lunes, 29 de marzo de 2021

Números rojos - De banco cambiarás, pero de ladrón no escaparas.

 





Mis ahorros no eran muchos, en torno a cuarenta mil duros, (doscientas mil pesetas o lo que ahora serían mil doscientos euros).  No obstante, en aquellos tiempos era una cantidad bastante importante para quien trabajaba a la obra a destajo por 28.000 pesetas al mes, menos de 180 euros. Mantenía la cuenta, por motivos sentimentales, mi larga estancia en Ibiza y mi cariño por las islas provocaba esa circunstancia, y también, no tendría sentido negarlo, por el secreto confesado de regresar a Ibiza, siempre fui un estúpido romántico. Es cierto que tenía una cuenta en la Caja de ahorros de Valencia, pero ni echando más de diez horas de trabajo diarias en la construcción lograba ahorrar, con aquellos sueldos de miseria.

Un mal día, recibí una carta con el emblema de la Caja de Ahorros de Cataluña y Baleares, ya entonces rotulado en catalán Caixa d'Estalvis de Catalunya i Balears. La abrí sin mucho interés, como suelo abrir las cartas bancarias. La carta, entonces escrita a máquina, decía:

«Estimado señor Martínez, le comunicamos que a la mayor brevedad posible se ponga al corriente en su entidad más cercana, ya que tiene un descubierto de 800.006 pesetas. De no regularizar en un plazo de 15 días su situación emprenderemos acciones judiciales».

Me entraron los siete males, en teoría, debía mucho más dinero del que jamás había tenido. Con esa cantidad, por aquel entonces, en Valencia se podía comprar hasta un piso. Lo hablé con mi madre y mis hermanos.  De inmediato, me echaron la bronca:

—Los bancos son unos ladrones, en el momento que no tienes movimientos te roban hasta los calzoncillos —me dijo tan gran verdad mi madre, que ella sí había anulado su cuenta con la Caja de ahorros de Cataluña y Baleares (en adelante la Caixa).

—Es que yo quería volverme para Ibiza —me disculpé —. Iré a la Plaza del País Valenciano que han abierto una oficina, para que me lo aclaren.

—Para, para. Primero vas con la cartilla y sacas todos los cuartos, menos una peseta, a ver qué pasa —me aconsejó mi madre.

—No me los van a dar —le respondí, convencido que me había quedado más pobre que una rata en un barco naufragado.

Con mis miedos y mi cartilla, cogí el «trenet» y me dirigí desde Benicalap a Valencia, hacia la única oficina de la Caixa, que entonces se encontraba, como he dicho, en la recién renombrada Plaza del País Valencia, aunque todavía tenía el burro y la jaca, donde ahora está la estatua de Vinatea. Con todos mis miedos, me dirigí a la ventanilla, donde se encontraba una chica rubia muy guapa, lo cual, para mi timidez, resultaba una traba importante.   Así que en lugar de obedecer a mi madre y dejar sólo una peseta, decidí dejar diez:

—Quiero sacar 199.990 pesetas —balbuceé con torpeza, notando como los colores me provocaban ardor en las mejillas, al tiempo que le entregaba mi cartilla de ahorros, de color verde caqui, con las anotaciones realizadas a máquina y confirmando cada cantidad con un cuño.

La chica de la ventanilla, le entró la risa al coger mi cartilla y supongo que, al verme tan nervioso, a mí me entraron sudores, seguro de que no me daría ni una peseta y encima, por mis nervios me tomaría por un ladrón, llamaría a la policía y me llevarían preso. Si no salí corriendo, fue porque mis pies se quedaron pegados a las suelas de mármol y a su risa.

—¿Vas a dejar la cuenta con 2235 pesetas? —Me preguntó, con una encantadora sonrisa en un acento marcadamente catalán, diciéndome una cantidad mayor de la que yo pensaba que tenía, y es que entonces, los bancos y las cajas de ahorros, por disponer de tu dinero, te daban intereses, ahora ni te dan servicio, y te cobran comisiones de usurero por todo lo que hacen ellos y lo que haces tú. 

—No, sólo quiero dejar con diez pesetas.

—Muy bien, en ese caso, te tendré que dar 202.235 pesetas, por lo que han subido los intereses. ¿Me das el carné? —me informó y pidió la amable y risueña cajera.

Temblando le di el carné, comprobó mi identidad, y sin más preámbulos, me entregó todo el dinero solicitado y la cartilla, en la que todavía quedaban diez míseras pesetas.

De inmediato, con los nervios de llevar tanto dinero en el bolsillo, corrí hasta la calle Las Barcas, en la que había una oficina de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Valencia, y entregué todo el dinero a un desagradable cajero con bigote de guardia civil, que me interrogó sobre de dónde había sacado ese dinero. Nervioso, le enseñé la cartilla de la Caixa, cambiando totalmente el semblante:

—Lo he sacado de cartilla...

— Molt bé, xiquet, als catalans ni fum.

Y sentí ganas de volver a pedirle mi dinero, pero no tenía muchas alternativas, y si desconfiaba de las cajas de ahorros, a los bancos los tenía, ya entonces, por organizaciones mafiosas, así que, en el momento, que me devolvió mi cartilla de la Caja de ahorros y Monte de Piedad de Valencia, volví a la Plaza del País Valenciano, ahora del Ajuntament, y entré de nuevo, ahora con la carta en la mano.

—Pronto has vuelto, ¿a por las diez pesetas?

Entonces le entregué, si apenas mediar palabra a la chica de la ventanilla, notando que me subían los colores hasta por encima del flequillo. Miró la carta, leyéndola despacio, con semblante serio.

—Esto es de la cuenta que tienes en la Vía Layetana de Barcelona…

—¿De la Vía Layetana de Barcelona? Yo no he estado nunca en Barcelona.

—¿Entonces no tienes una cuenta en Barcelona?, ¿me puedes dejar tu carné?

—No —desconfiado, me negué de voz y con la cabeza —, le digo el número.

Leyó mi nombre, buscó y se echó a reír:

—Cincuenta y dos personas tienen el mismo nombre y apellidos que tú; pero, sólo uno, tiene tu número de «denei», y quien tiene la cuenta en números rojos, no eres tú. ¡Menudo susto! ¿no? —Me preguntó, encandilado por su mirada —¿te doy las diez pesetas y liquidamos la cuenta o te hago un plazo fijo con lo que has sacado y te regalo una enciclopedia de veintidós tomos?

Me explicó las condiciones, y una semana después regresaba a por la enciclopedia Durban. Porque entonces, además de intereses, enciclopedias, cacerolas, mantas y lo que hiciera falta. Porque cuando tú llevas tu dinero al banco, poco o mucho, son ellos quienes negocian con tu dinero, no al revés.  Terminado el plazo, rompí toda relación con la Caixa.  

Cuarenta años después, me han regresado a ella, sin pedirme permiso, aunque, como dice aquel refrán:

De banco cambiarás, pero de ladrón no escaparas.

 Los molineros, son infinitamente más honrados que los bancos, ¿no? 

©Paco Arenas a 29 de marzo de 2021

©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcarCaricias rotasLos manuscritos de Teresa Panza y Esperando la lluvia-Cuentos al calor de la lumbre, entre otros libros.


viernes, 26 de marzo de 2021

El diputado que quería ser ministro de Cultura y odiaba los libros


A petición de mucha gente, voy a narrar la anécdota con determinado tránsfuga que ocultaremos bajo el nombre de Antonio Esquina.  Siendo que es algo bastante reciente, y hay más personas implicadas, no me voy a ajustar a la realidad total, he cambiado el nombre del protagonista y omitido los restantes, también, algún detalle sin importancia, y para hacerlo más entretenido.  Lo haré en forma de relato. A ver qué sale:

 


El diputado que quería ser ministro de Cultura y odiaba los libros

 

A la Feria del Libro, sobre las cinco y media de la tarde, del domingo, llegó, el señor diputado del Partido Taronja, Antonio Esquina, acompañado de una moza rubia con melena corta, al menos veinte años más joven que él.

Ambos vestían ropas juveniles y veraniegas, ella una minifalda y una blusa a juego, y él unos vaqueros rotos, a los cuales le faltaba más de un zurcido o remiendo (ignoro si los 5906 euros mensuales no le dan para llegar a fin de mes), mientras que su busto lo vestía con una muy ajustada camiseta gris, sin ningún tipo de dibujo, mostrando pectorales de, supongo que de gimnasio.

 Llegaron entre besos y arrumacos adolescentes, a pesar de que ella pasaba los treinta y él de largo los cincuenta. Cualquiera que los hubiera visto de espaldas, los habría tomado por una pareja adolescente y desvergonzada, que gusta de darse morreos entre la multitud. Es tan hermoso el amor, las muestras de cariño, y el sexo, no lo olvidemos, que sería absurdo criticar estas bonitas muestras de romanticismo.  Las cuales yo menciono, no como algo negativo o hipócritamente moralista, sino todo lo contrario, como algo siempre hermoso.

La pareja, curiosamente, a pesar de estar en la Feria del Libro, no se detenía mucho a hablar con los autores, ansiosos por firmar, ni a mirar los libros expuestos, como si tan sólo tuvieran ojos el uno para el otro y lo único que pretendieran fuera pasear y darse algún que otro apasionado beso entre la gente, ajenos a las miradas y a las páginas que podrían llegar a inspirar tan románticas escenas.

Por fin, llegaron al punto al que se dirigían: una de las casetas más grandes de la feria del libro, delante de las puertas del Museo de Ciencias Naturales. En dicha caseta se encontraban, además de los dos libreros, (librero y librera, y ella, además, una muy recomendable escritora), en la parte derecha una agente literaria, patrocinaba los libros de los autores de su agencia. En la parte izquierda, una escritora y editora de libros infantiles y juveniles, también hacía lo propio. Mientras que, en la parte central, un escritor independiente, de barba cana y cabellos aún más blancos intentaba acabar con los últimos ejemplares de su tercera novela.

Todos, salvo la editora de libros infantiles y juveniles, al ver llegar al político, pensaron que, al acercarse, precisamente a aquella caseta, comprarían alguno de los libros, como suele hacer la mayoría de quienes van a las ferias del libro, y también los políticos, aunque estos, puede que luego nos los lean, pero al menos los pagan y se los llevan firmados.

Fueron directamente a saludar a la escritora y editora de libros infantiles y juveniles, la cual era amiga personal de la pareja del político, es decir, de la chica rubia con melena. Tras cariñosos saludos, se apartaron un poco de donde la editora ofrecía su mercancía cultural a los más jóvenes, que suelen ser los principales protagonistas en las ferias del libro.

No obstante, no se apartaron de la caseta, sino que se desplazaron hacia el centro de la misma, donde se encontraba aquel autor risueño y charlatán, de pelo cano, y sospecho que de ideas nada afines a las del diputado don Antonio Esquinas, más que nada, por el gesto de fastidio que no pudo reprimir, a pesar de lo cual, sonrió y saludó, sin recibir respuesta ni de palabra ni obra. El escritor canoso, hasta agarró uno de sus libros para ofrecerlo al diputado. Pero no, la pareja, lo ignoraron por completo, como si fuera invisible él y sus libros, bueno en realidad todos los libros de la caseta.

La pareja, que no eran hijos de un cristalero, pues no eran transparentes, se colocaron en un lugar tan tremendamente estratégico, como si fuese el buque encallado en el Canal de Suez, que ni pasa, ni deja. Cual perro del hortelano impedían el fluir de los posibles lectores. No solo perjudicando al escritor canoso, sino que, al estar en el centro, y con actitudes de enamorado fragor adolescente, como si estuvieran bajo la farola de una esquina con la bombilla fundida, en un parque o frente al mar al atardecer, nadie se acercaba a la caseta por no interrumpir tan apasionada escena.  Viéndose los lectores obligados a realizar un quiebro para poder seguir, cual barco por el cabo de Buena Esperanza, pero haciendo perder la esperanza al canoso juntaletras.

Era cinco de mayo, último día de feria, y a todos quienes estaban en la caseta, les daba un no sé qué, llamar la atención a esa pareja, a buen seguro, que, de ser realmente una pareja de adolescentes, cualquiera les habría dicho:

—¡Hermosos! ¡Bonicos míos! ¡Copón! Ir al cauce del río Turia que hay mucho césped y recónditos lugares para el amor.

Finalmente, fue la valiente librera y escritora, quién se encaró con él:

—Señor Esquinas, ¿qué tipo de lectura le gusta?

—¿Yo? ¿A mí? —Preguntó sorprendido, con ese gesto de altanería y asco con el que suele hablar el mencionado diputado.

—Sí, sí, señor Esquinas, supongo que le gustará algún tipo de lectura, algún libro, si quiere le puedo recomendar alguno, por ejemplo…

Antes de que terminara la intrépida librera y escritora, el diputado respiró profundamente, pareció echar fuego por sus fosas nasales, entre irritado y prepotente, miró los libros expuestos, negando con la cabeza:

—No, los libros, a mí no me gustan.

Su acompañante lo agarró del brazo, y se apartaron de la caseta, tras despedirse de su amiga, e ignorar al resto de los presentes.

Todos respiraron aliviados, especialmente el escritor de pelo cano, que aquel día, firmó los últimos ejemplares de la segunda edición de su novela «Magdalenas sin azúcar», agotada en tan sólo doce días entre las ferias del libro de Cuenca y de Valencia. Por cierto, el último ejemplar se lo llevó el poeta Francisco Caro, al cual acompañaba el también poeta Blas Muñoz Pizarro.

Una semana después, aquel diputado tránsfuga, en una entrevista realizaba las siguientes declaraciones:

 «Mentiría si dijera que no me veo de ministro de Cultura»

©Paco Arenas

 El grito, año: 1893

Autor: Edvard Munch

©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar, Caricias rotas, Los manuscritos de Teresa Panza y Esperando la lluvia-Cuentos al calor de la lumbre, entre otros libros.


miércoles, 17 de marzo de 2021

Poemario Barrotes invisibles, gratis en PDF y novela Caricias rotas (nueve capítulos)



Junto con los versos que encontrarás en este pequeño poemario, me he permitido la licencia de añadir nueve capítulos de la novela «Caricias rotas».  La cual es el desarrollo natural del relato «Aurora cierra los ojos», ganador del segundo premio de relatos contra la violencia machista del Ajuntament de Terrassa, en el año 2014.

La novela se desarrolla en dos épocas distintas, finales de los años 80 del pasado siglo y los tiempos actuales. Es una novela dura, no obstante, más dura es la realidad de las mujeres que sufren esta lacra, que algunos se empeñan en blanquear o quitarle importancia. El compromiso por una sociedad sin violencia dentro de los muros del hogar, debería ser un compromiso de todos.

Ojalá llegue el día en el cual no sea necesario reivindicar derechos naturales de las mujeres, ni de nadie. Y estos poemas leídos en las páginas precedentes o los capítulos que siguen de «Caricias rotas», terminen siendo tan sólo un recurso literario.

Podéis descargar poemario y capítulos de la novela en el siguiente enlace:

Barrotes invisibles/Caricias rotas


También, si lo prefieres, puedes comprar la novela aquí Caricias rotas


domingo, 14 de marzo de 2021

Paseos al alba: Oropesa del Mar (Fotografías)

 


Un placer al que no renuncio, cuando voy a lugar, ya sea un pueblo perdido de la montaña, o una gran ciudad, es al paseo matinal, cuando las luces del alba comienzan a hacer su aparición, entre tonos rojizos y amoratados, el sol abrasador del verano todavía no ha hecho acto de presencia con todo su poderío, y las luces apagadas de la madrigada dan una sensación de frescor que llega a erizar la piel, y no por el frío, sino por la emoción.  Son paseos tranquilos, pasos sosegados, sin prisas y sin destino concreto, en ocasiones andando con la parsimonia con la que se debe tomar un buen café o disfrutar un paseo. Lo habitual, es realizar ese paseo en tren de san Fernando, unas veces a pie y otras andando, en esta mañana del mes de agosto he preferido hacerlo en mi vieja bicicleta de sillín duro.  

Pedaleo o camino fijándome en los detalles de las viejas construcciones y desechado las monstruosas modernidades geométricas y sin gracia que dan el aspecto de una ciudad amurallada en la lejanía, pero sin la gracia de aquellas fortalezas renacentistas que amurallaron muchas ciudades del Mediterráneo, desde mi querida Ibiza, hasta Melilla o Malta.  Tal vez me horrorizan esas construcciones mastodónticas a pie de playa porque pertenezco a otra época de fotografías en blanco y negro, o quizás porque mis huesos y mis ojos pertenecen a otro mundo más tranquilo y sosegado que al actual.

En esta ocasión mi paseo comienza a las seis y media de la mañana, todavía sin un destino cierto, me dirijo primero hacia una vieja torre de vigilancia, Torre de la Sal, en la Ribera de Cabanes, descarto la idea de hacer unas fotos a esas horas, las lagunas del parque Nacional están repletas de mosquitos, por lo que decido dejar las fotos para más tarde. Me conformo con fotografiar la Torre de la Sal, construida como torre vigía para prevenir incursiones piratas.

Decido ir a Oropesa, y a la vuelta llevar churros a mi familia, así que continúo mi pedaleo ignorando las construcciones que hay a mi derecha, paro ante un conjunto de duchas en forma de elefante, pienso:

 «Mira, estos de Marina del Horror se han dado cuenta, ante las tropelías del campechano,  que el elefante es símbolo de futuro, de la futura tercera república que ha de venir y se han adelantado a los acontecimientos». 

Resulta curioso las simpatías que ha despertado este hermoso e interesante paquidermo, símbolo de los muy reaccionarios republicanos americanos, en una parte de la sociedad española, como sin quererlo y sin querer parecernos a ellos, los demócratas españoles hemos adoptado el elefante asesinado en Botswana  como símbolo de la futura república en solidaridad por la inútil muerte, por placer, de un elefante en tierras africanas un catorce de abril.

Ya sobrepasado ese engendro urbanístico, ese atentado contra el buen gusto, en el que yo, también quedé atrapado, Marina d´Or, continúo mi paseo por la playa de Morro des Gos, hasta Oropesa del Mar. Hace tiempo que dejé de ser un chiquillo y estoy cansado, y me paro a tomar un café en una churrería que está cerca de la playa, acompaño el vitalizador café con un par de porras recién hechas.

 Acto seguido me encaminó directamente en dirección a la parte antigua de Oropesa del Mar, me encuentro sólo gatos, como únicos ocupantes de la vía pública. Me topó con un pueblo auténtico, con personalidad propia, que nada tiene que ver con los horribles apartamentos de la playa. Oropesa es un pueblo con encanto, en el cual el ayuntamiento, ha colocado en todas las farolas del casco viejo unos versos que invitan a la meditación.

 

termino mi paseo matinal por el casco antiguo metido en el taller de un anticuario de nombre Antonio que amablemente me muestra su exposición.

Todavía es pronto, me acerco a la playa de la Concha, y subo hasta el faro y la Torre del rey, hago unas fotos y cuando las gentes comienzan a asomar la cabeza por las puertas, vuelvo a la churrería y compro una docena de porras, casi tan buenas como las que hace mi paisano Eusebio en la Caseta Azul, junto a la estación de Tránsitos en Valencia, Regreso al apartamento con los churros en la mochila, sudando por el calor de los churros y por el sol que comienza a mostrar su fuerza y porque mi pedalear, ahora, es cuesta arriba...

En el apartamento todavía están durmiendo todos los miembros de mi familia, por lo que aún me da tiempo de preparar el chocolate antes de despertarlos para ir a tostarnos a la playa como unas gambas sin gabardina, aunque yo me pondré a remojo como los garbanzos entre paseo y paseo hasta la Torre de la sal, donde los mosquitos se han echado la siesta, borrachos de sangre de distintos sabores y nacionalidades.

 

©Paco Arenas a 13 de julio de 2013






















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