miércoles, 24 de julio de 2013

Y salí de Pinarejo, salí de La Mancha...


Recuerdo aquella primera salida de Pinarejo, de La Mancha, hace ya tanto tiempo.  Tanto, que debería haberme olvidado del aroma de sus campos, del polvo de sus calles, el agua de sus fuentes, del sabor de su comida o el acento de sus gentes.

 Tenía ocho años recién cumplidos, nada más pasada la Navidad de aquel maldito año de 1967. Era de madrugada, recuerdo que hacía mucho frío, en aquel viejo Mercedes de Antonio, el taxista. Taxi en dónde cabía todo.  Iba repleto de personas, al menos ocho, maletas de cartón y bultos de todo tipo, con aromas inconfundibles a chorizos, morcillas y perniles. 

Mi madre me había abrigado bien, un gorro de lana y una bufanda que ella misma había tejido, en ese viaje era el único crío, me sentaron en el medio, entre mi madre y mi hermano, advirtiéndome Antonio:

-          Si vemos a los guardias te agachas.

Supongo que callaría, mientras mi madre dijo algo de echarme el chal por encima.

 Apretujados entre bultos y personas emprendimos aquel, mi primer viaje, mi primera salida de Pinarejo.

Despuntaba el sol cuando llegamos a las Cuestas de Contreras, que en esos momentos se encontraban cortadas porque unos extraños artefactos de porcelana blancos ocupaban la carretera.

- - ¿Chiquillo, sabes que son esos cacharros? -Alguien me pregunto. 

Supongo que no contestaría, al menos de palabra, la misma persona dijo que eran orinales donde cagaban los señoritos. 

“ -Son muy grandes para meterlos debajo de la cama.  -Comentó alguien.  

“- En los sitios grandes, la gente no hace de vientre en el corral con las gallinas, lo hace en un orinal de esos, un váter, que se llama.

 Añadió otro.

  Conforme subiamos las interminables cuestas íbamos, viendo más váteres.  Después vino la bajada y la parada en Caudete de las Fuentes y de ahí hasta Valencia,  donde vería aquellos edificios altos y feos, en los cuales como si fuesen colmenas vivían las personas, y dónde Antonio comenzaba el reparto de viajeros, unos a Torrente, otros a Chirivella, los últimos al puerto donde esperaríamos hasta la salida del barco junto a cientos de viajeros esperando para embarcar dirección Ibiza . Allí en la consigna del puerto, junto al edificio del reloj, escuché por primera vez acentos diferentes al manchego, andaluces sobre todo.

Todo el mundo habla de la primera vez que vio el mar como algo extraordinario, así debe ser, pero yo no recuerdo nada en especial, aunque sí del barco, tal vez por ser mi olfato mi sentido más desarrollado, recuerdo un olor entre agrio y nauseabundo que se metía en las entrañas. Pero eso es otra historia, al día siguiente amanecía en la isla de Ibiza que si bien no me hizo olvidar mis raíces, casi lo consigue.



domingo, 14 de julio de 2013

Tres pinarejeros juntos en Madrid después de 35 años


Después de 35 años tres pinarejeros se vuelven a  ver no donde hubiesen querido, ellos    que comparten recuerdos de imágenes en blanco y negro, de aquella lejana infancia de calles embarradas, días de escuela, seres queridos ausentes –después de 35 años sin verse se juntan en Madrid.
Los tres han cambiado mucho, ya no son aquellos chiquillos delgaduchos, ni tan siquiera aquellos adolescentes llenos de ilusiones y ganas de vivir que marcharon a Ibiza con ganas de comerse el mundo y si se descuidan es el mundo quienes se los come a ellos.  Ahora tienen las cinturas más anchas, las ilusiones ya no las tiene a puestas en ellos sino en quienes llegaron después en sus hijos e incluso en una primera nieta.
No hay fotos, ni falta que hace, seguro que habrá más encuentros y se vivirán más recuerdos, seguro y  posiblemente no entre cables, cemento y escombros.

Muchas gracias.

jueves, 11 de julio de 2013

Marcial Mota, el primer pinarejero en Ibiza


Ahora Sant Antoni de Portmany, Ibiza está lleno no ya de pinarejeros sino de descendientes de gentes de Pinarejo,  a pesar de que muchos con el tiempo abandonamos la isla, para volver a la península, como en mi caso y el de muchos otros, unos a Valencia, otros a Madrid…Sin embargo son muy raro que exista un pinarejero que en un determinado momento de su vida no haya pasado por la Isla Blanca.
A principios de los  años sesenta no había tantos pinarejeros, yo fui uno de los primeros críos de Pinarejo que pisó la isla, por entonces había dos chiquillos más que ya hablaban con fluidez ibicenco, Marcial Mota algo mayor que yo, del cual recuerdo hablar maravillas al director de la escuela, por su gran capacidad e inteligencia,  y su hermano Jesús Mota de mi edad hijos de Marcial, el primer pinarejero en asentarse en la isla a modo de avanzadilla.  Tuve la suerte de que estuviesen allí, vivían a los pies de la Atalaya de San Antonio, los primeros meses hasta allí me desplazaba en su busca buscando caras amigas.

Pronto comenzaron a llegar más críos de Pinarejo, en pocos meses estaban allí ya también Paco Navarro, hijo de Regino, Luis Culebras y sus hermanos, Félix Aragón y poco a poco San Antonio fue llenándose chiquillos de pinarejeros.  La amistad que me unió con cada uno fue muy grande y de todos guardo grandes y entrañables recuerdos, además vivíamos casi todos muy cerca, Luis, Paco y yo en la calle Vara de rey y Félix en la plaza donde después hicieron el mercado payés.

Ibiza y Pinarejo están, estarán siempre unidas, posiblemente no a sería lo mismo si a Marcial Mota o se le hubiese  ocurrido saltar el charco.

lunes, 8 de julio de 2013

Paseos al alba(Oropesa del Mar) Fotografías



Un placer al que no renuncio, cuando voy a lugar, ya sea un pueblo perdido de la montaña, o una gran ciudad, es al paseo matinal, cuando las luces del alba comienzan a hacer su aparición, entre tonos rojizos y amoratados, el sol abrasador del verano todavía no ha hecho acto de presencia con todo su poderío, y las luces apagadas de la madrigada dan una sensación de frescor que llega a erizar la piel, y no por el frío, sino por la emoción.  Son paseos tranquilos, pasos sosegados, sin prisas y sin destino concreto, en ocasiones andando con la parsimonia con la que se debe tomar un buen café o disfrutar un paseo. Lo habitual, es realizar ese paseo en tren de san Fernando, unas veces a pie y otras andando, en esta mañana del mes de agosto he preferido hacerlo en mi vieja bicicleta de sillín duro.  

Pedaleo o camino fijándome en los detalles de las viejas construcciones y desechado las monstruosas modernidades geométricas y sin gracia que dan el aspecto de una ciudad amurallada en la lejanía, pero sin la gracia de aquellas fortalezas renacentistas que amurallaron muchas ciudades del Mediterráneo, desde mi querida Ibiza, hasta Melilla o Malta.  Tal vez me horrorizan esas construcciones mastodónticas a pie de playa porque pertenezco a otra época de fotografías en blanco y negro, o quizás porque mis huesos y mis ojos pertenecen a otro mundo más tranquilo y sosegado que al actual.

En esta ocasión mi paseo comienza a las seis y media de la mañana, todavía sin un destino cierto, me dirijo primero hacia una vieja torre de vigilancia, Torre de la Sal, en la Ribera de Cabanes, descarto la idea de hacer unas fotos a esas horas, las lagunas del parque Nacional están repletas de mosquitos, por lo que decido dejar las fotos para más tarde. Me conformo con fotografiar la Torre de la Sal, construida como torre vigía para prevenir incursiones piratas.

Decido ir a Oropesa, y a la vuelta llevar churros a mi familia, así que continúo mi pedaleo ignorando las construcciones que hay a mi derecha, paro ante un conjunto de duchas en forma de elefante, pienso:

 «Mira, estos de Marina del Horror se han dado cuenta, ante las tropelías del campechano,  que el elefante es símbolo de futuro, de la futura tercera república que ha de venir y se han adelantado a los acontecimientos»

Resulta curioso las simpatías que ha despertado este hermoso e interesante paquidermo, símbolo de los muy reaccionarios republicanos americanos, en una parte de la sociedad española, como sin quererlo y sin querer parecernos a ellos, los demócratas españoles hemos adoptado el elefante asesinado en Botswana  como símbolo de la futura república en solidaridad por la inútil muerte, por placer, de un elefante en tierras africanas un catorce de abril.

Ya sobrepasado ese engendro urbanístico, ese atentado contra el buen gusto, en el que yo, también quedé atrapado, Marina d´Or, continúo mi paseo por la playa de Morro des Gos, hasta Oropesa del Mar. Hace tiempo que dejé de ser un chiquillo y estoy cansado, y me paro a tomar un café en una churrería que está cerca de la playa, acompaño el vitalizador café con un par de porras recién hechas.

 Acto seguido me encaminó directamente en dirección a la parte antigua de Oropesa del Mar, me encuentro sólo gatos, como únicos ocupantes de la vía pública. Me topó con un pueblo auténtico, con personalidad propia, que nada tiene que ver con los horribles apartamentos de la playa. Oropesa es un pueblo con encanto, en el cual el ayuntamiento, ha colocado en todas las farolas del casco viejo unos versos que invitan a la meditación.

 

termino mi paseo matinal por el casco antiguo metido en el taller de un anticuario de nombre Antonio que amablemente me muestra su exposición.

Todavía es pronto, me acerco a la playa de la Concha, y subo hasta el faro y la Torre del rey, hago unas fotos y cuando las gentes comienzan a asomar la cabeza por las puertas, vuelvo a la churrería y compro una docena de porras, casi tan buenas como las que hace mi paisano Eusebio en la Caseta Azul, junto a la estación de Tránsitos en Valencia, Regreso al apartamento con los churros en la mochila, sudando por el calor de los churros y por el sol que comienza a mostrar su fuerza y porque mi pedalear, ahora, es cuesta arriba...

 

En el apartamento todavía están durmiendo todos los miembros de mi familia, por lo que aún me da tiempo de preparar el chocolate antes de despertarlos para ir a tostarnos a la playa como unas gambas sin gabardina, aunque yo me pondré a remojo como los garbanzos entre paseo y paseo hasta la Torre de la sal, donde los mosquitos se han echado la siesta, borrachos de sangre de distintos sabores y nacionalidades.

 

©Paco Arenas a 13 de julio de 2013
































viernes, 5 de julio de 2013

Las raíces y las ramas de las gentes de Pinarejo


Nuestras raíces, las raíces de las gentes están hundidas en la historia, en un retrato color sepia o blanco y negro, son nuestros antepasados, aquellas gentes de tez curtida y quemada por el sol, de segadores incansables, luchadores que no tenían tiempo para aburrirse, porque sus trabajos eran del alba al crepúsculo sin descanso.  
Nuestras raíces son el pisar los charcos, romper el hielo de los mismos en el frío invierno, jugar en la calle entre el polvo y el barro, andar con las piernas desolladas, alguna descalabradura. Ir al campo con nuestros padres y jugar a trabajar con los primeros dientes   y los mocos verdes colgando, subir en la trilla o cortar girasoles más grandes que nosotros mismos, ir a quitarle nueces a la noguera de Palote o hacer alguna trastada no del todo inocente.

Nuestras raíces son aquellas tardes de vaquillas en plazas hechas con carros y galeras y después con remolques, con cuervas en lebrillos, y carne y tizne en la plaza, comer las cosas con ceniza, que hasta los ateos decían, “quien no come ceniza no va al cielo” y comíamos ceniza sin problemas, disfrutando del chorizo, del somarro o la sardina como si fuese el más exquisito manjar.
Nuestras raíces son aquellos días de matazón, con mujeres, hombres, viejos y críos participando de la misma, la preparación de los chorizos, de las morcillas, perniles, brazuelos…en aquellos días de invierno  que me traen el aroma del aguardiente con el cual se limpiaban las tripas para para hacer los embutidos, ese mismo aroma generoso para hacer los exquisitos aguardentados o para recibir a las visitas en aquellos días de puertas abiertas de Navidad.


Nuestras raíces son las raíces de todos los pueblos de esa vieja tierra que es Castilla, ahora diluida en una España que la ignora y que se apropia de su historia, su lengua y es culpada de sus males cual madrastra opresora, siendo sufrida cenicienta que ante la incomprensión calla. Tierra que se mete en las entrañas dando forma a nuestros recuerdos y nostalgias que no hacen evocar todos los días aquella tierra seca que nos vio nacer, que llamamos La Mancha, esa Mancha tan nuestra y tan de todo el mundo, asociada a un libro increíble pero también a unos personajes que nunca existieron y que sin embargo son tan nuestros, más sanchos que quijotes, nuestras raíces buscan la querencia conforme la maldición bíblica de volver al polvo se haya más próxima.



Nuestras ramas, escapan de nuestro control, se extienden fuera de nuestra voluntad, por otras tierras ajenas, que intentamos hacerlas nuestras, pero que sabemos extrañas, apenas nos damos cuenta, pero conforme las ramas se alejan de la tierra, más cercanos nos sentimos de nuestras raíces, más somos gentes de Pinarejo.
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