A ellos que dieron tanto y se enfrentan a su último viaje, en muchas ocasiones en soledad
Triste la vida que tiene la ventana abierta a ninguna primavera.
Triste saber que las luchas pretéritas,
los esfuerzos presentes,
no tendrán mejores frutos que los que produce la higuera en el
desierto.
De nada sirve la voluntad de vivir,
de soñar de cambiar el rumbo,
cuando todos los engranajes están oxidados.
No son puertas que se cierran,
son hojas desvencijadas que la acción del viento,
la lluvia y sobre todo el
tiempo han ido minando,
pudriendo las raíces hasta provocar la caída del robusto roble,
que hace tanto dejó de serlo.
Ventana de cristales rotos
y maderas carcomidas de una
casa en ruinas,
que aguanta las inclemencias
climáticas,
como si tuviese algo que
guardar.
Desde esa ventana abierta,
un día se asomaron unos ojos ilusionados,
incluso,
tal vez ,
se pronunciaron las más bellas palabras de amor,
o quizás se gritaron esas otras que toda persona necesita,
más que gritarlas, vivirlas:
¡Libertad! ¡Justicia!
Nadie mira ya desde el interior que no existe.
Nadie se podrá asomar a través
de sus hojas.
Ningún oído escuchará el latir
de ese corazón.
Al otro lado la pared,
la madreselva va abriéndose camino,
enraizado en las grietas,
cada vez más anchas que
terminarán derribando el muro,
que un día fue sólido y
resistente, ahora sólo espera caer .
Quien pasa por su lado procura hacer la fotografía desde la distancia,
sabe que al menor giro de aire
sobre el muro,
caerá aplastando todo lo que
este a su alrededor.
Desde la acera de enfrente,
en la habitación de la residencia geriátrica,
Manuel ve como la casa tan hermosa que habitó tiempo atrás,
poco a poco va desmoronándose.
Sabe que ya el último muro que todavía queda en pie,
no verá el amanecer, y son las
cinco de la mañana...
Triste ventana abierta a ninguna primavera.
©Paco Arenas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario