miércoles, 14 de febrero de 2018

‹‹Todo paraíso lleva implícito su propio infierno›› Orlando Cuéllar Castaño -Reseña


A finales de la primavera me llegó  de manos de su autor, mi amigo, Orlando Cuéllar Castaño, una novela inquietante ‹‹Todo paraíso lleva implícito su propio infierno››, escrita hace muchos años y que pensaba reeditar de nuevo.   Junto con la novela venía un difícil encargo de que escribiese el prólogo de la misma. De Orlando son muchas las cosas que he leído, sabía que no me iba a dejar indiferente la lectura de ‹‹Todo paraíso lleva implícito su propio infierno››, como realmente así fue:

‹‹Todo paraíso lleva implícito su propio infierno››, es una novela muy diferente a todas cuantas he leído, que desde luego no me ha dejado en absoluto indiferente. Su primer capítulo ‹‹Todo final tiene su principio››, nos traslada desde el infierno personal del protagonista en el inicio de la novela al mismo paraíso infantil de selvas vírgenes que son penetradas por el hacha y las máquinas buscando arrebatar a la jungla tierras vírgenes para las labores agrícolas o las industrias madereras. En ese idílico paraíso tropical, sus moradores se adaptan a sus duras condiciones con alegría, y a pesar de la pobreza casi extrema, logran gozar de grandes dosis de felicidad. Es precisamente la felicidad la emoción que busca el protagonista a lo largo de toda la novela. Son muchas las ocasiones en las cuales cree encontrarla; sin embargo, cada vez que sube un nuevo escalón, no es hacia la dicha sino al infierno, que termina por atraparlo, no siendo consciente en ningún instante de ello.

Tiene momentos de ternura, en los cuales, la felicidad más intensa puede lograrse en algo tan simple como una mirada furtiva, un paseo con la mano de la niña amada cogida, un casto beso, con la niñera/carabina fingiendo no ver esos besos a escondidas. Trazos donde la apoteosis final orgásmica se consigue leyendo una carta plagada de deseos imposibles y castos, mientras alguien viola la inocencia con realidades nada castas.

Lo que en principio produce espanto, termina convirtiéndose en un medio de vida. No resulta fácil escribir, y menos en primera persona, sobre cuestiones de índole sexual, ¿dónde termina el erotismo? ¿Cuál es su límite? Cuéllar bordea sutilmente, con gran maestría, los límites del erotismo hasta el extremo, evitando caer en lo pornográfico. Con su peculiar estilo y cuidado lenguaje, no hiere a la vista ni a los sentidos, lo que sin su maestría molestaría, sabe jugar con gran maestría con las palabras y los tiempos, provocando tensión en los sentidos sin herir sensibilidades.

Al leer ‹‹Todo paraíso lleva implícito su propio infierno››, con ese lenguaje, tan directo y natural, Cuéllar nos hace creer, sin permitirnos dudarlo, que en realidad está narrando sus propias vivencias, trasmitiéndonos sus sensaciones, las buenas y las malas, nos mete en la mente del protagonista. Conociendo a Orlando Cuellar y su exquisita sensibilidad adorable desde el punto de vista literario y personal, a pesar de sin quererlo identificar o más bien confundir al narrador con el protagonista, este último, nos provoca un rechazo natural hacia su mezquindad frívola, y a la vez una pena infinita, porque en el fondo, no deja de ser un desgraciado que jamás alcanzará la felicidad, y que cuando realmente le encuentra sentido a su vida, ya es demasiado tarde. Podría decirse que Orlando Cuellar Castaño escribe como los ángeles traviesos y picarones que juegan al escondite con los diablillos cojuelos que animan la fiesta y que tanta falta hacen en el cielo de las letras.

Para terminar, decir que me ha impresionado gratamente, a la vez que me ha descubierto nuevos campos narrativos desconocidos para mí.



Orlando se presenta:



Mis ojos se abrieron al mundo, un cálido día a mediados del mes de agosto de 1966, en un pequeño pueblito llamado “El Dovio”, perdido entre las montañas del norte del Valle del Cauca. Mis primeros recuerdos están poblados de imágenes de selvas y ríos casi vírgenes, de animales fabulosos, de duendes, hadas, brujas y seres míticos, gracias a mi abuelo, quien como todo buen paisa era, además de colono, un gran contador de historias (por no decir un mentiroso de miedo; o sea, que inventaba cuentos de terror). Aprendí mis primeras letras en el Colegio Nacional “La Frontera”, de Saravena (Arauca), donde un día descubrí y me adentré en el mundo de la literatura y me perdí embelesado en sus múltiples caminos llenos de magia y fantasía, en los que aún hoy continuo, más perdido que nunca. Estudié diez semestres de Filosofía y Letras en la universidad Santo Tomás de Aquino. Resido hace muchos años en la hermosa Villa de San José de Cúcuta, la ciudad de los árboles, como ha sido llamada por los poetas, ciudad que me ha cobijado como su hijo adoptivo.

Paco Arenas

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