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Foto antigua, vídeo Oficina información Chinchilla de Montearagón. Llegué con esas heridas de la memoria abiertas en canal,
casi sangrantes de emoción, ansiado haber nacido mucho antes y robarle al
tiempo esos años precisos como para haber conocido mejor a mi abuelo Felipe, al
que tan solo pude conocer una semana de mi vida. Hubiese dado cualquier cosa por compartir tardes
de conversaciones con él, conocer la verdadera historia de Felipe López y de
María Bonilla, a la cual nunca conocí. Saber
de los recónditos recuerdos de su oculta memoria, que tanto le costaba que
aflorasen hasta sus labios. Años después, esos retazos de su vida, me fueron
transmitidos por su hija, por mi madre, Vicenta López. Entonces, en esas largas tardes y noches, de conversaciones
con mi madre, no fui consciente de que mi abuelo a través de mi madre me estaba
haciendo un gran regalo. Solo muchos años después tras conocer otros retazos de
la historia de mi padre, supe que mi deber era ser agradecido y dar voz a mi
abuelo y a todos, quienes, como él, sufrieron la cárcel, la represión y la
injusticia, tan solo por ansiar pensar en un mundo en Libertad. |
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Penal sobre las murallas del castillo |
Mi abuelo Felipe López pasó los siete peores años de su
vida en el penal de Chinchilla de Montearagón, los últimos años que ese hermoso
castillo fue dedicado a ser la antepuerta del infierno. Un infierno de hielo y
crueldad infinitas, en el cual el frío, la falta de agua y la crueldad de los
guardias, era el pan nuestro de cada día.
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Guardias, escogidos especialmente para el penal de Chinchilla |
Emociona este lugar cargado de historia, de sufrimiento y penas. No me preguntes si hay ira en mi pecho, te responderé que no, y no mentiré, lo cual no quiere decir que en cierto modo me sienta un traidor. ¿Puede ser la memoria tan flexible y el corazón tan duro que, sabiendo la historia, no sienta rabia? Sí, forma parte del pasado, pero a mí me confiaron su memoria algunas personas., y tantos otros...
El Castillo de Chinchilla de Montearagón inspira esa extraña sensación entre la ternura y la tristeza. No quieres, no puedes imaginas tanto sufrimiento entre sus muros. Pensar en mi abuelo Felipe López, siete años de su vida, y no llorar, no sentir rabia, no sentir las ganas de disparar la flecha contra ese dios que permitió, que permite que la muerte venza a la vida.
No sé cómo he podido reír donde tantos lloraron lágrimas de sangre, en ese lugar de profundo foso, que como nos ha dicho Antonio, el guía de la oficina de Turismo, nunca hubo ni agua, ni tampoco, por supuesto cocodrilos, pero en donde tantos y tantos sufrieron lo inimaginable, hasta el punto desear la muerte tirándose desde sus altos muros; incluso, intentando escapar por los conductos de las letrinas.
¡Hombre insensible! ¿De qué te quejas? Hay una bestia en ti
incapaz de sentir el dolor o palpar la sangre que empapó esas piedras. Tal vez,
no debería sentirme orgulloso por haber escrito una novela, sino avergonzado
por no ser capaz de imaginar, sin dolerme el corazón, sin explotarme la razón…
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Desagüe de las letrinas, por donde algunos presos intentaron la fuga, según me confió Antonio, algunos llegaron a lograrlo. Quise ser voz, quiero ser voz de aquellos hombres y mujeres
que fueron callados contra su voluntad, y pienso, avergonzado, que tal vez no
merezca el privilegio de haber sido depositario de esos recuerdos, de esa memoria
que con generosidad me transmitieron. Por ser indolente ciego ante esos muros de
piedra, y no ser capaz de ver con mis ojos las miradas de quienes sufrieron la
condena de estar presos, no por ladrones, no por ser delincuentes, sino por
pensar diferente. |
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Magdalenas sin azúcar a los pìes del Castillo
de Chinchilla de Montearagón
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Después, en la noche, esa fría emoción, derritió mi corazón
como hielo puesto al sol. Lloré, al recordar, al imaginar, cada uno de esos
momentos de quienes sufrieron, lloré con cada uno de estos renglones.
Ahora, en la soledad, duele. Duele tanto que soy fugitivo
de la sombra de quien me inspiró Magdalenas sin azúcar, mi abuelo Felipe López.
Noto como mis mejillas están húmedas, y que palidezco de la emoción, pero
también, en cierto modo, la sal de mis lágrimas, me ayudan a cicatrizar las
heridas abiertas en mi memoria. Hoy Felipe López, está más vivo de lo que lo
estuvo en el penal de Chinchilla de Montearagón.
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Un poco de historia
Texto Paco Arenas
Fotos actuales: Paco Arenas