Mi mirada infantil, quedó atrapada en en aquellas tierras de La Mancha, prisionera
de sus campos, de sus calles y sus gentes. Nada permanece tan fiel, tan
constante como esos pocos años que transcurrieron desde mi nacimiento hasta mi
marcha. Como si mi vida fuese una planta arrancada contra su voluntad, y hubiese sido replantada en otros lejanos lares, sin terminar jamás de enraizar. Porque la madre, las raíces principales quedaron allá, en un pequeño pueblo de
Castilla, del norte de La Mancha. Cualquier sonido, imagen, risa o acento me
trasladan hasta aquellas tierras que se pierden entre ribazos y llanuras, hojarascas, vides olivares, trigos y girasoles. Tierras con olor a vino, romero y espliego, a manzanilla y a mies trillada y ablentada. Gentes de risa espontanea, acento duro de las tierras de Castilla, con la sonrisa en los ojos, la amargura y alegre fiesta en la labios, capaces de burlarse de su sobra al mismo tiempo que de enojarse si el vecino lo hace. Gentes de manos ajadas de campesinos que cierran los puños sobre el arado, la azada, también por rabia ante la injusticia. Mujeres y hombres con aroma a tierra húmeda y vida.
No hay día de mi vida que no piense en regresar; pero al mismo tiempo tengo miedo de sentir todas esas sensaciones que me atraparon en la niñez. Tengo mido de
volver y quedarme atrapado, seguro de que mis raíces, que todavía están hundidas en la tierra seca, se enreden con mis ramas y me
impidan volar.
Alguien me dijo, que los
amigos, los lugares y los amores, de
antaño, en muchos casos era mejor recordarlos, tal y conforme fueron entonces, tal como viven en tu recuerdo. Que ahora serían auténticos extraños en la mayoría de los casos, que nosotros
mismos somos unos extraños de aquellos que se marcharon. Por mucho que vivamos y nos miremos al
espejo todas las mañanas nos veamos igual y pensemos que no hemos cambiado, el
espejo nos miente, nos oculta el paso del arado por nuestra piel, haciéndonos ignorar que se va hundiendo en el surco, segundo a segundo, minuto a minuto, hora a hora... añadiendo una
nueva herida en nuestra epidermis, sin percatarnos de ella, imperceptible para
nosotros y quienes están a nuestro lado; pero con bordes resaltados en todos
los aspectos de la vida, para quienes nos
ven al cabo del tiempo, nuestros huesos y nuestros sueños.
A pesar de ello, gozo pensando en el reencuentro, en pisar
las calles, que ya no son aquellas polvorientas calles de antaño. Sueño con escuchar
aquellas risas, que no son las mismas, escuchar aquel acento manchego, aquellas
palabras, “odo”, “duz”,”mia que chorra”, “ea”, que ya no las dice nadie, que
han sido sustituidas por otras similares a otros lugares de ¿Castilla?, de
España, impuestas por la dictadura del televisor, o tal vez por la dispersión
de las ramas de las gentes de La Mancha, expandidas por otras tierras con otros
acentos y otras costumbres…y que al regresar han impuesto el acento y las palabras impostoras de otras tierras y asfaltos, porque nadie quiere ya que le digan pueblerino, y se pone el disfraz para disimularlo, sin darse cuenta, sin darnos cuenta, que solo los engañamos a nosotros mismos.
Y gozo pensando en el reencuentro con sus gentes, por muy
extrañas que puedan resultar. La experiencia me dice, que todavía el poder de
nuestras raíces tiene más fuerza que nuestras endebles ramas, por mucho que
estas hayan crecido, por bien que estemos y vivamos muy a gusto en Ibiza, Valencia o Madrid. A pesar de que habremos
pasado por muchos lugares en los que hemos estado a gusto, comido muchas comidas,
paellas valencianas, ensaimadas o
cocidos madrileños, escudellas catalanas... Siempre nos quedaremos con esas patatas con liebre,
esas gachas de harina de almortas, esas migas ruleras, esa caldereta de cordero, el potaje de Semana
Santa, el empedrao, aquel cocido de nuestras madres y abuelas que se podía
cortar con un cuchillo, los aguardentaos, las tortas de manteca, los mantecados
o las impresionantes magdalenas de Pinarejo, que todavía muchas pinarejeras
hacen con maestría, con tanta maestría como las que hace en la tahona de
Pinarejo, Félix Lafuente y su mujer.
Por todas esas cosas y muchas más, mi mirada quedó atrapada
en mi niñez, en un pequeño pueblo castellano del norte de La Mancha, en Pinarejo.
Es cierto: Hay olores sabores y sonidos que han permanecido dentro de nosotros a través de los años.Pero intentas volver para encontrarte con aquello,no lo encontrarás.Lo sé por experiencia.Apenas queda un atisbo. Las emociones perdidas no regresan jamás (de Franco Battiato).
ResponderEliminarSi que queda el paisaje. la tierra.Ella es la más fiel.
A todos nos ocurre lo mismo. Siempre el mejor potaje el de nuestra madre. Sí, solo quedan recuerdos, aromas y sabores idealizados, que cuando vuelves a ellos, en ocasiones ten enfrentas con algo muy diferente a lo que esperas y en otros, crees tocar el cielo con las manos, porque está impregnado de añoranzas.
EliminarUn abrazo.
No se pude descrivir mejor los recuerdos y sentimientos que quedan de nuestra niñez con respecto a nuestros orígenes , y lo que puede quedar de ellos.
ResponderEliminarResulta muy fácil cuando te limitas a recordad con cariño todo aquello que formó parte de tu vida, de tu esencia.
EliminarUn abrazo.