Mis ahorros no eran muchos, en torno a cuarenta mil duros,
(doscientas mil pesetas o lo que ahora serían mil doscientos euros). No obstante, en aquellos tiempos era una
cantidad bastante importante para quien trabajaba a la obra a destajo por
28.000 pesetas al mes, menos de 180 euros. Mantenía la cuenta, por motivos
sentimentales, mi larga estancia en Ibiza y mi cariño por las islas provocaba
esa circunstancia, y también, no tendría sentido negarlo, por el secreto
confesado de regresar a Ibiza, siempre fui un estúpido romántico. Es cierto que
tenía una cuenta en la Caja de ahorros de Valencia, pero ni echando más de diez
horas de trabajo diarias en la construcción lograba ahorrar, con aquellos
sueldos de miseria.
Un mal día, recibí una carta con el emblema de la Caja de
Ahorros de Cataluña y Baleares, ya entonces rotulado en catalán Caixa
d'Estalvis de Catalunya i Balears. La abrí sin mucho interés, como suelo abrir
las cartas bancarias. La carta, entonces escrita a máquina, decía:
«Estimado señor Martínez, le comunicamos que a la mayor
brevedad posible se ponga al corriente en su entidad más cercana, ya que tiene
un descubierto de 800.006 pesetas. De no regularizar en un plazo de 15 días su
situación emprenderemos acciones judiciales».
Me entraron los siete males, en teoría, debía mucho más dinero
del que jamás había tenido. Con esa cantidad, por aquel entonces, en Valencia
se podía comprar hasta un piso. Lo hablé con mi madre y mis hermanos. De inmediato, me echaron la bronca:
—Los bancos son unos ladrones, en el momento que no tienes
movimientos te roban hasta los calzoncillos —me dijo tan gran verdad mi madre,
que ella sí había anulado su cuenta con la Caja de ahorros de Cataluña y
Baleares (en adelante la Caixa).
—Es que yo quería volverme para Ibiza —me disculpé —. Iré a la
Plaza del País Valenciano que han abierto una oficina, para que me lo aclaren.
—Para, para. Primero vas con la cartilla y sacas todos los
cuartos, menos una peseta, a ver qué pasa —me aconsejó mi madre.
—No me los van a dar —le respondí, convencido que me había
quedado más pobre que una rata en un barco naufragado.
Con mis miedos y mi cartilla, cogí el «trenet» y me dirigí
desde Benicalap a Valencia, hacia la única oficina de la Caixa, que entonces se
encontraba, como he dicho, en la recién renombrada Plaza del País Valencia,
aunque todavía tenía el burro y la jaca, donde ahora está la estatua de
Vinatea. Con todos mis miedos, me dirigí a la ventanilla, donde se encontraba
una chica rubia muy guapa, lo cual, para mi timidez, resultaba una traba
importante. Así que en lugar de
obedecer a mi madre y dejar sólo una peseta, decidí dejar diez:
—Quiero sacar 199.990 pesetas —balbuceé con torpeza, notando
como los colores me provocaban ardor en las mejillas, al tiempo que le
entregaba mi cartilla de ahorros, de color verde caqui, con las anotaciones
realizadas a máquina y confirmando cada cantidad con un cuño.
La chica de la ventanilla, le entró la risa al coger mi
cartilla y supongo que, al verme tan nervioso, a mí me entraron sudores, seguro
de que no me daría ni una peseta y encima, por mis nervios me tomaría por un
ladrón, llamaría a la policía y me llevarían preso. Si no salí corriendo, fue
porque mis pies se quedaron pegados a las suelas de mármol y a su risa.
—¿Vas a dejar la cuenta con 2235 pesetas? —Me preguntó, con
una encantadora sonrisa en un acento marcadamente catalán, diciéndome una
cantidad mayor de la que yo pensaba que tenía, y es que entonces, los bancos y
las cajas de ahorros, por disponer de tu dinero, te daban intereses, ahora ni
te dan servicio, y te cobran comisiones de usurero por todo lo que hacen ellos
y lo que haces tú.
—No, sólo quiero dejar con diez pesetas.
—Muy bien, en ese caso, te tendré que dar 202.235 pesetas, por
lo que han subido los intereses. ¿Me das el carné? —me informó y pidió la
amable y risueña cajera.
Temblando le di el carné, comprobó mi identidad, y sin más
preámbulos, me entregó todo el dinero solicitado y la cartilla, en la que
todavía quedaban diez míseras pesetas.
De inmediato, con los nervios de llevar tanto dinero en el
bolsillo, corrí hasta la calle Las Barcas, en la que había una oficina de la
Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Valencia, y entregué todo el dinero a un
desagradable cajero con bigote de guardia civil, que me interrogó sobre de
dónde había sacado ese dinero. Nervioso, le enseñé la cartilla de la Caixa,
cambiando totalmente el semblante:
—Lo he sacado de cartilla...
— Molt bé, xiquet, als catalans ni fum.
Y sentí ganas de volver a pedirle mi dinero, pero no tenía
muchas alternativas, y si desconfiaba de las cajas de ahorros, a los bancos los
tenía, ya entonces, por organizaciones mafiosas, así que, en el momento, que me
devolvió mi cartilla de la Caja de ahorros y Monte de Piedad de Valencia, volví
a la Plaza del País Valenciano, ahora del Ajuntament, y entré de nuevo, ahora
con la carta en la mano.
—Pronto has vuelto, ¿a por las diez pesetas?
Entonces le entregué, si apenas mediar palabra a la chica de
la ventanilla, notando que me subían los colores hasta por encima del
flequillo. Miró la carta, leyéndola despacio, con semblante serio.
—Esto es de la cuenta que tienes en la Vía Layetana de
Barcelona…
—¿De la Vía Layetana de Barcelona? Yo no he estado nunca en
Barcelona.
—¿Entonces no tienes una cuenta en Barcelona?, ¿me puedes
dejar tu carné?
—No —desconfiado, me negué de voz y con la cabeza —, le digo
el número.
Leyó mi nombre, buscó y se echó a reír:
—Cincuenta y dos personas tienen el mismo nombre y apellidos
que tú; pero, sólo uno, tiene tu número de «denei», y quien tiene la cuenta en
números rojos, no eres tú. ¡Menudo susto! ¿no? —Me preguntó, encandilado por su
mirada —¿te doy las diez pesetas y liquidamos la cuenta o te hago un plazo fijo
con lo que has sacado y te regalo una enciclopedia de veintidós tomos?
Me explicó las condiciones, y una semana después regresaba a
por la enciclopedia Durban. Porque entonces, además de intereses,
enciclopedias, cacerolas, mantas y lo que hiciera falta. Porque cuando tú
llevas tu dinero al banco, poco o mucho, son ellos quienes negocian con tu
dinero, no al revés. Terminado el plazo,
rompí toda relación con la Caixa.
Cuarenta años después, me han regresado a ella, sin pedirme
permiso, aunque, como dice aquel refrán:
De banco cambiarás, pero de ladrón no escaparas.
Los molineros, son
infinitamente más honrados que los bancos, ¿no?
©Paco Arenas a 29 de marzo de 2021
©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar