Nos tragamos
el cuento,
como niños con dientes de leche,
creímos en
la bondad del cazador,
y en la
maldad de lobo.
Sobre todo
creímos
en la candidez de Caperucita.
Ahí nuestro
error.
Se repite la
historia; narrada
por usureros
disfrazados de abuelitos.
Mercaderes que
no dan pespunte sin hilo.
Hipócritas, ávidos,
insensibles…
Sacerdotes de
un templo sin dios;
que por el brillo del oro…
se
transforman en proxenetas
de sus madres
y hermanas.
No, no
tenemos remedio,
nos sodomizan…
Provocan terribles escozores en nuestras
entrañas;
agradecidos
lamemos su nauseabundo sexo.
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