Por
fin, Sancho había aprendido a leer, uno de sus sueños, ya no soñaba con volver
a cabalgar junto a su amo a pesar de que las cosas se estaban poniendo feas. El
rey, en plena temporada de siega, reclutó a Sanchico para llevárselo a luchar para
defender sus derechos, que no los derechos de España, muriendo, como tantos
otros, en una guerra que no era suya. No suficiente con ello el marqués exigió a Sancho el arriendo, y el convento el diezmo, eso después de quedar parte de la
siembra si segar, y parte de la mies dejada perder en la era por falta de manos
para trabajarla. Denunció el convento y el marqués, no pudo pagar Sancho y por
ello raptaron a Sancha, su hija, que no había cumplido las dieciséis
primaveras, para disfrute de la tropa. No era el único afectado, un hijo del barbero
también había muerto en la guerra, de dos sobrinos del bachiller, nadie sabía
nada. El hambre era la única que reinaba en aquel lugar de la Mancha. La idea
partió de don Quijote, ya enfermo y cansado; pero, con ganas de luchar contra
la injusticia. A barbero, bachiller y cura, citó el caballero en casa del más
afectado, del pobre Sancho, y a ella acudieron todos dispuestos a comenzar una
nueva guerra de comunidades.
Estaban
sentados ante la mesa el canónigo y don Quijote, y de pie, por estar en su casa
y estar cuidando unas collejas con ajos, Sancho. Aprovecho don quijote que esa
tarde las mujeres estaban de novena por sus hijos y maridos jóvenes muertos en
la guerra.
—Quien no suda el pan que se come —comenzó don Quijote—, no
sufre el hambre del menesteroso.
—Vuestra merced me enseñó a leer, y al pie de sus flacos
dedos aprendí mucho, y de sus sabios consejos creí conocer el mundo y la
dignidad de sus gentes...
—Así es, pero debemos salir de nuevo, juntos fuimos más de
dos, y ahora, con todos vuestros conocimientos, sabiendo la condición y razón
de los poderosos y de los menesterosos, seremos más de cuatro, es preciso
cambiar el mundo..., no como caballeros andantes, sino como los comuneros de
Castilla...—dudo don Quijote —. No ha habido caballeros andantes, puesto que
inclinaron su cerviz ante reyes y poderosos, y no se doblaron la espalda
ayudando al menesteroso contra sus abusos...
—¡Acabemos! —Exclamó Sancho agarrando la bota de vino y
echando un buen trago —Paréceme, señor hidalgo, que la plática de vuestra
merced se ha encaminado a querer darme a entender que no ha habido caballeros
andantes en el mundo, ni reyes honrados y que todos los libros de caballerías
son falsos, mentirosos, dañadores e inútiles para la república, habiendo hecho
mal en leerlos, y peor en creerlos, y más mal en imitarlos, habiéndome puesto a
seguir la durísima profesión de la caballería andante, que ellos enseñan,
negándome que no ha habido en el mundo Amadises, ni de Gaula ni de Grecia, ni
todos los otros caballeros de que las escrituras están llenas.
—Todo es al pie de la letra como vuestra merced lo va
relatando —dijo a esta sazón el canónigo, que había permanecido en silencio, y
que sin hábitos parecía un labriego más —. ¿Acaso su majestad al declarar la guerra
piensa en el hambre que provoca?
—¿Me lo ha de decir a mí, que por culpa del rey he perdido
las manos de mi hijo, y por no poder pagar ni el diezmo al convento, ni el
arriendo al señor, a mi hija se la han llevado para disfrute de la tropa y
deshonra mía? —Se lamentó Sancho.
—Por ello debemos ponernos en marcha —remarcó el canónigo, sacando
una daga oculta bajo la faja.
—¿Acaso todas vuestras enseñanzas de lealtad al rey y al
noble han sido vanas? —Se dirigió al barbero, que terminaba de llegar, y a don
Quijote Sancho.
—No, por Dios, que el primer engañado fui yo —asintió el
caballero bajando la cabeza —. NO sabía lo que ahora he visto. Quien no suda el pan que se come, no sufre el
hambre del menesteroso. No solo los
caballeros andantes deben remediar el mal que los reyes con sus caprichos provocan,
son y deben ser más importante para la patria, para nuestra república, que
llegue el pan a la boca del hambriento que el llenar las arcas de nuestro rey,
que bien sabemos lo poco que le importa lo que a sus súbditos les afecta, nos
roba el pan, los mozos y nos exige el pago, y si no podemos nos roba la honra
de nuestras mujeres..., bien lo sabéis amigo Sancho.
—Y Vos señor bachiller, ¿también levantareis vuestra espada
contra los designios de su católica majestad? ¿Vos que le jurasteis lealtad
eterna? —Pregunto Sancho al bachiller, al verlo entrar por la puerta con la
espada desenvainada, también vestido de rustico.
— No me guía otra razón que hacer grande nuestra república…,
y para ello, es preciso levantarse contra quienes llenan de estiércol su nombre
—contestó sonriendo el bachiller —. Y ya sabéis buen Sancho, que mi brazo y mi
espada se iguala a la de los grandes caballeros de la antigüedad...
—Que tiemblen los cimientos de los palacios y sobre sus
escombros se construya la República —por fin pareció asentir Sancho.
©Paco Arenas
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