Llueve sobre el mar,
sin calar la piel
dura de los miserables
que nunca sufrirán las
inundaciones.
El niño muere en la
playa,
mientras los guardacostas
disparan
contra las pateras
y los ministros mandan
poner cuchillas asesinas,
antes de entrar de la misa
dominical
con sus agraciadas
señoras
de segundas nupcias,
recambio de otras,
las cuales y los cuales,
con fingida devoción
se persignaran
y tomaran la comunión,
sin necesidad de confesar,
que como buenos cristianos no pecan
y defienden la vida que está por nacer.
De rodillas, con la hostia en la boca,
ministros y señoras
sin remordimientos de conciencia,
si es que la tuvieran,
piensan:
Dios tenga en cuenta nuestra
oración,
y a su diestra
nos reserve un rincón…
Llueve sobre las olas de
un mar,
que no admite poesías,
que no necesita rezos
ni bendiciones,
solo manos piadosas,
no que se junten para
rezar,
sí que se unan a otras
manos
para luchar,
trabajar...
para que las risas
lleguen a la costa
y la tristeza deje de
navegar.
©Paco Arenas
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