¡Que
escándalo, Dios mío!
Escuché decir unas
semanas antes de tomar mi primera comunión a una mujer de mi pueblo al salir
del rosario. El escándalo al cual se
refería la buena señora era que el cura, don Gregorio había comunicado que en
el mismo día que tomaríamos la comunión tomaríamos también la confirmación y
que circunstancialmente vendría el obispo emérito de Cuenca Monseñor Guerra
Campos, más conocido como el “Obispo de Franco”, por supuesto que ese no era el
escandalo a cual se refería la buena señora.
- El cabrón
del obispo, que hago, que hago… ¿Que más le dará que vayan de traje o de calle?
La virgen santísima y todos los santos, con el dineral que me ha costado…A
Madrid que fui a por él…
Los chiquillos que salíamos a su lado nos miramos unos a
otros sin comprender nada, la mujer que caminaba a su lado le dijo:
-
Mujer que hay
ropa tendida.
Miramos para todos lados y no vimos ni tan siquiera un mal
paño, además nadie tendía en la calle.
No era normal que aquellas mujeres de misa de domingo, fiestas de
guardar y todos los días de rosario hablasen así de un obispo, ante algo que
supuestamente había dicho el cura. Al
llegar a mi casa se lo conté a mi madre escandalizado. No estaba acostumbrado a escuchar tales
palabras, porque en mi casa éramos ateos convencidos, aunque entonces yo no lo
sabía, ahora tampoco lo sé a ciencia
cierta, torpe que es uno, por tanto éramos católicos por obligación. Nunca utilizábamos determinados términos,
porque según mi madre, mi padre estuvo a punto de ir a la cárcel por cagarse en
Dios ante la presencia de un terrateniente, yo eso tampoco lo entendía, porque
si Dios está en todas partes, cuando uno iba al corral a hacer sus necesidades,
cayese la defecación en el corral o se lo comiesen las gallinas antes de llegar
al suelo… Parece que mi padre utilizó esa expresión al recibir el cariñoso
golpe de una piedra cuando estaban descargándolas
a destajo. Y es que mi padre tenía unas
cosas…
Así que estábamos bien advertidos al efecto y lo más que
decíamos era o “chorraaaa o copón” “hostia”, como todo el mundo dice en Cuenca,
hasta los más beatos, y eso aunque
también fuese pecado no estaba penado con cárcel. Muy atento que había estado
le dije palabra por palabra, como loro que no entiende pero si escupe.
- Ya está,
pues mejor, “mía que chorra”, un jersey limpio y un calzones nuevos.
Porque en Pinarejo entonces a los pantalones les llamábamos
calzones, y aunque no lo había terminado de comprender que: el cura había dicho
que el obispo había dicho que el Papa había dicho, que iba a ir el obispo a
Pinarejo a darnos la comunión, y la
confirmación a los niños que ese año tomábamos la 1ª comunión, y que quien
fuese disfrazado de marinerito o de novia no la tomaría.
Las fuerzas vivas del pueblo se manifestaron, es decir
aquellos que podían manifestarse sin ir a la cárcel y al final convencieron al
cura del perjuicio que representaba tener que devolver disfraces de marinerito
y de novia, además con la ilusión que les hacía a las criaturas. El cura tomo
la decisión salomónica, quienes fuésemos vestidos de paisano la tomarían
comunión ese día con el obispo, y los vestidos de marineros y novias a la
semana siguiente. Unos muy enfadados y mi madre muy contenta, por el ahorro,
que para eso éramos pobres y de todos modos, éramos ateos convencidos, aunque
yo no lo supiese.
Por aquel entonces, no había agua potable en las casas, y el
agua se llenaba en la fuente de la plaza, o cualquiera de las fuentes repartidas por el pueblo, en nuestro
caso, de la plaza, vestidos muy limpios y de estreno mi sobrina, Mari Ángeles y
yo, de la misma edad, estábamos listos para salir a la Iglesia, a comenzar los
ensayos para cuando llegase el obispo, pero en esos momentos mi hermana se dio
cuenta de que no había agua ni para beber.
- Anda
chiquillos, coger cada uno un botijo
cada uno y traer agua.
Como críos, que éramos,
nos entretuvimos más de la cuenta y lo que hubiese sido diez minutos fue casi
una hora en la plaza, con nuestros botijos de agua llenos, cuando nos quisimos
dar cuenta, las campanas daban el aviso
para que los chiquillos fuésemos a la Iglesia para ensayar. Corriendo subimos las pedregosa calle de Las
Eras, con riesgo de tropezar y romper el botijo.
- Chiquillos,
venga que no llegáis.- nos animaba la
gente al vernos tan desesperados, corriendo cuesta arriba.
Quiso la mala fortuna que tanto mi sobrina como yo, al
llegar a la casa de mi hermana,
decidiésemos dejar nuestro respectivo botijo en idéntico espacio, chocó
un botijo con otro y mi hermana se quedó sin botijos.
- No os mato
porque es el día de vuestra primera comunión que si no…
Menos mal, pero ella se quedó sin botijos, sin agua y
recogiendo con un trapo, entonces no existía el mocho, de rodillas el agua,
mientras nosotros íbamos a ensayar como ponernos delante del obispo de Cuenca.
Llego el momento de la verdad, yo era de los más pequeños -
pues era bastante canijo, luego pegue el estirón, pero no mucho porque con
trece años subiendo maletas en el Hotel Excelsiór de San Antonio, estas me
daban el estirón para el suelo - y de
los últimos en tomar la comunión, por delante de las chiquillas, a pesar de que
tenía un año más que la mayoría, porque mi madre quería que ya que la tenía que
tomar en Pinarejo y no en Ibiza.
Yo veía que el
obispo después de darle a cada uno de los “comuniantes” la hostia sagrada, les
daba una buena hostia en la cara, viendo lo que sonaban y lo que imponía aquel
obispo con cara de vinagre, pensé que aquellas hostias harían más daño que los
capones que propinaba don Gregorio, en fin que estaba asustado, llego mi turno,
la expresión de mi cara debió conmover
al obispo, porque tras la sagrada forma apenas me rozo la mejilla.
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