Toros(Autor Isidoro Pérez) |
Esta foto de finales de los años 70 o tal vez principios de
los 80, unifica en una imagen restos de nuestro pasado, de nuestra memoria
colectiva, recuerdos entrañables que regresan a nuestras mentes en forma de
torbellino, amontonados unos sobre otros agolpándose. Habla tanto esta
fotografía que a mí me ha llegado muy dentro.
Está el viejo ayuntamiento, enjalbegado con cal, con una
personalidad propia de nuestra tierra manchega. Esa cruz de “los caídos”, que
lamentablemente también forma parte de nuestra vida, de nuestras vergüenzas
colectivas, no ya como algo exclusivo de nuestro pueblo, sino de un fracaso
colectivo como nación, incapaz de dirimir sus diferencias de manera pacífica y
civilizada.
La casa de mis primos, “Loritos”, habla del camino que se
comenzaba por aquellos años, derribar las viejas casa para hacer estructuras
más modernas y despersonalizadas, pero más adecuadas a los nuevos tiempos,
donde ya resulta innecesario las cuadras o los corrales, ese camino que
comenzaba entonces termina con la remodelación completa de la plaza, donde ya no
se encuentra aquella vieja fuente donde llenábamos botijos, cantaros y cubos,
cuando el agua corriente en nuestras casas era tan solo un anhelo y una
necesidad que pensábamos que nunca llegaría a darse esa opción de abrir el
grifo de la ducha o de la cocina o estirar de la cadena del váter con alegría
después de un buen cagar.
Con la canalización del agua potable en las casas de
Pinarejo, la eliminación de la vieja fuente y el legendario pozo de la plaza, se
terminaban los paseos, las excusas para reunirse junto a la fuente, para cascar
y comentar los últimos acontecimientos o chismes de don fulano o don metano.
Aquel peregrinar de mujeres y muchachas a llenar los cantaros a aquella fuente
de ladrillos enlucidos. Aquel antiguo
pozo donde nuestros padres llevaban las mulas, borricos y otros animales a
beber, el pozo de la plaza, el pozo de las patentes…Todo es historia nuestra
historia.
Cuantas tiernas infancias, ardores adolescentes, riñas y
amores se vieron en aquella plaza, cuantas carencias de todo tipo, carencias que
nos tiraron de nuestra Tierra, hacía la Isla de Ibiza, Valencia o Madrid,
incluso Barcelona o Australia, en busca de otras oportunidades, otros lugares
donde ensanchar nuestras ramas, pero con la raíces bien cogidas a la Tierra, a
pinarejo, a Cuenca, castellanos arrancados como los ajos morados, caminando por
otros caminos pero con el corazón en aquella plaza, en la calle, Nueva, en la
calle Tercia, en la calle Divina Pastora, la Carrera o cualquier otra calle o paraje de
nuestro trozo de Castilla.
En esta foto, también
se adivina la vida que ahora se echa en falta, esa juventud subida a la fuente,
pero también esa cucaña que desafía a los más valientes que se atrevían a
subir, yo por supuesto nunca lo intente siquiera, del mismo modo que nunca me
puse delante de una vaquilla, pero si muchos de mis amigos, de aquella juventud
desbordante e ilusionada de entonces.
Los remolques, formando la plaza, que sustituían a los
carros y galeras, muestran también ese cambio, esa mirada al futuro que no
camina sino que vuela y muchas veces, como en estos tiempos, desorientados sin
saber a dónde y chocando con todos los obstáculos, cual perdiz asustada que
escucha tiros de mil direcciones diferentes.
Por último el autor de la foto, Isidoro Pérez ¿del Correo?,
si es así, es una gran alegría saber de él, aunque sea a través de esta
magnífica aportación a nuestra memoria y a la mía personal. Aquellas tardes
leyendo “Aguiluchos” en su casa, que tanto contribuyeron a mi desarrollo como
persona, que me ayudaron, aunque parezca extraño, a mirar el mundo con otra
mentalidad, desde esa perspectiva cristiana de base, que transmitían aquellos
cristianos tebeos tan alejados de la jerarquías purpuras de la Iglesia oficial,
transmitían un mensaje de solidaridad con los más débiles, mensaje que desde mi
laicismo militante procuro mantener. Esos aguiluchos también contribuyeron a mi
afición a la lectura, aunque ya por entonces la lectura formaba parte de mis
pequeños vicios.