jueves, 10 de abril de 2014

Palabras sueltas sin sentido ante el teclado, me hago viejo


Hoy es uno de esos días en que uno quisiera ser capaz tener la genialidad escribir aquello que  vuela por la cabeza desordenadamente de manera magistral, aquello que se siente, expresarlo con estilo propio y único, genial.    Algo tan imposible como que luzca ahora el sol a las once de la noche, son los genios quienes escriben genialidades, los burros que una vez encontraron una flauta en el camino y al estornudad la hicieron sonar nunca serán un genio, por muy armónico que sonase el rebuzno. Sin embargo quiero llegar a creer que soy capaz, las piezas todas parecen encajar en mi cabeza, veo con claridad todas las palabras en mi cerebro, me invento frases que me suenan maravillosamente  geniales y sin embargo, cual  adolescente enamorado,  tímido ante el primer amor,  enmudezco ante el teclado. 


Lo reconozco soy un “picaflor” infiel, con los temas a tratar, del amor, me voy a la política, de la nostalgia al futuro, de la historia a la ficción, de la prosa a la ¿poesía?, de la moralidad y la ética laica, de erotismo sutil a  casi pornografía de la radicalidad.  Soy infiel con todo, no soy constante con nada.  Las palabras, esas que son capaces de decir todo y nada, me gustan todas las combinaciones de palabras tanto como todos los cuerpos que se esconden bajo una combinación armoniosa y joven.  Sí, admiro la belleza de los cuerpos jóvenes, pero también la serenidad y las miradas que transmiten sabiduría de los viejos.   ¿Qué he dicho? ¿Viejos? Sí viejos, seamos políticamente incorrectos, casi siempre lo soy, la palabra “mayores” es un eufemismo tonto, una negación de la realidad, no me siento viejo, con mis cincuenta y tantos años me siento bien, ¿joven? Sin embargo  me estoy haciendo viejo, aunque mi mente nunca llegue a aceptarlo, porque tengo unas ganas impresionantes de vivir. Mayor ya me hice subiendo maletas o sirviendo copas en un hotel o carretillas en la obra, hubiese preferido hacerme mayor estudiando, pero nunca tuve oportunidad de llegar a hacerme mayor estudiando, sin terminar de cambiar los dientes de leche ya estaba trabajando.  Soy un analfabeto rebelde y revolucionario, que desde el primer día en que me abandonó la escuela quise volver a ella, y todas las noches después de diez o doce horas de trabajo, conspiraba clandestinamente con un libro entre las manos, robándole horas al sueño.   Tal vez por ello los recortes en educación me provocan tanta indignación, porque no quiero que ningún niño abandoné  la escuela y se haga mayor subiendo maletas o carretillas o perdiendo el tiempo en un parque, porque ahora ni tan siquiera se les da la oportunidad de trabajar.  No quiero más ignorantes capacitados para no serlo, ni genios obligados a exiliarse.  Yo me hice rebelde, lo sé, he sido y soy  consciente siempre, por no poder estudiar, no porque fuese tonto o mi madre quisiese que trabajase, sino porque no quedaba otro remedio y el sistema no me dio la oportunidad.  No quiero que eso le ocurra a nadie.


   Me hago viejo, me lo dicen mis huesos que comienzan a chirriar, este hombro derecho que me duele cuando va a llover, ese aceptar alguna vez a subir por el ascensor, ese bajarme de la bicicleta en algunas cuestas, me estoy haciendo viejo y quiero hacerme viejo, aunque chirríen todos y cada uno de mis huesos, solo le pido a Dios o la naturaleza o el destino, que el tiempo que viva lo haga con dignidad, que todos y cada uno de los pasos que dé, los dé por mí mismo,   que mi cabeza al menos reaccione dentro de la natural decadencia de la edad, pero sin perderla, que siempre sea capaz de pensar y discernir y sobre todo que nunca nadie me tenga que limpiar el culo, aunque tenga que vivir diez años menos, y renunciar a mi curiosidad sin fin. 
 Admiro la inteligencia tanto como la belleza a la hora de juntar palabras, la genialidad de los poetas y escritores que son capaces de transmitir sus pensamientos y sentimientos con claridad, los pinceles de ese pintor que crea arte en cada pincelada,  el compositor  que crea la música, el músico que la interpreta, el cantor que la canta y el espectador que sabe apreciarla y no entiendo ni de literatura, ni de pintura, ni de música ni tengo oído para ella, pero al igual que tampoco entiendo de vino, sé cuándo me gusta o no me gusta.


  Me gustan   las cosas bien hechas y sin embargo soy un desastre incapaz de centrarme en nada, abarco más que mi vista y se me escapa todo ante mis narices, nunca hago una cosa sola, leo dos o tres libros al mismo tiempo, intento escribir de todo,  no sé dónde tengo mi mano derecha pero siempre encuentro la izquierda dispuesta, soy un despistado total


Hoy es uno de esos días que me gustaría ser capaz de escribir cosas geniales, pobre tonto que está como una cafetera, pobre ratón que sueña con ser elefante y está a un paso de ser aplastado por el paquidermo.


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