Si no viene la cigüeña, vamos nosotros…[1]
En el
edificio en el cual se aloja ahora la Consejería de Sanidad de Valencia, dicen que existe un fantasma,
o una fantasma, a la que llaman «La Dama de Rosa» una mujer vestida con una camisón de color rosa que busca de manera desesperada a su hijo robado por las monjas para venderlo a una familia pudiente. No creo en los fantasmas, lo cual no quiere decir que no tenga claro que este lugar es siniestro, tal y conforme menciono en la novela «Magdalenas sin azúcar».
Este relato, nada
tiene que ver con esos niños, más bien al contrario, es una divertida historia,
incluida en el libro solidario «101 relatos de la publicidad antigua». Espero
que os guste:
Si no viene la cigüeña, vamos nosotros…
Tediosas y largas tardes de aquel verano del sesenta y cinco sin nada
que hacer en las que todos sus amigos echaban la siesta o en la Malvarrosa
bañándose en la playa, sus hermanos y sus primos también. Ximo hubiese dado
cualquier cosa por estar con Boro y Lluís, sobre todo con Amparo, saltando las
olas; sin embargo, su padre fue tajante aquella tarde:
—Ximo, cuando yo no estoy, tú eres el hombre de la casa. No te separes
de mamá por nada del mundo. Al primer síntoma llamas a la tía Vicenta, ella
sabrá lo que hay que hacer.
Desde el sillón contemplaba el agitado respirar de Pepita, con esa
enorme barriga, que parecía estar a punto de explotar y que la obligaba a dormir
boca arriba.
—¡Qué fastidio! —pensó tirando el tebeo contra el sillón, mientras salía
a la calle al escuchar el ruido de un motor al pararse en su misma puerta y
voces que hablaban un idioma raro para él. Se trataba de un moderno autocar
descapotable.
Observó con detenimiento a aquellos extraños personajes que vestían de
una manera rara. La mayoría eran rubios. Pronto algunos, sobre todo las
mujeres, se descalzaron y comenzaron a caminar por las ardientes arenas de la
Malvarrosa hasta las mismas aguas del Mediterráneo, mientras el conductor y
algunos otros se metían en La Marcelina a tomarse unas cervezas y comerse unas
sabrosas clochinas. No pudo evitar las risas al ver los pequeños saltitos de
las mujeres cada vez que apoyaban el pie sobre la arena. De repente, sus ojos
se abrieron como platos al observar cómo las chicas se libraban de sus vestidos
y se quedaban con la barriga al aire, en lugar de con el casto bañador al que
estaba acostumbrado. Tan abstraído estaba, que no se percató de la presencia de
su tía Vicenta quien, al verlo con la mirada tan fija, le arreó un buen
pescozón en el cogote.
—M'he d'anar. Ta mare no està per a parir encara, en menys d'una hora
estic ací…[4]
—le informó su tía comenzando a caminar deprisa.
—Y si pare? —Se atrevió a preguntar, casi gritando.
—¿Y si pare? —Se atrevió a preguntar de nuevo…
—Agafes l'autobús i la portes a la cigüeña...[6]
tinc molta pressa[7]—contestó
maldiciendo por lo bajo, sin que llegase a escucharlo Ximo.
Apenas habían transcurrido dos minutos desde que perdiese de vista a su
tía, cuando comenzó a escuchar gritar a su madre:
—Madre, la tía me ha dicho que regresará dentro de una hora, que
mientras tanto no tienes que parir…—contestó el chiquillo, que a sus catorce
años parecía no tener ni doce, por lo pequeño y delgado que estaba.
— Una hora? Ni mitja. Desperta al vago del seu marit i que arranque el
cotxe. Collons![9]
—gritó entre desesperada y enojada. Después endulzó la voz, intentando ser más
persuasiva hablándole en castellano —cariño, estoy rompiendo aguas, noto cómo
me hago pis encima. Por Dios...
Ximo, como alma que lleva el diablo, salió corriendo a casa de sus tíos,
que se encontraba en la misma esquina de la calle. No fue necesario llamar ya
que la puerta se encontraba abierta casi de par en par, para dejar que entrase
la brisa marina y así combatir el sofocante calor del mes de agosto. Entró
directo en la habitación donde se encontraba su tío roncando sin que pareciese
que, como decía su tía, corriese peligro de derrumbe la casa merced a sus
ronquidos. Trabajaba, como su padre, en el turno de noche de la fábrica de
papel. Es un decir, porque entraba a las diez de la noche y salía a las doce
del mediodía, pero, aun así, no le llegaba el sueldo para alimentar a sus cinco
vástagos. Se acercó con cuidado y tocó el hombro de su tío con suavidad.
—Vicenta, chiquilla, déjame dormir un poquito más…—susurró cariñoso sin
abrir los ojos.
—Soy Ximo, mi madre está rompiendo aguas…, dice que la lleve usted a la
Cigüeña…
—Que la lleve tu tía, y si no que venga la cigüeña aquí—replicó enojado,
mostrando, una vez más, que la relación entre los cuñados, peor no podía ser.
Miró con los ojos entornados al chiquillo —. Tú no tienes culpa, anda déjame
dormir.
Ximo comprendió que no lograría arrancar a su tío de la cama, así que
corrió en dirección a su casa. Pero se le iluminó el rostro viendo que el
autobús estaba ya con el motor a ralentí esperando que llegasen los turistas
más rezagados, mientras que a la sombra esperaba el conductor junto con la guía
y unas turistas. Ximo fue directo a él.
—¿Usted nos llevaría a la Cigüeña? Mi madre está rompiendo aguas y no
tenemos quien nos lleve…
—Quillo, mi arma. Búscate la vida, este autocar es de turistas, no un
taxi… ¡Anda, la guasa del zagal! —soltó el conductor con marcado acento
andaluz, que fue seguida por la carcajada de la guía y las turistas alemanas
una vez que aquella les tradujo petición y respuesta.
Su madre lo esperaba en la puerta con desespero con un bolso de ropa en
la mano.
—¿Viene tu tío o no?
—No. Venga usted, ya está todo solucionado, suba al autobús.
Sin encomendarse a nadie, ayudó a su madre a subir al autobús y se sentó
en el asiento del conductor.
Mentalmente repasó los pasos que debía llevar a cabo para conducir el
tractor, tal y como le había enseñado su tío Julián en el pueblo de su padre:
«embrague, acelerador y palante». Conocía el rito ¡sí, sabía llevar un tractor!
No iba a ser tan difícil conducir un autobús. El problema es que muy bien no le
llegaban los pies, pero medio sentado, medio de píe, llegaba. Suspiró hondo,
agarró la gorra del conductor, que casi le tapaba los ojos, le dio a la llave
al tiempo que pisaba el acelerador.
—Pero… ¿qué vas a hacer? estàs boig?[10]
—Le gritó su madre, al ver que el autobús se ponía en marcha, mezclando
castellano y valenciano de tan nerviosa que estaba.
— Si no viene la cigüeña a nosotros, vamos nosotros a la
Cigüeña—contestó el chiquillo sin pensárselo dos veces.
Estaba nervioso, pero los mandos obedecieron a sus pies y el volante a
sus manos.
El autobús estaba con más de la mitad de los turistas en el interior,
mientras que al resto los llamaba la guía y el chófer señalando el reloj de la
muñeca para que se fueran despidiendo de la playa y echaran el último trago en
el famoso chiringuito de La Marcelina, por donde pasó Alfonso XIII, tan
escrupuloso o vicioso, que para no mancharse las manos al pelar las gambas, exigió
que fuese una chiquilla de trece años quien se sentará entre sus piernas para
que le pelase las gambas.
El chófer al escuchar el autobús ponerse en marcha se giró olvidándose
de los turistas rezagados.
—Oye tú, para que el conductor soy yo, cacho…
Pero Ximo, ni lo escuchó, ya había emprendido la marcha en dirección al
Camí de Vera, sin que los turistas se percatasen de quién era el chófer, ni
tampoco que detrás del autobús corría chófer, guía y turistas como desesperados
entre una nube de humo y polvo.
A quienes iban en el interior les
extrañó que el autobús circulase por una carretera tan estrecha y que la guía
no les fuese explicando el paisaje tan maravilloso que estaban viendo de la
huerta valenciana, con sus barracas y sus gentes echando la siesta a la sombra
de las palmeras. Tampoco entendieron por qué se paraba delante de aquel
edificio de la Alameda. Ataron cabos rápido al ver descender del autobús aquel
chiquillo, la mujer embarazada que iba dejando un rastro de agua sobre la acera
y aquella cigüeña con un envoltorio en la fachada. Vivieron una emocionante
aventura y ni se habían percatado…
O a través del autor:
[1] Relato
incluido en el libro solidario 101 relatos de publicidad antigua, de Editorial
Vinatea.
[2]— ¿Qué
cojones miras?
[3] —Nada,
nada.
[4] —Me
tengo que ir. Tu madre no está para dar a luz todavía, en menos de una hora
estaré aquí.
[5]
¿Parir? No seas loco. No parirá.
[6] La
cigüeña fue una maternidad hasta finales de los años setenta, actualmente es la
sede de la Consejería de Sanidad Valenciana.
[7] Agarras
el autobús y la llevas a la cigüeña...tengo mucha prisa.
[8] Chimo,
ya está aquí, dile a tu tía que venga, dile que ya está aquí...
[9] ¿Una
hora? Ni media. Despierta al vago de su marido y que arranque el coche.
¡Cojones!
[10] ¿Estás
loco?
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