Nació un 30 de abril del año 1913, por esa razón «Magdalenas sin azúcar» comienza el 30 de abril de 2013. Fue ella la persona que me narró muchas de las historias que aparecen en la novela. Hija y nieta de luchadores por la Libertad, Ciriaco López, su abuelo y Felipe López, su padre, tuvieron claro que los derechos y libertades de los campesinos, y por extensión de la clase trabajadora, es preciso luchar por ellos.
Vicenta López, «La Ciriaca», era digna de ambos. La tengo muy
presente, recuerdo nuestras noches clandestinas escuchando Radio España
Independiente, "La Pirenaica", o Radio Francia Internacional.
La recuerdo, emocionada, hablándome de su abuelo, de su lucha
contra el caciquismo y las amenazas sufridas.
Me hablaba de aquellos viajes interminables que realizaban las
buenas gentes de Pinarejo, con toda la familia (andando los mayores y en el
carro los pequeños) a la Mancha en verano, a segar o a vendimiar, o a Córdoba
en invierno a coger aceituna, porque los caciques del pueblo no pagaban un salario
digno y abusaban de los jornaleros.
—Todo ese sacrificio, valía la pena. Segábamos, vendimiábamos y
cogíamos la aceituna, casi antes de tiempo. Tomábamos el portante y nos íbamos,
hiciese sol o nevase, viejos, mujeres y críos, y hasta preñadas, mi hermana
Victoria nació en Montoro. Abusaban también, pero pagaban casi el doble que en
el pueblo. Lo mejor, teníamos que sufrir
la usura de los caciques, o como decía ella, de los «carcas».
¿Cuántas veces me contó aquella subida a los jornaleros a 14
reales? Infinitas:
—Cuando llegó la República, el Sindicato (UGT) logró que subieran de diez reales a 14. Rabiaban los carcas, decían que no sembrarían más. Pero pagaron y siguieron sembrando y, como se suele decir, el mayor cosechero siempre es el amo. Por unos años dejamos de ir a Andalucía y a la Mancha (la Mancha, para los castellanos y manchegos de Cuenca, era la provincia de Ciudad Real) Tras la guerra, cambiaron las tornas. Volvieron los abusos y cosas mucho peores. De nuevo, mis padres, que tenían algunas tierras, olivas, la Viña del Cura y el monte, volvieron a la Mancha y a Andalucía. Los más pobres se marcharon del pueblo, antes y con antes, escapando del hambre, de los abusos y de los saqueos, ni protestar podían. A tu abuelo Felipe, que trabajaba desde mucho antes de la guerra en el Pantano de Alarcón, se lo llevaron al penal de Chinchilla de Montearagón, allí estuvo siete años. Salió loco, durante meses no regía siquiera. Lo que no comprendimos nunca es cómo salió vivo después de todo lo que le hicieron…
Imposible olvidar mi primera noche de clandestinidad. No volví
a dormir a mi casa. Entonces no había móviles para tranquilizar a las madres. Lo pasó muy mal pensando que nos habrían
pillado los grises. Afortunadamente, corríamos mucho y logramos despistarlos.
Otros no tuvieron tanta suerte y recibieron hostias hasta en el carné de
identidad. Llegué en mi casa a las seis de la mañana y me estaba esperando con
el almuerzo preparado para irme a la obra a las siete.
—Ahora a trabajar. Esta tarde hablamos.
Y por la tarde hablamos largo y tendido, pero no hubo
reproches. Ella habría hecho lo mismo de ser joven.
Nuestras conversaciones podían durar horas, sobre todo cuando
me narraba con todo lujo de detalles, aquellas luchas por la República y por la
Libertad.
En los días como hoy, 30 de abril, decía que el único regalo
que quería era que la llevásemos a la manifestación del 1º de mayo, y estaba
coja; pero allí estaba ella cogida del «bracete.»
No puedo olvidar, cuando hablábamos de la República, de la Democracia y lo que se indignaba cuando escuchaba, en los babeantes medios de manipulación masiva, que la democracia la había traído el «Tortas», que es como llamaba ella a ese ladrón tan conocido que es inviolable ante la sumisa y vasalla justicia española, con la complicidad, claro está, de partidos que se dicen demócratas.
«Magdalenas sin azúcar», nunca se habría escrito sin todo lo que me narró mi madre. Por esa razón comienza el 30 de abril.
Por siempre:
¡VIVA LA MADRE QUE ME PARIÓ!
©
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