Hoy es uno de esos días en que uno quisiera ser capaz tener
la genialidad escribir aquello que vuela
por la cabeza desordenadamente de manera magistral, aquello que se siente, expresarlo
con estilo propio y único, genial. Algo
tan imposible como que luzca ahora el sol a las once de la noche, son los
genios quienes escriben genialidades, los burros que una vez encontraron una
flauta en el camino y al estornudad la hicieron sonar nunca serán un genio, por
muy armónico que sonase el rebuzno. Sin embargo quiero llegar a creer que soy
capaz, las piezas todas parecen encajar en mi cabeza, veo con claridad todas
las palabras en mi cerebro, me invento frases que me suenan maravillosamente geniales y sin
embargo, cual adolescente enamorado, tímido ante el primer amor, enmudezco ante el teclado.
Lo reconozco soy un “picaflor” infiel, con los temas a
tratar, del amor, me voy a la política, de la nostalgia al futuro, de la
historia a la ficción, de la prosa a la ¿poesía?, de la moralidad y la ética
laica, de erotismo sutil a casi pornografía de la radicalidad.
Soy infiel con todo, no soy constante con nada. Las palabras, esas que son capaces de decir
todo y nada, me gustan todas las combinaciones de palabras tanto como todos los
cuerpos que se esconden bajo una combinación armoniosa y joven. Sí, admiro la belleza de los cuerpos jóvenes,
pero también la serenidad y las miradas que transmiten sabiduría de los
viejos. ¿Qué he dicho? ¿Viejos? Sí
viejos, seamos políticamente incorrectos, casi siempre lo soy, la palabra “mayores”
es un eufemismo tonto, una negación de la realidad, no me siento viejo, con mis
cincuenta y tantos años me siento bien, ¿joven? Sin embargo me estoy haciendo viejo, aunque mi mente nunca
llegue a aceptarlo, porque tengo unas ganas impresionantes de vivir. Mayor ya
me hice subiendo maletas o sirviendo copas en un hotel o carretillas en la
obra, hubiese preferido hacerme mayor estudiando, pero nunca tuve oportunidad de
llegar a hacerme mayor estudiando, sin terminar de cambiar los dientes de leche
ya estaba trabajando. Soy un analfabeto
rebelde y revolucionario, que desde el primer día en que me abandonó la escuela
quise volver a ella, y todas las noches después de diez o doce horas de
trabajo, conspiraba clandestinamente con un libro entre las manos, robándole horas
al sueño. Tal vez por ello los recortes
en educación me provocan tanta indignación, porque no quiero que ningún niño abandoné la escuela y se haga mayor subiendo maletas o carretillas o
perdiendo el tiempo en un parque, porque ahora ni tan siquiera se les da la
oportunidad de trabajar. No quiero más
ignorantes capacitados para no serlo, ni genios obligados a exiliarse. Yo me hice rebelde, lo sé, he sido y soy consciente
siempre, por no poder estudiar, no porque fuese tonto o mi madre quisiese que
trabajase, sino porque no quedaba otro remedio y el sistema no me dio la
oportunidad. No quiero que eso le ocurra
a nadie.
Me hago viejo, me lo dicen mis huesos que
comienzan a chirriar, este hombro derecho que me duele cuando va a llover, ese
aceptar alguna vez a subir por el ascensor, ese bajarme de la bicicleta en
algunas cuestas, me estoy haciendo viejo y quiero hacerme viejo, aunque
chirríen todos y cada uno de mis huesos, solo le pido a Dios o la naturaleza o
el destino, que el tiempo que viva lo haga con dignidad, que todos y cada uno
de los pasos que dé, los dé por mí mismo,
que mi cabeza al menos reaccione dentro de la natural decadencia de la
edad, pero sin perderla, que siempre sea capaz de pensar y discernir y sobre
todo que nunca nadie me tenga que limpiar el culo, aunque tenga que vivir diez
años menos, y renunciar a mi curiosidad sin fin.
Admiro la inteligencia tanto como la belleza a la hora de juntar palabras, la genialidad
de los poetas y escritores que son capaces de transmitir sus pensamientos y
sentimientos con claridad, los pinceles de ese pintor que crea arte en cada
pincelada, el compositor que crea la música, el músico que la
interpreta, el cantor que la canta y el espectador que sabe apreciarla y no
entiendo ni de literatura, ni de pintura, ni de música ni tengo oído para ella,
pero al igual que tampoco entiendo de vino, sé cuándo me gusta o no me gusta.
Me gustan las cosas bien hechas y sin embargo soy un
desastre incapaz de centrarme en nada, abarco más que mi vista y se me escapa
todo ante mis narices, nunca hago una cosa sola, leo dos o tres libros al mismo
tiempo, intento escribir de todo, no sé
dónde tengo mi mano derecha pero siempre encuentro la izquierda dispuesta, soy
un despistado total
Hoy es uno de esos días que me gustaría ser capaz de
escribir cosas geniales, pobre tonto que está como una cafetera, pobre ratón
que sueña con ser elefante y está a un paso de ser aplastado por el paquidermo.
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