Hace mucho calor, estoy tumbado en una hamaca a la
sombra de un limonero, cierro los ojos y parece que me duermo, o tal vez
me duermo realmente, en mis sueños comienzan a desfilar fantasías y
recuerdos infantiles mezclados con realidades y fantasías actuales, ignoro si es por ese culin de ron que me he tomado para celebrar que hoy es primero de agosto y es mi primer día de vacaciones, tenso las cuerdas de la hamaca y me tumbo en ella, no necesito sobrero pero me lo pongo sobre la frente:
Al acecho espera mi perro, tras un oxidado bidón de aceite para
tractores, estamos en la era de don Pepe, en Pinarejo, Nevado mira oculto a una linda perra que anda por allí; como si fuese un león en espera de saltar sobre una gacela, pone los ojos vidriosos, parece como si estuviese secretamente
enamorado de esa perra que acaba de conocer, avanza sigiloso, de repente le veo saltar sobre un gato desprevenido que sale volando convirtiéndose en una paloma que se escapa volando. Me rió por lo absurdo, le miro con mis ojos semi cerrados, veo
su silueta recortada en el azul diáfano del cielo, de nuevo está tras ese bidón oxidado, ignoro el motivo pero
ese viejo y oxidado bidón de aceite se transforma tras mis parpados
cerrados en uno de aquello antiguos toneles de vino viejo, que a su vez
deriva en una tinaja de barro, como las que mi tío Ladislao tenía en su
casa para guardar el vino, los objetos muertos van cobrando vida por si
solos, veo con diáfana claridad a mi padre y a mi tío pisando la uva, a
mi madre entregándonos a los chiquillos las rebanadas de pan frito, y a
todos corriendo hacía mi padre y mi tío, buscando el lugar por donde
sale el mosto recién pisado para merendar pan frito con el sagrado
jugo de las uvas, escucho la voz de mi a mi tío regañando, fingiendo
mal genio , veo su altura de gigante, enjuta, recortada sobre la blanca
pared.
- Chiquillos que os vais a chispar.
al mismo tiempo que alargaba la mano para mojarnos otra rebanada de pan frito, ¿picatostes? Creo que se llamaban, o tal vez tenían otro nombre, a su lado mi padre casi con un palmo menos de estatura y algo más recio, noto mi sonrisa al imaginarme sus figuras pisando la uva, como don Quijote y Sancho Panza, pronto reniego de la idea, mi tío si era muy alto, pero mi padre no estaba gordo y nunca tuvo barriga, aunque le recuerdo muy fuerte. Mis ojos ven el ritual que se repetía año tras año, sin darme cuenta veo aquellas tinajas llenas de clarísimo vino blanco de Pinarejo, casi tan transparente como el agua, que hasta los críos bebíamos, eso sí en un porrón aparte y con azúcar, “porque si se bebía agua comiendo se quitaba la gana”, aprendíamos la cultura manchega a través del porrón de vino endulzado...
- Chiquillos que os vais a chispar.
al mismo tiempo que alargaba la mano para mojarnos otra rebanada de pan frito, ¿picatostes? Creo que se llamaban, o tal vez tenían otro nombre, a su lado mi padre casi con un palmo menos de estatura y algo más recio, noto mi sonrisa al imaginarme sus figuras pisando la uva, como don Quijote y Sancho Panza, pronto reniego de la idea, mi tío si era muy alto, pero mi padre no estaba gordo y nunca tuvo barriga, aunque le recuerdo muy fuerte. Mis ojos ven el ritual que se repetía año tras año, sin darme cuenta veo aquellas tinajas llenas de clarísimo vino blanco de Pinarejo, casi tan transparente como el agua, que hasta los críos bebíamos, eso sí en un porrón aparte y con azúcar, “porque si se bebía agua comiendo se quitaba la gana”, aprendíamos la cultura manchega a través del porrón de vino endulzado...
Todo esto termina difuminándose en mi mente surgiendo de manera espontánea una nueva fantasía, me veo caminando por San Antonio de
Portmany, por la playa Caló des Moro, voy metiéndome en el agua, a mi lado mi amigo Paco Navarro, mi tocayo y paisano, llevamos gafas de buceo, miro hacia el fondo y veo un camino con girasoles a un
lado y trigo al otro, los girasoles son todavía pequeños y el trigo, o
tal vez la cebada, ya amarillentos, noto que intento rascarme los ojos,
no puedo porque estoy bajo el agua , además llevo las gafas de buceo puestas,
vuelvo a mirar incrédulo, no me creo lo que veo, si estoy nadando como
puedo ver esos cultivos, intento preguntarle a Paco, pero no está. Miro el camino, a lo lejos, al final , en el horizonte veo Pinarejo, sobresaliendo su torre cual hermoso pezón por encima del
resto del pueblo, pienso en las muchas veces que he dicho que mi pueblo
se asemejaba a dos hermosos pechos de mujer, coronado uno por la iglesia
y el otro, antaño, por las ruinas del viejo molino y ahora por la
fantástica reproducción en ese logrado jardín del nuevo molino, cierro los
ojos y me veo junto a mi primo José Antonio y otros críos jugando entre
aquellas ruinas, comiendo pipas con cascara incluida y jugando a
vaqueros e indios o indios y vaqueros, o tal vez don Quijote, no sé el motivo pero escucho o creo escuchar a alguien leyendo o recitando el Quijote. Después mientras descansamos a la sombra del molino, comenzamos a cavilar, preguntándonos cómo era posible
que todavía existiesen indios en América si en todas la películas del
Oeste no paraban de masacrarlos, la cuestión es que muchas veces
queríamos ser indios pues sentíamos una extraña solidaridad con ellos,
rastro quedo en mí del tema, pues continuo mirando con más simpatía a
Toro Sentado que los cowboys.
Continuo nadando, me veo ya viejo,
con una garrota, paseando por el
parque del Molino de Pinarejo desde este maravilloso jardín y veo un
montón de tractores y cosechadoras en venta, en primer plano veo un rulo
abandonado en la era, olvidado tras los servicios prestados antaño, un
rulo de los que se utilizaban antiguamente en la era para allanarla
antes de que comenzase la trilla. Veo a un hombre con las palas lanzando
la mies al aire para separar el trigo de la paja, es mi padre, mis
hermanos, los críos subidos al trillo en una auténtica fiesta infantil,
para así mejor separar el trigo de la paja, siempre buscábamos la
forma de quitarle algún pedernal para provocar chispas e incluso
encender algún papel, los críos cantando y riendo sobre la trilla veo
los chorros de sudor de hombres y mujeres mezclados con el polvo de la
paja, esos chorros van aumentando de tamaño transformandose en
auténticas cascadas que discurren con furia inusitada, arrastrando todo
hasta la playa de mi niñez ibicenca, la playa
de Caló des Moro, estoy de nuevo en la orilla, noto la tela de la
hamaca pegada a mi espalda, la humedad del agua salada, noto su sabor en
mis labios, estoy realmente empapado, sopla la brisa suavemente, lo
cual me produce placenteros escalofríos.
De repente desaparecen esas imágenes, más bien se transforman, ante
mis ojos de nuevo aparece el parque del Molino de Pinarejo, estoy
comiendo unas sabrosas chuletas de cordero manchego junto a mis amigos
de la infancia, ya cincuentones y con cintura ancha como la mia,
estamos ante un lebrillo de cuerva del que vamos llenando nuestros vasos
una y otra vez, puede que estemos borrachos o al menos alegres, miro
hacía Pinarejo, ante mis ojos veo el pueblo y a mitad de camino un
caballo blanco de costillas marcadas, pienso en Rocinante, libre por fin
de la locura del caballero de la triste figura al cual veo en el suelo
caído tras enfrentarse con el viejo molino de Pinarejo, mientras que
Sancho Panza empina la bota de vino que le ofrecemos, "dejen a su merced a mi señor, vaya a ser que de un coscozón entre en razón", empina otra vez la bota. Rucio continua su camino en
dirección a unos verdes trigos, donde se encuentra una hermosa borrica en celo, trabadas sus
patas delanteras, nada puede ni quiere hacer por librarse de los envites
amorosos de Rucio que deja su simiente en Pinarejo y el recuerdo de su amo, Sancho Panza.
Despierto alterado sin saber muy bien
donde me encuentro, un limón más maduro de la cuenta cae sobre mi
cabeza, al tiempo que percibo como una suave llovizna que humedece
todo, del susto pego un salto y me pincho con una espina del
limonero, miro a mi alrededor con la esperanza de que mi accidente haya
pasado desapercibido pero allí está mi perro mirándome con ojos
burlones, como si se diese cuenta de que mi máxima preocupación no era
el pinchazo sino que alguien lo pudiese haber contemplado, al instante
miro hacia lo alto del limonero, de donde continua cayendo una finisima
llovizna, entre las ramas veo el sol resplandeciente y la total ausencia
de nubes, sin embargo la llovizna es persistente, termino de despertar y
veo a mi hijo disparando con el difusor de la manguera contra la parte
alta del limonero, sin poder aguartar las risas por mi desafortunado
despertar de tan fantasioso sueño.
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