domingo, 14 de marzo de 2021

Paseos al alba: Oropesa del Mar (Fotografías)

 


Un placer al que no renuncio, cuando voy a lugar, ya sea un pueblo perdido de la montaña, o una gran ciudad, es al paseo matinal, cuando las luces del alba comienzan a hacer su aparición, entre tonos rojizos y amoratados, el sol abrasador del verano todavía no ha hecho acto de presencia con todo su poderío, y las luces apagadas de la madrigada dan una sensación de frescor que llega a erizar la piel, y no por el frío, sino por la emoción.  Son paseos tranquilos, pasos sosegados, sin prisas y sin destino concreto, en ocasiones andando con la parsimonia con la que se debe tomar un buen café o disfrutar un paseo. Lo habitual, es realizar ese paseo en tren de san Fernando, unas veces a pie y otras andando, en esta mañana del mes de agosto he preferido hacerlo en mi vieja bicicleta de sillín duro.  

Pedaleo o camino fijándome en los detalles de las viejas construcciones y desechado las monstruosas modernidades geométricas y sin gracia que dan el aspecto de una ciudad amurallada en la lejanía, pero sin la gracia de aquellas fortalezas renacentistas que amurallaron muchas ciudades del Mediterráneo, desde mi querida Ibiza, hasta Melilla o Malta.  Tal vez me horrorizan esas construcciones mastodónticas a pie de playa porque pertenezco a otra época de fotografías en blanco y negro, o quizás porque mis huesos y mis ojos pertenecen a otro mundo más tranquilo y sosegado que al actual.

En esta ocasión mi paseo comienza a las seis y media de la mañana, todavía sin un destino cierto, me dirijo primero hacia una vieja torre de vigilancia, Torre de la Sal, en la Ribera de Cabanes, descarto la idea de hacer unas fotos a esas horas, las lagunas del parque Nacional están repletas de mosquitos, por lo que decido dejar las fotos para más tarde. Me conformo con fotografiar la Torre de la Sal, construida como torre vigía para prevenir incursiones piratas.

Decido ir a Oropesa, y a la vuelta llevar churros a mi familia, así que continúo mi pedaleo ignorando las construcciones que hay a mi derecha, paro ante un conjunto de duchas en forma de elefante, pienso:

 «Mira, estos de Marina del Horror se han dado cuenta, ante las tropelías del campechano,  que el elefante es símbolo de futuro, de la futura tercera república que ha de venir y se han adelantado a los acontecimientos». 

Resulta curioso las simpatías que ha despertado este hermoso e interesante paquidermo, símbolo de los muy reaccionarios republicanos americanos, en una parte de la sociedad española, como sin quererlo y sin querer parecernos a ellos, los demócratas españoles hemos adoptado el elefante asesinado en Botswana  como símbolo de la futura república en solidaridad por la inútil muerte, por placer, de un elefante en tierras africanas un catorce de abril.

Ya sobrepasado ese engendro urbanístico, ese atentado contra el buen gusto, en el que yo, también quedé atrapado, Marina d´Or, continúo mi paseo por la playa de Morro des Gos, hasta Oropesa del Mar. Hace tiempo que dejé de ser un chiquillo y estoy cansado, y me paro a tomar un café en una churrería que está cerca de la playa, acompaño el vitalizador café con un par de porras recién hechas.

 Acto seguido me encaminó directamente en dirección a la parte antigua de Oropesa del Mar, me encuentro sólo gatos, como únicos ocupantes de la vía pública. Me topó con un pueblo auténtico, con personalidad propia, que nada tiene que ver con los horribles apartamentos de la playa. Oropesa es un pueblo con encanto, en el cual el ayuntamiento, ha colocado en todas las farolas del casco viejo unos versos que invitan a la meditación.

 

termino mi paseo matinal por el casco antiguo metido en el taller de un anticuario de nombre Antonio que amablemente me muestra su exposición.

Todavía es pronto, me acerco a la playa de la Concha, y subo hasta el faro y la Torre del rey, hago unas fotos y cuando las gentes comienzan a asomar la cabeza por las puertas, vuelvo a la churrería y compro una docena de porras, casi tan buenas como las que hace mi paisano Eusebio en la Caseta Azul, junto a la estación de Tránsitos en Valencia, Regreso al apartamento con los churros en la mochila, sudando por el calor de los churros y por el sol que comienza a mostrar su fuerza y porque mi pedalear, ahora, es cuesta arriba...

En el apartamento todavía están durmiendo todos los miembros de mi familia, por lo que aún me da tiempo de preparar el chocolate antes de despertarlos para ir a tostarnos a la playa como unas gambas sin gabardina, aunque yo me pondré a remojo como los garbanzos entre paseo y paseo hasta la Torre de la sal, donde los mosquitos se han echado la siesta, borrachos de sangre de distintos sabores y nacionalidades.

 

©Paco Arenas a 13 de julio de 2013






















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