El beso, sin vergüenza
ni recato,
con los ojos empañados
por las lágrimas
por la pérdida del último compañero tras el
desastre.
Ese beso, que puede ser
el último,
dado con pasión,
sin ilusión
y sin posibilidad de otra oportunidad
de amar, de ser amado,
no merece ser olvidado
tras la última batalla,
ese beso debe quedar en
la Memoria..
Ese beso de la última
batalla,
tras la derrota,
sabiendo que la
victoria de los traidores
será mucho peor que la peor de la guerra,
que el enemigo no
entiende de amores,
solo de trincheras,
no debe pasar al
olvido,
ese beso debe quedar en
la Memoria.
El último beso,
clandestino,
con prisas,
cinco minutos antes de
ser detenidos,
sabiendo que la vida es
infinitamente más frágil
que la llama de una vela sin cera ni mecha,
y que ya no habrá batallas
de besos,
miradas furtivas,
ni palabras de amor
en las trincheras,
ese beso debe quedar en
la Memoria.
El beso que mira de
reojo
sabiendo que la bala mercenaria
de los traidores
está al acecho dispuesta a sembrar el dolor
después de la última
batalla,
de la rendición de los
justos,
de la traición de Casado,
ese beso, debe quedar
en la Memoria.
Ese beso fiel,
sin antagonistas eternos,
que exige el derecho a
existir,
a respirar, consciente
sabedor que la muerte
victoriosa siempre,
puede ser más dulce compañera
que, tras la última
batalla, caer prisioneros,
ese beso, debe quedar
en la Memoria.
Ese beso enamorado,
sobre el que nadie escribirá,
ese beso de despedida,
sin visto por nadie,
rodeado de luz,
raptado por la crueldad de los traidores,
arrebatado al último suspiro,
ese beso miliciano de
quienes lucharon por la libertad, ese beso debe quedar en la Memoria.
El beso no dado,
robado al futuro,
del miliciano, del soldado,
de la novia que espera,
del hijo que sueña,
de la madre que llora,
ese beso nunca debe ser
perdonado,
debe quedar en la
Memoria,
nunca más en la
trinchera.
© Paco Arenas
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