La señora marquesa de Bastardía entra por la puerta
agobiada, con un sofoco impresionante, cargada de bolsas del recién inaugurado Corte Inglés de la calle Preciados, las cuales deja
caer todas de golpe en la misma puerta, produciéndose un ruido a vidrio roto.
— ¡Azucenaaaaaa! – Grita de mal humor.
Azucena aparece con un trapo de limpiar el polvo en una mano
y el limpiacristales en la otra, deja ambas cosas sobre el mueble del recibidor
y corre presurosa en auxilio de la señora marquesa, agarrándolas y escuchándose
el ruido de cristal roto.
—¡Inútil! —Exclamó la
señora marquesa —seguro que ya te has cargado la jarra de Murano que acabo de
comprar
— Señora, el ruido que escuche antes…—comienza a hablar
Azucena.
—¡ Calla. Calla! Ya
me estás discutiendo como siempre —dijo alzando las manos al cielo en señal de
hartura —no digas nada, que estoy calentita y no es por el calor – le corta la
señora marquesa.- Anda mira a ver que se ha roto.
Azucena, de nuevo deposita las bolsas en el suelo separando Azucena
una de las mismas en la cual parecía que había una caja cuadrada, sacó la misma
y con un leve movimiento pudo comprobar que el ruido de cristales rotos salía
de ella.
— Abre la caja, con cuidado, no se vaya a romper —dijo la
marquesa sacando un abanico y comenzando a darse aire con parsimonia — ¡Qué
calor! ¿Tú no tienes calores? Es el último año que nos quedamos en agosto en
Madrid, el próximo nos vamos a Estoril, con su majestad…
Diciendo esto la señora marquesa también se agacho,
produciéndose una tormenta con acordes de metralleta y efluvios fétidos que
perfumaron el ambiente de tal modo que aunque el señor marqués, veinte años
mayor que la señora marquesa, sordo y achacoso — a pesar de encontrarse en el
salón y no escuchar el concierto —se
olvidó de su dificultad para andar y presuroso abrió la ventana de par en par
para que el hediondo perfume al que la señora marquesa había dado libertad de
movimiento, tuviese vía libre hacía el
exterior, contribuyendo con ello a la contaminación medio ambiental de
Madrid. Azucena sin embargo, cuanto
apenas arrugo la nariz, fingiendo una sordera superior al señor marqués y sobre
todo haciendo alarde de deficiencia olfativa total que en realidad no tenía.
— Catalina –se escuchó la voz del señor marqués —mándale esa
carta al rey, que no necesita sello y seguro que llega a Estoril sin hacer
transbordo. ¡Vaya por Dios! —Decir que los señores marqueses, a pesar de que
Franco ya había designado a Juan Carlos como príncipe, todavía eran fieles a
don Juan, pero que al igual que muchos españoles, por distintas razones no le
consideraban legitimado para ocupar el cargo designado por el dictador.
Azucena, hubo de darse la vuelta para evitar reírse en la
cara de la señora marquesa por la ocurrencia del señor marqués a pesar de no
poder taparse la nariz y pensando que la onda expansiva bien podría llegar a
Estoril y a Mallorca al mismo tiempo, la pena es que pillaría en el camino el
barrio de Vallecas, donde se encontraba su marido e hijos. Cuando pudo controlar la risa, abrió la caja
y efectivamente en ella había una magnifica jarra de cristal de la cual quedaba
el asa como pieza de mayor tamaño. Sin
embargo, la licorera y las copas —salvo una —estaban intactas.
—Tira toda esa porquería a la basura. Mañana comprare otro
juego. Por cierto Azucena… ¿No tendrá tu
marido pensado comprar un coche?
—No señora marquesa,
no nos llegan los cuartos para comprar coche. —Contestó Azucena, fijándose en
las preciosas copas —¿Señora las copas también?
— Quédatelas si quieres… No tenéis coche, no compréis
nunca. Madrid da asco, desde que a la
gente ordinaria le ha dado por comprar Seiscientos, no se puede circular ni por
la avenida del Generalísimo. Y es que hay tanto coche ordinario por las calles
que…Ay, la gente de bien al final acabaremos de los nervios con tanta manga
ancha del Caudillo...
Ella misma, se interrumpió con un nuevo repique perfumado,
que expulso al señor marqués directamente del salón, buscando aires menos
aromatizados. Después dirigiéndose a
Azucena, le ordenó:
—Anda prepárame un
buen café, de ese tan exquisito que tú haces, que es lo único que me calma los
nervios…
—Como mande la señora —respondió, desapareciendo con las
bolsas por el pasillo, con una sonrisa de oreja a oreja aprovechando que nadie
la veía, pensando en esa licorera y esas cinco copas que iban a adornar su
aparador. En venganza por las
ventosidades de la marquesa puso especial esmero en preparar su exquisito
café. Aquel mismo día, iba a ir con su
marido a comprar uno de esos coches ordinarios que tanto disgustaban a la
señora marquesa y que seguro que contaminarían menos que el recto de la señora
marquesa.
©El Exquisito café de la señora marquesa /Paco Arenas