domingo, 30 de diciembre de 2018

«Quien no suda el pan que se come, no sufre el hambre del menesteroso» La reunión de don Quijote, con el cura, el bachiller y el barbero



En un lugar de la Mancha, donde el polvo se confunde con el sudor y el hambre con la esperanza, el sol caía como plomo sobre los campos sin segar.

Las cigarras cantaban su letanía de fuego, y el viento, que antes traía olor a pan y a tomillo, ahora traía polvo, sangre y silencio. En la casa de Sancho, humilde y de adobe, se reunían los últimos hombres libres de aquel reino que ya no era reino, sino baldío de promesas rotas.

Estaban sentados ante la mesa el canónigo y don Quijote, y de pie, por estar en su casa y estar cuidando unas collejas con ajos, Sancho. Afuera, las mujeres rezaban novenas por sus hijos muertos, y el cielo, encapotado de polvo y pena, parecía guardar luto.

—Quien no suda el pan que se come —comenzó don Quijote, con voz grave y mirada perdida en la lumbre— no sufre el hambre del menesteroso, ni conoce el precio de una espiga ni el valor de una gota de sudor.

—Vuestra merced me enseñó a leer —respondió Sancho, dejando el mortero—, y al pie de sus flacos dedos aprendí mucho. Creí conocer el mundo y la dignidad de sus gentes... pero ahora veo que la letra no basta si el hambre aprieta y la justicia duerme.

—Así es, amigo mío —dijo el caballero—. El trabajo es la lanza del pueblo, y el arado su escudo. Pero cuando el rey toma al hijo, el marqués la cosecha, y el convento el alma, ¿qué queda al labriego sino la rabia?

—¡Y la rabia no se come! —exclamó Sancho, golpeando la mesa—. A mi hijo me lo llevó el rey para defender sus derechos, que no los de España. A mi hija me la robaron los soldados por no poder pagar el diezmo ni el arriendo. ¿Y aún quieren que rece?

—No hay misa que redima la injusticia —dijo el canónigo, que sin hábitos parecía más hombre que clérigo—. El trabajo es sagrado, pero lo han profanado los poderosos. Es hora de alzarse, no con espadas de fantasía, sino con la verdad del pueblo.

En ese momento entró el barbero, con la cara curtida por el sol y la rabia, y tras él el bachiller, con la espada desenvainada y el corazón encendido.

—¿También vos, bachiller, levantaréis la espada contra el rey? —preguntó Sancho.

—No contra el rey, sino contra su olvido —respondió el bachiller—. Porque más vale un campo sembrado que un trono vacío de justicia. Y más vale un jornalero con pan que un noble con corona.

Don Quijote se levantó, y aunque su cuerpo temblaba, su voz era firme:

—No ha habido caballeros andantes, Sancho, sino hombres que fingieron serlo para no doblar la espalda ante el dolor ajeno. Pero ahora, en esta nueva andanza, no iremos tras gigantes ni princesas, sino tras justicia y pan. Seremos comuneros, no por gloria, sino por necesidad.

Sancho miró al cielo, que comenzaba a oscurecerse con nubes de tormenta.

—Pues que tiemblen los cimientos de los palacios —dijo—, y que sobre sus ruinas se siembre trigo, no oro. Que se construya la república del trabajo, donde el sudor valga más que el linaje.

Y así, bajo el cielo encapotado de la Mancha, comenzó una nueva cruzada. No de caballerías, sino de hombres cansados de arar para otros, de llorar a sus hijos, de callar su hambre. Una cruzada por el pan, la honra y la justicia.


Paco Arenas
Estoy a vuestra disposición en:
el correo electronico: fmlarenas@hotmail.com



Mis otros libros:

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...