No, no es un anuncio de la DGT, se trata de tres anécdotas que
ocurrieron en el Bar Arenas.
El coñac más caro o
Mascaró
Los más viejos de Benicalap recordarán que frente a la CELSA
había un almacén de alquiler de sillas y mesas para eventos. El dueño, que era
catalán, le gustaba el coñac Mascaró, que nosotros no teníamos en el bar ni conocíamos
de su existencia. Un día, después de almorzar, coincidiendo con los almuerzos
de la CELSA, que como sabéis en esos minutos había mucho ruido:
—Ponme coñac Mascaró —pidió, el buen hombre.
— ¿El coñac más caro? —Le
preguntó mi hermano.
—Sí. —Contestó, que entre el ruido ni uno ni otro se enteró
muy bien.
Y mi hermano le puso Carlos I. El hombre se lo bebió, pago y
no dijo nada. Otro día nos aclaró que lo que quería era coñac Mascaró, y que si
hubiese querido el más caro habría pedido coñac Peinado de cien años. Que por
supuesto tampoco teníamos.
Los boquerones más
caros del mundo
Desde el primer momento teníamos claro que era preciso
entregar tique en el momento que la cuenta pasaba de quinientas o mil pesetas
(tres o seis euros). Lo cual no libro de más de un malentendido. Por entonces
no era habitual que en los bares diesen tique, te decían el precio y en no
pocas ocasiones te quedabas con una cara de tonto que no podías con ella. Dudo
que eso ocurriese en el Bar Arenas, no solo, por los precios que teníamos sino
porque siempre dábamos tique.
Había un matrimonio que solía ir bastante por el Bar Arenas.
Él se llama o llamaba, Luis, y era albañil, un hombre tan grande como buena persona,
trabajador y jovial. Solían pedir su ración de sepia a la plancha, salpicón y
unos montaditos variados. Cuando ya habían terminado de cenar, sacamos a la
barra una fuente de boquerones fritos.
—Paco, ponme media ración de boquerones. Estamos hinchados
pero he tenido el antojo, y la mujer dice que no le cabe nada.
Le puse media ración de boquerones, más bien casi entera,
pero que él se los comió. A la hora de hacer la cuenta, dude que le debería cobrar,
y al final, puesto que era muy buen cliente, decidí cobrarle media ración, 150
pesetas (0,90€). Sin embargo a la hora de
cobrarle el importe total subía a más de 3000 pesetas (18€) cuando lo
normal que les venía costando la cena era 1500 pesetas (9€). Yo, sin querer
había apretado al botón de los dos ceros en lugar de al de un cero. Como el bar estaba a abarrotado, el hombre
calló y guardó su tique, y al día siguiente se aclaró el asunto, y por dar
tique no perdimos un buen cliente, que de otro modo habríamos perdido por
haberlo clavado involuntariamente.
Los carajillos más
caros del mundo
Algo parecido a lo de los boquerones, en esta ocasión
carajillos. Era un grupo grande que iba todos los viernes, de hecho les llamábamos
“Los de los viernes”. No era necesario tomarles nota, siempre era lo mismo,
sepia plancha, sepia rebozada, bravas, morro, salpicón, calamares y montaditos
variados, la bebida variaba muy poco de un viernes a otro y los carajillos y
copas tampoco variaban, digamos que casi la cuenta de un viernes con pocas
variaciones servía para otro viernes.
Aquel día ocurrió lo mismo, el precio del
carajillo, entonces, era de noventa pesetas (0,54€) se me fue el dedo y en
lugar de noventa pesetas cobré cada carajillo a 900 pesetas (5,40€). Al igual que Luis el albañil, tampoco dijeron
nada ese día, aunque no regresaron al día siguiente, sino al viernes siguiente,
con su tique en la mano, al mirarlo se dieron cuenta que no había sido una
clavada, sino un error, de lo contrario no habrían regresado nunca.
A buen seguro de esos errores, en favor y en contra los habré
tenido muchas veces, pero no me he dado cuenta y si ha sido en mi contra, nadie me ha dicho nada.
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