, a los campesinos y campesinas de todo el mundo, porque los realmente importantes se visten con ropa de faena.


©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar. Novela recomendada por catedráticos de literatura e historia. 






























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