martes, 27 de junio de 2017

Gestación, nacimiento, andadura, siesta y despertar de Los manuscritos de Teresa Panza

Originales del borrador del 2012 y las tres ediciones de Los manuscritos de Teresa Panza

en las puertas del cementerio de Pinarejo, junto al flamante nuevo molino de viento, como cuando siendo críos jugábamos en las ruinas del viejo molino, y yo recitaba versos inventados del Quijote, pues todavía no lo había leído. También recordamos cuando surgieron Los manuscritos de Teresa Panza; aunque eso solo yo lo sabía.  Fue en una mañana o tarde de aquellos lejanos años 70, que bajamos a la cueva del Hermosomío para coger un murciélago y hacerle fumar un cigarrillo al pobre bicho. Tendríamos unos 12 o 13 años, me dio pena el animal; pero la cueva despertó en mi gran curiosidad, hasta el punto de que después baje yo solo con intención de explorarla, encontrando muchas cosas, entre otras aquella virgen de mármol, la cual despertó aún más mi curiosidad. Fue entonces cuando comencé a escribir aquel relato titulado "Los muertos ya no resucitan", que dejé olvidado y retomé años más tarde, el cual presenté en 1985 al premio Gabriel Miró.

En los muertos ya no resucitan, Sancho era su protagonista, y la acción transcurría después de la muerte del caballero.  Una de las máximas aspiraciones de Sancho era ser capaz de leer todo lo que se había escrito sobre la pareja más famosa de la Mancha, don Quijote y Sancho Panza.

Todo lo escrito en aquellos años en el año 1987 lo guardé en una vieja maleta de cartón, no la abrí hasta 26 años después, en realidad cuando la cerré creía tener el firme convencimiento de que jamás la volvería a abrir.

Aquel Sancho inicial, veinticuatro años después paso a ser Sancha primero, hija de Sancho, y estaba casado con Juana Gutiérrez[1], y Sancha era la hija de ambos, en fin, un lío que no había quién se aclarase.

Escribí unos veinticinco folios casi de un tirón, los imprimí, y tras leerlos me quedé que no sabía por dónde meterles mano.  Al final abandoné de nuevo el proyecto, ¡qué tontería intentar escribir una novela a mis años! Además, estaba trabajando y escribir una novela requería mucha concentración.

Hace cinco años, un día del mes de agosto, durante las vacaciones, (cuando todavía una criminal reforma laboral y unos políticos que nos habían robado por encima de nuestras posibilidades y nos convirtieron en desempleados a millones de españoles) veo a mi hija leyendo aquellos papeles, estos mismos de la fotografía, y veo que se está riendo.  Unos días después me despiertan de la siesta las risas de mi suegro, estaba terminando de leer aquellos mismos papeles.

—¿Tienes más? —Me preguntó.

—No, son tonterías que me dan por escribir.

—Pues a mí me gustan estas tonterías.

Y entonces me senté ante el ordenador y continué escribiendo más tonterías, hasta ahora.

Sancho paso a ser el padre de Teresa Panza (un nuevo personaje), Juana Gutiérrez paso a ser Teresa Cascajo, a Sancha la mataba en un viaje con destino a las Indias y después reaparecía, mientras a Sanchico....

 Así nació ese nuevo personaje, Teresa Panza, hija de Sancho Panza y Teresa Cascajo..., nacían Los manuscritos de Teresa Panza. Como el Sancho inicial, como Paco Arenas, un obsesionado por aprender a leer, a escribir, por adquirir conocimientos. Campesinos los tres que sabían, o saben, que la cultura es el arma más poderosa de todas contra la tiranía, la del siglo XVII, y la de ahora.

Ahora, tras la tercera edición, dejan de publicarse provisionalmente, pronto, en unos meses, comenzarán una nueva vida, porque la andadura de esta nueva mujer del Quijote, Teresa Panza, apenas ha comenzado a caminar.
Paco Arenas





[1] Juana Gutiérrez / Mari Gutiérrez, es uno de los nombres con los que aparece la esposa de Sancho en el Quijote. Los otros son: Teresa Panza / Teresa Cascajo.

Paco Arenas



lunes, 19 de junio de 2017

TENGO LA SOLUCIÓN PARA EVITAR MÁS MUERTES DE TOREROS.



 Resulta triste la muerte de personas jóvenes cuando se encuentran en la flor de la vida, tal y como puede ser la muerte de un torero, la de un albañil, la de fontanero, chófer, minero, o tal y como ocurre con las mujeres víctimas de violencia machista. Nadie puede ni debe alegrarse de la muerte de un ser humano, tampoco debiera disfrutar de la tortura y muerte de un animal inocente.  

En los últimos meses han muerto dos toreros, a los cuales se les han rendido todo tipo de honores de todo tipo, incluso por parte de Felipe VI, lo cual respeto, no voy a cuestionar si se lo merecían o sí no, pues siempre resulta triste la muerte de cualquier ser humano.
En el mismo periodo han muerto más de treinta mujeres asesinadas por sus parejas, y un número indeterminado de criaturas inocentes, ante la indolencia y "pasotismo" de las instituciones, de todas, Felipe VI, ni tan siquiera mencionó el terrorismo machista en su discurso de Navidad.  El ejecutivo, lleva "toreando" a las mujeres maltratadas, desde que tomo posesión la primera vez, rebajando el presupuesto de manera salvaje, y prometiendo llevar a cabo una reforma de la Ley Integral de Violencia de Género, que nunca llega, pese a que todos dicen condenar el terrorismo machista. 

Las decenas de obreros que han muerto por la presión a la que están sometidos desde que se dictará la criminal reforma laboral, no aparecen por ningún sitio, ni siquiera en las esquelas de los diarios, porque hay que pagarlas, y si no tienen, en muchos casos, sus familias para comer, mucho menos para pagar esquelas, esos muertos no le importan a nadie, salvo a sus familias.

En España, para el Régimen, para las instituciones, y la prensa hay muertos de primera, de segunda y hasta de décima. Una VERGüENZA.

  Cada vez que sucede un hecho tan lamentable como es la muerte de un torero, (con todos mis respetos, y sin alegrarme de la muerte de ningún ser humano, vaya esto por delante). Debo decir que  que resulta también indignarte, que desde los medios de manipulación masiva se haga tanta propaganda mediática sobre lo que cuatro supuestos "antitaurinos" dicen, se oculte lo que dicen algunos "ilustres" taurinos, supuestos “maestros”, tan miserables, o incluso mucho más que las de los supuestos "antitaurinos", y se haga una apología criminal de la tortura en la plaza, además de generalizar de manera miserable llamándonos "gentuza" a todos quienes estamos en contra de esa supuesta "Fiesta Nacional".

Hablan de respeto a la "Fiesta", de que todos tienen la opción de acudir o no acudir a la plaza ¿cómo? Al toro no le dan la libertad de acudir o no a la plaza al cadalso.  El torero no lucha en igualdad, se enfrenta al toro con señuelos y engaños, se sirve de su supuesta "inteligencia"(en muchos casos más que dudosa). Además de la semi ceguera natural del toro, en algunos casos echan parafina en los ojos, para que esté más ciego todavía, y así torturarlo con mayor impunidad, o le afeitan las astas para que tenga mayor dificultad para defenderse.

El toro nunca gana, está condenado a muerte de antemano. Y si por una extraña casualidad vence en la pelea, su destino es todavía más trágico: el ganadero responsable del astado debe sacrificar a la madre del animal y toda su familia o reata, tal como se llama en el argot taurino.

Que el toro salga victorioso, se considera un desprestigio hacia su casta, algo muy negativo, algo extraño si se habla y elogia la bravura del animal, es como si lo que con la boca pequeña elogian, con la mente condenasen. El mundo del toro quiere animales mansos que parezcan bravos, al igual que los malos e ineptos legisladores que elogian los valores del pueblo para mantenerlo sumiso ante el señuelo de patrias banderas.

Para evitar la lamentable muerte de más personas, hay soluciones factibles y que nos honrarían como país y como cultura milenaria, la abolición de las corridas de toros, o al menos que la tortura animal dejase de estar subvencionada con dinero público, con lo cual también dejarían de existir las corridas de toros, pues el mundo del toro sobrevive gracias al dinero que se sustrae a la cultura.

Si no hay subvenciones, no hay corridas, a la vez hay muchísimo más dinero para subvencionar la cultura real, y se evita, además de la tortura y muerte de inocentes animales, la de los toreros. Quienes realmente amamos a los toros, aportamos soluciones para evitar la muerte innecesaria de los toreros, porque no nos alegramos de ninguna muerte, ni la de los toreros, ni tampoco la de los toros. 

Lo dejo ahí, a ver qué valiente legislador recoge el capote. Aunque viendo como está el mundo de los legisladores patrios, si ya cuesta mucho suponer que son honrados, pedirles que además sean valientes es como pedir peras al olmo. Por desgracia, me temo que son tan valientes como honrados


jueves, 8 de junio de 2017

Conversación de dos muchachas en la subida de la calle Los Tintes (Cuenca) el domingo 13 de abril de 1902 (el día que se derrumbó el Giraldo de la catedral (TEATRILLO))


 

Cuando se hundió el Giraldo

(teatrillo)


(teatrillo)

Conversación de dos muchachas en la subida de la calle Los Tintes (Cuenca)

El viejo puente gótico de San Pablo en Cuenca fue la crónica de una muerte anunciada durante muchos años. Durante siglos fue un puente grandioso, que se levantaba más de cincuenta metros sobre el nivel del río Huécar. Parecía imposible de hundirse cual «Titanic» de piedra. En el siglo XVIII hizo frente a un huracán, pero el paso de ese huracán fue implacable para él. Las primeras grietas llegaron a finales del siglo XVIII, en el año 1779, produciéndose los primeros desprendimientos de piedras en 1800. El obispado de Cuenca, dueño y señor del puente y casi de la ciudad, apostó por su reconstrucción en el año 1887. Las obras no fueron lo suficiente efectivas y un año más tarde con el desprendimiento de algunas piedras de la Catedral comenzó a agrietarse el primer arco. Ocho años después fue sentenciado a muerte con 16 barrenos de dinamita el 23 de febrero de 1895.

La construcción del nuevo puente de San Pablo, ahora de hierro con travesaños de madera, terminó apenas ocho años después, inaugurándose en el año 1903, pero antes, el 31 de julio 1902 un nuevo huracán estuvo a punto de tirarlo abajo estando casi terminado. Eso sucedió después de que el domingo 13 de abril [1] de ese mismo año el Giraldo de la catedral se viniera abajo. No es, por tanto, de extrañar, que el nuevo puente despertará tanta desconfianza como el nuevo y que surgieran múltiples leyendas sobre el mismo:

Escenario:

Fuente de la calle de los Tintes (Cuenca)

Personajes: ANGUSTIAS, DOLORES Y MATEO

Angustias y Dolores se encuentran llenando los cántaros de agua de la fuente. Espera su turno Mateo con su burro, el aguador al servicio del obispo. El joven no puede evitar estar prendado de la belleza de Dolores que se haya inclinada sobre el caño llenando. Angustias dice que le duelen los riñones, se encuentra con los brazos en la cintura. Mateo conforme va llenando los cántaros Dolores, los coloca en las aguaderas de la borrica de Angustias.

MATEO (Sonriendo a Dolores) —. Si os parece venís conmigo y así podéis pasar por el puente sin pagar aranceles al obispo y no os pegáis la paliza de subir por la cuesta. Me ayudáis a llenar mis cántaros y así terminamos antes.

El joven es de los pocos que ya tienen permiso para pasar por el nuevo puente de San Pablo, a pesar de no estar terminado y quiere ser cortes con Dolores.

DOLORES (En tono pícaro) —. (Se hace la remolona y se le suben los colores). Pues sí que podríamos, que tenemos los costados machacados y esta está una miaja preñada. Aunque, conociéndote, me temo, que tú pretenderás cobrar otras costas y aranceles, que bien sé que no eres trigo limpio, ¡bribón!

ANGUSTIAS (Un poco taciturna y reticente) —. Bien vendría, pero… ¿No va a ser mucha carga para el pobre animal pasar por el puente cargada con seis cántaros? Las tablas esas no parecen muy de fiar. Además, los guardias denuncian a quien pase por el puente.

MATEO (Alzando las manos en dirección a la catedral) —. ¡Qué va! A vosotras sí, pero yo tengo licencia del obispo para cruzar el nuevo puente si venís conmigo no hay peligro ¿no ves que esta agua es para el obispo? Yo os avaló y conozco a los guardias. Peor es para la borrica subir la cuesta.

DOLORES (Entusiasmada)—. Pues sí. Si no es mucha molestia…

ANGUSTIAS —(Fingiendo enojo) Ni hablar, no me fio de ti, ni del puente, ni de las tablas y a los guardias, mejor ni los miento.

MATEO —(Echándose para atrás con extrañeza) Mujer, que soy de fiar, que tengo los hijos dentro del cuerpo. Nadie puede hablar mal de mí diciendo verdad…

ANGUSTIAS (Negando con la cabeza, claramente contrariada)—Yo no subo por el puente ni aunque me des mil reales ¿acaso estoy loca?

MATEO —(Riendo) —. No hay peligro, pero obligar no voy a obligar a nadie y mil reales, ni siquiera diez, te voy a dar por hacerte un favor. Uno lo hace por bien.

ANGUSTIAS —(Rotunda) ¡Ni hablar!

DOLORES (Suplicante y mirando enamorada a Mateo) Anda mujer, no vamos a dejar solo al mozo, y nos ahorramos la cuesta…

ANGUSTIAS —. (Gritando) No, no y no. Además, hay que dar más vuelta. No seas cansina, que yo no cruzo por el Puente San Pablo ni con una chispa más grande que el Giraldo. Parece mentira que seas mujer casada (ahora susurrándole a Dolores) Te gusta dar que hablar

DOLORES —. Pero mujer, si no pasa nada. No te das cuenta de que antes se cae el Giraldo que el puente de San Pablo…, que además es nuevo y Mateo se va a meter en el seminario, para ser cura...

ANGUSTIAS —Serás tontaca, fíate tú de los seminaristas. Y de lo otro ¿cómo se va a caer el Giraldo que lleva cuatrocientos años dando la hora. Hay que ser simple para pensar una sandez de tal calibre. Ahora ese puente (señalando en dirección al puente con el dedo corazón), es harina de otro costal. Mira el verano pasado lo que pasó. Vamos que casi se viene abajo antes de empezarlo…

MATEO —(Riendo a carcajadas) Mujer de Dios, si es de hierro y sí, aunque sea al oído lo he escuchado, voy para cura. Dedicaré mi vida a Dios y a los demás…

DOLORES (Ignorando a Tomás) —Tontaca tú. ¿Cómo se va a caer el puente, mujer? No ves lo lustroso que está, si está nuevecico, ya han aprendido.

ANGUSTIAS —¿Acaso no se cayó el otro y era de piedra?

MATEO —. No compares. Como dice la Dolores, este es nuevo. Bueno, yo me tengo que ir, que el obispo tiene muy mal genio. De todas maneras, si queréis, como me da tiempo os espero en la plaza y os convido a una zarza después de descargar las cántaras, que vais a llegar con la lengua de fuera…

ANGUSTIAS —Pues a mí me dijeron que Abundio se cayó con su borriquilla desde lo alto y se despanzurró…

DOLORES—. ¡Anda! Que quien has ido a decir. ¿No has encontrado a otro más tonto? Además, con una chispa que llevaba de resolí, que poco más y deja sin existencias a las destilerías de Ortega… (Dolores suplicante). Anda, vamos con Mateo...

MATEO (Terminando de cargar el último cántaro que ha terminado de llenar Dolores, sabiéndose observada) —. Yo me voy. Os espero en la plaza si queréis y si no, eso que me ahorro. El obispo no tiene espera, que después debo llevarle el vino.

DOLORES (Colocando las manos como si estuviera rezando ante Angustias) —. ¡Anda, vamos con Mateo!

ANGUSTIAS —. ¡Ea, que no! Que no me convences cansina. Yo por el puente no paso, y la borrica menos, que está preñada y si ve tal precipicio le da un pasmo y mal pare…

MATEO (Moviendo la cabeza de un lado a otro riendo) —. ¿Va a malparir por eso? Mejor me callo, no digo nada. Solo que hay que tener ganas de pasar el sofoco que vais a pasar vosotras y tu borrica por la cuesta, que cuesta más que un mal parto…

ANGUSTIAS —. Vete a la mismísima mi… (silabea pero no pronuncia)

La borrica es mía y si no malpare se le corta la leche y en lugar de borruchos[2] pare cualquier adefesio…

MATEO —. Lo dicho. Me voy.

ANGUSTIAS — (Musitando) Tanta paz lleves como dejas. Con Dios…

DOLORES —. Me esperas en la plaza, si convidas (le grita) (luego mirando como se aleja Mateo dirigiéndose a Angustias) Tontunas dices…

ANGUSTIAS —¿Tontunas, dices? Tú pasa por el puente, yo no, aunque tenga que dar toda la vuelta al Huécar…, me dan unas angustias…

DOLORES —¿No estarás tú también preñada como la borrica?

ANGUSTIAS —¿Yo? Si no tengo marido…

DOLORES —Pero tienes choto y te confiesas mucho con don Bartolomé, el señor cura del Salvador…

ANGUSTIAS —Eso sí, además noto retortijones en la panza…, unas angustias que me dan. Desde un mes después de que comenzase a confesarme el don Bartolomé…

DOLORES — ¿Angustias, unas angustias? ¿A ti también te confesó en la sacristía?

ANGUSTIAS — ¿Pues claro? ¿Dónde iba a ser? ¿En el confesionario como a las viejas, que por bajo que te confieses se entera hasta el Tato?

DOLORES —¡Ay, Dios santo! Que va a ser que sí. A mí también me confesó para librarme de todo pecado y sacarme los demonios que me había metido mi Mateo. No hago nada más que pensar en él, y eso que soy mujer casada. Pero como doña Constantina me dijo que don Bartolomé te confiesa y se te van todos los demonios del cuerpo...

ANGUSTIAS —. ¿No me digas que teniendo marido te acuestas con el aguador?

DOLORES —. Un poquito sí. Pero solo un poquito. Mi marido me tiene medio abandonada, no sé qué le pasa es muy galán. Pero tú no tienes nadie que te meta los demonios ¿Para qué te confiesas?

ANGUSTIAS — Por los malos pensamientos. Me dijo que para prevenir y calmar los ardores que me entran cada vez que veo a Tomás, y vaya que si me calma…

DOLORES (Pícara) —Pues a ver cómo calmas tú a tu Tomás cuando se entere que lo que no le dejas a él, se lo das en confesión a don Bartolomé en la sacristía, que bien a raya lo tienes… ¡pobrecito mío!

ANGUSTIAS —¿Y tú cómo sabes que lo tengo tan a raya? ¿pobrecito tuyo?

DOLORES —¡Uy, uy! ¡Ea! Mira, que tengo prisa… Me voy por el puente… A ver si pillo a Mateo...

ANGUSTIAS —Mal me huele…, mala pécora ¿Qué pasa entre mi Tomás y tú?

DOLORES —Nada, nada…

ANGUSTIAS —¿Nada, nada? ¡Uff! Como sea lo que me imagino, te caes por el puente sin necesidad de subir…

DOLORES — Te lo juro, que además soy mujer casada...

ANGUSTIAS —. Sí, eres mujer casada, pero bien que le haces el favor a Mateo..., y a mi Tomás…

DOLORES —. Comprende mujer. Mi hombre es un viejo que ya no me hace caso, no como tu novio que sí que...

ANGUSTIAS —. Ya quisiera mi novio tener la gracia que tu marido… ¿tu marido viejo?

DOLORES —(Pensativa) Más de un año que ni me toca. (Enojada) Y ahora ya sé por qué o por quién.

ANGUSTIAS —. ¡Uy, uy! A mi Tomás me da que también lo miras..., mala pécora, que puta que eres ¿por qué me rehúyes la mirada?

DOLORES —. ¿Me la sostienes tú si te digo con quién me engaña mi marido?

ANGUSTIAS (Enojada) —. Por algo será, ¿no? ¿Y tú con mi Tomás? Como sea lo que me imagino…

DOLORES (También enojada) —. Que se caiga el Giraldo si es verdad lo que te imaginas…

ANGUSTIAS —. Si ha de ser por tu decencia, se caerá. Yo nunca traicionaría a una amiga, nunca me acostaría con el marido de una amiga, por mucho dinero que me pagase para el ajuar. No como otras que se acuestan de balde con novios ajenos y aguadores del obispo. Yo soy decente, y sí puedo decir que se caiga el Giraldo, si alguna vez me he acostado con tu marido…

De repente un enorme estruendo resonó en toda la ciudad de Cuenca y en varias leguas a la redonda, el Giraldo después de cuatrocientos años de historia se derrumbaba aquel domingo 13 de abril de 1902, pillando bajo sus escombros a 19 personas.

DOLORES —. (De rodillas Asustada) Perdóname señor por mis pecados.

ANGUSTIAS —. (De rodillas con la frente en el suelo) Dios mío, ni me has dejado terminar la frase, quería decir: «Yo soy decente, y sí puedo decir que se caiga el Giraldo si alguna vez me he acostado con tu marido, más de cinco veces a la semana, que será viejo, pero tiene una lengua…»

 

©Paco Arenas



[1] Fecha casi emblemática de hundimiento, diez años después en 2010, el 14 de abril, se hundió el Titanic y 29 años más tarde la monarquía en España.

[2] Cría del burro.

Cuando la catedral de Cuenca tenía Giraldo




miércoles, 7 de junio de 2017

Don Quijote, el coronel Aureliano Buendía y Federico García Lorca ante el pelotón de fusilamiento.(Rompecabezas o mezcla de textos de Cervantes, García Márquez, García Lorca, Miguel Hernández y Paco Arenas)


¿Dónde está el caballero?
¿Dónde el poeta?
¿Dónde los genios están enterrados?
¿En qué ignorada cuneta lloraremos nuestra pena?[1]

Que me perdonen Gabriel García Márquez, que me perdone Miguel de Cervantes, que me perdone Federico García Lorca, que me perdone Miguel Hernández; pero, no he podido resistir la tentación después de encontrar esta viñeta de Forges.[2]

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero olvidarme, muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el hidalgo Alonso Quijano, recordó aquella tarde en que su padre le llevó a ver el hielo. Era tontería sentir nostalgia, había llegado su hora, se armó de valor al desprenderse de su lanza, su adarga antigua, y despedirse de su rocín flaco y de su galgo corredor, que tan pocas liebres le cazó.

Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. No sobraba alegría, al menos comía todos los días de la semana, cosa harto difícil, cuando quienes deben guardar ejemplo roban por encima de las posibilidades del pueblo; no obstante, no faltaba olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda.

Por entonces, el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos, mientras un poeta ante tanto jaleo se inventaba palabras sacadas del bolsillo de su blanca chaqueta:

Yo me arrimé a un pino verde
por ver si la divisaba,
y sólo divisé el polvo
del coche que la llevaba.
Anda jaleo, jaleo:
ya se acabó el alboroto
y vamos al tiroteo.[3]

El hidalgo, que no tenía escopeta esgrimió su sabiduría y pensó, que no debía tener miedo, que eso era de otra época, que ni el poema ni ese lugar llamado Macondo iba con él. Es menester mentar que, aunque, hidalgo pobre, tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza.

No salgas, paloma, al campo,
mira que soy cazador,
y si te tiro y te mato
para mí será el dolor,
para mí será el quebranto,
Anda, jaleo, jaleo:
ya se acabó el alboroto
y vamos al tiroteo.[4]

A Dios gracias, la paloma estaba a salvo, al igual que la conciencia del hidalgo, pues que ni el galgo cazaba. Y aunque el ama estaba entrada en carnes decía que no comía, y la sobrina que estaba enamorada tampoco lo precisaba, que cuando dos se quieren con uno que coma es bastante, y el bachiller Carrasco no perdonaba ni la dura paloma, que, si don Alonso no la cazaba, él no la perdonaba.  Lo peor vino después, también para el caballero, que ahora, llegaba aquel gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. Llegaron aquellos hombres de África, sembrando la muerte por aquellas tierras de cuyo nombre no quiero acordarme.
Es la sangre que viene, que vendrá
por los tejados y azoteas, por todas partes,
para quemar la clorofila de las mujeres rubias,
para gemir al pie de las camas ante el insomnio de los lavabos
y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo.

Hay que huir,
huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos,
porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas
para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse
y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química.[5]

No son vientos de libertad los que llegaron a del sur, para siempre todos recordarán que el crimen fue en Granada, y el lamento de los poetas, de todos los dignos poetas, lloraron lágrimas de sangre, y el llanto todavía se escucha en toda España.

Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.[6]

 Entonces todos señalaron a aquel perturbado lector de libros, que hablaba de hechizos y remedios mágicos, tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración no se salga un punto de la verdad, si la verdad la escriben quien la vive, y no quien la inventa o trasmite tras haber pasado por el tamiz de mil maledicentes lenguas a sueldo de los calumniadores.

En la calle de los Muros
han matado una paloma.
Yo cortaré con mis manos
las flores de su corona.
Anda jaleo, jaleo:
ya se acabó el alboroto
y vamos al tiroteo.[7]

También fue condenado, alegando demencia y hechicería; sin embargo, en Macondo todos sabían que era por haber defendido la libertad de la República de las letras, las otras también, nada tenía que ver Melquíades ni el sabio Frestón, tampoco su presunta demencia.  Era otra cosa, muy diferente, conocía el significado de las palabras, de todas, y eso era lo realmente peligroso para sus detractores. quisieron extirparle el gen rojo que inventó Vallejo-Najera, fue inútil pretensión, en quien ama la libertad, pronto se regenera..., y al poeta muerto, otro en su puesto, un pastor de cabras tomó el relevo.
Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.[8]

El coronel Aureliano Buendía, tampoco sería perdonado, a quien lucho por la verdad le llamaron traidor, y así llegó a este punto, ante un pelotón de fusilamiento junto con el caballero de rebuscadas palabras. Al hidalgo de la Mancha, tras desnudar sus enjutas carnes, aquellos miserables taparon sus vergüenzas con el sambenito, cubrieron su cabeza con el capirote, y puesto en la picota se dispuso a morir, el poeta estaba a su lado para darle fuerza, no estaba muerto, que Federico es eterno. Miro el caballero al poeta y al coronel que estaba a su lado, sin conocerse se entendieron sin pronunciar una sola palabra.  No permitieron que les tapasen los ojos, y atados de pies y manos, creyeron que los quemarían siguiendo el rito de la Santa Inquisición, que se servía de mercenarios sarracenos para dar muerte a cristianos, en nombre de Cristo redentor.  No ardió la hoguera, se extrañó el caballero, el coronel Buendía no tanto.  Don Alonso debería haber pensado que estaba junto a una cuneta, y que querían ahorrarse los maravedís les hubiese cobrado enterrador.  A su lado, estaba el poeta asesinado en Granada, el coronel con el puño en alto.  Se miraron los tres y comprendieron que aunque mil balas atravesasen sus cuerpos de hombres honrados, vivirían para siempre, por ser hombres cabales y no traidores como quienes mandaban apretar el gatillo.


Mi corazón oprimido
Siente junto a la alborada
El dolor de sus amores
Y el sueño de las distancias.
La luz de la aurora lleva
Semilleros de nostalgias
Y la tristeza sin ojos
De la médula del alma.
La gran tumba de la noche
Su negro velo levanta
Para ocultar con el día
La inmensa cumbre estrellada.[9]


¿Dónde está el caballero, dónde el poeta? ¿En qué ignorada cuneta?


©Paco Arenas






[1] Paco Arenas.
[2] Texto: mezcla de Miguel de Cervantes, Gabriel García Márquez y Paco Arenas.
[3] Federico García Lorca.
[4] Federico García Lorca.
[5] Federico García Lorca.
[6] Federico García Lorca.
[7] Federico García Lorca.
[8] Miguel Hernádez.
[9] Federico García Lorca.
©Paco Arenas

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