“Incluso, para muchos españoles que parecemos honestos e incorruptibles, les vendría bien el condicional: Yo robaría, tú robarías, él robaría...., si nos pusieran en donde hay posibilidades para robar.”
Andaba yo, allá por el año 1980, ejerciendo de legionario
por tierras africanas, supuestamente prestando un servicio a una patria que
sentía y siento y a una bandera que no sentía ni siento. Un capitán de la Legión pidió “voluntarios”
para hacer mudanza, ya que se cambiaba de domicilio, del barrio musulmán de
Melilla, La Cañada de la Muerte, al barrio
Real, por supuesto también de
Melilla. Siguiendo la máxima de la mili,
“voluntario ni a comer”, supuesto que
nadie salió voluntario. Así que el capitán
nos señaló a cuatro con el dedo. Ignoro
el criterio utilizado pues los elegidos cada uno éramos de una parte diferente
de España, un andaluz, un vasco, un catalán y un castellano, o sea yo.
La experiencia no fue mala,
durante todo el día estuvimos empaquetando trastos, ante la atenta
mirada de la bella esposa del capitán.
Durante días aquella mujer fue sueño y deseo de nuestras célibes noches
de legionarios ansiosos de hembra.
Evitábamos mirarla, pero sus ojos y su cuerpo eran un poderoso imán que atraía nuestras
miradas al menor descuido y sin que
fuésemos capaces de evitarlo.
El primer día, el capitán,
nos invitó a comer en un
restaurante, después de dos horas de descanso continuamos la faena, al terminar
la tarde, nos dio a cada uno de nosotros
una botella de Johnnie Walker; vino bien para las guardias y algo nos alivió el
frío durante las heladas guardias de invierno.
Nos llamó la atención la generosidad de nuestro capitán, pero cogimos
las botellas sin preguntarnos nada, al día siguiente realizamos todo el
traslado de muebles y enseres, en una
furgoneta de alquiler, en esta ocasión nos dio un par de paquete de cigarrillos
Camel. Tampoco preguntamos nada.
Unos días después, ese mismo capitán nos llamó al vasco y a mí, porque le habíamos
comentado que éramos albañiles y necesitaba hacer algunos arreglos en su nueva
casa. Antes pasamos por unas naves
próximas a la cocina del acuartelamiento,
no sabíamos lo que había allí, era el almacén de la cocina, del
economato, la cantina y el puesto de oficiales. Se daba la circunstancia que
ese mes estaba él, de oficial de
cocina. Metió el coche dentro de la
nave y abrió el capo, indicándonos que metiésemos un par de cajas de Johnnie
Walker, un saco de arroz, una caja que
ponía “Mina” y que resulto ser jamón cocido en latas pequeñas. También una caja con chocolatinas pequeñas de
una marca argentina y por último una
caja de tabaco Camel. Todo eso lo
metimos en su coche y lo descargamos en su casa.
Este ceremonial se repitió en tres ocasiones más, no siempre
era lo mismo, lo único que se repetía era el
Johnnie Walker y el tabaco, y los regalos con los cuales compraba
nuestro silencio, una botella de Johnnie Walker y un cartón de tabaco. Aunque nos hubiese dado sobres con billetes
de mil pesetas –euros no existían- y
aunque no nos hubiese dado nada
habríamos callado igualmente, de haberlo denunciado, nadie nos hubiese creído o mejor dicho, todos
hubiesen mirado para otro lado, muchos oficiales terminaban su mes de cocina
con coches nuevos. Nuestra obligación
debería haber sido denunciar los hurtos masivos, fuimos cómplices de la
corrupción amable de nuestro capitán, nos dejamos corromper por una botella de
güisqui y un cartón de tabaco. Tabaco
que además yo regalaba, porque no fumaba, ni fumo y hubiese preferido
chocolatinas. También callábamos por
estar fuera del cuartel y por la belleza de su mujer, que aunque solo fuese por
verla cada vez que íbamos a su casa y disfrutar de su belleza, de la cercanía
de su escote, de su perfume, tan distinto,
al olor a tigre con próstata, al
que estábamos acostumbrados en el cuartel.
Su sonrisa mientras nos sacaba para comer o merendar nos hacía soñar, sentir envidia del capitán, no por el güisqui, ni el tabaco, sino por yacer a su lado, solo por verla merecía la pena ser corrupto, su recuerdo llenaba nuestras fantasías nocturnas de pasión legionaria.
Tercera parte:
Tiran más dos tetas que frena el miedo al capitán
Una tarde fui solo yo a casa del capitán con intención de
dar la lechada de cemento blanco al cuarto de baño y hacer las juntas finas. Cuidadosamente prepare la lechada y comencé a
extenderla por el alicatado. Y entonces apareció
ella con intención de ducharse, fue durante el mes de agosto y el húmedo calor
melillense resultaba insoportable.
—
No es posible. —Le dije. —Si se echa agua sobre
las juntas se ira la lechada y habrá que rejuntar de nuevo.
—
Tampoco tenemos prisa, y tú necesitas la ducha
más que yo. —Dijo ella.
En efecto yo estaba empapado en
sudor por la calor y el trabajo tan pesado que resulta dar la lechada de
cemento al alicatado. Y ahora también por el sofoco del compromiso, pensaba en
lo que podría ocurrir, había sido una de mis fantasías, pero el temor y la
timidez que todavía a mis 20 años no había terminado de desaparecer a pesar de
no ser nuevo en estas batallas. Me
sentía como si lo fuese la primera vez, estaba convencido de no actuar de
acuerdo a mis principios de romántico empedernido. Tenía ante mí a la mujer más hermosa que me
podía imaginar y no era capaz de articular ni una palabra. Cuando se quitó la bata y me cogió la mano,
note como me temblaban las piernas…
Cuando a última hora de la tarde
llegó el capitán disculpándose por no haber podido llegar antes, todavía estaba yo terminando de rejuntar el
cuarto de baño.
—
¿No habías dicho que en un par de horas estaría
listo?
—
Si mi capitán, pero he preferido hacer la
lechada más consistente y se me ha puesto dura más de la cuenta y claro cuesta
más pero queda mejor.
—
Sí que queda bien, sí.
Me invitaron a cenar, y antes de
llevarme el capitán al cuartel me dio la reglamentaria botella de güisqui y el
cartón de Camel. Entonces ella, me dijo
que me esperase un momento y me dio chocolatinas y un billete de mil pesetas.
—
Cariño, el muchacho ha hecho un trabajo
esplendido.
La fantasía se convirtió en
realidad, aunque todavía me pregunto si en realidad no fue un sueño..., lo
cierto es que yo también fui corrupto, aunque a pesar de recibir las mil pesetas no fui prostituto... Digo yo.
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