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Garita externa del antiguo penal
El pasado sábado, 28 de febrero, estuve visitando piedras
frías, las cuales rezuman sangre, dolor e historia. Hoy no hablaré de Juan
Pacheco, ni del marquesado de Villena, que tanto tuvo que ver en las tierras de
la Mancha y mucho más allá. Aquellos fueron otros tiempos, época de guerra
mercenaria y el contrabando entre Castilla y Aragón, cuando el marqués de
Villena, con territorios en ambos reinos, llevaba a cabo su gran negocio, el
contrabando para alterar los precios de los productos básicos mediante corrupción
y la avaricia sin límites en contra de aquellos a los que debería proteger, y
sin embargo saqueaba, nada nuevo bajo el sol, es lo que siempre han hecho y
hacen los poderosos.
Llegué, con el corazón en un puño y la emoción a flor de
piel, para saldar una deuda pendiente con la memoria de mi abuelo Felipe
López. Parte de sus recuerdos, de su
memoria, forman parte de mi vida, no solo personal, sino como «junta
letras». Magdalenas sin azúcar nunca
habría sido escrita de no ser por esos recuerdos, esa memoria de Felipe López,
sindicalista preso siete años, por un único delito: desear una España más justa
y libre, sin huracanes que azoten siempre a los mismos, sin noches de cristales
rotos, sin miedos ni ante el futuro, sin la inquietud de saber si cada noche
podría dar a sus hijos de cenar. Él luchó y soñó con esa España donde todos
pudiéramos respirar libres del cañón brutal de las guerras y el
autoritarismo. Guerras, que siempre
proponen y llevan a cabo quienes nunca pisan las trincheras.
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Foto antigua, vídeo Oficina información Chinchilla de
Montearagón.
Llegué con esas heridas de la memoria abiertas en canal,
casi sangrantes de emoción, ansiado haber nacido mucho antes y robarle al
tiempo esos años precisos como para haber conocido mejor a mi abuelo Felipe, al
que tan solo pude conocer una semana de mi vida. Hubiese dado cualquier cosa por compartir tardes
de conversaciones con él, conocer la verdadera historia de Felipe López y de
María Bonilla, a la cual nunca conocí. Saber
de los recónditos recuerdos de su oculta memoria, que tanto le costaba que
aflorasen hasta sus labios. Años después, esos retazos de su vida, me fueron
transmitidos por su hija, por mi madre, Vicenta López.
Entonces, en esas largas tardes y noches, de conversaciones
con mi madre, no fui consciente de que mi abuelo a través de mi madre me estaba
haciendo un gran regalo. Solo muchos años después tras conocer otros retazos de
la historia de mi padre, supe que mi deber era ser agradecido y dar voz a mi
abuelo y a todos, quienes, como él, sufrieron la cárcel, la represión y la
injusticia, tan solo por ansiar pensar en un mundo en Libertad.
Mientras escribía
Magdalenas sin azúcar, casi en todo momento, tenía la sensación de estar
escuchando a mi madre, a mi tío Auspicio López, a Vicente Uixera, Teodoro
Cañego y tantos otros que me regalaron sus historias. Hoy, a dos años de su
publicación, Magdalenas sin azúcar, está a punto de la quinta edición, y no
solo no le ha ocurrido como a otros libros, que pronto pasan de moda, sino que
lentamente, cada día gana nuevos lectores.
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Penal sobre las murallas del castillo |
Mi abuelo Felipe López pasó los siete peores años de su
vida en el penal de Chinchilla de Montearagón, los últimos años que ese hermoso
castillo fue dedicado a ser la antepuerta del infierno. Un infierno de hielo y
crueldad infinitas, en el cual el frío, la falta de agua y la crueldad de los
guardias, era el pan nuestro de cada día.
Sin embargo, a pesar de ir predispuesto, con las heridas de
la memoria abiertas y sangrantes, sabiendo de buena fuente lo que allí pasó;
reía y disfrutaba de una visita la cual recomiendo. Una visita que ayuda a
conocer mejor todos los aspectos que rodearon este hermoso castillo, y en
cierto modo, a cerrar heridas, pues solo conociendo la verdad se pueden curar.
No se trata de tapar la herida con una venda sin desinfectar y curar antes para
que pueda cicatrizar en esta España, donde verdugos y víctimas están muertos y
los nietos no tienen la culpa. No obstante, ocultar la historia, fingir que no
ocurrió nada, nunca cerrará esas heridas todavía sangrantes.
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Guardias, escogidos especialmente para el penal de Chinchilla |
Durante la visita me olvidé, en parte de ese sufrimiento,
movido más por el interés y la curiosidad despertaban en mí las explicaciones
de Antonio, el guía de la oficina de Turismo.
Ante el dolor que creía que sentiría una vez dentro del recinto, me
sentía frío, casi sin sentimiento, como si fuese una piedra fría de los
escombros del viejo penal, que, no obstante, rezumaban sangre y sufrimiento. Las
lágrimas que pensé derramar no fueron saladas y libres, sino de hielo frío. No
lloré cada gota de sangre derramada, no hirvió mi sangre, me mantuve erguido e
impasible ante el dolor, solo la curiosidad me movía en ese, siempre imaginado,
tétrico lugar.
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Solar donde se asentaba el penal |
Emociona este lugar cargado de historia, de sufrimiento y
penas. No me preguntes si hay ira en mi pecho, te responderé que no, y no
mentiré, lo cual no quiere decir que en cierto modo me sienta un traidor.
¿Puede ser la memoria tan flexible y el corazón tan duro que, sabiendo la
historia, no sienta rabia? Sí, forma parte del pasado, pero a mí me confiaron
su memoria algunas personas., y tantos otros...
El Castillo de Chinchilla de Montearagón inspira esa
extraña sensación entre la ternura y la tristeza. No quieres, no puedes
imaginas tanto sufrimiento entre sus muros. Pensar en mi abuelo Felipe López,
siete años de su vida, y no llorar, no sentir rabia, no sentir las ganas de
disparar la flecha contra ese dios que permitió, que permite que la muerte
venza a la vida.
No sé cómo he podido reír donde tantos lloraron lágrimas de
sangre, en ese lugar de profundo foso, que como nos ha dicho Antonio, el guía
de la oficina de Turismo, nunca hubo ni agua, ni tampoco, por supuesto
cocodrilos, pero en donde tantos y tantos sufrieron lo inimaginable, hasta el
punto desear la muerte tirándose desde sus altos muros; incluso, intentando
escapar por los conductos de las letrinas.
¡Hombre insensible! ¿De qué te quejas? Hay una bestia en ti
incapaz de sentir el dolor o palpar la sangre que empapó esas piedras. Tal vez,
no debería sentirme orgulloso por haber escrito una novela, sino avergonzado
por no ser capaz de imaginar, sin dolerme el corazón, sin explotarme la razón…
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Desagüe de las letrinas, por donde algunos presos
intentaron la fuga, según me confió Antonio, algunos
llegaron a lograrlo.
Quise ser voz, quiero ser voz de aquellos hombres y mujeres
que fueron callados contra su voluntad, y pienso, avergonzado, que tal vez no
merezca el privilegio de haber sido depositario de esos recuerdos, de esa memoria
que con generosidad me transmitieron. Por ser indolente ciego ante esos muros de
piedra, y no ser capaz de ver con mis ojos las miradas de quienes sufrieron la
condena de estar presos, no por ladrones, no por ser delincuentes, sino por
pensar diferente.
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de Chinchilla de Montearagón
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Después, en la noche, esa fría emoción, derritió mi corazón
como hielo puesto al sol. Lloré, al recordar, al imaginar, cada uno de esos
momentos de quienes sufrieron, lloré con cada uno de estos renglones.
Ahora, en la soledad, duele. Duele tanto que soy fugitivo
de la sombra de quien me inspiró Magdalenas sin azúcar, mi abuelo Felipe López.
Noto como mis mejillas están húmedas, y que palidezco de la emoción, pero
también, en cierto modo, la sal de mis lágrimas, me ayudan a cicatrizar las
heridas abiertas en mi memoria. Hoy Felipe López, está más vivo de lo que lo
estuvo en el penal de Chinchilla de Montearagón.
¡¡Ah!!
No hagáis caso de lo arriba escrito. Sí, he sentido emoción, y ahora dolor,
tengo sueño, y estoy cansado de este viaje, y no puedo dormir pensando en tanto
sufrimiento y desesperación, Si bien es cierto que durante visita al lugar
donde
.estuvo mi abuelo preso, durante siete largos años, he ido con la coraza
puesta, insensible, cual armadura de hojalata, que ahora, al quitársela, duele.
Nunca
más debiera suceder, lo que tras esas piedras ocurrió, nunca más una guerra, y
menos entre hermanos, nunca más odios ni muertos por pensar diferente o emocionarse ante una bandera distinta. La libertad, la justicia, la fraternidad y la igualdad, deben ser los pilares en los que se asienta el edificio de esta España nuestra.
Paco Arenas
El libro, Magdalenas sin azúcar lo puedes adquirir a través del autor, mediante mensaje privado, en la página de Facebook , correo electrónico fmlarenas@hotmail.com, diciéndole a tu librería que se ponga en contacto conmigo o en Amazon
Un poco de historia
Desde
muchos años antes de que Juan Pacheco, decidiera reforzar el castillo con
nuevas murallas alrededor del castillo musulmán, no para defenderse de los
musulmanes, sino para afianzar su poder contrabandista y mercenario frente a
los reyes de Castilla y Aragón. Pero no, no es eso lo que me llevó a con tantas
cosas que ver y disfrutar. Fui por la historia de unas piedras menos bellas,
con muy poco o nulo interés arquitectónico; pero con mucho dolor y amargura
tras sus muros. Dolor y amargura de quienes tuvieron la desgracia de ser «huéspedes»
de tan siniestro lugar, el penal de Chinchilla de Montearagón. Un penal con una
dilatada historia, que fue un auténtico castillo del terror. Cerrado por el dictador Miguel Primo de
Rivera, en 1925, fue reabierto con los estertores del régimen de Alfonso XIII,
con la «dictablanda» de Berenguer, el 3 de junio de 1930. Llegada la República,
tan solo un mes después de proclamarse, el 19 de mayo de 1931, la directora de
prisiones, Victoria Kent, visitó el penal y decidió cerrarlo por lo deplorable
del lugar, por desgracia dimitió y continuó operativo hasta el año 1946, siendo
los siete últimos años un verdadero infierno, hasta el punto, que hasta los
franquistas avergonzaba, que terminan clausurándolo, con todavía presos políticos
entre sus muros. Presos que trasladan en
su mayoría al penal del Puerto de Santa María, otros, como mi abuelo, salieron
libres a la gran jaula de barrotes invisibles que era la dictadura franquista.
La mayoría en unas condiciones que les costó años volver a ser una persona.
Texto Paco Arenas
Fotos actuales: Paco Arenas
Fotos antiguas: Oficina de Turismo de Chinchilla de Montearagón
Agradecido a Antonio Eugenio García Martínez, de la Oficina de Turismo de Chinchilla de Montearagón por la excursión que me hizo, sin olvidar, disfrutar de una tarde primaveral en el frío invierno ausente de Chinchilla de Montearagón.
Lo que es imperdonable es que los guías turísticos te cuenten unas cosas y omitan otras. Con su silencio contribuyen a falsear la Historia. No dudo que Antonio sea un buen tío, que quiera hacer la visita afable, y que prefiera que a Chinchilla se la recuerde por otros menesteres antes que por un lugar de represión aprovechando su castillo. Por eso es bueno que tú cuentes la otra versión. Y allá cada cual con la interpretación que prefiera quedarse.
ResponderEliminarSalud amigo Paco!
Nuria, Antonio no omitió nada, al contrario me dio mucha información, siendo bastante riguroso. Aclarándome datos que tenía dudas. Por ejemplo, yo sabía que las sacas las realizaban fuera del Castillo, y que tenían que utilizar vehículos, pero pensaba que era en Chichilla, cuando me era en el cementerio de Albacete donde los fusilaban. Cuando le mencione una de las torturas que sufrió mi abuelo, antes de que se la dijera, me la dijo él, la tortura de la gota. Fue él quien me dijo que por el desagüe de las letrinas se intentaban escapar los presos, y que alguno lo logró. En ese aspecto, a Antonio, no tengo otra cosa que agradecerle todas sus explicaciones y cordialidad. Salud, Nuria. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarYo creía que no se podía visitar,muchas veces he querido ir,pero me dijeron que no había nada,que estaba hueco y que no había nada que ver, sabiendo que hay guía y todo iré un día de estos,estoy cerca,yo también pienso muchas veces como me sentiré estando dentro,en el lugar que mi abuelo,José Hernández de la Asunción vivió sus últimos días.por cierto,yo si sabía lo de que se los llevaban al cementerio de Albacete,allí los fusilaban y allí enterraron a mi abuelo en una fosa con otros 10 o 12 compañeros
ResponderEliminarEn cierto modo, es cierto, está hueco, del penal no quedan nada más que las ruinas. Desde Almansa te pilla cerca. Las visitas son por la tarde a las cuatro y media, lo organiza la Oficina de Turismo y se hace un recorrido por Chinchilla, y sus famosas cuevas, merecen la pena, y por último se sube al castillo accediendo a su interior. Vale la pena. Es muy duro pensar en lo que paso entre esos muros. Tanto sufrimiento cruel solo por pensar diferente. Un fuerte abrazo Isabel.
EliminarSi,es lamentable que simplemente por pensar diferente te enfrentes a tus hermanos, y amigos de toda la vida y haya esa crueldad, gracias paco por tu historia.
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