Porque has de saber, amigo Sancho, que habrá más textos
apócrifos que estrellas en el cielo. Siempre habrá falsarios con pluma grosera
que busquen hacer pasar fingidos párrafos de latín vulgar por el más ilustre y
refinado latín, al igual que aquel vendedor de indulgencias del Lazarillo de
Tormes.
No fue solo el de Avellaneda quien buscó vender jamelgo viejo
como si fuera bello alazán.
No ha de extrañarte que algunos sean incluso
ingeniosos, como estos:
«Ladran, señal de que cabalgamos.»
«Lucho contra tres gigantes: el miedo, la injusticia y la
ignorancia.»
Otras que huelen a tocino aún más rancio que ese
queso que se da para hacer creer que el vino acedo es de buena crianza:
«Querido Sancho: Compruebo con pesar cómo los palacios son
ocupados por gañanes y las chozas por sabios. Nunca fui defensor de los reyes,
pero peores son los que engañan al pueblo con trucos y mentiras, prometiendo lo
que saben que nunca les darán. País este, amado Sancho, que destrona reyes y
corona piratas, pensando que el oro del rey será repartido entre el pueblo, sin
saber que los piratas solo reparten entre piratas.»
También alguna que halaga con gracia a las
mujeres:
«Porque has de saber, Sancho, que las mujeres son la más
perfecta de las creaciones divinas. Que aunque son más hermosas que las flores,
las estrellas y la luna llena juntas, son fuertes como el acero de mi lanza.
Por eso, Sancho, es menester entre los caballeros que debemos estar prestos a
sus privaciones, amarlas, cuidarlas como a la niña de tus ojos, porque nuestro
mundo sin ellas, no cabe la menor duda, estaría completa e irremediablemente
perdido, pues ellas, Sancho, son la fuerza de la vida y el motor que impulsa
nuestra existencia.»
Luego están quienes traducen al castellano actual lo que
sobradamente se entiende, alterando el sentido y la palabra o cercenando la
obra, curiosamente a cargo de escritores de gran prestigio.
Y siempre, siempre, quienes queriendo honrar la memoria de
Miguel de Cervantes, como este que escribe, se atreven a nuevas aventuras
quijotescas, pero siempre firmando con su nombre lo escrito, no engañando a
nadie que no quiera ser engañado, y que posiblemente, don Miguel de Cervantes
apedrearía al intruso por el atrevimiento.
Esperando la indulgencia de quien lea mis relatos,
quijotescos o no...
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