sábado, 29 de febrero de 2020

Piedras frías que rezuman historia, sangre y dolor (Castillo de Chinchilla de Montearagón) Fotos


Garita externa del antiguo penal

El pasado sábado, 28 de febrero, estuve visitando piedras frías, las cuales rezuman sangre, dolor e historia. Hoy no hablaré de Juan Pacheco, ni del marquesado de Villena, que tanto tuvo que ver en las tierras de la Mancha y mucho más allá. Aquellos fueron otros tiempos, época de guerra mercenaria y el contrabando entre Castilla y Aragón, cuando el marqués de Villena, con territorios en ambos reinos, llevaba a cabo su gran negocio, el contrabando para alterar los precios de los productos básicos mediante corrupción y la avaricia sin límites en contra de aquellos a los que debería proteger, y sin embargo saqueaba, nada nuevo bajo el sol, es lo que siempre han hecho y hacen los poderosos.

Llegué, con el corazón en un puño y la emoción a flor de piel, para saldar una deuda pendiente con la memoria de mi abuelo Felipe López.  Parte de sus recuerdos, de su memoria, forman parte de mi vida, no solo personal, sino como «junta letras».  Magdalenas sin azúcar nunca habría sido escrita de no ser por esos recuerdos, esa memoria de Felipe López, sindicalista preso siete años, por un único delito: desear una España más justa y libre, sin huracanes que azoten siempre a los mismos, sin noches de cristales rotos, sin miedos ni ante el futuro, sin la inquietud de saber si cada noche podría dar a sus hijos de cenar. Él luchó y soñó con esa España donde todos pudiéramos respirar libres del cañón brutal de las guerras y el autoritarismo.  Guerras, que siempre proponen y llevan a cabo quienes nunca pisan las trincheras.

Foto antigua, vídeo Oficina información Chinchilla de
Montearagón.

Llegué con esas heridas de la memoria abiertas en canal, casi sangrantes de emoción, ansiado haber nacido mucho antes y robarle al tiempo esos años precisos como para haber conocido mejor a mi abuelo Felipe, al que tan solo pude conocer una semana de mi vida.  Hubiese dado cualquier cosa por compartir tardes de conversaciones con él, conocer la verdadera historia de Felipe López y de María Bonilla, a la cual nunca conocí.  Saber de los recónditos recuerdos de su oculta memoria, que tanto le costaba que aflorasen hasta sus labios. Años después, esos retazos de su vida, me fueron transmitidos por su hija, por mi madre, Vicenta López.


Entonces, en esas largas tardes y noches, de conversaciones con mi madre, no fui consciente de que mi abuelo a través de mi madre me estaba haciendo un gran regalo. Solo muchos años después tras conocer otros retazos de la historia de mi padre, supe que mi deber era ser agradecido y dar voz a mi abuelo y a todos, quienes, como él, sufrieron la cárcel, la represión y la injusticia, tan solo por ansiar pensar en un mundo en Libertad.

Mientras escribía Magdalenas sin azúcar, casi en todo momento, tenía la sensación de estar escuchando a mi madre, a mi tío Auspicio López, a Vicente Uixera, Teodoro Cañego y tantos otros que me regalaron sus historias. Hoy, a dos años de su publicación, Magdalenas sin azúcar, está a punto de la quinta edición, y no solo no le ha ocurrido como a otros libros, que pronto pasan de moda, sino que lentamente, cada día gana nuevos lectores.

Penal sobre las murallas del castillo

Mi abuelo Felipe López pasó los siete peores años de su vida en el penal de Chinchilla de Montearagón, los últimos años que ese hermoso castillo fue dedicado a ser la antepuerta del infierno. Un infierno de hielo y crueldad infinitas, en el cual el frío, la falta de agua y la crueldad de los guardias, era el pan nuestro de cada día.

 Sin embargo, a pesar de ir predispuesto, con las heridas de la memoria abiertas y sangrantes, sabiendo de buena fuente lo que allí pasó; reía y disfrutaba de una visita la cual recomiendo. Una visita que ayuda a conocer mejor todos los aspectos que rodearon este hermoso castillo, y en cierto modo, a cerrar heridas, pues solo conociendo la verdad se pueden curar. No se trata de tapar la herida con una venda sin desinfectar y curar antes para que pueda cicatrizar en esta España, donde verdugos y víctimas están muertos y los nietos no tienen la culpa. No obstante, ocultar la historia, fingir que no ocurrió nada, nunca cerrará esas heridas todavía sangrantes.


Guardias, escogidos especialmente para el penal de Chinchilla

 Durante la visita me olvidé, en parte de ese sufrimiento, movido más por el interés y la curiosidad despertaban en mí las explicaciones de Antonio, el guía de la oficina de Turismo.  Ante el dolor que creía que sentiría una vez dentro del recinto, me sentía frío, casi sin sentimiento, como si fuese una piedra fría de los escombros del viejo penal, que, no obstante, rezumaban sangre y sufrimiento. Las lágrimas que pensé derramar no fueron saladas y libres, sino de hielo frío. No lloré cada gota de sangre derramada, no hirvió mi sangre, me mantuve erguido e impasible ante el dolor, solo la curiosidad me movía en ese, siempre imaginado, tétrico lugar.


Solar donde se asentaba el penal

Emociona este lugar cargado de historia, de sufrimiento y penas. No me preguntes si hay ira en mi pecho, te responderé que no, y no mentiré, lo cual no quiere decir que en cierto modo me sienta un traidor. ¿Puede ser la memoria tan flexible y el corazón tan duro que, sabiendo la historia, no sienta rabia? Sí, forma parte del pasado, pero a mí me confiaron su memoria algunas personas., y tantos otros...

El Castillo de Chinchilla de Montearagón inspira esa extraña sensación entre la ternura y la tristeza. No quieres, no puedes imaginas tanto sufrimiento entre sus muros. Pensar en mi abuelo Felipe López, siete años de su vida, y no llorar, no sentir rabia, no sentir las ganas de disparar la flecha contra ese dios que permitió, que permite que la muerte venza a la vida.

No sé cómo he podido reír donde tantos lloraron lágrimas de sangre, en ese lugar de profundo foso, que como nos ha dicho Antonio, el guía de la oficina de Turismo, nunca hubo ni agua, ni tampoco, por supuesto cocodrilos, pero en donde tantos y tantos sufrieron lo inimaginable, hasta el punto desear la muerte tirándose desde sus altos muros; incluso, intentando escapar por los conductos de las letrinas.

¡Hombre insensible! ¿De qué te quejas? Hay una bestia en ti incapaz de sentir el dolor o palpar la sangre que empapó esas piedras. Tal vez, no debería sentirme orgulloso por haber escrito una novela, sino avergonzado por no ser capaz de imaginar, sin dolerme el corazón, sin explotarme la razón…


Desagüe de las letrinas, por donde algunos presos
 intentaron la fuga, según me confió Antonio, algunos
llegaron a lograrlo.

Quise ser voz, quiero ser voz de aquellos hombres y mujeres que fueron callados contra su voluntad, y pienso, avergonzado, que tal vez no merezca el privilegio de haber sido depositario de esos recuerdos, de esa memoria que con generosidad me transmitieron. Por ser indolente ciego ante esos muros de piedra, y no ser capaz de ver con mis ojos las miradas de quienes sufrieron la condena de estar presos, no por ladrones, no por ser delincuentes, sino por pensar diferente.


Magdalenas sin azúcar a los pìes del Castillo
 de Chinchilla de Montearagón

Después, en la noche, esa fría emoción, derritió mi corazón como hielo puesto al sol. Lloré, al recordar, al imaginar, cada uno de esos momentos de quienes sufrieron, lloré con cada uno de estos renglones.

Ahora, en la soledad, duele. Duele tanto que soy fugitivo de la sombra de quien me inspiró Magdalenas sin azúcar, mi abuelo Felipe López. Noto como mis mejillas están húmedas, y que palidezco de la emoción, pero también, en cierto modo, la sal de mis lágrimas, me ayudan a cicatrizar las heridas abiertas en mi memoria. Hoy Felipe López, está más vivo de lo que lo estuvo en el penal de Chinchilla de Montearagón.


¡¡Ah!! 

No hagáis caso de lo arriba escrito. Sí,  he sentido emoción, y ahora dolor, tengo sueño, y estoy cansado de este viaje, y no puedo dormir pensando en tanto sufrimiento y desesperación, Si bien es cierto que durante visita al lugar donde
.estuvo mi abuelo preso, durante siete largos años, he ido con la coraza puesta, insensible, cual armadura de hojalata, que ahora, al quitársela, duele.

Nunca más debiera suceder, lo que tras esas piedras ocurrió, nunca más una guerra, y menos entre hermanos, nunca más odios ni muertos por pensar diferente o emocionarse ante una bandera distinta. La libertad, la justicia, la fraternidad y la igualdad, deben ser los pilares en los que se asienta el edificio de esta España nuestra.

Paco Arenas

El libro, Magdalenas sin azúcar lo puedes adquirir a través del autor, mediante mensaje privado, en la página de Facebook , correo electrónico fmlarenas@hotmail.com, diciéndole a tu librería que se ponga en contacto conmigo  o en  Amazon


Un poco de historia


Desde muchos años antes de que Juan Pacheco, decidiera reforzar el castillo con nuevas murallas alrededor del castillo musulmán, no para defenderse de los musulmanes, sino para afianzar su poder contrabandista y mercenario frente a los reyes de Castilla y Aragón. Pero no, no es eso lo que me llevó a con tantas cosas que ver y disfrutar. Fui por la historia de unas piedras menos bellas, con muy poco o nulo interés arquitectónico; pero con mucho dolor y amargura tras sus muros. Dolor y amargura de quienes tuvieron la desgracia de ser «huéspedes» de tan siniestro lugar, el penal de Chinchilla de Montearagón. Un penal con una dilatada historia, que fue un auténtico castillo del terror.  Cerrado por el dictador Miguel Primo de Rivera, en 1925, fue reabierto con los estertores del régimen de Alfonso XIII, con la «dictablanda» de Berenguer, el 3 de junio de 1930. Llegada la República, tan solo un mes después de proclamarse, el 19 de mayo de 1931, la directora de prisiones, Victoria Kent, visitó el penal y decidió cerrarlo por lo deplorable del lugar, por desgracia dimitió y continuó operativo hasta el año 1946, siendo los siete últimos años un verdadero infierno, hasta el punto, que hasta los franquistas avergonzaba, que terminan clausurándolo, con todavía presos políticos entre sus muros.  Presos que trasladan en su mayoría al penal del Puerto de Santa María, otros, como mi abuelo, salieron libres a la gran jaula de barrotes invisibles que era la dictadura franquista. La mayoría en unas condiciones que les costó años volver a ser una persona.


Texto Paco Arenas

Fotos actuales: Paco Arenas

Fotos antiguas: Oficina de Turismo de Chinchilla de Montearagón

Agradecido a Antonio Eugenio García Martínez, de la Oficina de Turismo de Chinchilla de Montearagón por la excursión que me hizo, sin olvidar, disfrutar de una tarde primaveral en el frío invierno ausente de Chinchilla de Montearagón.



5 comentarios:

  1. Lo que es imperdonable es que los guías turísticos te cuenten unas cosas y omitan otras. Con su silencio contribuyen a falsear la Historia. No dudo que Antonio sea un buen tío, que quiera hacer la visita afable, y que prefiera que a Chinchilla se la recuerde por otros menesteres antes que por un lugar de represión aprovechando su castillo. Por eso es bueno que tú cuentes la otra versión. Y allá cada cual con la interpretación que prefiera quedarse.
    Salud amigo Paco!

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  2. Nuria, Antonio no omitió nada, al contrario me dio mucha información, siendo bastante riguroso. Aclarándome datos que tenía dudas. Por ejemplo, yo sabía que las sacas las realizaban fuera del Castillo, y que tenían que utilizar vehículos, pero pensaba que era en Chichilla, cuando me era en el cementerio de Albacete donde los fusilaban. Cuando le mencione una de las torturas que sufrió mi abuelo, antes de que se la dijera, me la dijo él, la tortura de la gota. Fue él quien me dijo que por el desagüe de las letrinas se intentaban escapar los presos, y que alguno lo logró. En ese aspecto, a Antonio, no tengo otra cosa que agradecerle todas sus explicaciones y cordialidad. Salud, Nuria. Un fuerte abrazo

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  3. Yo creía que no se podía visitar,muchas veces he querido ir,pero me dijeron que no había nada,que estaba hueco y que no había nada que ver, sabiendo que hay guía y todo iré un día de estos,estoy cerca,yo también pienso muchas veces como me sentiré estando dentro,en el lugar que mi abuelo,José Hernández de la Asunción vivió sus últimos días.por cierto,yo si sabía lo de que se los llevaban al cementerio de Albacete,allí los fusilaban y allí enterraron a mi abuelo en una fosa con otros 10 o 12 compañeros

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    1. En cierto modo, es cierto, está hueco, del penal no quedan nada más que las ruinas. Desde Almansa te pilla cerca. Las visitas son por la tarde a las cuatro y media, lo organiza la Oficina de Turismo y se hace un recorrido por Chinchilla, y sus famosas cuevas, merecen la pena, y por último se sube al castillo accediendo a su interior. Vale la pena. Es muy duro pensar en lo que paso entre esos muros. Tanto sufrimiento cruel solo por pensar diferente. Un fuerte abrazo Isabel.

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  4. Si,es lamentable que simplemente por pensar diferente te enfrentes a tus hermanos, y amigos de toda la vida y haya esa crueldad, gracias paco por tu historia.

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