viernes, 26 de marzo de 2021

El diputado que quería ser ministro de Cultura y odiaba los libros


A petición de mucha gente, voy a narrar la anécdota con determinado tránsfuga que ocultaremos bajo el nombre de Antonio Esquina.  Siendo que es algo bastante reciente, y hay más personas implicadas, no me voy a ajustar a la realidad total, he cambiado el nombre del protagonista y omitido los restantes, también, algún detalle sin importancia, y para hacerlo más entretenido.  Lo haré en forma de relato. A ver qué sale:

 


El diputado que quería ser ministro de Cultura y odiaba los libros

 

A la Feria del Libro, sobre las cinco y media de la tarde, del domingo, llegó, el señor diputado del Partido Taronja, Antonio Esquina, acompañado de una moza rubia con melena corta, al menos veinte años más joven que él.

Ambos vestían ropas juveniles y veraniegas, ella una minifalda y una blusa a juego, y él unos vaqueros rotos, a los cuales le faltaba más de un zurcido o remiendo (ignoro si los 5906 euros mensuales no le dan para llegar a fin de mes), mientras que su busto lo vestía con una muy ajustada camiseta gris, sin ningún tipo de dibujo, mostrando pectorales de, supongo que de gimnasio.

 Llegaron entre besos y arrumacos adolescentes, a pesar de que ella pasaba los treinta y él de largo los cincuenta. Cualquiera que los hubiera visto de espaldas, los habría tomado por una pareja adolescente y desvergonzada, que gusta de darse morreos entre la multitud. Es tan hermoso el amor, las muestras de cariño, y el sexo, no lo olvidemos, que sería absurdo criticar estas bonitas muestras de romanticismo.  Las cuales yo menciono, no como algo negativo o hipócritamente moralista, sino todo lo contrario, como algo siempre hermoso.

La pareja, curiosamente, a pesar de estar en la Feria del Libro, no se detenía mucho a hablar con los autores, ansiosos por firmar, ni a mirar los libros expuestos, como si tan sólo tuvieran ojos el uno para el otro y lo único que pretendieran fuera pasear y darse algún que otro apasionado beso entre la gente, ajenos a las miradas y a las páginas que podrían llegar a inspirar tan románticas escenas.

Por fin, llegaron al punto al que se dirigían: una de las casetas más grandes de la feria del libro, delante de las puertas del Museo de Ciencias Naturales. En dicha caseta se encontraban, además de los dos libreros, (librero y librera, y ella, además, una muy recomendable escritora), en la parte derecha una agente literaria, patrocinaba los libros de los autores de su agencia. En la parte izquierda, una escritora y editora de libros infantiles y juveniles, también hacía lo propio. Mientras que, en la parte central, un escritor independiente, de barba cana y cabellos aún más blancos intentaba acabar con los últimos ejemplares de su tercera novela.

Todos, salvo la editora de libros infantiles y juveniles, al ver llegar al político, pensaron que, al acercarse, precisamente a aquella caseta, comprarían alguno de los libros, como suele hacer la mayoría de quienes van a las ferias del libro, y también los políticos, aunque estos, puede que luego nos los lean, pero al menos los pagan y se los llevan firmados.

Fueron directamente a saludar a la escritora y editora de libros infantiles y juveniles, la cual era amiga personal de la pareja del político, es decir, de la chica rubia con melena. Tras cariñosos saludos, se apartaron un poco de donde la editora ofrecía su mercancía cultural a los más jóvenes, que suelen ser los principales protagonistas en las ferias del libro.

No obstante, no se apartaron de la caseta, sino que se desplazaron hacia el centro de la misma, donde se encontraba aquel autor risueño y charlatán, de pelo cano, y sospecho que de ideas nada afines a las del diputado don Antonio Esquinas, más que nada, por el gesto de fastidio que no pudo reprimir, a pesar de lo cual, sonrió y saludó, sin recibir respuesta ni de palabra ni obra. El escritor canoso, hasta agarró uno de sus libros para ofrecerlo al diputado. Pero no, la pareja, lo ignoraron por completo, como si fuera invisible él y sus libros, bueno en realidad todos los libros de la caseta.

La pareja, que no eran hijos de un cristalero, pues no eran transparentes, se colocaron en un lugar tan tremendamente estratégico, como si fuese el buque encallado en el Canal de Suez, que ni pasa, ni deja. Cual perro del hortelano impedían el fluir de los posibles lectores. No solo perjudicando al escritor canoso, sino que, al estar en el centro, y con actitudes de enamorado fragor adolescente, como si estuvieran bajo la farola de una esquina con la bombilla fundida, en un parque o frente al mar al atardecer, nadie se acercaba a la caseta por no interrumpir tan apasionada escena.  Viéndose los lectores obligados a realizar un quiebro para poder seguir, cual barco por el cabo de Buena Esperanza, pero haciendo perder la esperanza al canoso juntaletras.

Era cinco de mayo, último día de feria, y a todos quienes estaban en la caseta, les daba un no sé qué, llamar la atención a esa pareja, a buen seguro, que, de ser realmente una pareja de adolescentes, cualquiera les habría dicho:

—¡Hermosos! ¡Bonicos míos! ¡Copón! Ir al cauce del río Turia que hay mucho césped y recónditos lugares para el amor.

Finalmente, fue la valiente librera y escritora, quién se encaró con él:

—Señor Esquinas, ¿qué tipo de lectura le gusta?

—¿Yo? ¿A mí? —Preguntó sorprendido, con ese gesto de altanería y asco con el que suele hablar el mencionado diputado.

—Sí, sí, señor Esquinas, supongo que le gustará algún tipo de lectura, algún libro, si quiere le puedo recomendar alguno, por ejemplo…

Antes de que terminara la intrépida librera y escritora, el diputado respiró profundamente, pareció echar fuego por sus fosas nasales, entre irritado y prepotente, miró los libros expuestos, negando con la cabeza:

—No, los libros, a mí no me gustan.

Su acompañante lo agarró del brazo, y se apartaron de la caseta, tras despedirse de su amiga, e ignorar al resto de los presentes.

Todos respiraron aliviados, especialmente el escritor de pelo cano, que aquel día, firmó los últimos ejemplares de la segunda edición de su novela «Magdalenas sin azúcar», agotada en tan sólo doce días entre las ferias del libro de Cuenca y de Valencia. Por cierto, el último ejemplar se lo llevó el poeta Francisco Caro, al cual acompañaba el también poeta Blas Muñoz Pizarro.

Una semana después, aquel diputado tránsfuga, en una entrevista realizaba las siguientes declaraciones:

 «Mentiría si dijera que no me veo de ministro de Cultura»

©Paco Arenas

 El grito, año: 1893

Autor: Edvard Munch

©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar, Caricias rotas, Los manuscritos de Teresa Panza y Esperando la lluvia-Cuentos al calor de la lumbre, entre otros libros.


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