—Disculpe, busca periódicos. Tenga
estos.
Manuel le entrega la bolsa de periódicos,
y se introduce la mano en un bolsillo de la camisa, donde previamente había
guardado un billete de diez euros, lo saca y se lo entrega a la anciana.
—Tenga, puede que le vengan mejor
que a mí, yo los quemaría en tabaco y a usted… —dice Manuel entregándole los
diez euros.
La mujer en principio los
rechaza, mira a Manuel y ve los ojos del hombre, su cara de pena, insistiendo
para que los coja.
—Me estoy quitando de fumar —dice
el hombre, forzando una sonrisa. —Si quiere periódicos yo se los guardo todas
las semanas…, o bueno de un día para otro, los periódicos caducan nada más ser
impresos, y si ya en el día, solo dicen una verdad, que es la fecha, al día
siguiente solo sirven para liar el bocadillo, ya ni para eso…
—Sirven para quemarlos…—replica
la anciana, extendiendo la mano y cogiendo el billete —sirven para quemarlos,
como usted quemaría este billete fumándoselo…
Manuel se fija en las manos
llagadas de la mujer, tiembla al ver las llagas en sus dedos, se las coge.
—¿Qué le pasa en las manos?
—El frío, hace frío y mucho,
además mi casa da al norte y en el invierno hace mucho…
—Pero mujer, para eso está la
calefacción —dice sin pensar Manuel.
—¿Usted cree que si yo pudiese
pagar la calefacción buscaría periódicos en el contenedor? —Replicó la anciana,
con gesto dolorido; aunque el dolor no era físico, sino moral.
—Como he visto que hojeaba los periódicos
y desechaba algunos… —musitó Manuel como disculpándose, al tiempo que echaba
mano al bolsillo trasero para sacar la cartera…
—No, por favor, no me dé nada
más, usted es un buen hombre, no es a usted a quien corresponde ayudar a esta
vieja. ¿Quiere saber por qué hojeo los periódicos y algunos los vuelvo a echar
en el contenedor?
—Sí, por favor.
—Los de deportes no me sirven,
las revistas tampoco hacen mucho humo, y; aunque suelen salir gente
parasitaria, no me interesan. Cojo los periódicos según quienes salgan en las
portadas, para quemarlos y calentarme. Algunas hojas las arranco, si sale
alguna buena persona, hay tan pocas. Pero, en los periódicos los que más salen
son sinvergüenzas y miserables, quienes permitieron que le robasen el piso a mi
hijo, y se tirase por el balcón, y que yo que lo había avalado, me quedase sin
nada y con una nieta a la que cuidar, así que cuando veo las lenguas de fuego
envolver las caras y los cuerpos de esos miserables, me reconforta. Y aunque no
creo en cielos ni infiernos…o tal vez sí: en el cielo están los ladrones y sinvergüenzas,
quienes nos han robado todo, el infierno lo tenemos en esta vida, quienes hemos
sido cobardes y nos resignamos a que nos sigan robando, conformándonos con ver
arder sus retratos en un brasero que encendemos porque tenemos frío…
—Mujer, dios aprieta, pero no
ahoga…, todos no son así…
—Quienes no lo son, no sienten el
desasosiego, dudan entre un filete de ternera y uno de merluza, entre una pera
y una manzana, entre vino o cerveza. Yo no tengo que dudar que debo comer o
cenar esta noche. Comeré en el hogar social, y cenare pan que es barato, y unos
tomates maduros que me ha dado el frutero de la esquina, de postre una manzana,
de esas que me guarda en lugar de tirarlas, porque como usted es buena persona
y prefiere dármelo en lugar de tirarlo…
—Yo se lo doy de corazón…y si
quiere comer hoy en mi casa…
—Lo agradezco, pero mejor no.
Sentar a un pobre a la mesa calma conciencias, y no es eso lo que necesita este
país, sino rabia y conciencia…, además, me podría aficionar a comer bien y no
rezaría todas las noches para que el demonio se lleve a tantos malnacidos…
Aquella noche, Manuel no pudo
dormir pensando en la anciana Dolores.
—Debería haber insistido, tal
vez, a comer no, pero al menos, todo lo que quemo con el tabaco se lo podría
dar —pensó en voz alta mientras miraba el humo del último cigarrillo, que
saboreo, con el firme propósito de no volver a encender otro. —La veo muchos
días, se lo propondré, o mejor no, le diré, que bueno, que lo que necesite, una
estufa, o algo de fiambre para la cena…
Dolores, a las seis de la tarde,
en la chabola donde vivía desde que el banco le robó el piso, fue seleccionando,
de nuevo el interior de los periódicos, aquellos en los que aparecían determinados
políticos, banqueros, miembros de los consejos de administración de las grandes
empresas energéticas, los iba apartando, el resto iba introduciéndolos en un
barril metálico con agujeros que tenía en una improvisada chimenea. Encendió una
cerrilla y prendió el fuego, después fue echando aquellos que había separado
antes, y fue echándolos poco a poco.
—Sí, estoy desquiciada, pienso que
del mismo modo que se retuercen en este mini infierno, se retorcerán en la
caldera de Satanás, pero me equivoco, hasta para eso van a tener suerte los
hijos de puta. Van a tener tanta suerte, que lo más seguro es que el infierno
no exista, ¿malditos sean mil veces!
llenó la botella de cristal y
cogió un vaso de agua, sacó el pan de la bolsa, y comenzó a cenar, pan con
tomate y un par de chorizos, que se había atrevido a comprar, aprovechando que
ese día tenía diez euros en el bolsillo.
Cenó a la luz de las velas, añorando a Benjamín su marido, recordando
cuando comían a la luz del candil.
La gente todavía bullía por la
calle cuando Dolores a la luz de la vela se acostó, dejo la vela encima de la
mesita de noche, como siempre, desde que la empresa eléctrica le corto la luz,
dos meses antes, y comenzó a leer las noticias del día.
—España está en el camino de la
recuperación y así seguiremos llevando a cabo estas políticas sociales que
tanto desarrollo están trayendo a España… —decía un político en la primera
plana del periódico…
Al día siguiente, cuando Manuel
bajo al kiosco a comprar el periódico, leyó la noticia.
“Fallece una anciana al
incendiarse el colchón de su cama con una vela que usaba para alumbrarse”.
—No ha fallecido, ha sido
un asesinato a la luz de las velas.
© Asesinato a la luz de la vela
© Lágrimas secas ( futuro libro de
relatos)
© Paco Arenas
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