Días de sueños y esperanzas por cumplir, de sueños rotos y
tristezas, de cansancio y de ganas de luchar, de estar intentando cruzar la
frontera y al mismo tiempo buscando mi yo interior. Siendo fuerte y a la vez
vulnerable. Sin miedo y con mil temores, sabiendo que soy el más débil y el más
fuerte. Como siempre con más dudas que certezas, pero con esas pocas certezas
meridianamente claras hasta el próximo charco o chasco. Agradecido a esas
personas que siempre lo han intentado y a pesar de sus limitaciones han logrado
subir los escalones, no importa uno o veinte, no porque tengan fuerzas, sino
porque saben que si se paran caen rodando escaleras abajo. Soy consciente de que,
como también dijo alguien, las batallas pérdidas son las que no se dan, nunca
hay que darse por rendido antes de intentarlo, y tener miedo no es de cobardes,
quedarse sentado sin hacer nada, sí.
En estos últimos meses he aprendido muchas cosas, entre
ellas, como dijo un ignorado sabio, que no sé casi nada. Hoy me siento con
ganas de caminar hacia no sé dónde, de subir esas escaleras que antes subía de
dos en dos o de tres en tres, como los granos de uva del Lazarillo, y ahora
subo agarrándome a la barandilla, pero subo, a pesar del dolor de riñones,
subo. Sin miedo a no llegar, porque no intentarlo ya es un fracaso y no tengo
tiempo para pensar si puedo o no puedo, porque en cualquier momento puedo
llegar a la meta de toda persona, y nadie sabemos cuál es el último escalón que
subiremos; por tanto, subamos, bajemos o caminemos sin perder la sonrisa y si
nos duelen las rodillas o el alma, ignoremos esas dolencias, que cuando dejemos
de caminar, cuando demos el último paso, tendremos tiempo de descansar.
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