El primer viaje de casados que realizamos al extranjero, fue
a Italia, con nuestro Peugeot 205 y nuestra tienda de campaña. Un viaje
emocionante con muchas anécdotas que contar, porque nos pasó de todo lo que les
puede pasar a unos jóvenes turistas que van con ganas de conocer un país
extraño. Un país, que pensábamos que con nuestros conocimientos de castellano y
valenciano nos iba a resultar fácil entendernos, y que nos pudo costar algún disgusto por culpa de nuestra pericia en la lengua italiana. No tuvimos mucha dificultad,
pero tampoco fue fácil del todo. Un viaje irrepetible, como irrepetible la
posibilidad de viajar con en el tiempo con treinta años menos.
MILÁN
Fue en Milán donde me llevé uno
de los más grandes chascos de mi vida. Siempre he sido y soy un gran aficionado
a la pintura, visitador de museos empedernido, había escuchado hablar de la
Galería de Milán, como una de las más importantes del mundo. Nadie me dijo que
fuese una galería pictórica, pero yo lo daba por sentado en mi ignorancia.
Tampoco me preocupé por comprobarlo, todo el mundo hablaba maravillas de la
Galería de Milán, no iba a ser yo quien lo pusiese en duda. En Niza escuchamos
a matrimonio decir:
—Milán no valdría la pena verlo,
de no ser por la galería y la catedral.
No lo pensamos dos veces y nos
dirigimos a Milán casi exclusivamente con intención disfrutar de la Galería y
de paso ver, como algo secundario la catedral. Ver la fachada de la galería Victor
Manuel II, que es así como se llama la Galería, (en italiano: Galleria Vittorio Emanuele II) nos
impresionó, esa es la verdad. Realmente
es espectacular también como galería comercial, pero nosotros no buscábamos
eso, las vidrieras, con sus cuatro continentes, cada uno entre dos pasillos de
los cuatro existentes, se olvidaron de Oceanía, en el suelo los escudos o
símbolos de las principales ciudades italianas. Impresionante, pero…
—Si prega ! Fa la galleria a
Milano?[1]
—Preguntamos con nuestro librito de italiano en mil palabras a una bella
italiana.
—Qui. —Nos respondió la muchacha
incrédula, dejando las bolsas de la compra en el suelo.
—Dove si trova l’ingresso?[2]
—Otra vez pregunte, intentando entonar torpemente el italiano, pendiente de sus
hermosos ojos, sus labios y lo que no eran sus labios, ¡mamma mía! Como estaba
la muchacha.
—Dove l'hai preso in?[3]
—Contestó riendo, casi a carcajadas la bella milanesa.
Señalamos en dirección hacia
donde habíamos entrado, y ella, encogiéndose de hombros nos señaló hacia aquel
mismo punto, sin poder dejar de reír:
— Per non vi è l'ingresso [4]
— È l'ingresso al museo?[5]
—Cosa museo? Fa il museo della
cattedrale, il Duomo di Milano ?[6]
—Será… —contestamos al unísono mi
mujer y yo.
Le dimos las gracias, y nos
encaminamos hacia la salida contraria a por dónde habíamos entrado.
—Me parece que mirabas mucho a la
italiana —me dijo riendo mi mujer.
Asentí con la cabeza, le di un
beso en los labios y salimos de la Galería. Nos encontramos frente a frente con
la famosa catedral de Milán. Mucho más impresionante que la galería, que me
defraudó, más que nada porque yo buscaba y esperaba otra cosa bien distinta.
La catedral de Milán es un templo
de dimensiones extraordinarias, tiene cinco naves, una central y cuatro laterales,
con más de cuarenta pilares fasciculados, de grandes dimensiones y extraña
forma, pues se rematan en una especie de dosel esculpido que alberga estatuas.
Atravesada por un transepto seguido por el coro y el ábside. La nave central
tiene una altura de 45 metros, la segunda más alta del mundo, toda ella está
recubierta de mármol. No recuerdo si primero vimos la catedral o fue después de
subir a su tejado, al que subimos en ascensor con un ascensorista que hablaba
perfectamente castellano y catalán, estuvo estudiando teología en Barcelona. Al
decirle que veníamos de Valencia, nos preguntó si se habían solucionado las
rencillas entre valencianos y catalanes. (Hay que recordar que estamos hablando
de 1998, cuando Unión Valenciana con González Lizondo, hizo del anti catalanismo
reaccionario su única ideología. Le
dijimos que mi mujer como andaluza y yo como castellano, estábamos bastante al
margen del asunto. Él se reía sin terminar de creérselo. Veía, el asunto como
una polémica absurda, según nos dijo. Caminamos por el tejado del doumo, extasiados
ante tanta belleza. Esculturas impresionantes, el bosque de pináculos,
chapiteles y cresterías y por último la resplandeciente Madonnina fabricada con
cobre dorado. La decepción causada por la galería, nos la regalo con creces la
catedral.
Poco podíamos pensar que podríamos llegar a
tener un problema, que al final se resolvió de manera satisfactoria. Atravesamos de nuevo la galería, deteniéndonos
un poco más en sus maravillas terminaciones y llegamos a donde habíamos estacionado
el coche. Antes de meter la llave en la cerradura, entonces no existían los
mandos a distancia, teníamos a un empleado de la ORA (ignoro como se llama en
Italia) esperándonos con una multa. Su saludo fue:
—Otto mila lire. [7]—dijo
extendiendo un papel con el importe de cuatro mil liras.
Así que proteste en un italiano
figurado, sin molestarme en consultar el librito, dando por sentado que me
entendería, como así fue:
—Ocho mile?, aquí pone cuatro mile
lire.
— Sì, egli mette quattromila lire, ma deve pagare ottomila lire, per il
suggerimento ...[8]
Entonces recordé que me había
indicado que podía aparcar, en aquel sitio, sin indicarme nada que tuviese que
pagar por ello. Pensé que era un policía, aparque y le di las gracias.
—¿Por la sugerencia? El boleto
pone cuatromile, yo pagaré cuatromile. Si el boleto pusiese ochomile, yo pagaría ochomile —volví de nuevo con mi italiano
figurado.
—Ignorare il biglietto, più tempo si deve pagare ottomila lire . Hai
capito o stupido sei?[9]
Ignoré el insulto y al final cogí
cuatro mil liras y se las puse en la mano, diciéndole en castellano, sin
intentar simular el italiano:
—Si tú me das un boleto de cuatro
mil liras, yo te pago cuatro mil liras, las otras si quieres cobrarlas, vienes
a España a por ellas.
—Vale, vale, haz lo que te dé la
gana —me contesto en perfecto castellano cogiendo los billetes.
No debería haberlo hecho, pero le
pregunté la dirección para salir en dirección a Turín y de nuevo me contesto en
italiano.
—Non lo so, non lo so, stupido spagnolo.[10]
—Grazie, gracie, gentile italiano —con ironía le repliqué yo,
pensando que realmente fui un estúpido preguntándole.
Sin embargo, lo más emocionante que
nos ocurrió en Milán, fue al salir de la ciudad. Como todos sabemos, Italia es
un caos a la hora de conducir, mal señalizado, con coches en contra dirección.
Nada más salir un par de calles, vimos a una anciana que estaba detenida en un semáforo
para cruzar con su bicicleta. La señora, de unos ochenta años, vestía un
floreado vestido blanco, recogido para poder pedalear, y en su cabeza una simpática
pamela, todavía más floreada que el vestido
— Si prega di Torino.[11]
La anciana, se nos quedó mirando.
Miró la matrícula de Valencia y como llevábamos los quitasoles bajados, se
percató de que llevaba un diminuto pin con la bandera republicana.
— Repubblicani spagnoli,
Valencia…[12]—soltó
en italiano. Después en perfecto castellano —republicanos españoles de
Valencia. ¡Oh, qué recuerdos! Yo estuve en Valencia, en Castellón y Benicassim,
en las Brigadas Internacionales luchando por la República Española. Ay Carmela,
ay Carmela…
Nos quedamos asombrados, porque
lo que menos pensaba es en el pin, estaba claro que conocía la matricula. No sabíamos
que decir. Sus ojos hablaban alegremente más que sus labios, daba gozo verla,
agitaba manos, cabeza, como si bailase una canción de juventud, alzando manos
al cielo de alegría.
—Tienen que venir a mi casa, les
enseñaré fotografías de España. ¡Oh, quanto amo la Spagna, la Repubblica di
Spagna! ¡Viva la República!
Todavía podíamos entretenernos un
poco, por lo que terminamos yendo a su casa. Nos invitó a café y pasteles, que compró
en una pastelería en la que se detuvo antes de llegar. Allí sacó cajas metálicas
repletas de fotografías y recuerdos, enseñándonos una espléndida colección de
fotografías de las Brigadas Internacionales y del Ejército Partisano Italiano.
Después, se montó en su bicicleta nos guio hasta las indicaciones para ir a Turín.
Nos despedimos con un beso y un abrazo y
con el saludo republicano, que en sus labios y con su acento italiano, sonaba a
esperanza e ilusión.
©Paco Arenas
[1] ¡Por
favor! ¿La galería de Milán?
[2] ¿Dónde
está la entrada?
[3] ¿Por
dónde entraron?
[4] Pues
allí está la entrada...
[5] ¿La
entrada al museo?
[6] ¿Qué
museo? ¿El museo de la catedral?
[7] Ocho mil
liras
[8] Sí, el
billete pone cuatro mil, pero debe pagar ocho mil por la sugerencia.
[9] Ignora
el billete, has estado más tiempo de la cuenta y debes pagar ocho mil liras,
¿lo entiendes o eres tonto?
[10] No lo
sé, no lo sé, estúpido español.
[11] Por
favor Turín.
[12]
Republicanos españoles, Valencia.