sábado, 15 de junio de 2013

La lechuza y el gato en el campanario de la Iglesia bebiendo vino


Cuentan que en el campanario, antaño poblado de múltiples palomas con las que el párroco de los capones conseguía algunos duros para sus caprichos ya no quedaba ninguna, de aquel viejo campanario todas las palomas habían volado, quedando solamente una hermosa lechuza y un gato pardo que en otros tiempos, cuando había palomas,  se hacían la competencia  para ver quien se comía las más apetitosas.  Ahora estaban el gato y la lechuza solos, tenían un aspecto intemporal, como si fuesen mágicos. 


Jamás pensaron el gato y la lechuza que un día podían llegar a estar tan solos en aquella torre, en aquel pueblo, con todo el tiempo y casi todo el espacio para ellos, si ya no había palomas por las cuales disputar el bocado más bello y apetitoso, pero la comida no faltaba y siempre se podía acompañar de alguna botella de vino de la tierra.   Nadie les molestaba, ni tan siquiera un maldito  y triste fantasma errante se había dignado jamás a visitarles o acompañarles en el vacío y mudo discurrir de las noches,   después de años sin apenas tiempo para ellos, ahora toda la noche les pertenecía,  la magia de la vieja torre se había apoderado de ambos, la lechuza gustaba de transformase todas las noches en una bella moza, cada día una diferente, bastaba con haberlas visto en sus mil años de vida y haberse fijado en ellas un instante, la acción la llevaba a cabo después de haber sobrevolado al caer la noche el pueblo y llevado un par de botellas de vino para la cena,   De la cena se encargaba el gato, que saltando de tejado en tejado siempre llevaba algo diferente, ya fuese robado a los escasos humanos, o algún ratoncillo o pajarillo cazado con su habilidad felina.    El silencio de la noche les pertenecía y el bello gato tras abrir la segunda botella de vino comenzaba su transformación.  Hasta que el encantamiento se producía lechuza y gato rememoraban todos los recuerdos de sus mil años de historia, que era la historia de aquel pueblo que vieron nacer y crecer y que ahora veían casi desierto y en silencio, aunque ellos agradeciesen ese silencio y esa quietud en la noche sin aquel viejo reloj  de la torre diese las campanadas rompiendo cada hora la magia que les envolvía provocando prisas tan perjudiciales para el acto del amor, al cual hay que dedicarle su tiempo, sus palabras, sus caricias, susurros y juegos, recreándose en cada instante del acto.


 El reloj del campanario un día dejo de sonar y con la avería del viejo reloj, las gentes del lugar fueron marchándose, quedando solo unos pocos ancianos, algunos jóvenes, pocos y un reducido grupo de niños, el silencio iba llenando espacios y sus amores ganando tiempo.   Las calles aparecían desiertas por la noche, sí, por la noche,  pero también por la mañana cuando antaño con las campanadas de las cinco un hormiguero de personas encendían candiles, velas, bombillas y lámparas, preparaban la leña en la chimenea y antes de que el sol despertara todas las chimeneas de todos los tejados, de todos, comenzaban a fumar.  Pronto veías aquel pastor por allí yendo en busca de su rebaño, aquel campesino por allá  unciendo las mulas, en una puerta en otra, aquel otro que tenía una vaquería preparando las cantaras para ordeñar las vacas…
Luego, más tarde despuntando la mañana  las calles comenzaban a llenarse de chiquillos y chiquillas, que iban solos a la escuela, o en grupo, corriendo, gritando, saltando o cantando, que hormiguero, Dios mío que hormiguero.  Y aquel cabrero de la palabra mágica, la dula - ya nadie sabe lo que es la dula -  que recorría las calles del pueblo  por las mañanas y al caer la tarde, primero recogiendo y después repartiendo las cabras.
La lechuza y el gato veían a los hombres tirando las semillas en tierra, esas pequeñas semillas de grano, o girasol,  cayendo en tierra fértil  en vida, esa vida que vestía de verde o amarillo la primavera de aquellos campos, y daba vida y alegría a esos grupos de segadores y segadoras. Luego en  las eras  hombres mujeres y niños trillando o  ablentando.  ¿Cuántas veces, cuantos años habían visto  a las mujeres encaminándose en dirección al horno del rincón de calle Nueva a amasar y cocer el pan?  Aquellos panes grandes que debían durar los quince días, y no se ponía duro y si se ponía qué más da, a buenas ganas no hay pan duro.  Esos panes no eran para el día, se guardaban en escriños  y estos en las alhacenas, que bueno estaba aquel pan,  con un par de chorizos o un trozo de tocino y sino con unas pocas aceitunas cornicabras o gordalas que no era cuestión de ser delicado. 

-          ¿Recuerdas? – Pregunta la lechuza al gato -  Aquellas fiestas, aquellos cohetes que disparaban directos al campanarios, esos domingos de después de misa, llenando las gentes los bares, de taberna en taberna, la plaza llena de gente, las procesiones de Santa Agueda llevadas las andas por los hombres y las mujeres con Santa Aguedilla. Por las tardes  la vaquilla, para después ir al baile al ritmo de la acordeón de aquel, ¿cómo le llamaban…Musiquillas?-  “sí eso Musiquillas”-  Un poco ruidosos, sí que eran, pero mejor eso que este silencio.
-          ¿No he de recordar amiga? – Responde el gato - A buenas horas ibas a estar tú en aquellos tiempos desnuda, transformada en muchacha sin que un muchacho te hubiese sacado a bailar. Anda llena mi copa de vino que esta noche no tengo ganas de ratones  y me estoy enamorando de una lechuza.
-          ¡Tonto!
-          ¿Tonto? Espera que destapemos la segunda botella y ya verás de lo que es capaz este gato.

Dicen que los dos seres que habitan la vieja torre están encantados por el duende del silencio, que cuando el silencio llena todo el espacio, ella se convierte en una bella moza y desnuda mirando al molino nuevo comparte una botella de vino con su amante.   Él, gato,  después de la segunda botella  en un galante mozo, porque cuando no existen las palabras humanas el silencio debe ser llenado por los maullidos y por el ulular de las lechuzas, pero también de añoranzas.

Dicen que pronto el reloj volverá a funcionar, que con algo que llaman crisis, la gente que un día abandonaron los pueblos vuelven a ellos, saben que un día en el horizonte verán una paloma a la altura del molino nuevo, entonces poco a poco tendrán que volver a las prisas.

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